por Carlos Esteban
Cana
¿Quién es Olga Nolla? ¿Por qué su nombre perdura, queda en el ambiente
como eco referente de una obra que parece no agotarse, que se transforma con el
tiempo, si hace trece largos años que Olga Nolla murió? Yo, casi en primera
fila, pregunto y unos me dicen que la poeta murió a destiempo, prematuramente.
Le pregunto a otros y guardan silencio, pero antes, off the record, habían afirmado que continúan leyéndola. En busca
de respuestas me acerco a la sala que lleva su nombre en la Universidad
Metropolitana. Allí, entre sus manuscritos, entre las fotos que la muestran de
niña como parte de una familia económicamente privilegiada, no me canso de
explorar.
Entre las imágenes
con sus colegas la veo. La veo con Manuel Ramos Otero en una foto a color
–siempre Ramos Otero se me presentaba en blanco y negro. Veo, si no confundo el
mosaico, a Nicanor Parra al lado de Olga y de Manuel Martínez Maldonado, al
lado de José Luis Vega y Edgardo Rodríguez Juliá. Creo que en algún lado, entre
esas imágenes colocadas en marcos, se encuentra también el poeta Hjalmar Flax.
Veo a Olga con
Caridad, su gran amiga, recibiendo el Premio
Internacional de Poesía Jaime Sabines en Chiapas. También toco sus libros,
títulos importantes, marcados en ciertos pasajes con líneas fina y rojas,
subrayado destacado por su propio puño y letra; textos que fueron engrosando
las columnas firmes de una diversa y selecta biblioteca personal. Y en el
anaquel destinado a las revistas que ella guardaba con cierto celo, encuentro a
Caribán, encuentro sus propios
ejemplares de Zona de carga y descarga.
También, tímido, en una discreta esquina, figura un número de Taller Literario, el mismo que
gentilmente prologó Edgardo Sanabria Santaliz.
Sin embargo, cerca
de esa sección me topo con un ejemplar voluminoso de la revista Cupey, publicación periódica que ella
misma dirigió desde su fundación. Pero aquel ejemplar correspondía a los años
2001-2002, y ese volumen voluminoso contiene un dossier dedicado a su memoria.
La pregunta incesante, a veces impertinente, de manera simultánea se deja
sentir y no descansa. ¿Quién es Olga
Nolla? no da tregua, por lo menos no lo suficiente como para impedirme que
pueda hojear tranquilo estos diferentes artículos del dossier, pero aún así
ignoro la persistente pregunta y no me amilano –como diría mi buen amigo
Hiciano- ante el reto.
De La reiteración del sexo en la poesía de Olga
Nolla, de Manuel Martínez Maldonado, anoto: “Los poemas de (Marina) Arzola
y (Angelamaría) Dávila, dos mujeres de estratos sociales más bajos que los de
Nolla, expresan más preocupación por la guerra y las desigualdades sociales,
como causas del sufrimiento de la humanidad, que por satisfacción sexual. Nolla
está más cerca de Anne Sexton, la gran poeta americana y quien también era rica
y depresiva, y que murió el año en que Nolla comenzó a escribir”.
De su amigo, Juan
Antonio Torres, recojo lo que éste le decía a la propia poeta y novelista en Literatura de un mar de pasiones: “Me sorprendía tu prisa de trabajo. El miércoles
antes de tu partida hacia Estados Unidos, cuando leíamos el último capítulo de Rosas de papel te decía lo apresurado de
tu escritura. Esa fijación de corregir, de leer fragmentos narrativos que te
producían desasosiego, y preguntándome, -¿Juan, qué te parece? Y tú esperando
que mi respuesta pudiera darte o conducirte a un espacio de seguridad creativa.
De cualquier manera te salías con la tuya”.
Por su parte, el
editor y novelista mexicano Sealtiel Alatriste, en Olga, da cuentas de su contacto editorial y personal con Nolla,
habla de cómo la poeta le ofreció palabras necesarias para aliviarse de su
desaliento endémico de turno, palabras de aliento que se dan en medio de un
encuentro informal en el Viejo San Juan, y en el que se encuentra además el
novelista español Arturo Pérez Reverte. Después de relatar el suceso, Sealtiel
añade: “Caridad (Sorondo) me contó que (Olga) murió en casa de uno de sus
hijos, después de haberle dicho que lo quería. Había terminado una nueva novela
que acababa de enviar a Alfaguara y fue a Nueva York a festejar. Murió
tranquila, quizá sonriendo pero estoy seguro que sin ganas. De cualquier manera
con su sabiduría no debió ofrecer demasiada resistencia. En cualquier caso se
libró de presenciar los ataques terroristas a su amado Nueva York”.
