miércoles, octubre 20, 2010

Presentación del libro Cuentos traidores de Rubis Camacho

Sala de la Facultad, Universidad del Sagrado Corazón
Viernes, 8 de octubre de 2010

UNA INVITACION A SU LECTURA
Por Carlos Esteban Cana

Había llegado a la casa inagotable de La Peña. En los alrededores, un ministro, con libro negro en sus manos, escuchaba a otro “Asociado de Dios” que le recomendaba mandar hacer un trono similar al que decía tener en su propio templo. Otro caballero, chaqueta abierta, miraba, impacientemente, el rolex en su mano derecha, mientras imprecaba a la que llamaba “hermana” desde su celular. En la entrada fui recibido por una niña jorobada. Le expliqué que llevaba conmigo un ejemplar de Cuentos traidores para que la autora y propietaria de La Peña, Rubis Camacho, me lo autografiara. La niña, con mirada diáfana, me dijo: Adelante, usted puede pasar.

En el inmenso patio verde un sacerdote corría detrás de una gata, mientras una ex-profesora de drama, que reconocí de mis años universitarios, lo miraba corajuda desde un sauce. De repente, dos palomas, transfiguradas de blanco, cruzaron mi paso y escuché, entre carcajadas, una voz que ordenaba entusiasta: “Baila, Píndora, baila!”, y otra que exclamaba alegremente: “Arcadia!”.

En un banco, una mujer morena con olor a malagueta en los pies, cantaba sonreída la famosa nana del cuco que viene y te comerá, como si tuviera un bebé entre sus brazos. Iba a seguir camino a la residencia pero un anciano, de talante decoroso y decente, me detuvo. Casi le estropeaba con mis zapatos un papel doblado que se le había caído del bolsillo. Hasta ese momento hacía esfuerzos por no juzgar nada, sólo observaba lo que estaba a mi alrededor, en silencio. Pero cuando los ruidos en una fronda cercana se hicieron perceptibles y vi el paso tambaleante de una sierva con una flecha en el costado, comencé a mirar el paisaje de otro modo. Como si todo aquello fuera poco, el vuelo alto de un águila por esos parajes acrecentó mi extrañeza. Ante lo raro del panorama no quise demorar e ingresé a la La Peña.

En la antesala una doctora, así la juzgue por el estetoscopio, acariciaba una tarjeta con la imagen de un niño de ojos grandes y llorosos. En otra esquina, el cuello clerical de un reverendo me animó a preguntar dónde encontraba a la amiga escritora, pero su mirada taciturna, como si resintiera la vastedad del paisaje, me hizo desistir. Pensé, en cambio, abordar a la mujer que llevaba un sombrero de ala corta. Sin embargo, no me pareció prudente interrumpirla porque lucía concentrada en la carta que escribía.

Ya en la sala, el bajo contundente e implacable del regueton imponía su presencia. Entre los muebles, un verdugo limpiaba suavemente, como si sus dedos fueran diestros en caricias, la cuchilla sangrienta de una guillotina. Bajo el intenso rojo de una bombilla giratoria, una pareja, por su parte, se besaba apasionadamente con un cartel a sus espaldas. Un chamán, de esos que aparecen en documentales, manoseaba la cabeza de un guerrillero en lo que supuse era un ritual. Y una mujer maravilla, con brazaletes, atuendo rojo y dorado, giraba sobre sí misma como si del globo terráqueo se tratara.

Cerca de una mesa, repleta de frutas y entremeses, un joven con audífonos, embarraba una cantidad exagerada de chicharrones con queso crema y mantequilla. Parece que vio alguna expresión en mi rostro porque gritó que iba tarde al trabajo y por eso la merienda. Lo que sí me desconcertó fue ver, en el mismo centro de la mesa, un diente amarillento y un corazón latiendo, envueltos en piel de leona.

Un hombre, resplandeciente como antorcha, señaló otro camino. Y el eco cierto de una voz profética se instalaba en el pasillo : ‘Pedro, eres un milagro!’. Aturdido, no sé cómo llegué a la inmensa biblioteca de La Peña, repleta de títulos interesantísimos. No era el único que me encontraba en el sacro recinto. Unas cuantas personalidades conversaban animadamente sobre Cuentos traidores. Yo, que suelo ser tímido, sin recato alguno, quizás por encontrarme entre libros, me acerqué. Uno de los contertulios, flaco, de bigote pequeño, comentaba la traición del propio título del libro y destacaba el lenguaje pulcro, lleno de viveza y color, de aquellas historias. Otro de los hablantes, de barba negra y con cierto aspecto de cazador, puntualizaba que Cuentos traidores no era uno, sino que se trataba de dos libros en realidad. Como si manejara un perfecto decálogo, refería nuestra atención a los primeros nueve cuentos. A partir de la pagina 57, insistía, comenzaba otro libro. Por su parte, la mujer del grupo, con acento francés destacó, sin embargo, el buen manejo que la autora hacía de la tradición y el universo propio de los mitos. Y cuando el último de ellos resaltó el aspecto orgánico del libro (evidente en la cuidada ordenación de los cuentos) y el placer que sintió ante la liviandad que saltaba a sus ojos –sin que lo anterior implicara detalles pueriles en el contenido- vi la luz. De inmediato reconocí en aquellos que validaban el libro de Rubis Camacho al René Marqués de Inmersos en silencio y Una ciudad llamada San Juan, al Horacio Quiroga de Juan Darien y los Cuentos de la Selva, a los Amores de Marguerite Yourcenar y al Italo Calvino de Por qué leer los clásicos y Seis propuestas para el próximo milenio. En ese mismo instante, que me preguntaban acerca de lo que pensaba del libro, el reloj despertador sonó.

Por eso tuve que esperar hasta hoy para que la escritora puertorriqueña Rubis Camacho me autografiara este excelente libro.

Muchas gracias.

Carlos Esteban Cana es comunicador y escritor. Fundador de la revista y colectivo Taller Literario, un espacio de democratización en las letras puertorriqueñas. Se ha desempeñado como coordinador editorial, periodista cultural independiente, y ha laborado además en la industria televisiva. Su obra creativa se ha publicado en revistas y periódicos nacionales como El Sótano 00931, Ciudad Seva, Narrativa Puertorriqueña, Letras Salvajes, CulturA, Diálogo y El Nuevo Día, entre otros. En lo que se refiere al ámbito internacional su narrativa y poesía ha sido publicada por Escaner Cultural, Zona de Carga, Palavreiros, Abrace y el Boletín de Nueva York, entre otros. Recientemente algunos de sus cuentos han sido traducidos al italiano. Ha participado, además, en diversos medios de comunicación reflexionando acerca del panorama cultural en el País.

2 comentarios:

Katherine Sanchez dijo...

Muy interesante amigo

Angelo Negrón Falcón dijo...

Gracias Kat! El libro está perfecto! y Carlos le hace honor con sus palabras.