martes, diciembre 01, 2009

Enseñanzas

Por Angelo Negrón

¿Habrá sido casualidad? Justo ahora que me siento un ser dividido a la mitad llego a mi cuarto y descubro que Neruda ha muerto. Sus ansias de libertad se han cumplido aunque no de la manera que esperábamos. Lo miro flotar en su pecera de bola y su poesía parece querer pegarse de ese espacio ausente de la vida. Mi pez favorito ya no demuestra orgulloso su azul perlado y su agresiva papada. Este pez beta osaba acompañarme en noches despiertas junto al recuerdo de mi amada. Desconozco si se despidió. Tal vez así fue, pero estuve antes de salir preguntándome tantas cosas sobre los recientes eventos en mi relación amorosa que no me fijé...

— ¿Qué sucede? — le pregunté

No dijo nada. El teléfono la escudaba, pero imaginé su rostro.

— ¿Que vas hacer? — le inquirí ante la posibilidad de invitarla a almorzar y que hablásemos de lo nuestro.

— Nada, no voy hacer nada. ¿Qué quieres que haga? Nada. — dijo casi gritando.

Su repetido “nada” disparó mis dudas. Y comenzó una de esas discusiones al teléfono en que verbalizas preguntas aún a sabiendas de que no existe respuesta.

— Nos estas destruyendo —mencioné.
— No me dejas alternativa — señaló.
— Hablemos de frente — le rogué.

Dijo que sí, pero su tono me indicó que perdería mi tiempo. Sucedería como otras veces. Se escudaría en su soberbia y yo en las dudas que me asaltan cuando no puedo reconocer el porqué se esmera en ocultar su rostro en máscaras nuevas que sabe le hacen daño a lo nuestro.

Llego a su encuentro. Antes me he prometido mil veces que no excusaré su desconsideración y altivez con pensamientos de conformismo y tampoco caeré en el drama de tratar de entender sus actitudes. La escucho hablar. ¿Será que padece de bipolaridad? Pienso y me reafirmo en que, por primera vez en nuestra relación, no estoy para comprender y aceptar, sino para ser asertivo con un futuro menos complicado.

Sigue hablando. Osa, sin miramientos, hacerme ver que en su plan maestro ya no soy sino uno más. A pesar de que su rostro refleja, esta vez, la máscara de la dejadez; el mío irradia el antifaz de los recuerdos. La veo besándome, manteniendo divertidas pláticas que rayaban desde lo trivial hasta filosofía o simplemente mirándonos. Ante tal actitud descubro que estoy orgulloso de lo que siento por ella. El amor es algo hermoso y lo que hemos vivido es inalienable. Si no siente lo mismo, o no desea demostrarlo ya, esa es una decisión que debe cargar ella; yo no. Decido pues, vivir de remembranzas. Lo prefiero así. Parece más cómodo recordarla de una sola manera. De la forma en que me brindó los días más significativos de mi existencia. Vendrán otros días, lo sé. Nos despedimos con la promesa de vernos esa misma tarde. No existe beso, ninguno lo propicia, lo que añade a mi pensamiento la confirmación de un adiós.

En la tarde me llama al teléfono móvil y plantea temas triviales. Habla de esto y aquello, pero ni una sola muestra de querer hablar de nosotros. Se ríe de haberse pasado el semáforo y la entrada que la llevaría a estar algunos minutos conmigo. Sigue su camino como si no existieran otras intersecciones donde alcanzar nuevamente la ruta hacia mí y, tal vez, hacia lo nuestro. Me despido. Le digo adiós y ella insinúa un “hasta luego”. Me quedo viendo el atardecer. Hermoso como siempre. Descubro que no ha surgido ni una sola lágrima de mi ser y tal tranquilidad me asusta.

La noche invade el lugar y abandono el parque donde me encuentro. Tal vez regrese alguna vez. Lo haré solo. Transformaré instantes en recuerdos más vivos cuando este allí. Me retiro y la congestión vehicular no ha cesado. Enciendo la radio y me pierdo en melodías que añaden dramatismo a lo que me acontece. Aún así voy sonriendo al llenarme de recuerdos.

Llego a casa y entro. Me recuesto en la silla del escritorio. Enciendo mi computadora. Siento soledad, pero no así vacío: Vuelvo a sonreír ante el repaso de mi promesa: “viviré de remembranzas”.

— Continuaré disfrutando de su amor aunque no de su presencia física — me digo a mi mismo mientras mi sonrisa se vuelve complacencia. Busco con ahínco la foto que nos tomamos juntos en un restaurante y mi sonrisa se disuelve. Justo al lado de esa foto diviso a Neruda flotando inerte. La lagrima brota sincera. Lo he perdido. Lo tomo en mi mano y camino pausadamente hacia el jardín. Luego de un sepelio improvisado busco su foto digital y la imprimo. Escribo debajo de la foto palabras que le robo al tocayo de mi pez: Pablo Neruda.

"El mes de Marzo vuelve con su luz escondida
y se deslizan peces inmensos por el cielo,
vago vapor terrestre progresa sigiloso,
una por una caen el silencio de las cosas".


Con cinta adhesiva pego el impreso en su pecera y me digo que tardaré en adquirir otro pez para mi escritorio. Neruda seguirá acompañándome. No pensaré en su muerte sino en su vida y lo que me brindó su compañía. Contesto mi pregunta sobre si será una casualidad o no estos dos acontecimientos que me han sucedido hoy. Dictamino que fue más bien causalidad. Neruda se impuso en darme una lección y ella a mostrarme su verdadera esencia. Siempre tiendo a enaltecer el amor y no cesaré en mi empeño. Lo que dejaré de idealizar es a las personas y a mi mismo. Somos humanos capaces de ser dioses de nuestro destino. El mío, como el de todos, no está construido aún. Si así fuera, no estuviese aquí: Estaría acompañando a Neruda. Pero eso si, hoy aprendí en carne propia algo que he escuchado siempre y a lo que no le había prestado atención: Hoy asimilé que esta vida es una y hay que disfrutarla a plenitud. También daré más importancia, si es eso posible, a las remembranzas.

