Exceso de velocidad
Por Angelo
Negrón
A toda prisa
el auto se deslizaba por la autopista sobrepasando a otros vehículos. Las luces
intermitentes y continuos bocinazos lo
identificaban como el portador de una emergencia. “Cortes de pastelillo”, repetidos frenazos y avances sólo lograban
ponerlo más nervioso. Al llegar a la congestión de transito obligada de las
cinco de la tarde dio un golpe encima de la palanca de los cambios. Miró el
rostro desesperado de su mujer que cursaba el noveno mes de gestación. Su
esposa con cara afligida le recomendó seguir por el paseo: Carril exclusivo
para ambulancias, policías y personas con emergencias. Se asomó y vio que era
vía franca y segura. No existía nadie estacionado en el paseo con algún
desperfecto mecánico, por lo que consideró que debía seguir el buen consejo.
Después de todo era de suma importancia llegar, al menos, al nuevo dispensario
municipal, recién inaugurado.
La multa por
invadir el carril exclusivo era onerosa, pero con la certeza de que los
guardias de transito eran parte de una huelga secreta de brazos caídos gritada
a toda voz estaba seguro de que no encontraría a ninguno. Sonrió al pensarlos
en un consultorio buscando una excusa médica que les permitiera cobrar días por
enfermedad que ya no recaudarían de otro modo. Los recordó agrediéndolo frente
a la universidad del estado por estar en contra de una cuota injusta o rociándole gas pimienta frente al capitolio
por negársele sus derechos constitucionales. Pensó en la encrucijada que la
fuerza laboral policial tenía en ese momento histórico en el que tendrían que
irse a huelga también si querían defender sus derechos. ¿Cómo lo harían? Sobre todo porque según la ley número
cincuenta de mil novecientos ochenta y seis:
Los miembros de la Policía de Puerto Rico no tienen derecho constitucional ni
estatutario a la negociación colectiva ni a la huelga, piquetes y actividades
laborales concertadas. Los imaginó entonces, siendo detenidos por una
fuerza de choque privada, tal vez los hombres de “El Golden Boy: Chicky Starr”,
otrora peleador de la lucha libre y dueño de la agencia contratada por el
gobierno para ayudar a apalear a los estudiantes en huelga.
Menos
traumado, porque notó el avance que estaba logrando al seguir el consejo de su
nerviosa mujer, sonrió. Le dijo a ella que no se preocupara, que llegarían a
tiempo. Esquivó los barriles anaranjados y rebasó otra fila de autos. Se coló
ante las miradas enojadas de quienes no se atrevieron a hacerlo. Después de una
intersección y algunas lágrimas de desesperación llegó ante un semáforo que le
ordenó el alto. Agitó los brazos como si con eso algún poder oculto lograse que
la luz cambiara de color. Miró rápidamente a ambos lados y decidido a traspasar
la luz roja con las debidas precauciones. Apretó el acelerador. Comenzó a subir
la velocidad con la ilusión de quien sabía consumada su misión.
Pero, la
visión que tuvo un minuto antes fue sólo eso. Escuchó el ulular de la sirena
policíaca y maldijo la decisión errónea de “comerse”
la luz. Miró por el retrovisor. Descubrió el auto azul y...
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