Pero todo lo que he
leído hasta ahora de Martínez Maldonado, de Juan Antonio Torres y de Alatriste,
no aplaca la virulencia de la misma pregunta que revuela y revuela como buitre
entre la sinapsis necesaria de mis neuronas. ¿Quién es Olga Nolla? Entonces acudo, en ese mismo dossier, a los
versos tallados por las manos de su propia prima, la escritora Rosario Ferré,
con quien fundó Zona de carga y descarga.
Rosas de papel
en memoria de Olga Nolla
El silencio es un misterio
Más profundo que la urna de John Keats.
Tu rostro afilado de virgen medieval,
Tus manos blandas y pequeñas
Acostumbradas a sembrar, a cocinar,
A blandir el lápiz como un dardo de grafito
Sobre el pecho inmaculado de la página,
Eran las mismas al fondo de la caja,
Pero no eras tú.
Faltaba la intensidad con que tornabas
La soledad abyecta en compañía,
Lo triste en chispazo de alegría,
Lo superficial y cicatero
En el humus nutritivo y fértil
Que haría florecer tus rosas de papel.
Faltaba, Olga, la voz
Eternamente enamorada
con que diste vida al mundo
Que hoy nos dejas como un obsequio sagrado.
Después de leer ese
poema de Rosario, la pregunta ahora, más sosegada, confiesa que poco a poco va
entendiendo. Yo, aliviado, hago pausa. Se me ocurre que después de todo no es
imposible trazar el perfil claroscuro de la escritora y por un instante guardo silencio.
Es hora de entender quién fue la mujer que blandió el lápiz como un dardo de grafito, la poeta que al pie de la letra
siguió su selecta educación sentimental, la novelista que vislumbró el hontanal
del mito y la memoria. Es momento de conocer quién es Olga Nolla, con su
sonrisa a flor de piel, a través de los matices de su propia voz, lo
inherentemente femenino en sus metáforas. Y su lúdico y lúcido universo
creativo en sus propias palabras.
Olga Nolla: En sus propias palabras
La educación sentimental
Primero me dijeron que
debía obedecer a mi padre y a mi madre.
Después me dijeron que dios existía
y que también debía obedecerlo,
que este mundo era un tránsito
hacia otro mundo mejor,
que en este mundo
había mucha gente mala que
maltrataba a las niñas,
que debía conservar mi posición aristocrática
y no mezclarme con toda clase de personas,
que debía comportarme en público,
con los modales de una perfecta señorita:
me enseñaron a organizar una comida sentada
servida en bandejas de plata
a escoger el traje adecuado para cada ocasión
a discernir entre la vajilla francesa y la
imitación barata
a juntar las piernas al sentarme
de modo que nunca se sospechara el nacimiento de
los muslos.
El plan estaba trazado con una precisión
matemática.
Debía escoger un hombre bueno como mi padre
que me protegiera de la maldad de mis semejantes,
un hombre que me hiciera posible
tener dos sirvientas por lo menos,
levantarme a las once de la mañana,
ir a Europa dos veces al año
y tener muchos hijos saludables
por quienes debía sacrificarme.
Sin embargo algo anda mal.
He cumplido mis instrucciones al pie de la letra;
Soy una señora respetable y pertenezco a grupos
que movilizan actos caritativos
Mis hijos están aprendiendo inglés
Doy unas fiestas que son la admiración y envidia
de los más prestigiosos círculos de la sociedad
Pero todas las noches
cuando me siento frente al espejo
para aplicarme los cosméticos de rigor
encuentro que mi cara huye despavorida
no puedo acordarme de cómo era mi boca
y el color de los ojos se me diluye entre las
lágrimas
Mis orgasmos, que siempre han sido débiles,
son cada vez menos frecuentes,
y el caminar me cuesta trabajo.
Duermo mucho
no como casi nada
noto que algunas de mis amigas beben mucho wiski
Yo sólo quiero que me dejen acostar
y quedarme muy quieta
y no mover más nunca
ni un solo músculo del cuerpo.
Quedarme para siempre así,
mirando el vacío.
Después de todo,
tengo derecho.
He cumplido mis instrucciones al pie de la letra.