— Seguiré orgulloso de lo que siento. No tiene que esfumarse este sentimiento de amor que logró sembrar ella en mí. Tal vez algún día decida regresar a ser quien fue cuando éramos nosotros lo importante. Si ese día, debido a los recuerdos, sigue este corazón latiendo de igual forma por ella: Mi boca buscará besarla de inmediato. Por el contrario, si ya mi corazón late por alguien más, entonces será ella quien tal vez, si no ha aprendido, aprenda el poder del amor, los recuerdos y los buenos amigos: Si no lo ha hecho para ese entonces... le regalaré un pez…

lunes, noviembre 23, 2009

En alta voz: desde la poesía, la narración y la creación

Recital de Sheila Candelario y Hector Torriente





El martes a las 7 PM en Biblioteca Carnegie
Los escritores puertorriqueños Sheila Candelario y Héctor Torriente ofrecerán el recital titulado En alta voz: desde la poesía, la narración y la creación, en la Sala Luis O'Neill de Milán de la Biblioteca Carnegie en San Juan. El mismo se efectuará el martes, 24 de noviembre de 2009, a las 7:00 pm.

Sheila Candelario es autora de Instrucciones para perderse en el desierto. Publicado bajo la editorial colombiana Palabra Viva en el 2004, el mismo reunió su obra poética y narrativa que se encontraba dispersa en revistas y antologías hispanoamericanas. En Puerto Rico, durante la década del 90, fue parte del catálogo de escritores de la revista Taller Literario. En el circuito cultural de Nueva York, Candenlario ha participado en lecturas y encuentros de escritores en salas como El Nuyorrican Poets Café, Bowery Poetry Club & Café, Galería Mixta, Hunter College y Trazarte, entre otras. Esta escritora se ha desempeñado como Catedrática de Literatura Latinoamericana en diversas universidades en los Estados Unidos. Actualmente enseña en la Universidad de Fairfield en Conneticut. En el 2010 se publicará su libro de narrativa corta Geografías Dislocadas.

Por su parte, Héctor Torriente es el pseudónimo que utiliza en los linderos poéticos el catedrático, investigador y profesor de la Escuela de Comunicación Pública de la Universidad de Puerto Rico, Héctor Sepúlveda. Autor de títulos como Bajo asedio (Comunicación y exclusión en los residenciales públicos de San Juan), y Suaves dominaciones (Críticas y utopías de los medios en Puerto Rico), Torriente nos obsequia en su obra más reciente Pichón de mime careto una colección orgánica de cuadernos poéticos. Anda buscándote el amor, Patrios sueños del Vallebuco, Soledumbres y Cronotristezas, son los títulos incluidos.

En alta voz: desde la poesía, la narración y la creación será moderado por el escritor y comunicador Carlos Esteban Cana, fundador del colectivo Taller Literario. El evento será amenizado por el guitarrista clásico Félix Rodríguez y se sortearán libros de autores hispanoamericanos entre los asistentes.

domingo, noviembre 01, 2009

Ofrenda a una Diosa

Por Angelo Negrón



— La verdad es que tuve razones para separarlos. Odiaba la forma en que él la tocaba. Saber que también la hacia suya, cuando así lo deseaba, me obsesionó tanto que los celos me cegaron. Pensaba que al librarme de él, sería sólo mía y me equivoqué. Se marchó de mi lado aunque no de mi vida pues su recuerdo aún me persigue. La conocí una noche en que motivado por la curiosidad entré en Internet a “chatear”. Después de haber perdido mi tiempo por varias horas leyendo y escuchando tonterías, leí sus palabras dirigidas a mí. Juro desconocer que fue lo que le motivó a hablarme, tal vez el seudónimo que utilicé o la búsqueda de aventuras, pero de algo estoy seguro: esa noche la pasé divino.

Ella se expresaba como los Ángeles. Tenía tanto de qué platicar y yo quedé sorprendido de lo maravilloso que podía ser conocer a alguien oculto en la cuadrada forma de un monitor, en el sublime antifaz de la distancia. Luego, existieron cientos de noches de charlas divinas y miles de correos electrónicos donde fui conociéndola a tal grado de enamorarme de su alma sin importarme el físico que no conocía. Esperaba esos correos electrónicos que me hacían completamente feliz como se espera el alimento cuando más hambre se tiene.

Llegó el momento en que pude escuchar su melodiosa voz a través del teléfono y también el instante en que pude ver su físico en una foto que me envió por “e-mail”. Fue sensacional, era hermosa en verdad y me obsesioné doblemente. Por eso el día en que la conocí en persona mis ojos no hacían más que querer escaparse en su mirada. Entablamos una amistad más profunda. Cuando la besé tras ella pedírmelo me transporté a una boca deliciosa, a los labios más tentadores que me hayan besado jamás. El deseo transformado en lujuria, después de varias salidas, fue venciendo nuestra timidez. Conocimos nuestros cuerpos desnudos y eso fue celestial. La acaricié como sólo el amor puede hacerlo.

Siempre nos desnudábamos frenéticamente. Su vientre encendido fue mío. Sus pechos se acoplaron a mi boca. Pude palpar el deleite en toda la extensión de su cuerpo. Manosear toda la dimensión de su clítoris hinchado a la espera del embestir de mi lengua haciéndola transportarse al olvido de que existía alguien más que no fuese yo. En toda mi vida de creerme un consumado amante nunca había sentido sensaciones iguales, ni siquiera cuando en mi juventud temprana aquella mujer mayor me hizo esclavo de su ardiente sexo y pensé que me había enseñado el camino a la lujuria.

