Por: Luis Antonio Rodríguez (Laro)
24 de noviembre de 2004
Un día en Haití ocurrió algo extraordinario, sin
precedentes en la historia mundial. Cuando se reanudaron los asuntos cotidianos
todos se dieron cuenta que habían amanecido de color blanco. Algunos tan blancos que hasta el sol les
molestaba en la piel. Para otros, por
primera vez en sus vidas su cabello caía dormido sobre su frente. Los más privilegiados obtuvieron cabellos tan
rubios y tan finos que parecían silbidos de ángeles. El mundo entero se
estremeció con la noticia. Haití ya no era lo que era antes. Viajaron
reporteros de todos los lugares, con todos los equipos necesarios para esparcir
la noticia por todos los rincones y a toda hora. La gente celebraba en las calles, era una
fiesta nacional. El Secretario de la ONU
se adjudicó el milagro, logrando así una nominación unánime al Premio Nóbel de
la Paz. Inmediatamente el Presidente de los Estados Unidos envió sus tropas
para asegurar la democracia y de paso demostrar su apoyo incondicional a su
nuevo aliado. Francia por primera vez
reclamó sin llegar a tener suerte. Por supuesto que Inglaterra se unió, y luego
llegaron más aliados, ¡muchos!, tantos que hasta había nombres de países
irreconocibles.
También llegaron diplomáticos americanos, antes que
cualquier otro, para darle la bienvenida al país al Tratado de Libre
Comercio. Lo abrazaron, le dieron cariño
y lo rebautizaron como europeos, algunos como hispanos y otros, los más
políticos lo llamaban la nueva nación anglosajona. El Papa, sin ningún precedente, les echó sus
bendiciones y hasta envió un cargamento de flores; específicamente rosas
blancas. El Presidente de la Republica Dominicana decretó eliminar la frontera
como un gesto de buena fe. Eran momentos felices. De todas partes del mundo
llegaron expertos en reconstrucción de países.
Se desarrollaron planes de reforestación, de infraestructura, de
educación, y hasta de deportes. Fuera
del país, el vodoo se convirtió en una religión nueva, de unión
familiar. Se constitucionalizó, se
comercializó, se mezcló con otras religiones y aparecieron algunos capítulos
nuevos de los más sagrados libros. Se
vendían brazaletes, cadenas y todo tipo de joyas con sus piedras preciosas en
alusión a esta nueva religión. Camisetas
y hasta bultos y carteras. En Hollywood
se crearon más proyectos cinematográficos en referencia al gran cambio que
todos los que se habían realizados sobre Vietnam y asesinos en series. Los actores y actrices mejor pagadas rogaban
por un papel. El turismo se incremento a niveles inimaginables. Por primera vez los hoteles estaban llenos.
No se aceptaban reservaciones por los próximos 10 años. Había prosperidad.
De pronto, como si de la nada, nació un niño…
¡negro! Con su pelo grifo, sus manitas
negras, sus piesecitos negros. Las autoridades tomaron acción
inmediatamente. Declararon el país en
estado de emergencia. Reactivaron el
toque de queda y constitucionalizaron el cateo individual. Les dieron una hora a los responsables de tan
vil y atorrante acto. Especificaron que
no iban a negociar con ningún terrorista que se haya atrevido a realizar un
acto de esa envergadura. Otros, también llamados terroristas, se fueron
entregando a través de todos los hemisferios por temor a que los relacionaran
con esta acción tan inaceptable e inhumana.
La gente lloraba y rezaba a los cuatro vientos. Los Estados Unidos enviaron más tropas para
rescatar a sus ciudadanos americanos en caso de que esta tragedia no se pudiera
resolver inmediatamente. Lo arrestaron,
y esposando sus pequeñas muñecas lo escondieron en un lugar remoto de alta
seguridad. Trataron de extraditar al negrito pero ningún país, aliado o no, le
quiso dar albergue político. Los padres, que ya no eran tan blancos, se
entregaron y fueron fusilados, en un acto patriótico, aun cuando su
constitución ya había sido enmendada y la pena de muerte eliminada. ¡Pero esto era un desastre natural! ¡Había
que tomar medidas extremas!
El Presidente
de Haití, que empezaba a dejar de ser blanco, se dirigió al país a través de
señal digital. Con su rostro consternado
explicó la situación. Sus palabras,
además de enviar un mensaje de preocupación, estuvieron llenas de esperanzas.
Advirtió que cada uno tenía que cuidarse y estar atentos a cualquier intento
terrorista. Exhortó a cada familia a
abastecerse de alimentos, y productos de primera necesidad. Les recomendó tomar adiestramientos de
supervivencia, poner alarmas en los hogares y circuitos cerrados de seguridad.
Compraron mascaras anti-gas, se vacunaron, y en algunos casos hasta se
cambiaron de apellidos. El Presidente reclamaba que mantuvieran la calma aun
cuando la alerta de seguridad nacional estaba en el nivel más alto.
Fue entonces cuando
se les ocurrió una idea que pondría final a todo este caos. Lo consultaron en un plebiscito de
emergencia, y todos, todos al unísono y por primera vez desde su independencia
estuvieron de acuerdo con una decisión. Tomaron
al negrito, que en ese momento estaba sonriente. Lo humillaron, lo desnudaron, lo exhibieron
en plazas públicas y en revistas, y lo mercadearon por todas las esquinas del
hemisferio. Hicieron canciones y
libros. Convocaron una asamblea pública
extraordinaria frente al palacio nacional. Enseñaron al negrito a través de
pantallas gigantes. Mostraron los visuales
de su captura, su tortura y su negrura. Lo
colocaron debajo de la memoria de sus ancestros, y lo condenaron al
olvido. Volvió la calma. Los demás
países desactivaron sus defensas. Regresaron
a sus hogares, a sus trabajos y a su vida cotidiana… al fin todo estaba normal.
¿O quizás no?
***
Luis
Antonio Rodríguez (LARO), escritor y fotógrafo puertorriqueño. Ha
cultivado la poesía y la narrativa desde muy joven. Durante la década de los
noventas, fue incluido por el Poeta y Humanista don Manuel de la Puebla en la
antología mundial Ecología y poesía, también fue de los escritores que se
desarrolló en torno al colectivo y revista Taller Literario. Su trabajo
creativo ha sido reproducido por diferentes bitácoras y páginas cibernéticas, y
creadores como el narrador Angelo Negrón, la artista Tanya Torres, la gestora
cultural Raven Blackstone, el poeta Eric Landrón y el editor Caronte Campos
Eliseos, se han ocupado de difundir su obra. LARO, como se le conoce, ha sido
invitado a participar de importantes eventos en librerías y centros culturales
de Nueva York, Filadelfia y Puerto Rico. Tiene dos poemarios publicados: Entre
la sombra y el albedo (1996) y Versos clandestinos (2001). Actualmente se ocupa
de dar los últimos detalles a Historias del ir y venir, su colección de
cuentos, y a la novela La noche larga de aquel día. Algunos críticos han
destacado el valor de la poesía ecológica de Luis Antonio Rodríguez (Laro), en
la que privilegia temas diversos, como la defensa del ambiente y la protección
de la naturaleza, en una poética muy propia, desarrollada por los años. Acerca
del arte de la imagen y la metáfora LARO manifiesta: “El poeta hace lo que el
fotógrafo con su cámara: refleja la vida, plasma los momentos”.
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