Este poeta regresó de México, lugar donde participó intensamente de la
vida cultural, con un compromiso generacional hacia el País. Sentía, según él
mismo lo revela, que en ciertos espacios en Puerto Rico la literatura se estaba
convirtiendo en una tarde aburrida del viernes en un salón de fiesta. Por eso
se dio a la tarea de salir de recintos académicos y de zonas metropolitanas y
buscó, entre la diversidad, excelencia en voces creadoras que trascendían el
compadrazgo y la norma.
Después ha viajado al escenario donde Lorca fundamentó el motivo de sus
versos, y poco a poco, sin necesidad de padrino alguno, ha desarrollado una firme
trayectoria como poeta. Libros como Misivas
para los tiempos de paz, Tristezas de la erótica o Duelo a la transparencia deben figurar en la biblioteca de todo
amante de la buena poesía. Paralelamente, este escritor ha desarrollado un
estilo propio como crítico literario, que lo ha llevado a reseñar la obra de
los principales creadores de los últimos 20 años. Oficio que le permite,
además, comunicar con belleza y pasión lo que implica el ejercicio de la
lectura. Mérito asombroso en una comunidad literaria donde muchos quieren ser
leídos, pero en la que casi nadie, muy pocos, se dan al placer de leer y
escuchar a los demás.
Su libro más amado le ha tomado 15 años para llevarlo a su punto final.
El poeta se confiesa muy revisionista, por lo que no descansa hasta que la
palabra exprese con exactitud lo que desea comunicar. Así, bajo esa exigencia
autoimpuesta, comenzaron a surgir los poemas de este poemario en Kingston,
Jamaica. Libro que desde su nacimiento, a mediados de la década del 90, no
dejaba de retarlo una y otra vez. Tres lustros después, Kilometro sur llega a manos del lector. Por tal motivo, En las letras, desde Puerto Rico dedica
esta edición al poeta, ensayista y crítico literario Mario Antonio Rosa.
Marioantonio
Rosa en sus propias palabras
Comienzos
Mi padre siempre me estimuló desde muy niño a leer. Mi papá era
ingeniero pero antes fue maestro normal. La práctica de ingeniería la hizo en
Cataño en una fábrica de motores aviones. Sin embargo él era un lector,
disfrutaba muchísimo la lectura. Muchas de las asignaciones que me daban en el
Colegio Nuestra Señora de Lourdes, las hacíamos juntos, especialmente las de
historia y estudios sociales. Recuerdo que un día, que me asignaron buscar
información sobre Gabriela Mistral, la gran poeta Premio Nobel, papi me ayudó
con la enciclopedia y con unas referencias. Gabriela Mistral fue la primera
poeta que me llamó la atención. Papi me dijo: “Sería bueno que transcribieras
unos de los poemas”. Mi padre, que siempre me estimuló a que tuviera contacto
con la lectura y la vida cultural, consiguió el libro que se titula Desolación, y yo transcribí unos cuantos
poemas de ese libro. Y puedo decir que desde ese momento comencé a sentir un
apego, una cosa instantánea hacia la poesía y la literatura en general.
Papi, que siempre me traía libros, llegó un día con un libro que se
titula Romancero gitano de García
Lorca. Y ese primer contacto con el Romancero
me llevó a escribir poemas. Era poesía que utilizaba todo el tiempo la
estructura del romance. Y ya a los 12 ó 13 años estaba haciendo poemas para mí.
Siempre fui algo tímido para exponer mi poesía ante lo demás. A lo único que me
atreví fue a escribir el poema de la clase graduanda 1984 en la Escuela
Superior Rafael Roca de Naguabo. Si no me equivoco a la pieza le titulé Exodo y encomienda. Durante el
transcurso, antes de que pasara eso, llegaron muchos autores a mi mesa de
lectura. Llegó Neruda, llegó Rilke, llegó Heaney. Comenzó en mí una
particular identificación con la poesía europea, la poesía de vanguardia
francesa, la moderna, la poesía simbolista. Esos libros los compraba o papi me
los traía, y con otros simplemente aprovechaba la hora de almuerzo y los leía
en la biblioteca escolar. Esa biblioteca estaba al día gracias a la Profesora
Peña y la misma estaba dotada de una buena colección de poesía. Después llegó también
Vallejo, el creacionismo de Huidobro y Leopoldo Lugones.
