por Carlos Esteban Cana
Ya sea desde
los linderos editoriales o desde su propia narrativa la presencia de Marta
Aponte Alsina marca la literatura de los últimas décadas de literatura puertorriqueña.
Fiel a sí misma, y a partir de la publicación de Angélica Furiosa a principios de los 90, Aponte ha creado un
universo novelístico de relieve con títulos como El cuarto rey mago, La casa
de la loca, Vampiresas, Sexto sueño y El fantasma de las cosas. No ha necesitado de festivales ni de
agentes literarios para lograr lo suyo. Desde la artesanía cotidiana de la
disciplina, sin aspaviento, ha levantado una obra firme.
Dentro de esa
obra, Sexto sueño
tiene un lugar de privilegio, y será de ese libro y del oficio del novelista
que la voz de Marta Aponte Alsina se escuchará en este boletín, En las letras, desde Puerto Rico. Estas
reflexiones fueron ofrecidas por la escritora en medio de un conversatorio
auspiciado por el Proyecto del Fomento del Quehacer Literario, dentro del
taller de Apreciación Literaria dictado por la poeta y narradora Marithelma
Costa.
***
Marta Aponte
Alsina: Hay escritores que escriben, decía el otro día un amigo, sobre lo que
saben. Y otros que escriben sobre lo que no saben, y yo trato de escribir
siempre sobre lo que no sé y lo que no he vivido porque lo que he vivido y lo
que sé no me interesa para nada. Y, desde luego, son formas indirectas. Pero si
nos vemos nosotras como escritoras hay como una búsqueda de libertad. Yo creo
que eso es fundamental en la escritura, un espacio alterno, otro mundo posible.
En Sexto sueño yo escribí
sobre un asesino. Quizás algunos de ustedes habrán oído de este señor, Nathan Leopold,
que vivió unos años en Puerto Rico después de pasar 34 años en prisión, y no
creo que haya aprendido muchas cosas buenas en prisión. Su caso es uno complicado.
Lo cierto es que se trató de una especie de asesinato experimental en los años
20. Él y su amigo matan a un niño del barrio nada más para probar que podían
hacer un crimen perfecto. Un asesinato planificado como un experimento. Una de
estas cosas horrendas que han marcado la historia del siglo XX. Percibimos como
que el crimen es una especie de metáfora del siglo pasado.
El capítulo que leeré más adelante tiene que ver también con la figura
de Sammy Davis Jr. Ya ustedes saben, el bailarín, Sammy Davis, que era hijo de
mamá puertorriqueña, tuvo un espectáculo en Puerto Rico y Leo fue, en efecto,
el empresario que lo contrató para ese espectáculo en beneficio del hospital de
Castañer. Creo que ese capítulo es de lo más liviano de una novela que es
bastante grave como escritura, bastante pesada. Había que armar una trama entre
estos dos personajes, por una parte el ex-presidiario que además era un hombre
genial que sabía muchos idiomas, que enseñaba en la
Universidad de Puerto Rico, participó en experimentos en la cárcel, se carteaba
con Albert Einstein, tenía una escuela para ex-presidiarios en la cárcel. Y
entonces, por otro lado, la figura espectacular de Sammy Davis, del Rat Pack, el tipo frívolo con la sonrisa
siempre a flor de labios. Aunque aquí también lo presento como un hombre muy
torturado, por su vida: el racismo, todas esas experiencias de discrimen, la
persecución, su misma conciencia política que a veces representaba conflicto entre
su mundo frívolo del espectáculo y su origen racial por el estatuto de los
negros en Estados Unidos y en todas partes. Entonces ¿Cómo juntar a estos dos
seres? Además de hablar un poco, ¿qué hacen? Y a mí se me ocurre que uno trata
de hacer que el otro baile. El baile se convierte en una expresión liberadora
para ambos. Sammy era zapateador, hacía el tap dancing y trata de enseñarle a
Leopold, que era un hombre pesado en todo el sentido de la palabra: un hombre
bajito pero grueso, muy serio, introvertido, intelectual. ¿Cómo un hombre así
se libera y baila? La escena trata de expresar este reto entre ambos.
