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En la extensa trayectoria de Angélica Gorodischer,
una llena de universos narrativos que trascienden la ciencia ficción que le ha
dado a conocer a nivel mundial, es evidente su compromiso con lo que es ser
mujer y escritora, ya sea en Latinoamérica o en cualquier latitud del planeta. Puntualizaba
en 1992, en el prólogo del libro Mujeres
de palabra: “Somos mujeres de palabras. Estamos construidas de palabras y
damos las palabras que tenemos y cumplimos la palabra dada. Cuerpos hechos de
palabras a la vez que la palabra es
cuerpo, hemos empezado un día a escribir contra todo porque somos mujeres y
porque habitamos un continente desgarrado. Cuando escribíamos nuestros primeros
textos no nos atrevíamos o no sabíamos abrirnos hacia lo hondo de nosotras
mismas para dejar pasar lo necesario, lo inevitable, lo que estaba ahí como un
bezoar, cada día más duro y más poderoso. […] Hasta que un día descubrimos que
la cara del éxtasis llegaba desde un lugar misterioso y contradictorio en el
que la sangre no es herida sino vida, en el que cae en gotas una savia espesa
que resuena en los rincones sólo habitados por la memoria, en el que hay un
lugar más que gozoso para las abuelas morenas o venidas desde el otro lado del
mundo, para las viejas diosas de caderas anchas y vocales líquidas, para la
voz. Cuando ellas hablan, cuando sabemos cómo dejarlas hablar y oírlas, pasan
estas cosas y de pronto somos mujeres de palabra que cumplen su palabra, hecha
de palabra, dadoras de palabra.”
Cuando conocí a Angélica Gorodischer once años
después, cuando se efectuaba el V Encuentro
Internacional de Escritoras, evento que pude cubrir por encomienda de la
Oficina de Revistas del Instituto de Cultura Puertorriqueña, tenía un
conocimiento parcial de la escritora que iba a entrevistar. En los estantes de
mi biblioteca personal estaban libros como Las
jubeas en flor o Mala noche y parir
hembra, pero desconocía, por ejemplo, que en ese mismo año circulaba en
librerías del mundo anglosajón la traducción de su novela más conocida, Kalpa
Imperial, realizada por la eminente escritora de ciencia ficción Úrsula K. Le Güin.
Desconocía que Gorodischer llegaba al Encuentro en Puerto Rico después de
haber organizado simposios similares en Argentina entre 1998 y 2002.
Después Gorodischer ha continuado su obra,
publicando novelas y colecciones de cuentos. Continuó también con sus Grupos de reflexión sobre la escritura,
y en el 2007 recibió un premio por toda su obra (integrada por más de 30
títulos) en Estados Unidos y fue declarada Ciudadana Ilustre de Rosario ese
mismo año. Han sido muchos los premios recibidos por una obra que ha sido
publicada por diversas editoriales como Lumen y Emecé. También recibió Premio Dignidad de la Asamblea Permanente por los
Derechos Humanos. Por todo lo anterior no me sorprendería de que fuera
galardonada con el Premio Cervantes o que fuera nominada al Premio Nobel por
alguna prestigiosa institución cultural.
A continuación guardo silencio y dejo que sea la propia Angélica
Gorodischer quien nos hable, en sus propias palabras.
Angélica Gorodischer: La gente en general empieza con poemas, intenta con
la poesía. Yo nunca escribí poesía. Ni siquiera a los 16 años. Cuando una está
enamorada y el otro no te quiere, y entonces son las grandes tragedias de amor.
Nunca escribí poesía. Tampoco he escrito teatro. Bueno, ensayitos pequeños para
los periódicos o para revistas o para lo que fuera sí, pero yo digo que he
venido a este mundo a contar.
Yo aprendí a leer a
los cinco años. Además nací en una casa llena de libros. Los libros fueron mis
juguetes. ¡Las muñecas me parecían horribles! Siempre me parecieron horribles y
estúpidas. En cambio, los libros tenían de todo. A los cinco años aprendí a
leer y empecé a leer desesperadamente todo. Claro, lo primero que leí fueron
los libros que mi mamá me prohibió, como es lógico. “Esto no lo leas”. A los
cinco minutos yo lo estaba leyendo. Algunos no los entendí. Otros los entendí y
me encantaron. Y bueno, leí todo, todo lo que encontraba. Y a los siete años -a
los siete años- lo recuerdo perfectamente, decidí que iba a ser escritora.
Estaba leyendo Las minas del rey Salomón
y dije: ‘Yo quiero escribir esto’, pero claro, Las minas del rey Salomón ya estaba escrito. Así que tenía que
escribir otra cosa. Bueno, y después leí de una manera omnívora. Me tragué
todo, pero todo. Leí libros buenos, libros regulares, porquerías, genialidades.
El siglo de oro, los griegos, novelas policiales, pornografía, novelas rosa, best-sellers, lo que me cayera a las
manos. Leía todo.
