por Carlos Esteban Cana
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15 de marzo de 2021
En la velada de hoy con Héctor Torriente y José Félix a
través de zoom tuve el privilegio de leer poesía de las escritoras boricuas Jocelyn
Pimentel Rodríguez, Marta Jazmín García, Iris Mónica Vargas y Rosa Vanessa
Otero. También declamé poemas de la escritora argentina Carolina Zamudio y de
la poeta rumana/catalana Corina Oproae. Además compartí unas breves reflexiones
sobre el arte de narrar de la escritora mexicana Alma Karla Sandoval. Cerré mi
participación con una pieza poética de don Manuel de la Puebla.
A continuación reproduzco ese inusual recital virtual:
de Jocelyn Pimentel, en su libro Veintiún regresos
veintiún gramos
pierde una persona
al morir
-dicen que es el peso del alma
o el exceso de
equipaje
que supone
tenernos.
adiós 0.2
prometo cosas
que no sé
si cumpliré
- no es que mienta,
es que desconozco
la verdad.
vacíos 0.7
él, dijo vacío
como si todo estuviera lleno
de esas
pequeñas cosas.
postal
somos
una partida,
el eterno irse.
***
de Marta Jazmín García, en su libro Luz fugitiva
Religión del destierro
He dejado escapar alborotados
mis miedos irreverentes.
He migrado al horizonte
entre sus trinos cascados
hurgando las melodías
de mis ancestros.
He profanado la bóveda celeste
de todas sus caídas
y he multiplicado su especie
entre resortes clonados
con ADN de Dios.
Desandar el cansancio
a toda prisa.
Dejar atrás el tiempo.
Ritualizar su genocidio
entre agujas.
Respirar la nada
con ansias.
Engullirla.
Palpitar pulmones
de palabras proscritas
y viento triturado.
Ennoblecer el miedo
y su cofradía de lobos
recortando de sombras
el camino.
Acurrucar el dolor
de las rodillas.
Dormirse al movimiento
dislocado de caderas.
Avanzar hacia la vejez
y abandonar frente al umbral
de cualquier ausencia
el mejor recuerdo
nunca concebido.
Traducir el sudor
y el cansancio
al idioma que jadean las luces
ahorcadas en los postes.
Mirar hacia atrás
como un presente
pronosticado.
Sospechar la vida.
Inmortalizar la atmósfera
de ningún momento.
Practicar simulacros de carne.
Salir siempre a correr.
Escapar.
Como nunca.
***
de Iris Mónica Vargas, en su libro El día en que dejamos la tierra
Una excepción
Yo no sé rezar. Nunca lo he hecho
—dios te salve María—,
excepto en la ocasión, luctuosa, en que te vi
postrada ya, inerte, con un traje rosado
—llena eres de gracia—
y no te parecías.
Lloré, eso también confieso
—el señor es contigo—.
Una mujer se acercó. Me dijo que debía
mantener la calma, y la he mirado mal
con ojos malos. (Eso jamás se pide a quien
está llorando.)
—bendita eres entre todas las mujeres—
Si fuera a rezar correría hasta el centro
de una planicie abundante
donde siquiera los grillos, debajo
de sus rocas o dentro de sus cuevas,
puedan escapar la luna.
Quedad allí con la piel abierta
y los ojos bien cerrados.
Las mariposas no vuelan en la noche,
ya lo sé, pero aquí sí. Y también cantan.
—bendito es el fruto de tu vientre—
Francisca.
Composición anatómica
Hay algo que oxigena
sin tregua cada paso;
no son de carne y hueso
sus piernas y sus brazos;
no tiene sangre el vaso
de sus cuerpos.
Tiene
imaginación.
La última caricia
El viento corre hacia mí, y trae consigo
en sus brazos de espiral las hojas
que deslizan sobre mi peso su peso
– el peso de las cosas –
susurrando los secretos del viaje;
entonces, escuetas sobre mis pies
anuncian el final de su descenso
cuando la magia en forma de brisa
apagada termina.
***
de Rosa Vanessa Otero, en su libro La vocal encinta y otras
encarnaciones
pOEsÍa
Por un beso de ti, verbo elusivo,
envejece mi frente persiguiendo
fantasmales tierras prometidas.
Recomienzo la andadura ciega
que tu mano caprichosa convoca.
De mis ojos escondiste tus espaldas
y no tengo maestro que guíe
mi torpe voluntad de incendio.
Sólo tengo para ofrecerte mi sombra fiel,
mi esperanza muda y párvula.
Pronunciaba sin saberlo el final de la utopía.