No fue así. Son tantos los senderos a la carnalidad y el deseo que te das cuenta que el perfecto equipaje para que dos cuerpos desnudos sean felices no es otro que el amor verdadero. Con esta conquista lo descubrí. Y es que la forma en que temblaba mi piel de sólo pensarla me inculcaba cada vez muy adentro la necesidad de poseerla. Mi erección era instantánea de tan sólo sentirla cerca pues parecía tener siglos de experiencia condensados en su boca y en su cuerpo que se movía sobre mí con el ritmo de la pasión creciente, con la calma de quién devora al amante soñador de lascivia.

Aún pienso con vehemencia en mis dedos perdiéndose en sus cabellos, en mi mano dejando de ser mía cuando estaba entretenida en sus pechos y en mi boca extraviada en el promontorio placentero de su bajo vientre. Añoro su espalda curvilínea a la hora de probar la rígida erección de mi ser. ¿No se te hace la boca agua? ¡Piénsalo! Piensa en sus dulces labios llevándote a olvidar todo lo que no sea placer, lujuria y sobretodo amor.

Definitivamente ella es el amor que busqué escondido en años de noches solitarias y amaneceres incompletos. El deseo más oculto de sentir el placer más divino y la innumerable sensación de estar en el cielo constantemente. Por ella se originó la parte más inolvidable de lo que me ha tocado vivir. La felicidad se desborda en todo mi ser.

¡No me mires así! Ya sé que también compartía sus atributos con alguien más. Nunca mintió. Jamás ocultó el hecho de que era casada. Al principio no me importó. ¿Qué podía hacer? Llegué tarde a su vida y no era su culpa. Los celos me consumían cuando no podía estar con ella como deseaba. El tiempo en que lográbamos compartir se limitaba a la sombra de otro y eso me desquiciaba por completo. Así que decidí eliminarlo de nuestro camino. El plan tenía que ser perfecto.

Me dediqué a seguir la rutina en que mi contendiente vivía. No fue fácil. Tropecé con la obligación de verlos caminando tomados de la mano o besándose apasionadamente demasiadas veces y como si yo no existiera. Mi amor por ella me hacía perdonarla, pero a él lo odié como nunca pensé podía llegar a odiar.

En mi persecución pude notar que mi rival tenía una vida perfecta, pero lo que en realidad le envidié a mi antagonista fue el hecho de que cada mañana cuando abría los ojos se encontraba el cuerpo desnudo de mi amada y que cada noche podía hacerle el amor a su antojo. Bajo estos pensamientos que me volvían loco concebí todo y fue más fácil de lo que yo creía.

Me explico: en una de las salidas que tuvimos, mi amada y yo, nos fuimos de compras al centro comercial. Tomé sus llaves sin que se percatase. Me encargué de sacarles copia mientras ella estaba en el probador de damas midiéndose uno de esos trajes que tanto me gustaba quitarle. Y ese día, le arrebaté el que llevaba puesto. Después de hacer el amor hasta en el garaje del motel supe que mi plan funcionaría. Me confesó que al día siguiente estaría en un seminario del trabajo y su esposo la pasaría en casa solo. Ante la certeza de que, tras la desaparición de mi contrincante, no la vería por un tiempo me propuse poseerla ese día las veces necesarias para que me empalagara su sexo, pero no logré abastecerme de ella. Es que es increíblemente apetecible. Mírame, de sólo recordarlo nace en mi una erección.

Ja, ja, ja ¿qué te parece? Bueno... Esa mañana en la que consideré que me libraría de él, esperé a que ella se fuera para su seminario y con la copia de las llaves entré hasta su dormitorio donde lo encontré profundamente dormido. Tomé una de las almohadas y usándola para amortiguar el sonido de esta automática le disparé justo en la cabeza. Su sangre corriendo rápidamente por las sabanas blancas de su cama me hicieron sentir muy bien. Reconocí en ese instante que compraría otra cama donde pasar los próximos años que me quedaban de vida con la viuda de ese hombre al que se le ocurrió amar a la misma mujer que a mí. Sin dejar una sola huella me dediqué a revolcar el aposento y a sustraer todo lo que encontrara de valor para que se entendiera que había sido un robo. Me marché de allí a enterrar las joyas que encontré escondidas en el closet no sin antes forzar la puerta de entrada.

Le di varios días a mi amada para que pasara el duro golpe de perder al inútil de su marido. Me sorprendió sobre manera cuando la llamé varias veces al trabajo y no respondió mis llamados ni los mensajes que deje grabados en su “voice-mail”. Seguí investigando hasta que descubrí por medio de un familiar que ella se había ido de viaje para despejarse por la muerte de su esposo a manos de un asaltante. Conseguí la dirección donde ella se encontraba. Tomé un vuelo que me condujera a sus brazos. ¿Quién mejor que yo para consolarla? Al llegar se mostró claramente sorprendida. Comenzó a llorar cuando le recriminé por haberme dejado solo y no permitirme ayudarle en su momento de dolor. Ella me pidió perdón. Cuando le ofrecí mi pecho para recibir su abrazo se negó diciéndome que había recapacitado y no quería nada conmigo. Dijo que tras la muerte de su esposo se había dado cuenta que lo amaba en verdad y por mí no sentía nada. Que yo había sido sólo una aventura de la que se arrepentía pues la memoria del hombre que amó la perseguía y no volvería a amar a nadie más.

¿Puedes creerlo? Mis ojos estallaron en dolor. Por más que traté de hacerle ver todo el amor que ella sentía por mí, me rechazó en cada intento. Yo moría por dentro. La verdad, aún no sé si aprendí la lección. A veces me da con pensar que si no hubiese apartado a mi competidor, nosotros estuviéramos juntos y ya la hubiese convencido de mudarse conmigo a mi cama, donde la extraño demasiado. De hecho, cada vez que pensando en ella juego conmigo mismo logro la erección, pero nunca puedo terminar de darme satisfacción pues la necesidad de ella en mi lecho es genuina.

