lunes, diciembre 31, 2012

Mi butaca: regazo y estancia

Por Angelo Negrón


      Es en esta butaca del cuarto de estudio donde recuerdo más los trescientos sesenta y cuatro días que han pasado ya. Estas paredes han sido testigo de las veces que he llorado o reído de todo y de mí. Aquí las letras, leídas o escritas, son mis cómplices y han conmocionado mi espacio: Robando suspiros, sorpresas, lágrimas, risas y lapsos de ese silencio que se esmera por comprender lo que a toda luz, u oscuridad, no tiene sentido o que llanamente se pule por afianzar lo que parece ser verdad absoluta.
     Nunca he creído en la conformidad, por eso me refugio en los libros y sus infinitas aventuras o desventuras. Letra a letra voy inmortalizándome al leer, tal como alguna vez perpetúe los ojos de las mujeres amadas y el recuerdo de los besos dados. La música también es confidente. Escucharla le imparte corrección a sentimientos que buscan esconderse o difuminarse con las frías lozas del suelo.
     En los estantes existen libros clave donde escondo fotos de amantes fugaces que revisito cada cierto tiempo por aquello de mezclarme con letras e imágenes. Varios regalos de gente importante en mi vida descansan en sus tablillas. Sé que están ahí, no por su aspecto decorativo sino, por la importancia que tienen como lastre de este espíritu mío que en las noches de insomnio busca deshacerse de mi carne y volar lejos. Por eso leer me complementa. Mis dedos palpan el papel, su olor sirve de aliciente contra el mareo que causa el viaje y ver la unión de palabras hasta escuchar como propias las que me faltan por decir me convierte en esta máquina de sentidos que se propagan por la habitación en la imperante exploración del que hacer con el corto tiempo del vivir.
     El año culmina esta noche y reconozco que sólo es la transición de un dígito por otro. Eso logrará que en la primera semana escriba dos en lugar de tres al final de los fechas de los pedidos o en las fechas de embarques y por ello tenga que gastar en corrector o simplemente presione la tecla de retroceso más de lo acostumbrado. Pero, todo está conectado, inclusive eso de borrar números, notas o remembranzas. Así como ahora recuerdo que el amor es una de las fuerzas más poderosas del mundo, creo que al olvido debe dársele un sitial preferencial en esos juegos parlamentarios de la humanidad. Yo no solamente deseo; también necesito olvidar…

     …olvidar que en el poema número veinte de Neruda está la foto que más visito y cuya imagen, parafraseando al maestro, puede hacer “escribir los versos más tristes esta noche”  y de todas las sombras que están por venir. Y es que ella es “de otro. Como antes de mis besos. Su voz, su cuerpo claro. Sus ojos infinitos. Ya no la quiero, es cierto, pero tal vez la quiero. Es tan corto el amor, y es tan largo el olvido. Porque en noches como ésta la tuve entre mis brazos, mi alma no se contenta con haberla perdido”.

     Excepto que: También sus fotos hablan de momentos felices. Miro sus brillantes ojos he intento leer su alma, trato de recordar que ya la perdí y no puedo. Luego, en la imperante pesquisa de olvidarla a ella, abro otros libros escudriñando las otras fotos que diseminadas habitan bajo este techo y en mi ser. Mujeres que se convirtieron en hálito de pasión y felicidad. La desdicha que me causé al perderlas se decora ahora con rememorar los besos de cada una de ellas. Las fotos son diversas, como distintas son sus protagonistas. Rostros y cuerpos en papel fotográfico: Algunas dedicadas en su reverso con tinta azul, otras que misteriosamente conservan el perfume característico a mujer hermosa, autónoma y perspicaz. Ellas modelan para el lente o sus acciones fueron usurpadas en la sorpresa de la improvisación. Algunas yacen en ropa interior, otras están enteramente desnudas posando para este fotógrafo que no pasó de aficionado, pero que siempre buscó fotografiar la parte de ellas que más le excitaba: El alma.
     Acomodo bien mi cuerpo a esta butaca y este universo mío que comprende leer le hace un guiño a lo demás que está por llegar. Aún no me recupero de la oferta que me han hecho justo en la mañana. ¿Pasar la medianoche con abrazos familiares y escuchando ruidos ensordecedores tal como ha sucedido en mis cuarenta y tres años cumplidos? o ¿Quedarnos en este cuarto de estudio haciendo el amor en esta butaca y escuchando música alta que opaque el conteo regresivo, los petardos y la peligrosidad de las balas al aire?

     Demás está decir que ya me excusé con mis padres y mis hermanos y que programé la alarma del reloj. Faltando once para la media noche nos meteremos al cuarto para desnudarnos del dos mil doce y vestirnos del dos mil trece amándonos sin inhibiciones. Entonces, tal vez, logre estar en paz con los espíritus del pasado que viven en estas cuatro paredes. Ya qué al habitarlas de nuevas aventuras puede ser que las fotos y los recuerdos permanezcan enclaustrados en los libros al no necesitar ser vistos. Seguiré usando la butaca como descanso y trampolín a mis gajes de viajante lector, añadiéndole ahora la compañía de esta mujer que me deslumbra.
     Ella logró con sus besos, su plática y su real interés, hacer que yo dejara de buscar un nuevo querer. Lo inquiría para ayudarme a alcanzar el olvido de las demás, pero me demostró que el amor estaba, como siempre, justo a mi lado. Sé que será así, al menos hasta que se percate de mis manías y se aleje como las demás lo han hecho. Por mi parte ya tengo la cámara preparada, pero aún no escojo el nuevo libro que será poblado por la fotografía de esta hembra que ahora me seduce…

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