martes, marzo 12, 2024

Aquí, allá y en todas partes: Búsqueda, sabiduría y serenidad, en tres poetas españoles y uno mexicano

 por Carlos Esteban Cana


La literatura tiene muchas bondades –eso solía repetir en este plano el narrador Antonio Aguado Charneco-, y entre esas bondades suele prodigar frutos la literatura que indaga en las profundidades de la existencia humana en busca de sosiego y serenidad. Así lo testimonia la obra de escritores y escritoras de todos los tiempos, desde Séneca a Walt Whitman, de Marco Aurelio a Jorge Luis Borges. Dice otro Antonio, el español Antonio Ballesteros González: “Desde siempre, el ser humano ha buscado y perseguido con afán el gran tesoro interior de la serenidad. En una época como la que vivimos, envuelta en el marasmo de la ansiedad y la prisa, […] muchas personas sufren el vacío que produce la sensación de pérdida del sosiego y la quietud. Es por ello necesario indagar en las causas y consecuencias que se han derivado de esta inquieta búsqueda, acaso tan antigua como la conciencia de ser de la propia humanidad”.


Y es ahí que tanto la filosofía como la poesía han dejado surcos necesarios a través del tiempo para cada lector. A continuación comparto algunos poemas que ejemplifican, de un modo u otro, esa búsqueda incesante por acceder a la amada y esa amada, entendiéndose como sabiduría; ese gesto que ilumina al ser mientras renace y se rehace con algo de serenidad.

 

Pedro Salinas en su poemario La voz a ti debida.



XIV

 

Para vivir no quiero

islas, palacios, torres

¡Qué alegría más alta:

vivir entre los pronombres!

 

Quítate ya los trajes,

las señas, los retratos;

yo no te quiero así,

disfrazada de otra;

hija siempre de algo.

Te quiero pura, libre,

irreductible: tú

Sé que cuando te llame

entre todas las gentes

del mundo,

sólo tú serás tú.

Y cuando me preguntes

quién es el que te llama,

el que te quiere suya,

enterraré los nombres,

los rótulos, la historia,

iré rompiendo todo

lo que encima me echaron

desde antes de nacer.

Y vuelto ya anónimo

eterno del desnudo,

de la piedra, del mundo,

te diré:

“Yo te quiero, soy yo”.

 

 

Antonio Machado en Proverbios y cantares.



XXI

 

Ayer soñé que veía

a Dios, y que a Dios hablaba;

y soñé que Dios me oía…

Después soñé que soñaba.

 

XXV

 

Las abejas, de las flores

sacan miel, y melodía

del amor, los ruiseñores;

Dante y yo –perdón, señores–

trocamos –perdón, Lucía–

el amor en Teología.

 

XXVII

 

¿Dónde está la utilidad

de nuestras utilidades?

Volvamos a la verdad:

vanidad de vanidades.

 

XXIX

 

Caminantes son tus huellas

el camino, y nada más;

caminante, no hay camino:

se hace camino al andar.

Al andar se hace camino,

y al volver la vista atrás

se ve la senda que nunca

se ha de volver a pisar.

Caminante, no hay camino,

sino estelas en la mar.

 

XLIV

 

Todo pasa y todo queda;

pero lo nuestro es pasar,

pasar haciendo caminos,

caminos sobre la mar.

 

 

Juan Ramón Jiménez en el poema El ser uno de su libro La estación total.





Que nada me invada de fuera,

que sólo me escuche yo dentro.

Yo dios

de mi pecho.

 

(Yo todo: poniente y aurora;

amor, amistad, vida y sueño.

Yo solo

universo).

 

Pasad, no penséis en mi vida,

dejadme sumido y esbelto.

Yo uno

en mi centro.

 

 

También ese Juan Ramón Jiménez reflexivo se manifiesta en el poema El viaje definitivo, incluido en sus Poemas agrestes, 1910-1911.  


…Y yo me iré. Y se quedarán los pájaros

cantando;

y se quedará mi huerto, con su verde árbol,

y con su pozo blanco.

 

Todas las tardes, el cielo será azul y plácido;

y tocarán, como esta tarde están tocando,

las campanas del campanario.

 

Se morirán aquellos que me amaron;

y el pueblo será nuevo cada año;

y en el rincón aquel de mi huerto florido y encalado,

mi espíritu errará nostálgico…

 

Y to me iré; y estaré solo, sin hogar, sin árbol

verde, sin pozo blanco,

sin cielo azul y plácido…

Y se quedarán los pájaros cantando.

 

Y cierra esta selección la conocida poesía del escritor mexicano Amado Nervo que lleva por título En paz.


Muy cerca de mi ocaso, yo te bendigo, Vida,
porque nunca me diste ni esperanza fallida,
ni trabajos injustos, ni pena inmerecida;
porque veo al final de mi rudo camino
que yo fui el arquitecto de mi propio destino;
que si extraje la miel o la hiel de las cosas,
fue porque en ellas puse hiel o mieles sabrosas:
cuando planté rosales coseché siempre rosas.

Cierto, a mis lozanías va a seguir el invierno:
¡mas tú no me dijiste que mayo fuese eterno!

Hallé sin duda largas las noches de mis penas;
mas no me prometiste tan sólo noches buenas;
y en cambio tuve algunas santamente serenas…

Amé, fui amado, el sol acarició mi faz.
¡Vida, nada me debes! ¡Vida, estamos en paz!
 

 

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