lunes, noviembre 12, 2012

Leyendo El arca de la memoria: Un libro de Dinorah Cortés Vélez

Por Angelo Negrón

Allí sentados, en aquellas sillas altas que logran estemos al alcance del mostrador y de nuestros tragos me preguntas si ya leí el libro que me regalaste. Le hago señas al cantinero aunque sé que no nos mira. Digo: No, sin mirarte en la búsqueda de que no descubras que miento. Haces esa mueca burlona; la que siempre busca sacar un comentario adicional de mi parte y guardas silencio a la espera de mi confesión. Me dedico a leer los múltiples slogans en las paredes y noto como juegas con tus dedos sobre la madera laminada en ese tic de nerviosismo que te caracteriza.
Si me dices que te defina lo que es el arca de la memoria de seguro te diré que es un baúl o contenedor donde guardar un guante de pelota, algunas canicas, revistas pornográficas, certificados de merito, fotos de viejos amores con dedicatorias cursis o alguna prenda sexi sin lavar, regalo de una jovencita, aquella vez en un cinco letras o motel, pa’que me entiendas. Comenzaré a hablar en plural para disimular que me estoy describiendo a mi mismo: Ese baúl estará sellado con un gran candado que nos hará sentir seguros de miradas indiscretas. Recurriremos a él cada cierto tiempo para ver las fotos de esos amores ya pasados que nos hicieron vanagloriarnos y que consideramos fuimos nosotros con nuestro guille de macharanes los que las hicimos sufrir resignadamente o claudicar porque así lo quisimos. (Aunque en realidad nada más lejos de la verdad, ese viejo contenedor ha sido testigo de múltiples lágrimas y desesperos. Los recuerdos allí serán trofeos que perpetuaran mis altas y bajas de forma tangente). Entonces me dirás que al decir arca de la memoria te refieres a algo que está más allá del plano físico y material; algo activado por las conexiones sinápticas repetitivas entre las neuronas. Y asombrado te preguntaré: ¿No es eso de lo que he estado hablando?
Sonríes. Tus labios hacen combinación con tu mirada y sé lo que quieres decir, pero pondré mi cara número siete, esa que te indica que soy un pendejo que no entiende lo que es la sinapsis y mucho menos de lo que estás hablando, y es que en verdad no deseo por nada del mundo que sepas que he leído El arca de la memoria, novela de Dinorah Cortés Vélez. Me conoces y te darás cuenta que algo te oculto, pero prefiero que te quedes con la duda y cambiar de tema. Mientras brindamos, tú con un margarita y yo con una piña colada sin alcohol la portada marrón con la obra “Id tree” de Marzena Ablewska-Lech llegará sin llamarla. El dolor que llega a mi mente no es por el frio de lo que estoy bebiendo, aunque te burlas de mí diciendo: Freeeeeze! y mientras arrastras las E me llevo las manos a la cabeza.
El dolor no se va, pero apacigua. En donde nos encontramos las bocinas sueltan a Adele con su Set Fire to the Rain y entono el coro que es lo único que me sé, mientras la palabra matriarcal no se me escapa ni pensando en el cuento Raíces de Enrique A. Laguerre. En ese cuento el protagonista decide dejarlo todo por volver a la vida en el campo y su familia tras recordar la vida junto a los suyos. Reconozco que he resumido demasiado el relato de Laguerre, pero debo decir que la palabra patriarcal está presente literalmente y de manera simbólica en ese magnífico escrito. Me doy cuenta que no debía aceptar esta reunión a darnos un trago esta noche. Justo hoy terminé de leer esa novela que me obsequiaste en mi cumpleaños y que me ha causado malestar. Recordar las letras de Dinorah Cortés  en lo que ella misma explica "se las da de fabuladora de su propia vida, de artífice de sus sueños, fantasías y recuerdos, de Pandora de su memoria del trópico, en una biomitografia de ella, de su madre, de sus abuelas y de todas las mujeres de su familia"  ha logrado que una leve depresión asome y hasta tengo ganas de añadirle alcohol a mi bebida. Llega el plato que hemos pedido para “picar”. Me observas de reojo mientras saboreas un mozarella stick bañado en salsa marinara. Sé que volverás a preguntar si leí la novela y busco que decirte, pero me conoces demasiado. Terminaré por exponer la verdad en cuanto utilices ese tono hipnótico con el que sueles hablarme. Hurto una alita de pollo y la embadurno de una salsa blanca de la que no sé su nombre, pero que siempre me ha gustado. Mastico de a poquito, retrasando cualquier conversación. Sonrió cuando vuelves a preguntar. Me conoces y te conozco, no eres de las que te quedas con la duda o de las que permite que te cambien el tema si no es eso lo que precisas.
— ¿Qué te pareció la novela? — dices mientras limpias con tu dedo índice algo de salsa cerca de mi barbilla.
Es magnífica, muy buena — digo sin demostrar mucho.
¡Vamos! — Me disparas — Sonaste a comentario de blog o de facebook. Dime más de la novela.
