por Carlos
Esteban Cana
En la tarde 23 de
diciembre nos dimos cita algunos de sus amigos. Antonio, Deynira, Rosey y su
familia. Y con un azul violeta claro, ese violeta que tanto disfrutaba, con
margaritas blancas en nuestras manos, las margaritas que tanto le gustaban, le
acompañamos. Allí, entre tumbas de insignes boricuas, Deynira nos decía como
Awilda aprendió de su abuela Mercedes a cocinar
cantándole a las habichuelas para que se ablandaran. Rosey recordó las
veces que formaron el rumbón literario en San Juan, y sacó de la memoria una
carta que Awilda le llevó tras el nacimiento de su hija. Antonio explicó por
qué la poeta disfrutaba de aquel espacio en donde dejábamos parte de sus
cenizas. En momentos particulares, Awilda acudía a Santa María Magdelena de
Pazzis a respirar la brisa marina, reflexionaba, no sola, sino con ella misma y
se sentaba a leer poemas. Cuando escuché eso saqué mis libros y comencé a leer
en alta voz poemas de Jesús Tomé. Le recité además la pieza de José Hierro que
dice: “Aquel que ha sentido una vez en sus manos temblar la alegría/ no podrá
morir nunca.” Y Antonio, su querido Antonio, le cantó Angel de mi guarda, de
Rucco Gandía.
Ya la noche
reinaba cuando salimos. Como ella siempre procuró, nos comprometimos a
buscarnos más, saber uno del otro sin que pasara demasiado tiempo. Y después
todos nos despedimos con la sensación de que habíamos cumplido. De que habíamos
cumplido contigo, Awilda.
ROCÍO
por Awilda Castro
SuárezEl sabor a nicotina baja en gotas a mi lengua. La brisa es suave,
mi caja de imágenes está llena de los reflejos de una edad dorada.
Las lágrimas rabiosas se han anquilosado en el pecho.
Y quiero comenzar mi auto-elegía, un testamento de
mis bienes que son tal vez demasiados.
Dejo mis
calcetines negros y viejos a mis hermanos
para que ellos
guíen su camino.
Dono mis corneas
sedientas de acariciar más libros,
mi corazón
desquiciado (está algo usado por las emociones)
mi sangre O
positivo,
las imágenes que
poblaron mi vida y las congelé en la polaroid del recuerdo.
Dono mi piel
porque de ahí pueden recoger muchos datos del ADN
de los que
pasaron por mi y dejaron huella.
Quiero que cuando
ya saquen todo lo reusable o reciclable,
extiéndase
donaciones de órganos sentimentalistas y nostálgicos
y piezas
corporales
para el museo de
los ganadores del Premio Nobel de
Literatura (el
cual ganaré antes de morirme).
Quiero me cremen
y tiren mis cenizas en el Cementerio Pazzis
del Viejo San
Juan para que mi cuerpo o lo que quede
janguee en los
Hijos de Borinquen
con el espíritu
chocarrero de Albizu que entre tragos me hablará
de lo consternado
que está ante el pseudo nacionalismo actual yescucharé poesía mientras me tomo un café con Abelardo Díaz Alfaro,
que bien la
pasaré.
Me dono por completo a todos ustedes, mis compañeros
acompañe, que la musa no los abandone y mis poemas
siempre estén con ustedes.
***
*Nota: Una serie de
artículos en torno a la vida y obra de la escritora Awilda Castro Suárez,
recientemente fallecida, se publicarán en diferentes espacios cibernéticos.
Página 0 (de el Post Antillano), Panaceas y Placebos de Miguel Ayala, Confesiones de Angelo Negrón, Bocetos de una ciudad silente de Ana María Fuster, Sur para caminantes de Mario Antonio Rosa y Boreales de Yolanda Arroyo, son algunos de los espacios que se unen a este homenaje. Anteriormente, con ese mismo motivo, se habían expresado escritores como Nicole Cecilia Delgado, Alberto Martínez Márquez y David Caleb Acevedo.
Página 0 (de el Post Antillano), Panaceas y Placebos de Miguel Ayala, Confesiones de Angelo Negrón, Bocetos de una ciudad silente de Ana María Fuster, Sur para caminantes de Mario Antonio Rosa y Boreales de Yolanda Arroyo, son algunos de los espacios que se unen a este homenaje. Anteriormente, con ese mismo motivo, se habían expresado escritores como Nicole Cecilia Delgado, Alberto Martínez Márquez y David Caleb Acevedo.
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