sábado, enero 28, 2012

En las letras, desde Puerto Rico: (Serie Trayectoria de vida, momentos memorables) Vilma Bayron Brunet y el Proyecto para el Fomento del Quehacer Literario.

por Carlos Esteban Cana
  

Foto propiedad de Vilma Bayrón
Creo que fue la bibliotecaria Wanda Cortés, fundadora junto al poeta Gilberto Hernández de la editorial Ultimo Arcano, quien me habló de la gesta cultural de  Vilma Bayrón Brunet. El primer recuerdo que tengo de su persona fue cuando coordinaba una de las Lecturas de galería que se efectuaban los martes en la librería del Instituto de Cultura Puertorriqueña, en aquel entonces ubicada en el Convento de los Dominicos en el Viejo San Juan. Aquella noche, si la memoria no confunde eventos, era una noche de poesía y poetas jóvenes, en la velada leerían dos escritores que apenas se estaban dando a conocer: Mayda Colón, formada creativamente bajo la tutela de la Poeta Nacional Magaly Quiñones, y Amílcar Cintrón, este último uno de los fundadores de la revista-colectivo Taller Literario y eventualmente, con los años, coordinador de sus propios talleres de escritura creativa como El poder de escribir o El barco de tinta china. Luego de esa noche yo mismo tuve la oportunidad de participar en esos eventos, y más tarde, al desempeñarme como Coordinador Editorial para la Oficina de Revistas del propio Instituto, fuimos compañeros de trabajo; no de departamento, pero sí en la misma agencia.

En todos esos años vi su gesta constante e incansable en lo que se dio a conocer como el Proyecto para el Fomento del Quehacer Literario. Y supe de los talleres de memoria coordinados por Ángela López Borrero, de los seminarios incluso cibernéticos que se ocupaban del arte de perfeccionar manuscritos, ofrecidos, si no me equivoco, por la propia Vilma. Fui testigo, en primera fila, de los talleres de cuentos que ofrecieron Magali García Ramis o Carmen Lugo Filippi, y como olvidar el de apreciación literaria confeccionado por la narradora, poeta y Catedrática de Hunter College en Nueva York, Marithelma Costa. La poesía tampoco estuvo ausente en su gesta y escritoras como Dinorah Marzán, Etnairis Rivera y Loreina Santos Silva, por mencionar algunas poetas, fueron auspiciadas como talleristas por el Proyecto. Laboriosa como una hormiga, silenciosa pero incansable, sin esa estridencia que sólo busca protagonismo, Bayrón Brunet hizo de su tarea diaria, coordinando todo tipo de eventos relacionados con la literatura, no un trabajo sino una forma de vida. Tal como lo expresa el diccionario acerca de la definición de la palabra ‘gesta’ (conjunto de hechos dignos de ser recordados por su trascendencia), su obra, aún hoy, luego de años de haberse retirado del ICP, resuena como si fuera el eco de ondas tangibles. Ya sea a través de la producción editorial que estableció en series como Cuadernos de taller o los diversos servicios que comenzó a ofrecer la Casa Museo Concha Meléndez para la comunidad, Vilma Bayrón Brunet deja una hoja de ruta que marcó el horizonte cultural. Sirva esta edición especial de En las letras, desde Puerto Rico para ofrecerle un sencillo homenaje.

No queremos concluir esta introducción sin desearle salud a esta querida gestora cultural. Esperamos además que las palabras que gentilmente nos obsequiaron escritoras que le conocieron, permitan entusiasmo y aliento para sus futuros proyectos. Ahora, escuchemos, porque leer también es una manera de escuchar, a Vilma Bayrón Brunet en sus propias palabras.