Ahora dime la verdad ¿Alguna vez te ha hablado de mí? No creo eso de que no te haya contado lo sensacional que soy en la cama. Ella misma me enseñó. Me mostró el camino del gozo inmenso y sin igual de eyacular basándome en el amor verdadero. ¡No mientas! Si he sido sincero contigo al contarte esta historia es porque lo menos que espero de ti es la respuesta que necesito escuchar. Ella prometió estar sola, que no volvería a enamorarse de nadie más. Disculpa si estoy llorando, ella me convierte en un ser débil. No la he matado porque debo convencerla de regresar conmigo, además, prefiero observarla de lejos que visitarla en el cementerio. ¿Me estas diciendo que sí?¿Qué te habló de mí?¿Qué? ¡Ya te advertí que no me mintieras!

¡Mientes! Estoy seguro. ¿Tienes miedo de que estropee tu cabello con una de estas balas? Escúchame. Así será. Como te dije hace un rato mientras te ataba en esa silla, nadie puede amarla como la amo. Por eso cuando la semana pasada la vi saliendo tan acaramelada contigo del cine me sentí morir. ¿Qué clase de patrañas le has dicho? ¿Cómo pudo olvidarse de que la estoy esperando? ¿Qué le vió a un pendejo como tú? ¡Que se joda! Ya no me importa. ¡Cállate! No supliques más. Nadie te escuchará. Sólo me resta decirte que si estas enamorado de ella lo entiendo. En verdad es una diosa. Pero no te preocupes, no tendrás que celarla como yo, pues ella: o es mía o de nadie...

Y en el aposento de aquella casa abandonada, que servía de altar para el sacrificio ofrecido por un loco enamorado, sonó el disparo que inundó todo. La detonación logró que otro corazón dejara de palpitar. Y sólo porque se atrevió a amar sin medida a una diosa cuando apenas era un simple mortal...

lunes, mayo 04, 2009

Conversaciones II

Por Angelo Negrón
...en el mismo bar. Esta vez no hay clientes que yo conozca. Escogí la mesa más lejana de la barra y hablo, como algunas veces, con… mi conciencia…
— Veo, veo…
— ¿Que ves?
— Una cosita…
— ¿Con que letresita?
— Con la letresita O
— Obtener.
— No, esa no es.
— Orgasmo.
— Je, je, je. Esa tampoco.
— Ofrenda.
— Creo que no adivinaras.
— Obsesión.
— Estoy algo obsesionado con la palabra que debes adivinar, pero no, esa no es.
— ¡Me rindo!
— ¿Tan pronto?
— Si, quiero saber.
— La palabra es Olvido…
— Estuve a punto de decirla y la obvie.
— ¡Perdiste!
— Si. Y ¿todavía piensas en olvidar? Mientras tratas de olvidar es porque todavía recuerdas.
— Si, lo sé. Pero, quiero olvidar o al menos no pensarla tanto.
— Ja, ja, ja. Eso mismo dijiste hace mucho y aún sigues recordándola.
— Es que el amor es así… Además, no se olvida de la noche a la mañana lo que has vivido con sinceridad.
— Creo que no se trata de olvidar. Sino de recordar.
— ¿Qué dices?
— ¡De eso mismo! Te la pasas quejándote de querer olvidar algo que fue hermoso.
— Si, pero es que no terminó bien.
— ¡No importa! No terminó bien, porque aún no ha terminado. No al menos de la forma en que lo estas haciendo. Entiéndelo; Mientras quieras seguir olvidándola; ese final sigue de la forma incorrecta. No habrá nada que te aliente. Ninguna respuesta que te de cualquiera, ni tu mismo, será la correcta. Es mas, como te dijo aquella amiga en la universidad: “es que aunque ella regrese y te de mil explicaciones y mil excusas, ninguna será valida porque estas bien dolido.
— Si, es como Shakira: “No solo de pan vive el hombre y menos de excusas vivo yo…”
— ¡Lo ves! ¡comprendes lo que digo! La manera correcta es que la recuerdes. Cada día, cada momento. Sin dolor, con la alegría de haber podido conocerla, de haber podido compartir con ella. Cuando logres esto, será muy fácil dejar de sentir esa amargura, esas depresiones y sobre todo ese obsesivo querer olvidar.
— ¡Si fuese tan fácil!
— No seas pendejo. Si, es muy fácil. ¿Recuerdas a la primera mujer que besaste?
— ¡Claro que si!
— Al principio cuando dejaron de verse ¿Cómo te sentiste?
— ¡Destruido!
— ¿Ah si? Piensa en ella, que recuerdas.
— Recuerdo su nombre: Mariluz, el color de su cabello: Rubio, sus ojos: Café: sus labios: poco pronunciados, su cuerpo: esbelto, su…
— Perdona que te interrumpa en tan descriptivas lista de palabras, pero es que; me refería a como la recuerdas: ¿con amor profundo, con odio y angustia?
— ¡Nada de eso! La recuerdo con mucho cariño. Me enseñó el poder que tiene un beso.
— Por eso. ¡Tu mismo te contestas! Primero mencionaste que quedaste destruido y ahora dices que la recuerdas con cariño.
— ¡!
— Con el tiempo veras que los momentos que vives son mágicos. Y que si los recuerdas como lo que son, ósea, vivencias, serás feliz…
— Esta bien, pero es que ella no es cualquiera. No se trata de una niña, sino de mi alma gemela.
— Lo sé. Acaso te olvidas de con quien estas hablando. Debes creerme; en vidas pasadas hemos tenido esta misma conversación…Entiéndelo de una buena vez: debes recordar lo feliz que has sido y lo demás llegará por añadidura.
— Lo intentaré…
— No, ¡hazlo!
— Lo haré. Ahora será mejor que nos bebamos algo. Te estas obsesionando.
— Ja, ja, ja. Un guardia diciéndole policía a otro…
— Bueno, al menos yo lo acepto. Soy un enamorado-obsesionado que busca olvidar.
— Que buscaba olvidar. Ahora recordaras.
— Brindemos por eso. Recordémosla. ¡Veo, veo!
— ¿Qué ves?
— A ella…
— ¿Cómo la ves?
— Amándome…
— ¿Con que letrecita?
— Con el abecedario completo…
— ¡Espera un momento! Eso no rima…
— ¿Qué no? Tendrías que vernos; somos dos rimas libres en el poema de la vida…

viernes, abril 17, 2009

EN LAS LETRAS, DESDE PUERTO RICO

por Carlos Esteban Cana

El panorama literario en Puerto Rico recibirá
durante el 2009 la colección Docenas de hornero,
empresa que reúne, por primera vez,
la vasta obra cuentística de Antonio Aguado Charneco,
bajo el sello editorial Biblioteca d Taller.

