domingo, enero 01, 2012

En las letras, desde Puerto Rico: Homenaje de Año Nuevo a la poeta Awilda Castro Suárez*

La despedida

por Carlos Esteban Cana
Quizás fue la pieza Rocío la que nos hizo recordar lo que deseaba la poeta. Repasando la obra de Awilda Castro Suárez me doy cuenta de que fue una poeta de la nostalgia. Como el buen intelectual, en palabras de Said, Awilda fue una poeta que aún viviendo aquí, entre los suyos, se instalaba en un lugar similar al exilio.

En la tarde 23 de diciembre nos dimos cita algunos de sus amigos. Antonio, Deynira, Rosey y su familia. Y con un azul violeta claro, ese violeta que tanto disfrutaba, con margaritas blancas en nuestras manos, las margaritas que tanto le gustaban, le acompañamos. Allí, entre tumbas de insignes boricuas, Deynira nos decía como Awilda aprendió de su abuela Mercedes a cocinar  cantándole a las habichuelas para que se ablandaran. Rosey recordó las veces que formaron el rumbón literario en San Juan, y sacó de la memoria una carta que Awilda le llevó tras el nacimiento de su hija. Antonio explicó por qué la poeta disfrutaba de aquel espacio en donde dejábamos parte de sus cenizas. En momentos particulares, Awilda acudía a Santa María Magdelena de Pazzis a respirar la brisa marina, reflexionaba, no sola, sino con ella misma y se sentaba a leer poemas. Cuando escuché eso saqué mis libros y comencé a leer en alta voz poemas de Jesús Tomé. Le recité además la pieza de José Hierro que dice: “Aquel que ha sentido una vez en sus manos temblar la alegría/ no podrá morir nunca.” Y Antonio, su querido Antonio, le cantó Angel de mi guarda, de Rucco Gandía.
Ya la noche reinaba cuando salimos. Como ella siempre procuró, nos comprometimos a buscarnos más, saber uno del otro sin que pasara demasiado tiempo. Y después todos nos despedimos con la sensación de que habíamos cumplido. De que habíamos cumplido contigo, Awilda.

ROCÍO
por Awilda Castro Suárez


El sabor a nicotina baja en gotas a mi lengua. La brisa es suave,

mi caja de imágenes está llena de los reflejos de una edad dorada.

Las lágrimas rabiosas se han anquilosado en el pecho.

Y quiero comenzar mi auto-elegía, un testamento de

mis bienes que son tal vez demasiados.

Dejo mis calcetines negros y viejos a mis hermanos
para que ellos guíen su camino.
Dono mis corneas sedientas de acariciar más libros,
mi corazón desquiciado (está algo usado por las emociones)
mi sangre O positivo,
las imágenes que poblaron mi vida y las congelé en la polaroid del recuerdo.
 
Dono mi piel porque de ahí pueden recoger muchos datos del ADN
de los que pasaron por mi y dejaron huella.
Quiero que cuando ya saquen todo lo reusable o reciclable,
extiéndase donaciones de órganos sentimentalistas y nostálgicos
y piezas corporales

para el museo de los ganadores del Premio Nobel de
Literatura (el cual ganaré antes de morirme).

Quiero me cremen y tiren mis cenizas en el Cementerio Pazzis
del Viejo San Juan para que mi cuerpo o lo que quede
janguee en los Hijos de Borinquen

con el espíritu chocarrero de Albizu que entre tragos me hablará
de lo consternado que está ante el pseudo nacionalismo actual y

escucharé poesía mientras me tomo un café con Abelardo Díaz Alfaro,

que bien la pasaré. 

Me dono por completo a todos ustedes, mis compañeros
poetas; que la magia de la escritura siempre los

acompañe, que la musa no los abandone y mis poemas

siempre estén con ustedes.

                                                                   ***

*Nota: Una serie de artículos en torno a la vida y obra de la escritora Awilda Castro Suárez, recientemente fallecida, se publicarán en diferentes espacios cibernéticos.
Página 0 (de el Post Antillano), Panaceas y Placebos de Miguel Ayala, Confesiones de Angelo Negrón, Bocetos de una ciudad silente de Ana María Fuster, Sur para caminantes de Mario Antonio Rosa y Boreales de Yolanda Arroyo, son algunos de los espacios que se unen a este homenaje. Anteriormente, con ese mismo motivo, se habían expresado escritores como Nicole Cecilia Delgado, Alberto Martínez Márquez y David Caleb Acevedo.

 

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