Te sonrió, ahora son Wisin y Yandel los que suenan en los altavoces y busco dentro del bulto hasta encontrarlo. Lo saco y leo la contraportada marrón en voz alta: Una niña lucha por sobreponerse al trauma de un día familiar en la playa que culmina en tragedia. Con brevedad impresionista, la escritora puertorriqueña Dinorah Cortés Vélez ofrece, en esta su primera novela, un relato de triunfo sobre la adversidad y de regeneración de la experiencia femenina. Unas veces, tiernos, y otras, desgarradores, los recuerdos extraídos al azar del arca de la memoria permiten al personaje principal reinventarse a sí misma, por medio de la creación de mitos matrilineales…
— ¡Eso no fue lo que te pedí! Ya lo leí, ¿recuerdas? ¿Ahora que me dirás? ¿Que la narradora nos brinda la novela bajo el sello de Isla Negra Editores en su colección La montaña de Papel y que va por su segunda edición? — me espetas con sarcasmo.
Tus ojos despiden fuego del bueno. Intuyo que ya es hora de decirte todo. Explicarte que leer este libro me ha causado malestar emocional porque mientras más lo leía más me parecía estar leyendo un diario escrito por mi familia, que vi allí a mi madre, a mi padre, a mis abuelos. Incluso mi niñez volvió a mí, que si me preguntas que es el arca de la memoria tendré que decirte que es cada momento vivido que recordamos con ímpetu. Que es aquel primer beso que me dio Marilú debajo de la casa de Waleska o aquella pelea que tuve con mi primo Carlos por robarme un juguete. El temblequeo que todavía me da cuando pienso en la hermosura de Elizabeth o en la muerte de mis abuelos. En las metas realizadas o en un primer matrimonio fallido y el mortal accidente de mi prima. La masturbación o las pesadillas sufridas, los exitos o los fracasos y las piedras en el camino.
Me observas con detenimiento. Asombrada ves como las lágrimas mojan mi rostro y tu carita se vuelve cómplice de mis pensamientos. Pareces leerlos y colocas tu mano en mi hombro.
Ya los has dicho todo, lo leíste — me dices mientras las bocinas tiran ahora a Fiel de la Vega con Encontrarte es una Historia. El agua en mis ojos logra que te vea un tanto borrosa y que las luces de la cantina parezcan rayos que adornan tu cabello.
Así estuve gran parte del libro — digo mientras me seco las lágrimas del rostro con una servilleta.
— Me alegro en verdad — dices tranquila.
— ¿Ah? — Te miro sin entender esta vez.
— Es que últimamente te desconocía — manifiestas — estabas como insensible ante todo. Parecía que llegarías a ser un gran hijo de puta, ahora tengo la esperanza de que hayas recordado quien eres en verdad. Dime ¿Desde cuándo no llorabas?
— Desde hace mucho — confieso.
— Perfecto, brindemos entonces — dices alzando  el trago que acaban de servirte.
Me niego. Me miras extrañada, pero pronto comprendes cuando me escuchas solicitarle al mesero que me sirva un “Cuba libre” con más licor que Coca Cola.
— ¡Salud! — me dices provocativa. Y brindamos por el regalo de leer a Dinorah y su biomitografia. Mientras saboreo el “Cuba Libre” te miro y me pregunto: ¿Llevamos siendo amigos tiempo suficiente para tratar que pases a ser en mi arca de la memoria un recuerdo  de amor o al menos erótico?
— ¡Cuidado  con esa mirada! — Me interrumpes el sueño despierto y tomas el libro buscando hasta encontrar una página me lo entregas y ordenas que lo lea.
Te hago caso, se trata de la página doscientos tres, esa que Dinorah Cortes tituló Coreografía y te pregunto entusiasmado: — ¿Qué hay con eso?
— Me hubiese gustado grabar tu semblante. Tu mirada me llevó al momento en que leí  ese página, ya que estamos confesándonos; cuando lo leí hace unos días pensé mucho en ti — dices ruborizándote ante tu sinceridad.
Vuelvo a escuchar la advertencia a lo lejos: — ¡Cuidado con esa mirada! — entonces me doy cuenta que he imaginado nuestra conversación referente a la página doscientos tres y le doy un buen sorbo a mi trago. Vuelvo a elevar el vaso y busco brindar  esta vez por la esperanza y por lo que se está por vivir, después de todo hay que seguir llenando el arca de la memoria en esa constante búsqueda de ser feliz.
Sonríes de nuevo y como si me leyeras la mente, una vez más, me dejas claro cuáles son tus intenciones para conmigo al decir:
— ¡Brindo por nuestra sincera amistad!
— ¡Salud! — digo yo mientras abro el libro y en la solapa diviso la foto de Dinorah, esta escritora puertorriqueña que ha logrado ser importantísima en mi arca de la memoria...

***



Angelo Negrón: Sus cuentos han sido publicados en la revista y colectivo Taller Literario y en Revista Púrpura. Forma parte de Cuentos Puertorriqueños En El Nuevo Milenio, antología que recoge 50 cuentos de 50 narradores puertorriqueños contemporáneos. Tiene varios libros inéditos de relatos a los que le ha dado por título: Entre el edén y la escoria, Sueños mojados, Confesiones y Causa y efecto. Además una novela titulada: Ojos furtivos.

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