Leopold, en la novela no aparece nunca
rehabilitado totalmente como se pregonaba aquí en Puerto Rico; que era un
filántropo, que se arrepintió de lo que hizo. Yo no lo presento de esa manera
porque me parece que la cárcel, en el caso de él y en muchos casos, no es un
escenario de rehabilitación sino todo lo contrario. Hay que tener una fuerza de
voluntad. Hay que entrar libre para salir más libre. Y en el caso de él pues
fue otra cosa. Él escribió sus memorias carcelarias y también son muy
impresionantes. Pero yo quería presentar a este hombre ya envejecido, siendo
una figura pública en Puerto Rico, que se casó aquí con una norteamericana que
era florista. Y entonces ¿qué se le ocurre a Sammy Davis? Invitarlo a bailar.
Un desafío. Y ese reto se da entre ambos. De pronto este hombre (que era
ornitólogo y desde niño, antes de matar al muchacho, había matado 3,000 aves y
las había disecado) que había dicho: “Pero, caramba… ¿por qué me atraen tanto
los pájaros y los huesos ecos?” Dice:
“Caramba, es que bailar es liberarse y los seres que yo quiero son libres.
Tienen ese vuelo, pero yo no puedo. ¿Acaso puedo?” Y viene el reto, el hombre
se desmaya y por poco se muere. Todo ese capítulo es un contrapunto entre
Leopold y Sammy Davis. Pero es, nuevamente, el baile como una expresión de
vuelo, de libertad, incluso de alteración de la personalidad. Dejo de ser yo y
me alejo de la tierra, salto y vuelo. Es un capítulo cómico realmente.
Dentro de mi obra, Sexto sueño
es el libro menos guiado. Me parece que eso es bueno, que los personajes se
apoderen de los espacios y que hablen. Los personajes se tienen que imponer
porque si no, no funciona. También hay como una especie de tensión entre la
narradora, Violeta, que es otro personaje ficticio, y Leopold, que trata como de
domesticar esa violencia, entre la senilidad y el ritmo. Y de eso se trata la
novela, de un criminal que se aplatana. A mí me gusta el verbo aplatanar, que
es muy antiguo además, lo usaba Betances y todo, se aplatanó.
Cuando se escribe, pues yo creo que todo sirve para escribir. Digo,
cuando se hacen ficciones ¿verdad? Y también cuando se escriben testimonios
porque se pueden contar las experiencias vividas de montones de manera, y el
escritor o la escritora escoge una y excluye otras. Escribir es como seleccionar y excluir. Y
entonces si se trata de personajes que existieron pues evidentemente uno quiere
averiguar si escribieron, los datos que hayan registrado; se hace un proceso de
todo eso. Pero de pronto, el mismo organismo empieza como a rechazar los datos
y rehace todas esas historias y todos esos hilos de otra manera, para
integrarlos a la trama que a uno le interesa.
En la documentación todo sirve, la experiencia de una compañera de
trabajo, algo que se ve en la calle. Todo de alguna manera sirve, es como algo
aleatorio. Tú encuentras objetos y los vas integrando ahí, después que tengas
como el río, como la trama, como algo que está encaminado en la narración. Y
son etapas que pueden ser o sucesivas o simultáneas porque uno realmente nunca
termina de investigar hasta que dice: “¡Ya, ya tengo esto y ya no me importa lo
que haya pasado! No me importa que sea cierto o falso. Yo voy a escribir las
cosas como las ve el narrador o la narradora que inventé”.
Un libro siempre es ficción aunque parta de experiencias, porque es
esto, es papel, es tinta sobre papel, son palabras. Y entonces con esas
palabras se supone que tú comuniques algo y se las envíes a un lector. Y la
memoria también transforma. El olvido es inevitable, entonces está esa lucha
entre el olvido que es necesario, el olvido que hay que superar, y hay que
rescatar las cosas que pasaron y la memoria que reconstruye todo. De modo que,
incluso, en las historias, en lo que pasa por historia hay una reconstrucción y
hay una narración, hay una invención, una imaginación y en eso, de alguna
manera, hay ficción siempre. Aunque partas de un documento, incluso en la
escritura de la historia. Y si no, no se podría contar. De todos modos es
irrecuperable. Pasó. Está muerto. Pero quizás uno lo que quiere es precisamente
rescatar y recuperarlo y dejar algo sobre eso. Que no desaparezca del todo. La
memoria todo lo transforma. El recuerdo es una fábrica de cosas, es una
maquina. Pero sí hay documentación. Por lo menos yo lo veo así.
2 comentarios:
Gracias, Ángelo.
Marta: Es un honor.
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