Los que están inmersos en el placer de la poesía tienen una comunicación
muy íntima con los libros. No se lee por leer. Hay mucha gente por ahí que lee
por leer. Lo ideal es leer y sentir a la vez. Leer y visualizar lo que estás
leyendo. Leer y sentir que no eres tú, sino sentirte el propio poeta y ver qué
estaba contemplando, por dónde estaba caminando -lo digo en el plano espiritual
y lo digo también en el plano terrenal-. ¿Qué estaba viviendo? ¿Cómo sería eso?
Es como cuando tú lees el poema que le escribe Federico a Ignacio Sánchez Mejía, La
sangre derramada. Tú cierras los ojos y lo puedes sentir. Puedes ver toda
esa situación cuando el toro, prácticamente, masacra a Ignacio, lo mata en la
cornada. Entonces tú ves todas esas imágenes como en una película. Siempre se
da una situación de que tocas el libro y sientes lo que te puede decir. Si no
te dice nada no lo debes abandonar, lo pospones hasta que llega el momento que
ese autor, ese libro, te pueda decir algo. Yo digo que yo conozco a los autores,
por ejemplo, cuando me encontré con el libro La estación violenta, ya yo conocía a Octavio Paz pero lo conocí
mejor a través de ese libro. Es como un diálogo, como si nos sentáramos aquí,
el autor y yo, y empezáramos hablar me dijera: “Mira, esto es lo que te quiero
decir.” Entonces tú lo sientes, te estremeces, y en algunas ocasiones
reflexionas sobre varios momentos de tu propia vida.
Yo crecí, como todo adolescente, con unos conflictos muy profundos, pero
papi siempre me alentaba y añadía una cosa muy curiosa. Decía que no siguiera a
la mayoría. “Tú nunca sigas la mayoría”, me decía. “Tú siempre lucha por ser de
los pocos, porque ahí es que vas a encontrar verdaderamente el conocimiento.
Hay muchas cosas que la vida misma te va a enseñar, pero si toda una muchedumbre
va por un pasillo corriendo, tú no sigas también corriendo por ese lugar. Vete
al pasillo donde menos gente halla y verás que siempre te vas a llevar muchas
sorpresas.” Y echo de menos eso, echo de menos a ese hombre que era un sabio, y
que en alguna época no supe valorarlo. A mami yo la adoro, de ella aprendí la
verdadera filosofía del trabajo. Antes de
casarse mami trabajó en el restaurante Bonaire que estaba ubicado, si no
me equivoco, en la parada 22 en Santurce. Ella supervisaba a los mozos en el
turno de noche, que era hasta la madrugada. A ese restaurante, que estuvo muy
de moda, iban artistas como Silvia Rexach. Y ahí fue que ella conoció a Papi y
después dejó de trabajar. En cuanto a que yo escribiera poesía mami no quería
saber nada. Me decía que dejara esas loqueras, que eso era una porquería, por
eso cuando papi y yo hablábamos de poesía lo hacíamos en el patio pero no
delante de ella. Él me decía: “Si escribes poemas me los enseñas a mí, no se lo enseñes a tu madre.” Incluso una vez papi me dijo: “Haz
una cosa, no tires a la basura esos poemas. Guárdalos y un día de estos, más
adelante, siéntate y léelos de nuevo, reevalúalos, y entonces trabájalos. Pero
nunca renuncies a eso.”