A continuación, ofrecemos a los lectores de Confesiones
un adelanto. Se trata del cuento Nieblinero,
incluído en el tomo Soseiva Sotaler en los umbrales umbríos.




NIEBLINERO


Amaneció con barruntos de mal tiempo. Las nubes oscuras se movían bajitas, ocultando los topes de las montañas circundantes; la niebla emanaba y era capturada en las ramazones de árboles y arbustos. Nubes y niebla se unieron para componer la neblina que desdibujaba los contornos familiares: la choza y el establo, la letrina y el galpón de los aperos.

La mujer se acarició el vientre, henchido de vida, mientras vertía el agua caliente sobre un colador con harina de café; el agua borboteó en su monólogo y el café dialogó en sus emanaciones aromáticas. Ella llenó dos tacitas hechas de coco, respiró el olor y rió con satisfacción; la vida le era grata por acá, en el campo, con un tornar a la naturaleza y las cosas sencillas, lejos de la turbulenta ciudad. Con la pensión de veterano incapacitado, de su marido, suplementando lo que sembraban y criaban, vivían bastante bien.

Cuando cuchareó el azúcar moscabada se dio cuenta que la misma se estaba terminando; llevó los coquitos humeantes hacia las hamacas, colgadas cómo signos de paréntesis caídos, bajo los centenarios árboles de pomarrosa que sombreaban la plataforma de tablones en el patio. Al verla aproximarse el hombre reclinado se movió para quedar sentado, con una pierna a cada lado de su hamaca. Él le sonrió al exclamar: --¡Gracias cariñito!-- al aspirar añadió: --Umm, qué rico cuelas.

--¿Nada más que eso hago rico?--
con soslayo de ojos preguntó ella.
--Maliciioosa.-- con un guiño ripostó él.
--Ya hay que comprar par de cosas, las galletas de soda se acabaron y el azúcar casi. Si quieres yo voy al colmado en lo que tú volteas la finquita, a ver si consigues unos racímos de plátanos y guineos.-- comentó ella mientras sorbía.

--Bien. Trae salchichón, para hacer una tortilla, que ya averigüé dónde una de las guineas tiene nido.-- manifestó él entre trago y trago. Unos ruidos, cómo de rebuznos, emergió desde las conejeras. Las dos miradas giraron en la dirección de los sonidos y una tristeza ensombreció los rostros. Un niñito, de algunos tres años, alimentaba con yerbas a los conejos; sus ojos, de un verde maravilloso, buscaron a las personas y en la agraciada faz del infante la boca se trocó en risas. Volvió a escucharse el rebuznar, de tétrica resonancia, seguido por palabras initeligibles... y todo ello provenía desde el niño.
La mujer echó a caminar hacia la casa; en tanto se alejaba comentaba:

--Me voy para la tienda, llévate tú al nene.
Mudamente el hombre asintió con movimiento de cabeza, su vista fija en la criatura eñagotada en el suelo, y por lo bajo dijo: --Mi pobre Angelito.

Con dedos desfigurados, que se adherían a los muñones a la altura de los codos, el niño echaba yerbajos por las ranuras en las jaulas mientras las grotescas carcajadas se sucedían en tono cada vez más alto. El padre pensó: “Los médicos dicen que en la barriga de la madre hay una nena y que todo luce normal... hasta ahora... pero claro el cuerpo es una cosa y la mente otra; el retardo mental no se puede determinar todavía. Maldito agente naranja”.

El hombre salió del abrazo de la jamaca; se encaminó hacia el establo. Cuando ensilló la yegua le puso dos banastas; una serviría para transportar al niño y la otra para acarrear los productos de la campiña. Acomodó al crío, y luego se terció el machete en el cinto; trás colocar una reata en el pomo de la silla, trepó sobre la jaca, y se lanzó a recorrer el trillo que se adentraba por la espesura.

Un trueno ronroneó en la distancia... El estacato del pájaro carpintero horadó el nieblinero, lúgubremente apagado por la bruma. Por algúno de los vericuetos de su mente resurgió Vietnam... A veces... algunas cosas le hacían recordar la vorágine aquella. Por eso vivía menos preocupado alejado de los grandes centros urbanos; ellos estaban poblados de ruidos intranquilizantes, como las contra explosiones en los autos, los intercambios de plomazos por los policías y las gangas, o entre ellas.

Por acá, a veces, el bosque le recordaba las junglas del sureste asiático pero los trinos de las aves pronto le decían que no; le indicaban que esto no era lo mismo ya que los pájaros de allá eran silentes, la guerra les había asustado el cantar, les había espantado el regocijo.

Un refucilo enceguecedor alumbró su miedo, un atronador ruido cómo de cañonazo causó que él se tirara al suelo. Reptó el hombre por el fango. El agua comenzó a caer. Luego, mientras él proseguía arrastrándose, empezó el diluvio; el terreno saturado se encenagó con rapidez y el barro lo embadurnó del todo: boca, nariz, orejas... los ojos.

En su entorno los celajes de luz y las detonaciones se sucedían; ellos no permitieron que el veterano en el suelo viera y escuchara el aercamiento de una silueta hasta que la misma se le encimó; hurgó él por el hojarasca enfangada en busca del arma de fuego, que creyó tener, al no encontrarla empuñó el machete; encauzó el tajo hacia la difusa aproximación; sintió el metal morder carne; se alegró al evidenciar que la testa del vietcong caía desprendida del torso.

