por Carlos Esteban Cana
Uno de los escritores que siempre buscaba para que
contribuyera con Taller Literario era Emmanuel Bravo. Conversador ameno,
afable, con su sentido del humor a flor de piel, Bravo dejó en nuestras páginas
piezas de alto vuelo creativo como Manro. Recuerdo haberlo conocido en uno de
los recitales del colectivo Praxis, a mediados de los 90’s. Su nombre también
figura entre los poetas vinculados a Taller Literario en la antología Los
rostros de la Hidra.
Emmanuel Bravo ha dejado constancia de su originalidad creativa
en Metroika, publicado en el 2003. Y
sobre sus reflexiones acerca de tal acontecimiento en su trayectoria se ocupa
esta edición de nuestro boletín.
Emmanuel Bravo y
su viaje al nuevo medievo: Metroika
Emmanuel Bravo: En Metroika reúno trabajos como desde el 1994 ó 1995, hasta el año 2002.
Habían cosas que estuve trabajando durante años que se publicaron en antologías
literarias o en revistas: en La ciudad
infinita se publicó una prosa poética, en la antología cultural Saqueos, en Taller Literario llegué a publicar unos fragmentos o cosas.
Entonces surgió la idea a raíz de una las prosas poéticas que se titulan Hoy no van a prestarme atención. Esa
prosa poética yo la escribí durante mi primer año de universidad y tiene una
última línea en la que la voz poética se monta en el metrobus y dice algo así
como: “Comienza el rodaje de la película Metroika”. Y el rodaje de esa película
era como una película de la ciudad vista a través del viaje del metrobus, desde
sus cristales, y de ahí surgió el concepto de Metroika. Lo pensé de esa forma
porque soy un excesivo seguidor de la historia rusa, de la guerra fría. Eso se
reflejó en mi vida como parte de una narrativa propia, un sujeto entre medio de
esta gran guerra, ¿no? Incluso las decisiones que se tomaron
afectaron quien yo soy. Tanto me afectó que ciertas imágenes de la civilización,
de sus estructuras y de los escombros militares, están en mi trabajo. Yo pensé:
Perestroika y Metro, y también en la ciudad de Santurce, que por
administraciones era una ciudad destruida o en proceso de cambio. Y de ahí
surge que le llamara Metroika, como si fuera una Perestroika de la ciudad, en
un cambio constante.
Y sucede porque mi experiencia metropolitana me marcó. En
una temporada viví en Filadelfia, en otra en Nueva York. También realicé viajes
por Europa, no la Europa del este que fue la que me hubiera gustado más tener,
sino la Europa Occidental, una Europa ideal de civilización. Chile estuvo en
parte del proceso también, y entonces puedo decir que Metroika se convirtió
como en un libro de las ciudades. Claro, estoy blasfemando a Italo Calvino
porque sus Ciudades invisibles son así, increíbles, las mías pues son
putrefactas, corroídas, enmohecidas. Y de ahí comencé a trabajar el proyecto
llamado Metroika, donde reuní poemas que pensé que tenían un hilo conductor, y
el libro se convirtió en un largo metraje.
Entonces fui acentuando ese viaje psico-náutico urbano
dentro de estas distintas ciudades, en distintos procesos, en distintos
registros arquitectónicos, en distintas dinámicas urbanas. Después le fui
colocando ciertas imágenes, garabatos míos, pedazos de ilustraciones de libros que
fui coleccionando con el tiempo. Incorporé todo eso y le añadí toda una textura
visual, borrosa o metálica, plomiza, para hacerlo parte de esa aparatosidad.
En la portada
tienes un vagón del metro que está siendo tirado por una pala mecánica, una
pala mecánica que tira un vagón del metro al mar, que se llama Metroika, y con
eso surgió lo del viaje al nuevo medievo. Porque la sensación que yo sentía era
una sensación de intemperie, inseguridad, inestabilidad, como si uno fuera una
especie de trovador viajando por estas ciudades donde hay unos peligros
ocultos, unas trampas, unas cosas, lugares que te hacen sentir esa vieja sensación
insegura de la edad media.
Y claro, la premisa de Umberto Eco de La nueva edad media fue importante
también. La nueva edad media es una
colección de ensayo en el que Eco es antólogo y escribe uno de los ensayos. En
ese libro distintos autores exploraron la posibilidad de ver la distancia de la
modernidad, o sea, la nueva modernidad; o la modernidad transformarse en el futuro
en una edad media. Un regreso a los conglomerados dominantes de tierra,
ciudades que se cierran y se abren con mecanismos tecno-represivos, el planeta
fragmentado en sectores y cosas así.
En todo mi proceso creativo siempre hay una
fragmentación, hay un Attention Deficit
Disorder. Trato de capturar como un pulpo todas las posibilidades con mis
tentáculos. Pero en realidad sólo tengo un tentáculo y mientras cojo una cosa
la otra se me cae al piso y se desploma, y lo que está quedando de todo eso son
estas narraciones inconclusas, estas propias esferas rotas. En el proceso,
cuando me encontraba conceptualizando, no sabía a ciencia cierta qué demonios
iba a salir de ahí, porque tenía como dos proyectos narrativos distintos y unos
poemas que estaba escribiendo para la fecha.