Olga Nolla: Para empezar yo no quería escribir. Nunca pensé en escribir. Tenía
rabia, horror: ¡tener que escribir! Escribir para mí era horrible y lo pensaba
porque mi madre era escritora y yo quería, ante todo, no ser igual que ella. No
quería ser como mi madre, más nunca. Si mi madre era un ama de casa, era una
mujer de su casa. ¡Era religiosa, qué espanto total! Entonces yo no quería ser
escritora, y traté y estudié química, quería ser científica. Luego me casé,
traté de ser ama de casa: un fracaso total. Pero sí, tuve dos hijos. Algo
logré. Finalmente, no fue porque lo buscara ni tratara ni nada, me puse a
escribir, no me quedó otro remedio, y lo que escribí fue poesía. Escribí poesía
cuando estaba la generación del 70. Y de alguna manera, es extraño porque quienes
escribían poesía en esa generación eran mujeres. Rosario escribía poesía muy
diferente a la mía, quien más… Edwin Reyes, que en paz descanse, escribía
poesía muy buena. Angelamaría Dávila escribía poesía, me gustaba mucho pero era
muy diferente. Y yo en ese momento escribía este tipo de poesía:
Manifiesto
Me encanta ser mujer
Tener cuarenta años
Ser dueña de mi vida
Enamorarme de los hombres
Olvidarme fácilmente de los hombres
Escribir mis poemas
Cocinar platos aromáticos
Elucubrar comidas criollas exquisitas
Hablar de comida con mis hombres
Vestirme sensualmente con encajes y sedas
Desvestirme sensualmente
Usar zapatos rojos
Llevar el pelo larguísimos
Pintarme las unas de los pies
Soñar con las novelas que pienso escribir
Ver películas hechas por mujeres
Oír la lluvia azotar el aire
Oír los truenos
Desatar los truenos
Correr las olas con el auto en llamas
Y darte la manzana, Adán;
cómela, cómela
Manifiesto es uno de esos primeros poemas que escribía. Cuando yo escribo
poesía, es, ante todo, no para desahogarme sino porque tengo algo que decir. Y
lo primero que yo quería decir era que las mujeres teníamos que dejar de
quejarnos, eso lo dije en un principio y sigo diciéndolo. Por eso mis poemas
nunca lloran. Nunca lloran. Me acaba de
dejar el último novio ¡qué horror! Tengo que llorar muchísimo pero no voy a
escribir eso en un poema. ¡No señor! Porque entonces me estoy desahogando y esa
nunca ha sido mi intención. Yo no escribo poesía para desahogarme, escribo
poesía para decir otra cosa y para dar una nota, un tono desafiante, ¿verdad?;
para comunicar eso, para ponerlo en un lenguaje de comunicación entre los
hombres y las mujeres. Escribo poesía porque tengo el propósito de explorar la
sexualidad como una manera, como una forma de comunicación entre los hombres y
las mujeres.
En un hotel de Arecibo
En la plaza de Arecibo hay un hotel
al que se sube por un estrecho ascensor
ubicado entre dos tiendas por departamento.
Zapatos y carteras y ropa de caballero, creo
y en la otra vitrina
collares y cinturones de neón.
En la plaza de Arecibo hay un hotel.
Subiendo al tercer piso de un edificio de tres
pisos
se encuentra un gran salón de altos techos
iluminado por pequeñas bombillas General
Electric.
Un hombre muy cansado come arroz y habichuelas
en un “conteiner” de margarina Parkay.
Un hombre cincuentón de manos grasosas y
profundas ojeras
comiendo
detrás del mostrador de la oficina de un hotel.
En medio del salón hay unos pocos muebles
de telas desteñidas y ratán verde
y un pequeño televisor.
Unos ancianos llenos de silencio
observan la pantalla producir rascacielos
sirenas de policía
y automóviles computadorizados.
Desde el largo balcón se contempla la plaza
nocturna y vacía
la iglesia esbelta y blanca
y árboles negros.
A lo lejos se esparce
el susurro del mar del norte.
En la plaza de Arecibo hay un hotel
al que se sube por un estrecho ascensor.
En él se paga por adelantado
$21.50 por un doble.
Las ventanas de los cuartos están clausuradas
y un olor a desinfectante barato
satura el aire.
En este hotel de la plaza de Arecibo
colchas polvorientas y desgarradas
altos techos enormes y vacíos
paredes agrietadas y pequeñas bombillas
amé desesperadamente a un hombre
que ya olvidé.
A través de los
años he escrito libros de poesía y narrativa conjuntamente. La narrativa no
llegó como parte de un desarrollo tardío, no, puesto que siempre he escrito
prosa también. Y todos los críticos decían que mi poesía era narrativa. O sea,
que el aspecto narrativo siempre estuvo presente. Era, vamos a decir en
términos poéticos, un recurso que yo utilizaba. El año pasado publiqué El caballero del yip colorado que contiene
poemas que son de la década de los noventa, también fue premiado Únicamente míos en México con el Premio
Jaime Sabines y de este libro inédito voy a leer un poema. Se titula Amor de lejos.
Amor de lejos
Hicimos el amor a través de la mesa de recepción
de un hotel europeo.