Destilaban sus labios sus licores más finos.
“Hágase”, decía, y diciéndose era en su universo
creador y creatura. Ríos como seres, animales
de diversa tesitura, potros saltaron de su pecho
en mineral estallido desde su carro de fuego.
Su voz, paloma regresada a su comienzo
nuevamente ida, vacía, circunvuela
las sombras del sonido, los silencios de la luz;
el mundo no contesta.
En sortilegio de lances
se aventura, en discurrir
de sombra peregrina.
La sencillez se adapta
a los humanos vericuetos
del “detente y déjame,
que me cautivas”;
su terquedad inocente
insiste en el beso y en la lucha
sin que la culpa sonroje
sus intenciones:
encontradizo el ser
trashumante y detenido.
Caverna soy donde convergen
luz y tiempo.
***
de Carolina Zamudio, en su libro El propio río
Boceto de una mañana
Por la ventana cae el universo
de un poeta gota a gota,
ese otro mundo podría arcillarse
No es que el hornero sepa
de nuestras coincidencias
de la pequeñez, del esfuerzo
– laboriosa la tarea de reamanecer.
No es que yo sea quien traiga la suerte,
pero armo el nido como quien dice
amasar el pan. La menta del frente esparce
el aroma que es ahora la mañana.
Le hemos ganado al sol que es
adelantarse. Él nos mira,
tanto como se muestra,
y el hornero y yo sentimos
estéril el remolino del triunfo.
El propio río
La niña entre juegos y camalotes
no sabe que es observada,
La luz sobre toda ella
nítida amplifica
anchura de parto.
En su centro el mundo
espolea en sus rayos
lo que espía la infancia,
un beso de largo aliento y retorno.
La niña de los camalotales
es árbol de agua,
espejos sus raíces,
todo un cosmos surge:
su mirada lo siembra.
La niña entre los juncos va sin lastre,
pisa fuerte, su magia lo muestra:
la libertad que le otorgan los colores
tiene un brillo antiguo
de muy sencillo linaje:
no lo sabe hoy –quizá nunca–
en ella el río
se arremolina,
renace.
***
de Corina Oproae, en su libro Desde dónde amar
Desde un determinado punto del universo
el sol no sale
ni se pone jamás
está siempre presente
desde ese punto
no se distinguen las noches ni los días
y tampoco las estaciones
es aquella perspectiva desde la que tú y yo
seguimos siendo lo que somos
tanto si abrimos los ojos por primera vez
Recuerdo una casa abandonada
blanco y gris bajo la lluvia
gatos y lagartijas en un verano
que pensaba perpetuo
aquel domingo dilatado
la hierba que crecía salvaje
mientras las campanas
llamaban a misa
lo recuerdo todo ahora
cuando los membrillos ya no maduran
ni siquiera en la memoria
el temor de que vieras mi caminar distinto
una sensación de súbito invierno
de miedo y la culpa
los dedos de una mano
más grande que la mía
hurgando el musgo que cubría la piedra
alcanzándome
las lágrimas que entonces no supe llorar
no recuerdo con certeza la edad que tenía
y sin embargo ahora
venero mi cuerpo en todos los espejos
y a veces lloro por la niña
que se quedó atrapada
en el color amargo de un verano
que pensaba perpetuo
***
de Alma Karla Sandoval, en su libro Notas outsiders en una mañana portuguesa
Narrar
No hay que saber, sino sentir. Lo primero le estorba a la
escritura.
*
*
Las cosas tienen que suceder. Que ocurran.
*
Sean narradoras honestas. Sin teorías. Rulfo tenía razón,
hay que escribir para la gente, para los otros,
para que lo sepan.
*
El arte no puede explicar nada de nada. El arte es un enigma
total.
*
Pessoa tenía razón: «El que ama no sabe lo que ama ni por
qué lo ama ni lo sabe amar ».
*
Una novela puede ser la memoria de lo que nunca ocurrió.
*
El narrador imaginativo, al que se le ocurre de todo, el que
lo siente todo, ese prevalecerá.
***
de Manuel de la Puebla, en su libro Actas de viandante
Súplica
No de lágrimas o despojo
del nido destrozado sea mi verso.
No de nieve.
Con la fibra del roble y del perfume
del pino sea hecha
la palabra incorruptible.
Pugne como la vida
que llamea en las puntas de la rama;
como la alondra bajo el azul
sostenga el vuelo.
Pido la desnudez del pez
y el tono
del agua que musita entre la hierba;
la limpieza del espejo
en la mañana.
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