Vilma Bayrón Brunet: “En primer lugar tengo que aclarar que no es una iniciativa personal mía. Cuando yo entré a formar parte del cuerpo de funcionarios del Instituto de Cultura Puertorriqueña, a mí me dieron una lista de tareas que tenía que llevar a cabo, y entre esas estaba la coordinación de talleres literarios. O sea que la labor no la traje yo al instituto, ya estaba dada, por lo menos en el papel. Yo la asumí y lo único que he hecho es cumplir con mi deber como funcionaria. Lo cogí con mucho beneplácito, firmé la hoja y me puse a trabajar.” 
“Pero sí traía un bagaje anterior y conocía, por supuesto, de lo que se había hecho antes en talleres y lo que se sigue haciendo en iniciativas particulares y esporádicas, que es quizás la nota que trataríamos de hacer desaparecer, que no fuera un hecho esporádico, que tuviera una estructura más homogénea y continuada, que es lo que en Puerto Rico a veces es sumamente difícil.”
“Yo traía un bagaje. Antes de llegar a Puerto Rico, tuve una experiencia muy peculiar relacionada con la importancia y trascendencia de los talleres literario. En Nueva York, en mi estancia en Nueva York, entré a un grupo que funcionaba fundamentalmente a base del concepto del taller literario que fue el grupo Racatá del Colegio Hostos. Yo estaba allí en la Universidad de Nueva York haciendo estudios doctorales, pero me incorporé rápidamente a este grupo bajo la tutela de Orlando José Hernández, y estaban, entre otros, Juan Manuel Rivera, de vez en cuando Yván Silén se colaba por allí. Había muchísima gente, y acabé siendo la coordinadora de esos talleres en un momento dado, entonces eso fue una experiencia fundamental para mí. Esencial. Compaginé una cosa con la otra cuando llegué al Instituto, y como te digo, no lo impuse yo, me lo propusieron a nivel teórico y lo único que hice fue ponerlo en la practica.”
“Se ha hecho prácticamente de todo. Lo que se ha intentado hacer, y un poco para responder a la necesidad que se percibe en el público que responde a las propuestas, es sencillamente organizar un espacio que pueda propiciar y facilitar las necesidades de tanta gente para expresarse. Y no solamente con el taller como cartera de posibles nuevos valores literarios, sino también talleres enfocados a la formación de un público lector, y esto es sumamente importante porque nos hemos dado cuenta de que esa necesidad existe a través de la misma experiencia. Esa puede ser una diferencia fundamental con respecto a otros esfuerzos. Ha ido surgiendo, lo único que hacemos es atenderlo. La función del taller literario, obviamente, no puede terminar o enfocarse exclusivamente en el lanzamiento de nuevos escritores, sino que hay muchos otros motivos para realizar un taller.”
“Las personas que acuden a un taller, todos ellos no han sido luego escritores, pero sí son personas con una genuina afición por la literatura, y eso también hay que tenerlo en cuenta, eso es un servicio que se puede ofrecer. Aunque esas personas no se dediquen profesionalmente a la literatura también necesitan un espacio, necesitan formarse, necesitan desarrollar una destrezas para poder apreciar mejor la obra de los escritores profesionales, y eso lo tenemos en cuenta. Tanto es así que organizamos talleres expresamente de apreciación literaria, exclusivamente para obtener ese objetivo. Talleres a los cuales también llegan futuros escritores porque ellos necesitan, a su vez, esa formación como lectores, o sea, que todo está entremezclado.”
“La perspectiva de los talleres se ha ampliado muchísimo. Se ha ampliado tanto que hay personas que acuden a estos talleres por unas necesidades de expresión literaria que puede tener cualquier persona, en cualquier sitio. Una persona que intenta escribir poemas, y no pretende ser un escritor famoso, lo que quiere saber es cómo se escribe un poema bien escrito. Entonces ¿por qué negarle esa opción? Queremos abarcar las máximas posibilidades dentro del interés general que pueda crear la literatura, porque la literatura es un campo que todavía está un poco a la retaguardia con respecto a otras artes. Se atiende poco. Fuera del ámbito universitario apenas hay lugares excepto ciertas iniciativas particulares.”