Mi proceso de seguir caminando en la poesía no fue fácil, se hizo muy difícil
porque con la primera persona que tuve que luchar, en una época de mi vida, fue
conmigo mismo porque no creía en mi trabajo. Quizás por la dinámica que tuve
con mami. No sé. Ya yo me estaba identificando con una primera forma de trabajo
que era el poema largo, me gustaban los poemas épicos. Trastocaba a Homero,
pero te confieso que aún al principio no lo entendía. Aunque lo veía como una
cosa tan maravillosa no lo entendía. Coqueteaba un poco con Paraíso perdido de John Milton, que es
una de las propuestas más poderosa que se ha hecho en la historia de la poesía
universal; del hombre frente a su yo interno, frente a su alma, y el
acercamiento al universo en todos los planos. Entonces empecé a entrar en esos
mundos de la observación interior, con una rebeldía que buscaba una liberación.
Buscaba una identificación con la plenitud de la vida, con la plenitud del
amor, con la plenitud de la libertad. Aquí hablamos de democracia y no somos
libres. Vete un día y transita las principales avenidas por la tarde, para que
veas que la gente está prisionera de su vida. A veces ni la propia familia
proporciona un espacio de libertad y de realización. Y tú ves todo eso y notas
que el ser humano no es libre. Por eso pienso que el poeta tiene que ser un ser
humano completamente libre y los que estén compartiendo su vida tienen que
comprender ese modo de vida, saber que esa libertad no se puede tocar. No es la
libertad que conocemos de derechos, sino que es la libertad de acá dentro, de
la esencia. Tiene que ser así para que uno, como poeta, pueda alcanzar o pueda aspirar
a la cercanía de la excelencia.
La
continuación del proceso: lo demoledor de la poesía
En el transcurso de mi liberación poética fueron capitales dos personas.
Mi hermano Juan Antonio Rodríguez Pagán fue el primero, aparte de papi, que me
dijo: “Esto vale.” Tuvimos mucho pulseo, muchos debates intelectuales, porque
yo me resistía a publicar y él insistió, insistió hasta que llegó el momento en
que me atreví. Por eso le dedico a él y a unos amigos inolvidables Misivas para los tiempos de paz. Pero
fue Juan y Francisco Matos Paoli las dos personas que me enseñaron que yo tenía
una labor que hacer y que esa labor conllevaba unos principios. No sólo se
trataba de escribir sino que asumir la poesía era en su sentido esencial un
acto de compartición y no un acto egoísta. Para asumir la poesía había que
hacerlo con humildad. Y es así. No se puede ver la poesía como si fuera un
juego de baloncesto, a ver quién mete más canastos de tres puntos, quién
defiende mejor y quién es el mejor anotador. No. La poesía no es eso. En la
poesía no se compite. La poesía es un proceso de compartición y un proceso de
discernimiento continuo. Y cuando tú estás en un País como este, con la
situación que estamos viviendo, la poesía tiene que ser un testimonio de verdad
y un testimonio que permita despertar conciencias. La poesía no es pretender
que me rindan pleitesía y que me hagan una estatua. No. La creación se da
mediante un proceso colectivo, un proceso que se da entre todos. Por eso no
debe existir esa actitud de egos en la que uno piense que el otro le puede
opacar, que es un complejo que tienen muchos escritores aquí. Los egos hay que
dejarlos a un lado.
En mi proceso creativo he explorado el ensayo y la dramaturgia pero el
primer andamio se da con la poesía. Aunque trabaje en otros géneros siempre
permanecen los elementos que nutren al poema. Siendo cartesiano por naturaleza,
dudo, pienso y existo. Siempre tengo la duda presente en mis creaciones, esa
duda de si el poema cumple realmente con
lo que yo quiero comunicar. Si no es muy hermético o soy demasiado denso. Cosas
así. Por eso digo que mi proceso siempre es un proceso de observación. Cada día
vivo no mirando, sino observando todo lo que me rodea. Las observaciones se
hacen desde el corazón y no desde el intelecto, y esas observaciones te empujan
a un título, te dicen un título, te nombran un título: yo quiero llamarme esto.