Metroika fue así, pero lo que pasa es que parte de la
experiencia de exponer tu material al mundo fue compleja, porque tenía
emociones encontradas en base a las reacciones, a las lecturas. Ahora siento
como un súper ego tecno vigilante, omnipresente big brother de mi supra
conciencia crítica, mirándome por todos estos lados incómodos. Y me gustaría
deshacerme y expandirme sin esa conciencia, con un poco más de intuición, como
antes. Estoy tratándome de entregarme a eso. Cuando tu nombre está expuesto ya
hay una serie de adjetivos que se unen como cadenas y se arrastran detrás de tu
trabajo. Se me hace bien difícil aceptar eso.
Se ha convertido como en una película B movie que a la gente le gusta. Un
libro tipo B movie, que hay un culto,
hay una gente que te dice: ‘¡Coño, ese libro me gusta!’ o me encanta, o que sé
yo. Y para mí eso ha sido una bendición porque se ha dado particularmente fuera
de los espacios académicos, han sido lectores marginales.
Cuando yo hice Metroika, yo pensé en un acto Kamikaze.
Pensé: ‘Ok, si yo me muero mañana, y este libro se publica, ¿qué quiero
realmente que quede plasmado? Vamos a olvidarnos del espacio académico, vamos a
olvidarnos del espacio personal, vamos a olvidarnos del espacio profesional, de
todas las esferas puñeteras, vamos a olvidarnos de mi número de contribuyente,
vamos a pensar en qué yo quisiera que fuera lo póstumo’. Y ahí pensé, déjame
publicarlo como está.
Ahora esa persona que hizo eso no es la misma que está
ahora, porque te metes en toda estas camisas de responsabilidad. Tú sabes,
cuando yo lo escribí yo era un sujeto de la historia. Me gustaba la historia
del arte, un poco de la planificación urbana. Me gustaba mucho la interacción,
los sabores, la multisensorialidad, o sea, prestarme a todas estas sustancias,
a todas estas cosas increíbles y vivir las ciudades de esta forma como un
nervio vivo ¿verdad? Por eso decidí que no podía escribir en una forma
poética-académica. No podía ponerte y exponerte los epígrafes y las genealogías
y las familias, ¿entiendes?
Yo puse fragmentos y epígrafes donde era necesario, o
trozos de fragmentos de cosas que me
tripeaban de otros autores. Pero la convención del academicismo poético; del
profesor -que yo admiro y respeto- que después de su doctorado o durante su
doctorado o su maestría, escribe un
poemario que tiene que ver con su digresión académica y poética sobre el
trabajo de otra persona, en base a sí mismo; eso yo lo respeto, pero no podría
hacerlo porque para mí es una contención tan fuerte, que humanamente sería imposible.
Y entonces ahora, en un momento en el que yo puedo
sentarme sobre mi trasero a leer de nuevo, con minuciosidad, pero a la misma
vez con instinto y con gusto. ¿En dónde quedo yo? ¿Hacia qué canon respondo?
¿Dentro de qué universo cae esto? Pues, esa es la parte digamos que es un poco
existencialmente conflictiva, dura.
Mi proceso de creación se ha convertido cada vez en un
instrumento introspectivo e íntimo, dado a que actualmente soy maestro de
historia y geografía, y al tener otra estructura, otras responsabilidades, pues
eso me ha puesto una camisa, un molde, una contención con la cual yo trato de
trabajar a veces y quizás me miro más al espejo en ese momento porque no tengo
los amigos, los colaboradores, el lugar de la tertulia, los intercambios de
poemas. “Mira lo que escribí.” “Viste lo que escribí.” “¡Ah!, léete a fulano,
léete a mengano”. Eso se desintegró para mí, aunque tengo una compañera
excelente, poeta, que nos comunicamos. Pero he tenido que desarrollar esa
búsqueda de otra manera, quizás de forma solitaria.
Los proyectos múltiples que tengo en agenda son un
reflejo de las múltiples máscaras que he tenido que vivir. Un sujeto happy go lucky, libre dentro de su constraint, multi-sensorial, con su
proceder de trabajo mañana, lo entrego otro día. Hay un deseo de meterme en todos
esos frentes, en todas esas máscaras. En eso me encuentro trabajando.
Emanuel Bravo nace en Filadelfia, PA (1976). Termina su bachillerato en
Historia de las Américas en la Universidad de Puerto Rico, Recinto de Río
Piedras (2000). Participó en varios recitales con el colectivo macharrán
“Praxis” en la librería La Tertulia y el Ateneo, leyó en las Subterráneas de
Poesía, presentó en la librería Shakespeare and Co. de París, y recitó junto a
la poeta Chloé Georas en el Nuyorican Poets Cafe de la ciudad de Nueva York.
Ganó el primer premio en cuento y la primera mención en poesía en el Certamen
del Departamento de Español, Facultad de Estudios Generales, UPR (1996).
Publicó en las revistas Taller literario, Contornos, Mise-Entropique. También
publicó en las antologías: Mal(h)ab(l)ar, La ciudad infinita y Saqueos. Su
trabajo de creación y sus ensayos de crítica de arte han sido publicados los
periódicos Diálogo y San Juan Star. Metroika: viaje al nuevo medievo es su
primer libro.
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