Tan súbito como empezó el aguacero fue su escampar. Cesaron los relámpagos y truenos; sólo quedó la peste de aire quemado, que los árboles fusilados por los rayos, esparcían en la floresta. Tembloroso, con el machete ensangrentado por delante, el hombre se acercó a la figura caída. Sus pupilas se espejaron en los ojos desorbitados de... la cercenada cabeza de su mujer.

El alarido que emanó de todos los poros del hombre atemorizó a las aves del bosque tanto que... las silenció. El veterano permaneció enraizado en el cieno, con la mirada fija en la figura postrada; el metal sangrante se resbaló de su mano y el presente volvió a obliterar al pasado.

Tambaleantes fueron los pies que regresaron a la cabalgadura. Ante las carcajadas estruendosas del infante las manos destrabaron el cáñamo enroscado en el pomo; mientras los pasos se encaminaron hacia un roble los dedos iban haciendo un nudo corredizo y el hombre murmuraba lo mismo:

--Maldita sea Vietnam... me cago en la madre de mister Nixon... me cago en Vietnam... maldito sea mister Nixon...

El veterano encaramó hasta alta rama y en tanto se ajustaba la corbata de soga escuchaba la voz de alguien que, con tonos sarcásticos, le susurraba:
--El agente naranja hace milagros y la nena nacerá con dos cabezas, para donarle una a la madre.
--¡Cállate cabrón!-- tras el salto al vacío el hombre añadió: --¡Nixon hijoeputa!-- el tensar de la cuerda amputó otra exclamación: --¡Maldi...
Sólo se escuchaban las risotadas del niño, y lo único que se olía era el aire quemado por las centellas... con su hedor de averno.



Antonio Aguado Charneco***
Nació en Arecibo, tierras del Cacique Jamaica Aracibo, señor de las márgenes de Abacoa. Es narrador efectivo en la traslación del lector al mundo primordial, manejador del vocablo taíno y guerrero experimentado en las lides de construir episodios del mundo original de nuestros antepasados, como les llamaba Corretjer. Sobresalen en su obra con fuerza y realismo mágico las novelas Bajarí Baracutey: el taíno de la cueva (1993), mención honorífica en el certamen del Ateneo; Anacahuita: Florespinas (2006, EDUPR), primer premio en los Juegos Florales de San Germán. Así como Ouroboros: seis cuentos galardonados (1985), premiado por la UNESCO y Sendero umbrío –cuentos- (1997). Entre sus obras inéditas destacan las novelas Guarocuya (3ra de la saga indigenista); Mediomundo (en torno a unos inmigrantes de Islas Canarias); LuzAzul (de temática erótica) y las colecciones de cuentos: Narcocuentos; Al sur del ombligo; Flores de muerte (relatos de Méjico); Cuentos con Zeta; Hálitos del Averno (antología) y Soseiva Sotaler en los Umbrales Umbríos. También tiene varios libros de ensayos.

sábado, abril 04, 2009

Conversaciones I

Por Angelo Negrón

Reunidos en un bar de la calle Luna en San Juan comencé una ronda de preguntas:

— Oigan —Les dije— ¿Que le dirían a una mujer para recobrarla?
— Eso depende — contestó Miguel de Cervantes — pero yo le diría: Vuelve aquí, debes ser mi Dulcinea…
— Pero, eso no es un pedido; es una exigencia— lo encaré Necesito mil palabras que le hagan ver que la necesito conmigo por las buenas.
— “Más vale una palabra a tiempo que cien a destiempo”— dijo.
— ¡Ay Miguelito! Que cierto es eso. Sólo tengo una pregunta: ¿Cómo reconozco el momento indicado? ¿Cuándo es: “justo a tiempo”?
— ¡Pues bien! Tu pregunta es valida. Sólo puedo contestar que te darás cuenta después de que hayas dicho muchas a destiempo, luego de que hayan dolido y sea tarde o bien cuando al decirlas recibas lo que esperas…Solamente tu sabrás…adelante; habla…
— Está bien…Diré una palabra... debe ser apropiada… a ver… ¡Ya sé!… La amo.
— Esas son dos palabras…— ¡Cierto! Diré entonces el sinónimo a esas dos palabras, diré su nombre. Sería una sola palabra. Acércate te lo diré en voz baja…
— ¿Y porque tanto secreteo?
— Confió en ti, pero no así en los demás. En este bar hay muchos poetas y estoy seguro que saldrían de inmediato a tratar de enamorarla. Tú no, Mira que tu mejor obra es de caballería…tu mejor obra es de caballería…
—Está bien, dímelo al oído…
...
— …Cierto, esa es una sola palabra, pero déjame decirte que su significado es derivado de un nombre hebreo y de la palabra antorcha. ¿Qué opinas?
— Te creo, ella fue y ha sido antorcha en mi vida. Alumbró mis noches despiertas y sigue, a pesar de todo, siendo lumbre en esta oscuridad de soledades…Sabe hacer, mas que el amor: amor y eso hemos sido, dos enamorados que pueden juntos derrumbar mil pesares, pero que separados nos hacemos débiles…Ella es la parte feliz de mi vida y la que corona mis sueños de hombre, ella es…es todo.
— Je, je, je. Tú estas enamorado…
— Ja, ja, ja Nada más cierto…— Entonces, ¿Lucharías contra molinos?
— Si ella así lo quiere, y me necesita, allí estaré...
— Cantinero, ¡otra copa!… ( No debió decirme su nombre. Sé donde ella vive. Olvido que Don Quijote es una novela de caballería, pero también lo es de amor).
— Debo irme de inmediato…había olvidado que hoy llega el cheque de las regalías de Don quijote”.
— Está bien, gracias por los consejos…
— Hasta luego.— Hey…Miguel. Olvidaste algo.
— ¿Que cosa?
— Tú en estos momentos eres producto de mi imaginación. Sé lo que piensas. No importa. Puedes ir donde ella en este instante. Te darás cuenta que me ama…
— Sólo quiero intentarlo. Llevo demasiado tiempo solo y si tú no sabes aún como hablarle ese es tu problema.
— No, no es mío, es de ambos. Ella y yo lo lograremos y si no; lo que hemos vivido juntos es superior a todas las hazañas de tus personajes…Además; si te enamoras de ella te veré de regreso muy pronto en este bar; para beber y tratar de olvidar.
— Conozco lo que al alma le conviene, sé lo mejor, y a lo peor me atengo.
— ¡Vamos! No hice más que hablarte de ella y decirte su nombre y mira como estas. Imagínate si logras mirarla a los ojos. Además, ella me prefiere a mí.
— Es de vidrio la mujer, pero no se ha de probar, si se puede romper porque todo podría ser.
— Lo sé. Pero, míranos; nos amamos con todo el ser y aún así: llevamos extrañándonos sesenta y cinco días. Todavía no encontramos las palabras correctas para unirnos de nuevo. Tal como me pasó a mi te llenara el rostro de de pena.
— Mas vale la pena en el rostro que la mancha en el corazón.
— Esta bien…Inténtalo…se feliz intentándolo. Sé que no lo lograras, pero es mejor que lo intentes.
— Es tan ligera la lengua como el pensamiento, y si son malas las preñeces de los pensamientos, las empeoran los partos de la lengua…
— Si, es cierto, pero también dijiste alguna vez “Si da el cántaro en la piedra, o la piedra en el cántaro, mal para el cántaro”. Y créeme, en este caso tú serás el cántaro…
— Brindo porque no sea así…
Levanté mi copa y le di la espalda. Seguí sumido en mis pensamientos. Dos horas después regresó Miguel de Cervantes, no tan solo con la pena en el rostro, sino también con la mancha en el corazón. La había visto de lejos, su hermosura lo cegó. Cuando se acercó a ella la vio observando una foto y al tratar de hablarle sólo recibió la pregunta de si sabía de qué forma recobrarme. Me puse de pie y lo abrasé agradeciéndole la buena noticia. Me acerqué a un espejo continuo a la barra, busque peinarme un poco dispuesto a salir en la búsqueda de mi amada. Antes de hacerlo vi a Miguel, comenzaba a embriagarse y escribía en una servilleta mientras recitaba:

— En un lugar de la mancha, de cuyo nombre si quiero acordarme…

sábado, marzo 14, 2009

Gotas

Por Angelo Negrón

El agua se desparramaba. Visitaba cada redondez de su cuerpo. Danzaba sin detenerse entre millones de poros, como lo haría yo, al disfrutar tan exquisito recorrido de caricias. Su piel se transformaba en luces de sentidos y sus pechos, como dos versos que adornan el más hermoso poema de amor, renacían erectos ante el contacto de mis ojos.

Antes de verla bañarse nos poseímos con frenesí de amantes. Lo que comenzó con tenues besos y varias miradas siguió con desvestirnos. Al quitarnos la ropa nos convertimos en necesarios uno del otro. Acoplando nuestros sexos; tocándonos por dentro y saboreando intimidades y secretos; nuestras almas fueron una.

Las gotas siguen rodando. Ante la luz brillan como la escarcha y ella pretende secarlas con una toalla sin darse cuenta de que mi mirada esta concentrada en cada una de ellas y en lo que son capaz de hacer. Parecerá tonto, tal vez así sea para algunos que no aprovechan el tiempo real del verdadero amor, pero yo, que la amo, tengo la creencia de que si me asomo lo suficiente a las gotas de agua que recorren la piel de quién amo podré ver en ellas algo más de su alma. Parecerá imposible, sobre todo cuando reconozco que verla serena justo después de haber explotado de pasión es el regalo de su infinita alma que se columpia conmigo.

En cada gota, veo su alma brillante; libre de oscuridades. Perfecta ante lo imperfecto. Secretos almacenados en poros eternos. Fragmentos de su mente y de su corazón que se niegan a comprender que me aman como yo la amo; con desesperación, vehemencia; con todo el ser…

La veo desnuda y mojada; las gotas son de plata, fuego y sueños. Las gotas me ordenan que sea yo el esclavo de sus fantasías…

La toalla; ¡Un pedazo de tela se encargó de destruir mi contacto astral con su alma! No, esperen. No son las gotas el único medio de comunicación; también están sus ojos. En ellos también he visto agua. Gotas derramadas debido a la incomprensión del dios destino. Pero sus ojos son sabios; en ellos me veo; amándola y siendo correspondido…No importa lo que suceda; cada parte de su ser me recuerda que la amo y que no existe nada más importante.

El universo se recrea: Afuera esta lloviendo; adentro las gotas siguen inundando cada pulsación y cada neurona. Repito su nombre una y otra vez mientras me muerdo los labios al recordar la pasión con la que acaba de amarme y la senda escogida por las gotas en el descenso desde su cabello hasta sus pies; mi lengua envidia el sendero y mis manos están dispuestas a seguir el mapa trazado que no olvidan ante la certeza de transitarlo nuevamente lo antes posible, lo antes necesitado…

Afuera sigue lloviznando, adentro; adentro es una tormenta que no concluye…

domingo, febrero 01, 2009

Siete días

Por Angelo Negrón

Al principio ella estaba sola. La tierra estaba desierta. Las tinieblas cubrían los abismos mientras con amor volaba solitaria por el lugar. Luego, mientras dormía, soñó que me mostraba sus ojos y se hizo la luz. Percibió que el amor que sentía debía ser compartido con alguien más. Como deseaba poseerme decidió crear la noche. Vio que la luz era magnifica. La separó de la noche. Llegó el atardecer y luego amaneció y apareció el día primero.