Desde ese título, que es lo mismo que decir toda esa observación diaria, van
surgiendo temas que adquieren cuerpo y forma. Temas que piden que hagas luz,
que le des forma adecuada para comunicar. Incluso ocurre en el momento de
escribir la columna en Claridad, en la que siempre trato de tener la frialdad
propia y característica de los periodistas, pero como siempre parto de la
poesía es inevitable que esa luz que da el verso y la metáfora no sea parte de
la historia. No puedo excluir la poesía del reportaje de turno que esté
realizando. El proceso poético esta inherentemente relacionado a la capacidad
de observación y se logra cuando a la misma vez se vive lo que estás
observando. Siempre lo resumo así. Incluso aunque el poema sea negativo, aunque
sea de crítica, siempre hay una aceptación y una exposición de espiritualidad.
El poeta es un ser espiritual lo quiera o no. Lo niegue o no lo niegue. En el
mismo Nerval, en Rubén Darío, en Vallejo, Huidobro o en Nicanor Parra con toda
su antipoesía, está el complemento de cierta unidad espiritual. Tengo una
definición muy personal sobre lo que es espiritualidad y para mí es,
sencillamente, acercarse a una expresión transparente. No necesariamente tiene
que ser pura pero sí transparente, una expresión que permita libertad al propio
ser y al ser con respecto a lo que le rodea. No hablo de la libertad que
predican los proselitistas, ni la espiritualidad que se conoce de las iglesias.
Sino de esa libertad que la misma expresión te permite y te hace capaz de
hacerte un humano espiritual. Y esa espiritualidad personal de cada poeta no es
algo en la que uno esté como flotando ajeno a todo, sino que también se traduce
en la búsqueda de la verdad, por eso la denuncia. Y cuando esa expresión se
logra de una manera exacta y perfecta, es demoledora. Por eso ciertos sectores rechazan
tajantemente, temen y abominan esa verdad. Por eso para ellos la poesía es
inaceptable.
Primeros
libros
Mi primer libro se titula La
soledad despierta, poemario que apenas menciono pero que marca el principio
del proceso, cuando salía del caparazón hacia afuera. En ese libro se
materializaba la conciencia de que tenía que aceptar mi relación con la
escritura. Lo escribí a los 19 ó 20 años y señaló ese destino que teníamos la
poesía y yo. Se compuso sin ninguna intención de unidad temática, pero son
principalmente poemas de amor, poemas nerudianos completamente. Habita y
cohabita el Neruda de Residencia en la
tierra, el Neruda de Los sonetos de
amor. Bajo el crisol de mi crítica actual, que es como un toro desbocao, yo
diría que el poema que cierra y que da título al poemario, sería el único poema
que sobreviviría. Incluso he pensado re-escribirlo, pero soy muy cauteloso a la
hora de retomar un libro. Sería un proceso hermoso pero, a la vez, es delicado
porque si uno le sigue puliendo, puliendo, como dice Miguel Hernández: “¡Dale,
dale, ay, hasta la perfección!” podría convertir el libro en algo muy seco, muy
estructurado. Por eso estoy alerta para cuando el mismo libro te dice: “¡Déjame!”
Y ahí tú tienes que ejercer tu libertad, y decir: “Bueno, está bien, te dejo”
Hay que dejarlo ir. Eso es parte del proceso.
Para el primer libro estudiaba humanidades en el Recinto de Humacao, de
la Universidad de Puerto Rico. Y también para la época colaboré con Juan en un
documental titulado Francisco Matos
Paoli: la entrevista esencial. Yo estaba en calidad de libretista y fuimos
un sábado a casa de don Paco. Estuvimos desde las diez de la mañana hasta las
siete u ocho de la noche, y el impacto fue demasiado, podría nombrarlo como un
verdadero acontecimiento en mi vida. A Juan Antonio y a Francisco Matos Paoli
les debo mucho.