Tu sonrisa me penetraba por los ojos y se
instalaba
en la boca de mi estómago.
Tu voz me acariciaba los tímpanos,
mordía mis orejas, los lóbulos, la nuca,
me chupaba
las puntitas de los pezones.
Hicimos el amor desde lejos
Rodeados de gente que entraba y salía a la calle;
Tu mirada
besaba mis entrañas, me recorría
de punta a punta
como una boca sedienta,
como una lengua ansiosa.
Yo te pensaba un sexo erecto y duro, durísimo
debajo de unos pantalones de hilo gris.
Ni siquiera nos tomamos las manos
ni siquiera
besaste mi mejilla al saludarnos.
Hicimos el amor con las palabras,
con los tonos y los matices que alcanza el
lenguaje,
únicamente con los gestos del cuerpo y los
cabellos,
únicamente con las sonrisas entrelazadas
como enredaderas de flores trasparentes.
Fue como hacer música.
Pudo ser en París y pudo ser en Roma,
en Londres, en Nueva York o en Frankfurt.
Hicimos el amor a través de la mesa de recepción
de un hotel…
Sin tocarnos.
Tan sólo nos mirábamos y nos movíamos
al contarnos historias de amor y muerte
¿Quién dijo que el cerebro humano es un órgano
sexual?
Pero eso no explica lo suficiente.
Es mucho más que eso; qué alegría…
En el caso de la
novela es diferente. Yo comencé a escribir novelas porque es un género que me
permite explorar una región de lo humano, el espacio que duerme entre la
conciencia y las pasiones que la poesía no me permite. Un poema es una canción.
Una novela un viaje a la aventura. Un poema es una canción. Escribo una novela
para descubrir algo. En el Manuscrito de
Miramar acompaño a la narradora en el viaje que emprende al leer el
manuscrito de su madre. ¿Puede ella
soportar el conocer una verdad sobre su madre? Escribo esta historia para
averiguarlo. En El castillo de la memoria utilizo la
historia y el mito para virarlo al revés. Juan Ponce de León encuentra la
fuente de la juventud, pero ¿puede
soportar la inmortalidad? Viajamos con él a través de 400 años de historia
de Puerto Rico para averiguarlo. Al explorar la historia a través de la
escritura de ficción también intento conocerme.
En la última novela
que escribo, que aún no he terminado, vuelvo a utilizar la historia. Entre
otras cosas que no voy a contar, recreo una visita que Franklin Delano
Roosevelt hizo a Puerto Rico en 1934. Está perfectamente documentada, y me
documenté perfectamente. Fui a los archivos de Puerto Rico y a la biblioteca
puertorriqueña de la Universidad de Puerto Rico, y reconstruyo esa visita de
Franklin Delano Roosevelt que ni siquiera está en el libro de Historia de Puerto Rico de Scarano. ¡Ni
siquiera! La reconstruyo utilizando la imaginación.
Pienso que la
escritura de ficción nos permite no sólo reconstruir la historia y recuperarla,
sino que nos permite conocer la historia más a fondo al permitirnos inventar sus detalles. Intento percolar la realidad. En
eso trabajo en la actualidad y tengo la extraña impresión de que sólo comienzo
arañar la piel de todo lo que quiero conocer.
***
Carlos Esteban Cana Escritor y comunicador puertorriqueño.
Ha cultivado el cuento, el micro cuento, y la poesía. Actualmente, sin embargo,
se ocupa de darle forma a sus dos primeras novelas y a un volumen de ensayos.
Colaborador de varias publicaciones impresas y cibernéticas, en Puerto Rico y
otros países. Bitácoras y publicaciones alrededor del planeta, como
Confesiones, del narrador Angelo Negrón, reproducen su boletín "En las
letras, desde Puerto Rico". Para el periódico cibernético El Post Antillano también
publica su columna "Breves en la cartografía cultural". En verano del
2012, Carlos Esteban publica Universos, libro de micro-cuentos bajo el sello de
Isla Negra Editores. Para el 2013 publica su libro Testamento. Testamento es un
poemario antológico que reúne lo más representativo de su poesía; género del
que Cana manifiesta: "Fue la propia poesía que me seleccionó como medio,
como intérprete". Cana es conocido además por haber fundado la revista y
colectivo TALLER LITERARIO, que marcó la literatura puertorriqueña en la última
década del siglo XX en Puerto Rico. Otro libro aparecerá durante el presente semestre: Titulado
"Catarsis de maletas: 12 cuentos y 20 años de historia", ofrece una
vista panorámica de una pasión que el autor ha desarrollado, por cuatro lustros,
en el género del cuento.