Me
saludó como siempre, coqueta y vivaz. Su voz abrió una ventana que reposaba
cerrada, un espacio para recordarla siendo dueña de mi existencia y, mientras
la escuchaba atento, viajé en el tiempo y el espacio a una tarde, casi noche,
en que estacionados en un área recreativa me sedujo con besos, primero suaves y
que, convertidos en la impaciencia de mi interior, se volvieron cónsonos con su
promesa de lograr hacerme olvidar un pasado sin ella. Sus manos acariciaron mi
cabello mientras sus labios me obligaban a jugar con su lengua. Con sublimes mordidas dejaba escapar sonidos que ayudaban a rescatar de su letargo a mi
intimidad. Al apoderarme de su cuello, lugar que yo sabía es su debilidad, no
pudo más; y el desenfreno se convirtió en mutuo. Las pulsaciones en mi
entrepierna no conseguían, y no querían, ser disimuladas. Yo mismo bajé mi
cremallera; ella dijo: ¡Aquí no! Yo dije: ¡Aquí sí!
Nerviosa miró hacia fuera del auto. La noche era ya cómplice y sonrió.
Me besó de nuevo y no dudó en acariciar mi bajo vientre. Empujé el asiento del
auto un poco hacia atrás, arreglé los retrovisores para estar al tanto de lo
que pasaba alrededor y ella se acomodó de tal forma que su boca se encargó de
mi sur regalándole caricias difíciles de describir. El piercing en su lengua,
que ya había manifestado conocimiento absoluto en mi boca, ahora expresaba
sensaciones de sabiduría, en el zigzagueo provocador que surtía el efecto de
transportarme al paraíso mismo. (Siempre he pensado que Adán no fue tentado con
una manzana, creo firmemente que sólo bastó una mirada de Eva. Una mirada como
la de ella, la atractiva mujer que me acompañaba en ese instante y que buscaba
divisar en mi rostro los placeres reflejados que me regalaba).
Hasta
ese día no me cansaba de repetir que sus ojos eran mi perdición. Siguen
siéndolo, en realidad toda ella representa la caída de cualquier barrera que en
algún momento haya querido autoimponerme, pero desde esa vez también se
convirtió en obsesión recibir sus caricias. Su lengua jugueteaba golosa y mi
pie luchaba por no virarse hacía la derecha como preludio del no retorno.
Dejó de utilizar su boca y sus manos se encargaron de seguir en el vaivén. Me
pidió finalizar y le imploré que no, que siguiera probándome de aquella manera
deliciosa, pero ya su plan estaba concebido. Con astuto tono de voz me rogó que
terminara en su boca y no esperó respuesta; volvió a su rítmico movimiento. Yo
trataba de no ser precoz para seguir disfrutando y buscaba pensar en otra cosa,
pero el tatuaje que representa al sol en su espalda baja me recordaba la máxima
de que los planetas giran alrededor del astro rey y no al revés. Atraído
entonces por fuerzas mayores a la gravedad de esta galaxia tuve que concederle
su pedido y estallé entusiasmado.
Sus palabras
son interrumpidas con la necesidad de decir hasta luego, pues debe volver a trabajar,
la distancia no le deja ver lo excitado que estoy con tantas evocaciones… 
Los recuerdos son interrumpidos por el sonido de alarma en mi teléfono móvil gracias a la llegada de un mensaje de texto que contiene tres fotos de ella. En la primera foto que veo, mi sur continúa con las ganas de poseerla. Sus labios, decorados de rojo carmesí, su cabello, sus ojos…toda ella... envuelta en la ropa que yo demoraría en quitarle sólo por retardar el placer.
En la segunda foto, al no tener algún maquillaje, pienso en ella recién saliendo de la regadera la primera vez que visitamos una alcoba de alquiler. Éramos jóvenes y no me amaba, pero yo estaba prendado de su hermosura hacía ya varios años; en esa ocasión, me regaló su cuerpo como se regalan rosas sin espinas… Cierro los ojos y sonrío. Mi alma se muda a su mirada en la foto, miles de evocaciones me atormentan ante la pregunta obligada: ¿Habrá sentido amor por mí alguna vez?
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Recapitulo y reconozco que su llamada ha terminado; ya no escucho su voz y la soledad regresa acompañada de más memorias, mismas que valoro y que me incitan a declararme soñador de su boca prodigiosa, no sólo en besos y caricias sexuales sino en la tonada de sus palabras y en el “Volveré y te buscaré, cada vez; otra vez…”
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