La amanecida, fue un
segundo libro ya de carácter artesanal. Se divide en dos partes, la empírica y
la que experimenta con el ars poética. La
amanecida es un solo poema en 50 páginas. Versos chiquitos que son como
cuenta gotas. Lo hice bajo Ediciones Cundiamor.
Para esos años había comenzado a leer poemas en público, pero para nada había
pensado en publicar de manera formal. Sí me había traslado a finales de los
80’s al Recinto de Rio Piedras y allí me encuentro con poetas como Eric
Landrón, el primer Elidio La Torre, jovencito, con sus poemas de Embudo, Angelamaría Dávila. Y, sin
embargo, el estar en ese recinto tan enorme, me hacía ser más reservado, aun
cuando en Humacao yo había fundado una pequeña revista literaria llamada Aurora. Por eso Juan y don Paco fueron
tan importantes en esa época de mi vida. También me inspiraron a seguir
adelante los poetas de Guajana, específicamente Vicente Rodríguez Nietzche y
Andrés Castro Ríos.
Acuérdate que yo estudié en una época, entre los 80’s y los 90’s, que la
poesía era una práctica exclusiva de académicos. Era difícil acercarse a los
poetas que ya tenían nombre, y recibir algún estimulo de ellos era casi
imposible. Por eso es que muchos de los egresados de la generación del ochenta
todavía tienen esa actitud. Y fue esa actitud la que nuestra generación, los
que hemos venido después, fuimos rompiendo poco a poco, a marronazos. Esa pared
era una pared enorme, y poquito a poco fuimos cambiando la cosa. En aquella
época, que alguien que estaba comenzando se les acercara a esos escritores era
como decirles malas palabras. Ellos creían, y algunos todavía lo creen, que para
ser poeta hay que hacer estudios graduados y conseguir un doctorado. Y algunos
de los poetas jóvenes que emergieron después y han logrado un poco de fama
también cayeron en esa misma práctica. Por eso siempre tengo presente las
palabras de Rosa Montero cuando dice que la fama es la manera más barata del
éxito, y yo creo totalmente en eso. También hay otros poetas de los 70’s que
son recalcitrantemente indeseables, en el sentido de que uno no se les puedes
acercar si antes no te identifican; de no saber quién tú eres te rechazan. Es una
mala práctica. El ego no puede nublar una conciencia literaria. O sea, si doy
un taller de poesía no es para que me adulen, doy el taller para compartir y
brindar el concepto de la poesía, el principio de la poesía. La mejor manera
que un poeta tiene para sentirse fiel a sí mismo, sentirse más libre, más
pleno, es brindando el conocimiento de libertad que la poesía otorga. Cuando
hago un taller literario no lo hago queriendo hacer un club de modelos para
pasarelas, y es ahí, en esas “pasarelas” que se adquieren malas actitudes y
malas practicas; eso de que quítate tú pa’ ponerme yo, no tiene nada que ver
con ser poeta. La competencia no es con nadie sino contigo mismo, con nadie
más. Tú haces poesía, yo hago poesía y podemos caminar juntos ese amplio pasillo
creativo. Y tú tienes tu estilo y yo tengo mi estilo. Pero pretender que el
foco de atención esté todo el tiempo en uno, es algo absurdo. Completamente
absurdo.
El poeta en
pleno curso: Misivas para los tiempos de
paz, Tristezas de la erótica y Duelo a la transparencia
Misivas para
los tiempos de paz es integrado por poemas que recorren el estado de
soledad del poeta, que es un estado necesario. La soledad como un planteamiento
existencial del ser es un tema que yo trabajo desde diferentes aspectos. Hablo
de la necesidad que tiene el ser de alcanzar esa verdad necesaria que permite
al sujeto complementar muchas cosas que rodean su propia vida. Misivas para los tiempos de paz se ocupa
del planteamiento político de 1950, en sus páginas también el lector encuentra
la fascinación con los mitos bíblicos como el de Jonás y la ballena. Está el
planteamiento del héroe en la Epístola
para el Ché Guevara. Está el dilema del amor y está el dilema de enamorarse
en la línea de piquete en una huelga obrera. Los poemas de este libro son tipo
carta. Originalmente las piezas iban a ser todas contra la guerra, pero otros
temas fueron ocupando la piel del libro. Vivencias acerca de lecturas y un
re-encuentro con ese embrión cristiano, que estaba antes de la bohemia, antes
de todo.
