miércoles, febrero 14, 2024

En las letras, desde Puerto Rico: Tres amigos en una bohemia virtual, en tiempos de pandemia (primera parte)

por Carlos Esteban Cana

 

El 14 de marzo de 2021 anunciábamos por las redes algo que nombramos al principio como “Tres artistas en una Bohemia Virtual”. Y se trataba de una bohemia virtual porque estábamos en tiempos como los que vivieron los personajes de Giovanni Boccaccio en las páginas del Decamerón. Así que de esa manera nos encontramos y presentamos al día siguiente, cada cual desde su hogar refugio, tres amigos: el poeta profesor Héctor Torriente, el artista empresario José Félix y este servidor. Y durante una hora y un poco más, que se fue en un santiamén, conversamos sobre el arte, la vida y compartimos buena literatura. Y de eso se trata esta edición de “En las letras, desde Puerto Rico” en tres partes, queremos escenificar a través de la letra escrita lo que logramos intercambiar en la videoconferencia: lo que leí y declamé; lo que Héctor Torrente leyó de su propia obra poética; y las anécdotas que compartía José Félix acerca del proceso creativo a la hora de acercarse al lienzo.   

 

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15 de marzo de 2021

 

En la velada de hoy con Héctor Torriente y José Félix a través de zoom tuve el privilegio de leer poesía de las escritoras boricuas Jocelyn Pimentel Rodríguez, Marta Jazmín García, Iris Mónica Vargas y Rosa Vanessa Otero. También declamé poemas de la escritora argentina Carolina Zamudio y de la poeta rumana/catalana Corina Oproae. Además compartí unas breves reflexiones sobre el arte de narrar de la escritora mexicana Alma Karla Sandoval. Cerré mi participación con una pieza poética de don Manuel de la Puebla.

 

A continuación reproduzco ese inusual recital virtual:

 


de Jocelyn Pimentel, en su libro Veintiún regresos

 

veintiún gramos

    pierde una persona al morir

 -dicen que es el peso del alma


 o el exceso de equipaje

     que supone tenernos.

 

 

adiós 0.2

 

prometo cosas

                        que no sé

                     si cumpliré

                     - no es que mienta,

                     es que desconozco

                         la verdad.

 

 

vacíos 0.7

 

   él, dijo vacío

como si todo estuviera lleno

        de esas pequeñas cosas.

 

 

postal

 

somos

   una partida,

el eterno irse.

 

***

 


de Marta Jazmín García, en su libro Luz fugitiva

 

Religión  del destierro

 

He dejado escapar alborotados


mis miedos irreverentes.

He migrado al horizonte

entre sus trinos cascados

hurgando las melodías

de mis ancestros.

He profanado la bóveda celeste

de todas sus caídas

y he multiplicado su especie

entre resortes clonados

con ADN de Dios.

 

 

Desandar el cansancio

a toda prisa.

Dejar atrás el tiempo.

Ritualizar su genocidio

entre agujas.

Respirar la nada

con ansias.

Engullirla.

Palpitar pulmones

de palabras proscritas

y viento triturado.

Ennoblecer el miedo

y su cofradía de lobos

recortando de sombras

el camino.

Acurrucar el dolor

de las rodillas.

Dormirse al movimiento

dislocado de caderas.

Avanzar hacia la vejez

y abandonar frente al umbral

de cualquier ausencia

el mejor recuerdo

nunca concebido.

Traducir el sudor

y el cansancio

al idioma que jadean las luces

ahorcadas en los postes.

Mirar hacia atrás

como un presente

pronosticado.

Sospechar la vida.

Inmortalizar la atmósfera

de ningún momento.

Practicar simulacros de carne.

Salir siempre a correr.

Escapar.

Como nunca.

 

 

***

 


de Iris Mónica Vargas, en su libro El día en que dejamos la tierra

 

Una excepción

 

Yo no sé rezar. Nunca lo he hecho

—dios te salve María—,

excepto en la ocasión, luctuosa, en que te vi

postrada ya, inerte, con un traje rosado

—llena eres de gracia—

y no te parecías.

Lloré, eso también confieso

—el señor es contigo—.

Una mujer se acercó. Me dijo que debía

mantener la calma, y la he mirado mal

con ojos malos. (Eso jamás se pide a quien

está llorando.)

—bendita eres entre todas las mujeres—

Si fuera a rezar correría hasta el centro

de una planicie abundante

donde siquiera los grillos, debajo

de sus rocas o dentro de sus cuevas,

puedan escapar la luna.

Quedad allí con la piel abierta

y los ojos bien cerrados.

 

Las mariposas no vuelan en la noche,

ya lo sé, pero aquí sí. Y también cantan.

—bendito es el fruto de tu vientre—

Francisca.

 

 

Composición anatómica

 

Hay algo que oxigena

sin tregua cada paso;

no son de carne y hueso

sus piernas y sus brazos;

no tiene sangre el vaso

de sus cuerpos.

 

Tiene imaginación.

 

 

La última caricia
 

El viento corre hacia mí, y trae consigo

en sus brazos de espiral las hojas

que deslizan sobre mi peso su peso

– el peso de las cosas –

susurrando los secretos del viaje;

entonces, escuetas sobre mis pies

anuncian el final de su descenso

 

cuando la magia en forma de brisa

apagada termina.