Descubrió que debía construir un firmamento en medio de las aguas que separara la lluvia del río o del mar. Le llamó cielo. Recordó que en su sueño me escucharía decirle “mi cielo” en tantas veces como mi voz lo permitiera. Y así sucedió: Atardeció, amaneció y apareció el día segundo.

Júntense las aguas en un sólo lugar y aparezca el suelo seco pues pienso habitarlo del hombre que soñé y que ya amo sin siquiera haberlo visto en carne y hueso — ella ordenó.

Y se hizo el mar. Luego al suelo seco lo llamó tierra. Y vio que todo era como ella deseaba. Recordó que ella también sería tierra y recibiría alguna vez la semilla de aquel hombre. Decidió igualar al planeta dándole árboles frutales y pastos silvestres. Y todo le iba de las mil maravillas. Y amaneció, atardeció el día tercero.

Entonces al ver que aún no llegaba el hombre de su sueño comenzó a llorar. De sus ojos brotaron lágrimas que se convirtieron en estrellas con las que adornó el firmamento. Al ver que se veían lindas decidió crear, otras dos; una grande y una chica. El sol le llamó a la que demostraba el calor de su pasión y luna a la que manifestaba el sentimiento de su alma. Ordenó que ambas estrellas vivieran en una simbiosis perfecta donde una necesitara de la otra. Y así fue; la piel sentía lujuria y más ardía cuando existía amor. El alma se volvía más sentimental cuando sentía pasión y lujuria. Y atardeció y amaneció el día cuarto.

Meditó cual era la razón, si alguna, por la que no se cumpliera su sueño aún. Notó que todo estaba en silencio. Dictaminó que se llenaran las aguas de movimiento y en ellas vivieran los seres marinos. Se entretuvo en especial con los delfines que le encantaron al sólo mirarlos. Jugaba con ellos en el mar cuando miró al cielo y decretó que nacieran aves. Les ordenó multiplicarse y vio que todo era bueno. Y atardeció y amaneció el día quinto.

En el día quinto creó a los animales que poblaron rápidamente la tierra. Sintió algo de soledad pues reconocía que cada especie tenía su pareja. Deseó en ese momento que su sueño se hiciese realidad. Tomó barro de su propio ser y lo moldeó a su estilo…

A su estilo y a sus ganas me creó. Sobre mi rostro sopló aliento de vida y mis labios tuvieron color. Mis ojos se abrieron. Descubrí en ese instante que, durante mi estadía en el barro, había estado soñando con ella todo el tiempo. La impresión fue tanta que me desmayé. Al despertar, noté que sus lindos ojos me observaban y que mi cabeza estaba recostada en su regazo.

Eres el dueño absoluto de todo mi ser; mi amor te pertenece — dijo y su voz se inscribió en mi alma.

La pasión me invadió. Traté de besarla y mis labios se perdieron en la eternidad de su forma fantasmal. Ella era el espíritu de la tierra y yo un mortal creado en circunstancias de amor verdadero. Tan grande que para que pudiese habitar la tierra me creó de carne y hueso; en libertad. Así estuvimos durante toda la mañana. La amé como a nadie, conociendo cada parte de su corazón, cada lugar de su mente paraíso. Y llegó el sexto día.

Esa noche, mientras dormía sobre hojas secas, tuve un sueño extraño. Soñé que el sol me amaba y la luna me poseía. Desperté llorando. Al final del sueño ambos, sol y luna, se juntaban en un eclipse y aparecía ella más hermosa que nunca. Al verme llorar, porque no podía consumarse nuestro amor, sonrió. Me dijo que crearía a alguna de mi especie para que yo fuese feliz. No entendía lo que me quería decir así que le pregunté. Con su dedo me hizo una señal para que guardara silencio y tomó barro; lo moldeó en la forma de una mujer idéntica a ella. La detuve justo antes de que soplara sobre el barro para preguntarle que sería de ella misma. Cuando me explicó que vagaría por el mundo me negué rotundamente.

— Yo nací para estar contigo siempre. Para eso me creaste y por lo mismo estoy aquí — le dije sonriendo y con feliz determinación.

Terminé mi explicación con un “te amo”. Mis palabras la conmovieron a tal grado que decidió pensar en otra forma de compartir su amor conmigo. Reía a carcajadas cuando se acercó a mí, me dijo que estaba segura de poder estar conmigo en cuerpo y alma. Sólo necesitaba un pequeño sacrificio de mi parte. Le dije que estaba dispuesto a hacer lo que fuera necesario. Me miró con el amor sublime que le caracterizaba. Me sacó una costilla; la más cercana al corazón. Observé como ella fue tomando forma humana hasta reunirse conmigo. Nuestro primer beso fue sensacional. En el estaban todas nuestras ansias juntas. Todo el amor existente en el universo entero. Beso tras beso nos abrigó el deseo. Estábamos debajo del árbol prohibido y aprovechamos sus frutos. Comimos manzanas y quedamos desnudos en el acto. Nos hicimos el amor de forma pura y sin igual. Compartimos nuestros cuerpos. Nuestras almas fueron una.

Y llegó el día séptimo. Decidimos descansar, pero nos dominaron las ganas de amar y decidimos compartirnos siempre que deseáramos. Ese día todo lo que mi amada había creado dictaba hermosura. Una serpiente se acercó a hablarnos de las manzanas del árbol prohibido y al notar que ya las habíamos consumido todas se fue rabeando. Al verla de tan mal humor nos prometimos conservar la alegría y heredarla a nuestros hijos; enseñándoles que no debían matarse entre sí.


— Han sido los siete días que siempre soñé — me dijo — Te amaré por siempre. Más allá de esta semana; hasta el fin del universo. Viviremos y reinaremos por los siglos y los siglos, amen
— Amen — repetí yo. La estreché entre mis brazos, la besé y la amé más aún al reconocerme como su alma gemela. Supe casi todo de ella en ese instante. Sólo existió algo que desconocía y que asimilaría luego: la había amado una milésima de lo que llegaría a amarla...