Tristezas de
la erótica empieza a escribirse en el 2001, aunque se publica en el 2004. Y cuando
la gente me pregunta por la razón del título les digo que la erótica aunque la
relacionamos generalmente con el placer, con lo que llaman en inglés el glee, también esta asociada a la
consumación de todos los sentidos. Son tristezas porque llega la ruptura con la
persona amada, se rompe el cauce, se rompe todo y en esa tristeza se recuerdan
esos momentos hermosos. Un libro estructurado, escrito con toda la intención de
hacer una unidad temática que se da con naturalidad. Yo me propongo esa unidad
temática pero después me olvido de que me la había propuesto. Ese libro recrea
esos momentos de felicidad del cuerpo y del espíritu pero ya en un plano de
completa soledad. Y en ese plano se recuerdan así, con tristeza. Irremediablemente
esa es la emoción que te otorga la soledad para observar esos momentos. Tristezas de la erótica se ocupa de la
relación que tuve con la que fue mi esposa.
Duelo a la
transparencia es una búsqueda de una autenticidad de la palabra. Lo
comencé a escribir en Guadalajara en 1997 y lo termino en Puerto Rico. Hasta
cierto punto dialoga con el libro anterior. Es una continuación de lo que pasa
después. En ese poemario intento retomar unos símbolos que había abandonado.
Quería acercarme, a como diera lugar, a una expresión pura. Y tengo que
reconocer que aunque en ocasiones esa ambición extrema pueda ser mala es
también de deliciosa. Los temas del alma y el ser, el ser humano ante la vida, la
soledad y la muerte, habitan las páginas.
Una anécdota curiosa con ese libro fue que tuvo dos portadas. La primera
contenía una obra de una artista reconocida, que la editorial había asignado a
mi libro sin problema alguno, pero hubo que retirarla porque la artista en
cuestión protestó: era ella y no la editorial quien seleccionaba los autores
que recibirían su obra. Finalmente se realizó una segunda portada con la obra
del pintor dominicano Ezequiel Taveras.
El proceso
creativo en el poeta o ese lugar fuera de la coordenada terrenal
La poesía en momentos se me da por las tardes. Hay otros momentos en que
la plena luz del día me incita a escribir. Tanto Misivas como Tristezas de la
erótica, son hijos del medio día y del crepúsculo. Misivas se daba siempre de medio día hasta por la tarde o la noche.
Podía estar más de cinco o seis horas escribiendo, por segmentos o fragmentos. Sucede
que un fragmento puede estar descansando una semana, dos semanas, o puede que
lo siga al otro día. Me la paso haciendo observaciones durante el día y en
otros momentos quedo en una especie de mutismo, callado, como si me fuera de la
coordenada terrenal. Una cosa como que te hala hacia adentro, pero que cuando
estás así vas viendo los versos escritos. Casi siempre hay silencio cuando
trabajo la poesía, y también la trabajo con boleros o música clásica. Uno se
transporta hacia un mundo interior, y me ocurre cuando estoy solo y también
cuando estoy entre la gente. Así me pasa cuando escribo las columnas.
Estoy leyendo a Sylvia Plath. Me encanta. Murió muy joven, en el 1963. A
veces estoy leyendo tres libros a la vez. Confieso que todo el tiempo leo poesía.
