martes, febrero 06, 2024

En la letras, desde Puerto Rico: Iris Chacón en la literatura boricua

 por Carlos Esteban Cana

 

Las pasadas Fiestas de la calle San Sebastián, en su quincuagésima cuarta edición, fueron dedicadas a tres personalidades boricuas: el baloncelista José “Piculín Ortiz”, el Chef Iván Clemente (fundador de El Comedor de la Kennedy) y, entre ellos, a la “Vedette de América” Iris Chacón, que no dejó a nadie indiferente cuando se subió a la tarima de la Plaza del Quinto Centenario el 19 de enero y reinó con total dominio y soltura en el escenario a sus 73 años.

La trascendencia artística de la actriz, bailadora y presentadora Iris Chacón ha servido de inspiración a escritores y narradores. Basta recordar pasajes de La guaracha del Macho Camacho
(1976) de Luis Rafael Sánchez o la crónica Una noche con Iris Chacón (1986) de Edgardo Rodríguez Juliá. También el poeta Julio César López incluyó su “Poema a Iris Chacón” en su libro Escalas de la semilla (publicado en 1976 bajo el sello Playor en su colección Nueva Poesía), pieza lírica que despertó en su momento el interés de críticos y lectores como Luis de Arrigoitia, Juan Martínez Capó y Clemente Pereda. Es pertinente añadir que la propia vedette publicó su autobiografía en el año 2015 bajo el título Yo soy Iris Chacón.

 

A continuación este boletín reproduce esa poesía de Julio César López que también está incluida en su libro Estaciones de la vigilia (Obra Poética, 1972-1985) publicado en la Editorial de la Universidad de Puerto Rico en 1990.

 

Poema a Iris Chacón

 

Remueves la gelatina de tu cuerpo

en un vaso de música electrizada.

En ti danza la sangre

sus más crudos ardores.

¿Cómo no ver la vida en movimiento

si tu cuerpo convoca

el estremecimiento primitivo

de la tierra

en una geología

de fantasmas epilépticos?

 

¡Oh iris inquieta de la tarde!

Quiebra de todos los colores

en sísmica irrupción de los ardores.

Tu ondulación histérica pulveriza merengues.

La miel enfurece ríos en tus cabellos.

Las serpientes flagelan todas las riberas.

Naufragio de balances en tu cintura.

El mundo borra sus cuatro puntos cardinales

en fatal desconcierto de la cartografía.

 

Propietaria de espaldas inatrapables,

tu movimiento diluye brazos y piernas

en frenesí de células quemantes.

Dislocamiento rector de los impulsos.

Se desmantelan todos los sosiegos

en la febril pantalla de los ojos.

 

Sacudimiento de las primeras aguas

en loca marejada

de senos, de caderas,

de frutales muslos,

donde la piel del mundo

se ha erizado

en eclosión oceánica del sexo.

 

II

 

Plutónica efervescencia

de sentidos. Danzarina

de comarca tectónica,

¿en qué región habita

tu verdadero rostro?

¿Cómo localizar

en el desfile hirviente de tu cuerpo

una triste magnolia de estación solitaria?

¿Una embolia recóndita te fabrica su esquina?

 

Escultura de meteoros lúbricos,

semilla para el fuego,

imán de furores,

enemiga de silos

resorte heracliteano

válvula de fragores,

en ti todos los ríos se despeñan,

en ti se quema el fuego,

en ti celebran los volcanes

su concilio de lava.

 

Dime, ¿reposa alguna espiga

en la entraña de la serpiente?

¿Hay un junco naciente por cada cable alzado?

¿Recaptura la ola su espuma estremecida?

¿Descubrirá el remanso su raíz

en tu baile de embrujadas cortezas?

¿Cuándo dimitirán tus convulsiones

para que el mundo recupere su imagen?

 

III

 

Baile, baile, baile antillano.

Nuevo pigmento para los huracanes.

Resonancia de estrépito africano.

Crepitación del trópico en los poros.

Deponiendo al oriente su contorsión de seda.

Antillas en espasmo de nuevas tempestades.

Torbellino de nervios girando en el Caribe.

Modalidad caribe del temblor de estos tiempos.

 

Para el tiempo caribe de tu cuerpo,

para tu baile de tronantes jarcias,

para el sensual tumulto de tus mástiles,

yo pido, Iris Chacón, una mirada tierna,

un vuelo sosegado de paloma,

una serena estela de capullos marinos,

una herida espacial de golondrina.

 

Para el tritón encabritado de tu baile,

yo estoy pidiendo, Iris, otros aires,

otras anclas para amarrar impulsos,

tranquilo cabo en una oscura dársena,

un menudo velero que regresa

a buscar su verdadero puerto,

el inocente aire de su rada

en la tranquila piel de su ciudad.





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