Foto propiedad de Vilma Bayrón
“Los talleres a su vez tienen una función importante porque permiten a los escritores la oportunidad de relacionarse con su público. Y otras muchísimas necesidades vinculadas al taller, no nos quedamos en el taller. El taller es el inicio de un panorama más amplio. Junto al taller van actividades de lecturas literarias, las tertulias que estamos dando en la Casa Concha Meléndez, seminarios que organizamos. También apoyamos a los escritores que publican sus libros y quieren presentarlos, respaldamos las iniciativas de los que promueven publicaciones colectivas. Al finalizar los talleres de creación pretendemos publicar algunos libros. La idea no es exclusiva nuestra, existen muchísimos sitios, hay lugares dónde existen escuelas de letras que tienen prácticamente este mismo esquema. Y que se dedican, sí, a dar una oportunidad a aquellas personas que les interesa aproximarse a la literatura como posibles escritores futuros o a ese otro público que tiene esa afición.”
“Queremos también aproximarnos a géneros menos cultivados. Talleres de poesía pues obviamente se dan. Hay unas cuantas formas de expresión literaria que son menos frecuentados por la mayor parte de las personas, y nos atrae la idea de proponérselos como opción. La idea de que la gente que quiere escribir se percate de que, por ejemplo, el concepto de memorias es uno muy adecuado para esa persona que quiere dejar un testimonio de ciertas experiencias vividas. Eso nos resultó pertinente.”
“En el pasado, antes de que yo entrara al ICP, Abelardo Díaz Alfaro había ofrecido un taller, también se hizo la publicación del libro 17 del taller (fruto del taller que ofreció el escritor Emilio Díaz Valcárcel de 1976 a 1977 y que contaba entre sus talleristas a Edgardo Sanabria Santaliz, Mayra Montero y Ricardo Alegría Pons). Nosotros, por nuestra parte, hemos establecido la continuidad. Yo comencé organizando talleres de poesía que dirigió Loreina Santos Silva. De ahí salió una agrupación llamada Hontanal que estuvo funcionando un montón de tiempo, y salieron unas cuantas publicaciones de poetas individuales. Hubo una época en que no delimitábamos los grupos, por lo que a veces habían hasta 200 personas en un mismo grupo porque la afición por la poesía en este país es realmente enorme. Aunque no nos combinan bien los elementos de tener, por un lado, un público ávido de poesía y, por otro lado, los editores que patrocinan de forma limitada al género y no tienen la conexión directa con ese público que disfruta la expresión poética. Hay una falta de comunicación, tenemos que coordinarnos mejor y en eso tenemos que trabajar más.”
“El panorama de participación es muy variado en estos talleres y nos parece que es lo mejor que puede pasar. Se requiere una gran madurez en la literatura, aunque hay excepciones (Rimbaud, Vargas Llosa aquí en latinoamerica, que se iniciaron muy jovencitos y demás) pero lo habitual, lo normal, lo esperable e incluso lo deseable es que la obra literaria implica y conlleva madurez. Claro, madurez dentro de la trayectoria literaria, ¿verdad?, no es la idea de que uno pues madura por un lado sin tener ninguna relación con la literatura. Hay que familiarizarse con lo que se ha hecho, hay que irse formando. Obviamente, que para que una obra literaria sea más lograda lo normal es que sea un proceso lento, contrario a otras artes.”   
“También han ofrecido talleres Magali Ramis, Ángela López Borrero, la serie de talleres de poesía terapia que desarrolló Dinorah Marzán. Ese taller, por ejemplo, explora la necesidad del ser humano de expresarse a través de la palabra. Hemos tratado de abordar la literatura respondiendo también a la solicitud de las propuestas que nos han hecho los escritores.”
“Hay muchas anécdotas que puedo compartir, particularmente algunas de esos talleres de Dinorah Marzán. De cierta manera lo que se logra después del taller permanece, lo que se me ha parecido maravillosamente afortunado y necesario. En esto que hacemos uno trata de relacionarse con el otro porque esto significa que tú te das de alguna forma a los demás. En el Proyecto para el Fomento del Quehacer Literario me siento que estoy, no solamente ganando un sueldo. De hecho, se me olvida que estoy ganándome un sueldo y casi no me importa el sueldo que me pagan. Y, al final, siempre se nota eso, ese trabajo que nos une más allá de la cuestión meramente laboral.”