 

***

 


de Rosa Vanessa Otero, en su libro La vocal encinta y otras encarnaciones
 

pOEsÍa

 

Por un beso de ti, verbo elusivo,

vivo los caminos sin llegada,

envejece mi frente persiguiendo

fantasmales tierras prometidas.

Recomienzo la andadura ciega

que tu mano caprichosa convoca.

De mis ojos escondiste tus espaldas

y no tengo maestro que guíe

mi torpe voluntad de incendio.

Sólo tengo para ofrecerte mi sombra fiel,

mi esperanza muda y párvula.

 

 

Pronunciaba sin saberlo el final de la utopía.

Destilaban sus labios sus licores más finos.

“Hágase”, decía, y diciéndose era en su universo

creador y creatura. Ríos como seres, animales

de diversa tesitura, potros saltaron de su pecho

en mineral estallido desde su carro de fuego.

Su voz, paloma regresada a su comienzo

nuevamente ida, vacía, circunvuela

las sombras del sonido, los silencios de la luz;

el mundo no contesta.

 

 

En sortilegio de lances

se aventura, en discurrir

de sombra peregrina.

La sencillez se adapta

a los humanos vericuetos

del “detente y déjame,

que me cautivas”;

su terquedad inocente

insiste en el beso y en la lucha

sin que la culpa sonroje

sus intenciones:

encontradizo el ser

trashumante y detenido.

Caverna soy donde convergen

luz y tiempo. 

 

 

***

 


de Carolina Zamudio, en su libro El propio río

 

Boceto de una mañana

 

Por la ventana cae el universo

de un poeta gota a gota,

ese otro mundo podría arcillarse

hoy también ante mis ojos.

 

No es que el hornero sepa

de nuestras coincidencias

de la pequeñez, del esfuerzo

– laboriosa la tarea de reamanecer.

 

No es que yo sea quien traiga la suerte,

pero armo el nido como quien dice

amasar el pan. La menta del frente esparce

el aroma que es ahora la mañana.

 

Le hemos ganado al sol que es

adelantarse. Él nos mira,

tanto como se muestra,

y el hornero y yo sentimos

estéril el remolino del triunfo.

 

 

El propio río

 

La niña entre juegos y camalotes

no sabe que es observada,

La luz sobre toda ella

nítida amplifica

anchura de parto.

 

En su centro el mundo

espolea en sus rayos

lo que espía la infancia,

un beso de largo aliento y retorno.

 

La niña de los camalotales

es árbol de agua,

espejos sus raíces,

todo un cosmos surge:

su mirada lo siembra.

 

La niña entre los juncos va sin lastre,

pisa fuerte, su magia lo muestra:

la libertad que le otorgan los colores

tiene un brillo antiguo

de muy sencillo linaje:

no lo sabe hoy –quizá nunca–

en ella el río

se arremolina,

renace.

 

*** 

 


de Corina Oproae, en su libro Desde dónde amar

 

Desde un determinado punto del universo

el sol no sale

ni se pone jamás

 

está siempre presente

 

desde ese punto

no se distinguen las noches ni los días

y tampoco las estaciones

 

es aquella perspectiva desde la que tú y yo

seguimos siendo lo que somos

tanto si abrimos los ojos por primera vez

como si los cerramos para siempre

 

 

Recuerdo una casa abandonada

blanco y gris bajo la lluvia

gatos y lagartijas en un verano

que pensaba perpetuo

aquel domingo dilatado

la hierba que crecía salvaje

mientras las campanas

llamaban a misa

lo recuerdo todo ahora

cuando los membrillos ya no maduran

ni siquiera en la memoria

el temor de que vieras mi caminar distinto

una sensación de súbito invierno

de miedo y la culpa

los dedos de una mano

más grande que la mía

hurgando el musgo que cubría la piedra

alcanzándome

las lágrimas que entonces no supe llorar

no recuerdo con certeza la edad que tenía

y sin embargo ahora

venero mi cuerpo en todos los espejos

y a veces lloro por la niña

que se quedó atrapada

en el color amargo de un verano

que pensaba perpetuo

 

***

 


de Alma Karla Sandoval, en su libro Notas outsiders en una mañana portuguesa

 

Narrar

 

No hay que saber, sino sentir. Lo primero le estorba a la escritura.

 

*

 

Mejor que cuentos y poemas se desdoblen por sus brincos, que vuelen y tengan juegos ciertos no de palabras, de emociones.

 

*

 

Las cosas tienen que suceder. Que ocurran.

 

*

 

Sean narradoras honestas. Sin teorías. Rulfo tenía razón, hay que escribir para la gente, para los otros,
para que lo sepan.

 

*

 

El arte no puede explicar nada de nada. El arte es un enigma total.

 

*

 

Pessoa tenía razón: «El que ama no sabe lo que ama ni por qué lo ama ni lo sabe amar ».

*

 

Una novela puede ser la memoria de lo que nunca ocurrió.

 

*

 

El narrador imaginativo, al que se le ocurre de todo, el que lo siente todo, ese prevalecerá.

 

***

 


de Manuel de la Puebla, en su libro Actas de viandante
 

Súplica

 

No de lágrimas o despojo

del nido destrozado sea mi verso.

No de nieve.

Con la fibra del roble y del perfume


del pino sea hecha

la palabra incorruptible.

Pugne como la vida

que llamea en las puntas de la rama;

como la alondra bajo el azul

sostenga el vuelo.

Pido la desnudez del pez

y el tono

del agua que musita entre la hierba;

la limpieza del espejo

en la mañana.

 

 

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