Los escritores
nacen de los lectores. No hay otra. Los escritores también nacen de los
lectores. Yo creo que una vez que uno lee, lee, lee, se vuelve loca
escribiendo. Se quema las pestañas, sigue leyendo y un día una escribe. No hay
otra.
Yo nací en Buenos
Aires por casualidad, porque mi papá estaba ahí, con mi mamá. Claro, porque
tenía un trabajo en Buenos Aires pero después nos volvimos a Rosario, de donde
era la familia de mi mamá, y yo he vivido toda la vida en Rosario. Rosario
queda ahí, no más. Queda a 300 km de Buenos Aires que para nosotros no es nada.
300 km es la vuelta a la esquina.
Rosario es casi una
prolongación de Buenos Aires, es el mismo tipo de ciudad. Tiene el mismo tipo
de literatura urbana. Más chica que Buenos Aires. Buenos Aires tiene 9 millones
de habitantes y Rosario tiene millón y medio. Las dos están al lado de ríos
monstruosos. Las dos tienen el mismo clima. Y bueno, hay una autopista que uno
va a la mañana a Buenos Aires y vuelve a la tarde, cosa que yo hago a menudo.
En general voy dos veces por mes a Buenos Aires porque mi editorial está en
Buenos Aires, y también una cantidad enorme de amigos y compromisos. Así que
cada 15 días yo estoy en Buenos Aires. Mucho no aguanto porque es una ciudad
monstruosa, pero dos días o día y medio aguanto. Después digo: ‘¡Ay! Quiero ir
a mi casa” y me vuelvo.
Dije lo que había
dicho Bernard Shaw, a los siete años tuve
que interrumpir mi educación para entrar a la escuela. Entonces hice la
escuela primaria, hice la escuela secundaria, entré en la universidad. ¿Qué iba
a hacer? Aprender las letras, filosofía y letras. Entré en la facultad.
Entonces llegué a cuarto año y dije: ‘Que diablos estoy haciendo acá’. Y me fui,
si yo no quería ser profesora, yo quería ser escritora. Y es cierto, es lo que
encuentro. A veces no, pero en general el marco de la academia es algo que
limita mucho y que impone un lenguaje, un discurso que es muy contraproducente
cuando uno quiere hacer narrativa, poesía o teatro. Es muy difícil que salgan
de allí buenos poetas, buenos narradores, buenos dramaturgos. Salen excelentes
investigadores, excelentes críticos, a quienes yo respeto muchísimo porque yo
no podría hacer eso. Se me haría absolutamente imposible. Pero también
reconozco que no sólo lo respeto y me parece admirable, sino que no quiero
hacerlo.
Me puse a escribir
y yo invento todo. Imaginación e invención pura. Como te puedo decir. No
investigo nada, no me importa ir a las fuentes. Bueno, no escribo novelas
históricas tampoco. Pero todo lo que yo escribo es invento. Todo. Todo.
Entonces, a propósito de una novela mía que salió el año pasado decían: ‘¡Que
barbaridad! Cómo habrás investigado con este asunto de la botánica’. Pues
escuchadme, todas esas plantas no existen. Me las inventé yo. No puedo ir a
investigar. No tengo tiempo, ni paciencia. Entonces yo me invento todo. Por eso
y durante un tiempo hice ciencia ficción, porque ahí me parecía que tenía más
libertad, pero la ciencia ficción me duró tres libros, más o menos. Y después ya me harté.
Además me alimenté de Borges como nos alimentamos de Borges todos los
argentinos. Borges es el papá de todo el mundo, en toda la Argentina. Borges
defendió siempre la ciencia ficción. Fue el primero que hizo un prólogo a un
libro de ciencia ficción. Hizo el prólogo de las Crónicas marcianas de Ray Bradbury. Y si vos vas a los textos de
Borges te vas a encontrar con mucho de eso. Tlon,
Uqbar, Orbis, Tertius, por ejemplo, La
biblioteca de babel. Todas esas cosas son absolutamente ciencia ficción. Las ruinas circulares. Realmente Borges
fue un defensor de la novela policial y de la ciencia ficción. Defendió las
literaturas marginales, cosa que me llena de emoción, de ternura y de amor. Yo
también estoy de acuerdo en que las literaturas marginales son las que hacen
crecer la literatura.
Todos mis libros son distintos. Lo que pasa es que la marca de la ciencia
ficción es muy fuerte. Yo no escribo literatura realista. No puedo. No me sale.
Siempre pasa algo. Siempre empieza todo muy suavemente y de repente le doy con
el fierro al lector en la cabeza. Y Bueno, lo jodo. ¿Qué quieres que le haga?
Porque hay algo que interviene allí que no tiene nada que ver. ¡Y Dios me libre
y me guarde, no me vayas a hablar de realismo mágico porque te pego!
La literatura de Cortázar sí, después ya me traicionó ese hombre. Pero
todos esos cuentos hasta Rayuela, el Libro de Manuel ya no. Cuando se puso
ideologizante dejó de interesarme. Mi único compromiso es con el lenguaje.