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Vilma Bayrón Brunet, la discreta 
por Marithelma Costa
En los círculos artísticos suelen encontrarse dos tipos de personas. Por un lado, están las contundentes, las que hacen girar las cabezas al llegar a una reunión, ya sea por sus atuendos, por el volumen de su voz, o por sus personalidades extrovertidas y desbordantes. Del otro se hallan las de signo diametralmente contrario, aquellas que al entrar en la sala lo hacen con discreción, pues saben que no constituyen ni el centro del universo ni el de los allí reunidos; sino alguien que viene a aprender, a gozar o a aportar.
Vilma Bayrón Brunet pertenece a la segunda categoría. La conocí cuando estudiaba en Nueva York, y ya practicaba la discreción aguda e inteligente. La comencé a tratar en los talleres literarios que se organizaban en Hostos Community College, y en el círculo de amigos del poeta Clemente Soto Vélez.
Al llegar a Puerto Rico e integrarse en el Instituto de Cultura Puertorriqueña, su discreción, tenacidad e inteligencia se encauzaron en la gestación de proyectos literarios. Talleres de creación y apreciación literaria, de escritura de memorias, de edición de textos. Grupos que se reunían en la sede del I.C.P., en la Casa Concha Meléndez, y hasta en la misma red, cuando eran cibernéticos. Tuve el honor de impartir el de apreciación literaria y siempre la vi al pie del cañón, resolviendo los problemas sin necesidad de reconocimientos; con la íntima seguridad de la labor bien cumplida y  la infinita recompensa de ver el efecto que sus esfuerzos producían en quienes participaban en aquellos inventos.
Y el golpe de ola de aquel tsunami literario que ayudó a abonar Vilma Bayrón Brunet, cristalizó en el colectivo Letras Robadas, grupo que se reúne, no ya en el I.C.P., sino en los parques y espacios públicos del país. Ese amor al hecho literario, ese deseo de compartir en grupo y con el corazón abierto el fulgor de la palabra escrita, creció gracias a la discreta, la rebelde y la tenaz Vilma, una persona que no se da por vencida ante la barbarie. Que lucha con su corazón de oro.  Que he tenido el privilegio de conocer desde hace varias décadas, algo que me da muchísima alegría, alegría que se multiplica por poderla compartir hoy aquí.      
Mi vida cambió
por Jessika Reyes
El Proyecto del Fomento del Quehacer Literario que dirigió Vilma Bayrón durante muchos años fue una experiencia fundamental en mi vida. A partir del momento que tomé el primer taller (2004) con la reconocida escritora Carmen Lugo Filippi mi vida cambió. El taller no sólo me ayudó en el proceso de escritura sino que me unió a personas que, al igual que yo, amamos las letras. Muchos de los cuentos que allí escribí fueron premiados y se abrieron muchas puertas para mí. Por otra parte, el grupo de lectura Letras Robadas, el cual dirijo hace dos años, también surge de una de esas reuniones y del vacío que dejó en nuestras vidas la cancelación de dicho proyecto. Con este breve testimonio quiero hacer ver que la obra de Vilma va más allá. Su trabajo dejó semillas que fueron germinando con el paso del tiempo. Muchas de esas semillas se convirtieron en escritores y escritoras reconocidos, premiados, publicados y respetados. La labor de Vilma ayudó a formar escritores; su compromiso avivó la pasión literaria. Gracias, Vilma
Lo digo ahora y lo repetiré siempre
por Yvonne Denis Rosario

El quehacer de la literatura puertorriqueña tiene a su haber muchísimas manos, que han aportado a fomentarla y fortalecerla. Vilma Bayrón convirtió las de ella en muchas más y atrajo entonces en la creación literaria talentos que si no fuese por ella no los conoceríamos.
Bayrón me abrió los brazos a la poesía y a la narrativa. En los talleres gratuitos del Instituto de Cultura Puertorriqueña, la poesía que dormía en mí despertó entusiasmada y profunda. No era para menos, allí estaba dirigiéndome la poeta Etnairis Rivera y en la narrativa la escritora Marithelma Costa. Vilma fue la que tuvo la gran visión de traer gente comprometida con nuestra literatura y ponerla a la disposición de los noveles escritores. 
A Vilma le debo mucha de mi creación por su gran apertura. Mi quehacer literario tiene también su nombre y es algo que debí decir hace tiempo, pero lo digo ahora y lo repetiré siempre.

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