martes, enero 29, 2013

El cantar errante de las letras dominicanas

Por Néstor E. Rodríguez en La Jornada Semanal
 
Rita Indiana Hernández
En su poema más memorable: “Hay un país en el mundo”, Pedro Mir trazó, en un lenguaje agónico y de marcada melancolía, su condición de exiliado a finales de la década de los años cuarenta. La primera parte de este dilatado canto al desarraigo da la medida de su continuidad en el tiempo: “Hay un país en el mundo/ colocado/ en el mismo trayecto del sol./ Oriundo de la noche./ Colocado/ en un inverosímil archipiélago/ de azúcar y de alcohol./ Sencillamente/ liviano,/ como un ala de murciélago/ apoyado en la brisa./ Sencillamente/ claro,/ como el rastro del beso en las solteras/ antiguas/ o el día en los tejados./ Sencillamente/ frutal. Fluvial. Y material. Y sin embargo/ sencillamente tórrido y pateado/ como una adolescente en las caderas./ Sencillamente triste y oprimido./ Sinceramente agreste y despoblado.”
 
De esta magistral elegía cabe destacar una línea que parece perderse entre la dureza que rezuma el resto del poema. Se trata del verso en que la voz poética se describe como el resultado de un proceso de desplazamiento: “Natural de la noche soy producto de un viaje.”

Esa imagen traslaticia que determina la constitución del sujeto en el poema puede entenderse a diversos niveles. Por un lado está el ángulo biográfico (la ascendencia caribeña de Mir como dominicano hijo de cubano y puertorriqueña), pero lo que activa la curiosidad al leer este verso no es precisamente esa dimensión genealógica del viaje, sino su lectura como circunstancia sine qua non de toda intención especulativa en torno a lo cultural en el contexto antillano.

En efecto, la percepción del viaje como metáfora fundamental a la hora de afirmar un proceso de conocimiento de tipo teórico sobre la cultura en la región se halla presente en la literatura de las Antillas de manera casi obsesiva en las últimas décadas.


Rey Andújar

Aludo específicamente a una serie de textos que no se acomodan con facilidad al contexto sociocultural del cual provienen, textos que afincan su estrategia de subversión justamente en la metáfora del desplazamiento.

Aunque se puede rastrear desde la primera mitad del siglo pasado, este gesto inconformista, que bien puede ser llamado “poética de la errancia”, se ha manifestado con particular agudeza en la literatura de los últimos treinta años en la República Dominicana.

Édouard Glissant confiere al concepto de la errancia un marcado sentido positivo. Para este pensador martiniqueño fundamental, la errancia no se vincula con la idea de un escape o renuncia a un estado de cosas, más bien se entiende como una opción ética que implica la afirmación de un lugar de enunciación alternativo.

Esta particular posición enunciativa privilegia el desplazamiento por encima de cualquier tentativa de consolidación de verdades absolutas. Para Glissant, la idea de la errancia sólo puede entenderse a cabalidad si se parte del siguiente supuesto: “Al hacer propios los problemas del Otro, es posible encontrarse a uno mismo.”

José Luis González, admirable narrador puertorriqueño e hijo adoptivo de México, entendió mejor que la mayoría de los intelectuales de su momento la potencialidad creativa de la errancia en cuanto a la teorización de lo nacional se refiere.


Aurora Arias

González vio en el exilio un lugar de enunciación privilegiado en el sentido de que esa ubicación marginal permite hacer visibles zonas de lo cultural y lo político que escapan a la mirada del intelectual insular: “El escritor que desde el exilio aprende, favorecido por la distancia, a contemplar el bosque de [l]a realidad [nacional], tropieza inevitablemente, a su regreso, con la visión de los árboles que llenan las retinas de muchos de sus compatriotas.”

En el contexto de la República Dominicana actual, ha sido Silvio Torres-Saillant el principal responsable de la legitimación de un pensamiento dominicano producido desde la marginalidad discursiva del afuera insular.

Tanto González como Torres-Saillant, al defender la ética del pensador que labora desde una ubicación periférica, se adosan a la idea de intelectual que el influyente pensador palestino Edward Said sugiere como paradigma de toda actividad analítica: “El exilio es un modelo para los intelectuales que se sienten tentados, e incluso acosados y presionados, por las gratificaciones de la acomodación, del decir ‘sí’, de la instalación. Aunque uno no sea emigrante o expatriado en sentido estricto, podrá de todos modos pensar como si lo fuese, imaginarse e investigar a pesar de las barreras, y siempre estará en condiciones de apartarse de las autoridades centralizadoras en dirección de los márgenes, donde se pueden ver cosas que habitualmente les pasan por alto a los espíritus que nunca han viajado más allá de lo convencional y lo confortable.”


Josefina Báez

Son muchos los textos dominicanos recientes que se desplazan por los linderos de la marginalidad y evidencian un claro desfase en relación con el paradigma de cultura que los engloba como artefactos simbólicos. De este creciente archivo sobresale la obra de Aurora Arias, Josefina Báez, Homero Pumarol, Ariadna Vásquez Germán, Rita Indiana Hernández y Rey Andújar.

Desde sus respectivos proyectos, estos autores representan ese impulso especulativo surgido desde el ámbito literario por describir un modelo de cultura dominicana más inclusivo de cara a cualquier interpretación de la realidad social de las Antillas.

Tres novísimos de la poesía dominicana


Homero Pumarol

Ariadna Vásquez Germán



Miles AwayHomero Pumarol (1971)

Una trompeta negra vuela
a través de las paredes
de un edificio vacío.

Va más rápido y más lejos
que esta pobre noche de concreto
con todas sus ventanas rotas y bombillos.

El polvo en el suelo es renovado,
letras saltan de los libros viejos
y ahora cada objeto habla del dulce
y dorado olor del maravilloso sonido.

¿Qué haremos cuando pare?
pregunta el clavo a la pared.
Yo no sé, yo no sé, dice el martillo.

¿Qué haremos cuando pare?
repiten las botellas, yo no sé,
llenando los pasillos y las escaleras.

Breve historia de enanos silvestres naciendo (I)Ariadna Vásquez Germán (1977)

Ha regresado el amante. Trae la lengua de serpiente en la boca. La sacude
vigoroso como un látigo y su veneno nos salpica. Muerde como los tábanos
nocturnos. Nos brotan velas encendidas en toda la piel y los vestidos empiezan
a incendiarse. Parimos doce luciérnagas cada noche.

Barca de papel que flota como un zapatoAlejandro González (1983)

la noche entra por las escotillas y luego sale. los faroles cortan la tela y abren dos, tres agujeros y revelan aquí una ciudad que flota como los barcos. lento el vapor de las aguas, sobre el poema crecen árboles de concreto, flores de betún y de huesos. sopla, sopla el aire que lava las sombras. la brisa gira y barre las calles ávidas y pesadas. los pájaros recorren sus curvas y no cierran los ojos. la noche entra, la noche sale. el silencio zumba como una navaja. las lámparas cortan y abren dos, tres agujeros y dibujan su forma: la ciudad en la costa se desprende del mar y se aleja / barca de papel que flota como un zapato.

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