sábado, mayo 11, 2024

En las letras, desde Puerto Rico: José Manuel Solá en la memoria

por Carlos Esteban Cana

 

José Manuel Solá
Conocí al escritor José Manuel Solá quizás a través de la Asociación de Escritores de Caguas o quizás por la poeta Ada Helda Ramírez o la narradora Nilda Soto Méndez o a través, quién sabe, de todas las anteriores. La realidad es que sí se dio ese primer encuentro durante los años noventa y en el pueblo de Caguas. En aquel momento los eventos culturales en la zona central de la Isla proliferaban sobre todo en Caguas. Lo cierto es que el resultado de haberle conocido permitió que Taller Literario publicara algunos de sus cuentos. Che, como le decían sus amigos, publicó seis libros de poesía y dos de narrativa durante algo más de dos décadas. También viajó a varios países del cono sur y fue reconocido en esa región latinoamericana gracias al Movimiento cultural aBrace. A José Manuel recuerdo haberle visitado en varias ocasiones para entregarle ejemplares de la revista. Además tuvo la gentileza de invitarme a declamar algunas de sus conmovedoras poesías durante la presentación de su libro “Hay una luz en mi casa que fue mía” en 1996. Y, como editor, incluyó un cuento de este servidor en la antología boricua-uruguaya de narrativa “Círculo de Narrativa 3: de alisios y pamperos” (2007). José Manuel Solá dejó, sin duda, una memoria agradable entre quienes le conocieron.

Poemas (1994), José Manuel Sola
Falleció hace seis años y un poco más, en septiembre de 2017, a la edad de 73 años. Desde entonces su obra, de una manera u otra, ha seguido presente. En ese sentido, uno de los escritores contemporáneos que continúa compartiendo sus poesías entre la promoción de poetas más recientes es José Ernesto Delgado, que considera a José Manuel Solá como uno de sus mentores.

 A continuación comparto en esta edición del boletín “En las letras, desde Puerto Rico”, aquí en Confesiones, cuatro poesías de José Manuel Sola incluidas en su primer libro, Poemas, impreso en los talleres de la Imprenta San Rafael en Quebradillas en octubre de 1994.

 


Carta abierta a mi hijo

 

V.

 

Ahora me pregunto si entenderás mi canto

que es de amor a la tierra y es de lumbre y es de llanto.

 

Pienso que en este tiempo de los ordenadores

nos parecen mentira los astros y las flores.

 

Entiendo que tu tiempo no es mi tiempo, hijo mío,

pero la misma estrella llora en el mismo río.

 

Y te digo que es triste saber que hay cosas bellas

si no abrimos el alma para ver las estrellas…

 

Si es que no nos sorprende, a la luz del otoño,

el pequeño milagro de encontrar un retoño.

 

Y también me pregunto si aprenderás mis versos

melancólicos, tristes, solitarios, dispersos…

 

Los versos que la vida sobre mi frente labra

con un fulgor de luna temblando en mi palabra.

 

Ven y toma mi mano, ha llegado la hora

de emprender el camino que conduce a la aurora…

 

 

Miércoles de ceniza

 

El cielo es gris y ancho. Miércoles de Ceniza.

Ni una hoja. Ni un ave. Y la mañana toma

como un silencio triste. Un tenue, suave, aroma

se alarga por las ramas como un hilo de brisa.

 

Dos niñas y un anciano van subiendo de prisa

la escalera del templo. Una monja se asoma

y su túnica vuela como mansa paloma

y doblan las campanas que llaman a la misa.

 

Miro la mano herida de Jesús solitario.

Y pienso que me mira. Y contemplo un rosario

de rolitas silvestres llegando al ventanal.

 

Y de repente el día es claro como el lino

y alguien de otro pueblo, callado peregrino,

dibuja su silueta a la luz del portal…

 

 

Poema para el año 10,002

 

Vivir eternamente. Más allá del milenio.

Más allá de estas cosas que un día han de pasar.

Vivir sobre esta tierra más allá del recuerdo

de la guerra y del llanto. De tu voz. Más allá…

 

Vivir eternamente. Redescubrir el fuego.

Fiero azul asesino. Tigre azul. Y mirar

cómo lame con ira lentamente mi mano

y beberme en el llanto de su grito. Más allá…

 

Caminar por la tierra con las manos heridas.

Gritar hasta que el eco se canse de gritar.

Sentir hambre. Estar solo. Y ver cómo los astros

se encienden a los lejos y giran. Más allá…

 

Buscarte entonces. Correr. Hacer tu nombre nuevo.

Pétalo y voz y ola. Alga. Estrella de mar…

Y encontrarte en mi herida. Nacida tiernamente.

Amarga y dulce y mía. Y amarte. Más allá…

 

 

Soneto final
 

Caballo azul la noche se pierde a lo lejos

galopando luceros por sobre la nostalgia…

Más allá de los cerros la luna te ilumina

y tiendes al rocío el cordel de tus lágrimas…

 

¡En dónde estás ahora que te recuerdo mía,

compañera silencio, compañera lejana…!

El girasol celeste se levanta en tus ojos

y violetas de fuego caen sobre tu alma.

 

La alondra de la lluvia canta serenamente

deshojando los árboles sobre la guardarraya

que tiembla sobre el río y se deshace en ecos…

 

¡Quién pronuncia mi nombre, de dónde viene el canto…!

Detrás de los almendros va girando la brisa

y el cordel de la noche me mira a la distancia…

 

 

1 comentario:

Anónimo dijo...

Es poesía inmortal.