Aparte del compromiso con el lenguaje, que es lo que me marca como escritora,
yo puedo tener una posición política que efectivamente la tengo. Pero eso no
tiene nada que ver con mi escritura. Yo no voy a escribir un libro para
demostrar que tal. No. ¡Un corno! A la narrativa se entra por la puerta de la
narrativa, no por la puerta de la ideología. Si vos entrás por la puerta de la
ideología puedes escribir un ensayo, un panfleto. Bueno, que sé yo, un libro de
filosofía, lo que se te cante. Pero si vas a escribir narrativa entrás por la
puerta de la narrativa y no importa. Lo único que importa, como decía el
maestro Borges, es escribir en estado de inocencia. Es decir, sin plantearte a
donde va eso. Eso no va a ninguna parte, va al trabajo con el lenguaje.
El día que la humanidad adquirió la palabra, adquirió el hecho de ser
humanidad. Antes no. Sin palabras no se es humanidad. Cuando se produce lo que
se llama la política del nombre, ahí es donde se va realizando esa humanidad
que venía de lo que venía del hommo habilis,
o del hommo erectus, y todavía no el hommo sapiens.
De mi propia obra, mi novela preferida es Prodigios, que es lo mejor que he escrito en mi vida. Prefiero la
novela y el cuento como género. Los dos me gustan y depende de qué es lo que
estoy escribiendo. Cada texto reclama su propia forma. En cuento hay un libro
que se llama Menta, que es uno de los
que a mí me gusta. Hay un libro que se llama Como triunfar en la vida, cuidado, eh, que no es un libro de auto
ayuda. ¡Dios me libre y me guarde! Es un libro de cuentos siniestros. Bastante
siniestros. Las Jubeas en flor, ese
es un libro de cuentos y algún otro que está por ahí.
El cuento es un género más difícil. Lo que pasa es que la novela es más
absorbente. Yo he estado cinco años escribiendo una novela. Una novela. Y está
bien. Es una cosa como una enfermedad, pero el cuento es más difícil porque
tiene que ser redondito y lisito, y brillante si es posible. La novela puede
dejar cabos sueltos, puede incluso ser una especie de batiburrillo de un montón
de cosas. El cuento jamás.
El cuento se vende muy bien, pero las editoriales tienen sus líneas. Las
editoriales son un negocio, finalmente. Entonces ellos dicen que la novela se
vende mejor que el cuento. Cosa que es cierto hasta cierto punto, porque el
cuento es un género muy territorio de la plata, tanto uruguayo como argentino,
muy del río de la plata. Y hay cuentistas extraordinarios que se venden muy
bien, pero es una especie de círculo vicioso. Las editoriales dicen que se
vende mejor la novela, y entonces la gente escribe novelas. Y el cuento, no
escriben cuentos pero entonces... Es una tontería total. Para las editoriales
el cuento es un muy terreno raro.
Cuando recién empezaba a escribir en forma profesional, escribí dos novelas
que eran horribles. Por supuesto las tiré. Las rompí y las tiré. Después
escribí una novela con la que gané un premio, un premio importante, se llama Floreros de alabastro, alfombra de bokhara,
una novela semi policial, por supuesto, sobre las cosas que le pasan a una
mujer. Contada en primera persona. Después viene una novela que se llama Jugo de mango, después Kalpa Imperial, que ha tenido cuatro o
cinco ediciones, no sé cuántas. Después viene Prodigios. A nivel editorial no pasó nada con Prodigios, la compraron tres gatos, pero yo creo que es lo mejor
que he escrito en mi vida. Lo que pasa es que es una novela muy difícil.
Difícil de leer. Yo comprendo que el lector la abre y dice: ‘¡Ay! ¡Qué horror!’
y la deja. Juego con el lenguaje constantemente. La estructura es una
estructura lineal perfectamente clara, no pasa nada, lo que es difícil es el
lenguaje usado.
De vez en cuando escribo un cuentito porque como la novela es una especie
de enfermedad. Uno tiene que poder respirar y para poder respirar escribo un
cuento. A mí me pasa por lo menos que los libros de cuentos se hacen así. De
repente, yo digo: ‘Ah, pero tengo 17 cuentos, ¿a ver de estos cuáles sirven?
Sirven estos diez. Bueno, ya tengo un libro de cuentos.’ En general ni me doy
cuenta que estoy haciendo un libro de cuentos. Pero ahora estoy escribiendo
otra novela. Qué se le va a hacer. Es como irremediable. Y no te puedes imaginar
como re-escribo. Re-escribo, re-escribo y después re-escribo. Harto corrijo y
corrijo y corrijo constantemente. Corrijo siempre en pantalla. No imprimo hasta
tener todo perfectamente claro. Y como te decía antes, yo escribo en estado de
inocencia como decía Borges. Escribo por escribir, y escribo por escribir
porque tengo que escribir, porque es mi misión en la vida. ¡Caramba!
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