Sí leo prosa, pero soy más selectivo. Por ejemplo, recientemente estaba leyendo
un libro de Rosa Montero que se titula La
loca de la casa que habla de la situación del escritor hoy. Habla de lo que
es la literatura, de las traiciones que esta sociedad puede hacerle a un
escritor.
El escritor, el verdadero escritor, volvemos, es un ser espiritual,
aunque lo niegue. La moda en los tiempos que nos ha tocado vivir es de escribir
y vender. Pero el verdadero escritor siempre tiene que buscar en cada obra que
escribe, la navegación de su propia espiritualidad. No lo vacuo o pueril.
Incluso es evidente hasta en los casos de aquellos escritores más renegados. La
sensibilidad nutre la lectura, la lectura nutre la sensibilidad, la misma
lectura incita al ser a la búsqueda. El escritor es una esponja y recibe del
mundo exterior visiones que el hombre y la mujer cotidiana no pueden ver. El
verdadero creador tiene el gran problema de que es doble y hasta triplemente
más sensible que ese otro ser humano que es normal, que se dedica a comprar
autos nuevos, de llevar al detalle las
cuentas bancarias, y que cada año termina en Disney con la familia. El escritor
tiene el problema de que no puede limitarse a eso. Aunque tenga que sobrevivir
haciendo todo tipo de trabajos, jamás podrá instalarse de forma completa. Incluso
hasta en la rutina de dar clases se da la abstracción de lo cotidiano; se
transporta uno y los estudiantes a otro mundo, a otro estadio, a otra dimensión
tan terrenal y tan válida como la del hombre o la mujer que tiene otro oficio.
Siempre supe y me sentí identificado con la reseña crítica, pero no la reseña
que enfatiza el elemento que solamente se ocupa de decir qué es feo y que es
liviano en una propuesta literaria. Yo, sin embargo, busco una manera de develar
al sujeto que está implicado en la propuesta creativa. Busco otras cosas a la
hora de acercarme al género. La misión en las columnas es buscar lo que está
detrás de esa obra y siempre hay algo que ese poeta, ese narrador o ese
dramaturgo dice, comunica, revela con novedad, aunque estemos hablando de temas
eternos y transitados en la literatura. No me voy por las vías tradicionales de
la crítica. En cambio, trato de sintonizar con lo que expone el artista, y me
doy a la tarea de hacer esa búsqueda del sujeto artístico en su propia obra.
Hacer crítica y análisis de una obra casi me susurra al oído cuál será
el próximo paso que ese escritor dará en el futuro, y eso es algo maravilloso.
***
Visita Sur para caminantes de Marioantonio Rosa es una palabra en búsqueda, una propuesta poética que
desea escucharse en la verdadera poesía, vive de la imagen, y como en una
carretera al sur, espera siempre el milagro de la palabra...
Marioantonio Rosa nació en San Juan, Puerto Rico (1965) Ha publicado Misivas para los tiempos de Paz (1997), Editorial Isla Negra, Tristezas de la Erótica (Editorial Isla Negra 2004), Duelo a la Transparencia (Editorial del Instituto de Cultura Puertorriqueña 2006). En preparación se encuentran Kilómetro Sur, La Tierra de Mañana, y el libro de cuentos Disparando al Perro Sideral. Ha sido publicado en diversas antologías de poesía siendo la más reciente Poetas del Mundo, Voces para la Educación, del Sindicato de Maestros del Estado de México junto a Ernesto Cardenal y Raúl Zurita (2007). Graduado de Pedagogía en la Universidad de Puerto Rico y maestría en Literatura Hispanoamericana en la Universidad de Guadalajara, Jalisco, México. Poeta, crítico literario, periodista cultural. Sus artículos y poemas han sido publicados en varias revistas en las que se destacan Luvina de la Universidad de Guadalajara, Tierra Baldía, Universidad Nacional Autónoma de México, Exégesis Universidad de Puerto Rico. Dirige el suplemento LIBROS, del semanario puertorriqueño Claridad en donde es columnista desde el 2002.
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