miércoles, octubre 27, 2010

Desliz

Por: Angelo Negrón ©


Revista purpura me honró hace un tiempo al publicar uno de mis cuentos: aqui el link...

http://revistapurpurapr.com/?p=205
Aqui comparto el escrito

Desliz
Angelo Negrón Falcón
2009-08-12 14:43:51

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Lo encontró llorando en la habitación y abrazando una almohada con fuerza. Se asustó sobremanera. En los quince años que llevaban de casados sólo lo había visto llorar al morir su madre o cuando el segundo de sus tres hijos sufrió un accidente que por poco le cuesta la vida. Angustiada ante las lágrimas de su esposo suspiró hondamente. Adquirió un semblante sereno para buscar ayudarlo y le preguntó cuál era el motivo de tanto sufrimiento. Él seguía llorando sin proferir palabra alguna. Comenzaron las preguntas de rigor que comprendían desde saber si él había perdido el trabajo o si sentía depresión. Él seguía mudo y, aún así, hablaba con su semblante. El dolor que dejaba escapar era gigantesco. Ella, a punto de la desesperación, ya no sabía que más preguntar cuando le escuchó decir entre gimoteos:

— ¡Desde hace unos meses te estoy siendo infiel!

Un grito de angustia brotó de la garganta de la mujer. Comenzó a proferir golpes y arañazos al escuálido cuerpo del hombre que se cubrió lo más que pudo y, que de todos modos, absorbió la paliza de su vida. Le exigió que se largara bajo la advertencia de que no lo mataba para no ensuciarse las manos. Él se esperaba tal reacción. El carácter de ella siempre había sido volátil y ante su desliz comprendía que la había perdido. La vio salir con sus pesados pasos y escuchándola maldecir la hora en que se enamoró. Pensó que lo peor había pasado mientras guardaba su ropa en bolsas negras de las que se usan para la basura. Las lágrimas no dejaban de brotar. Bajaba por las escaleras cuando la vio detenerse frente a la puerta con un rostro que reflejaba la dureza del rencor. Él bajó la cabeza en señal de vergüenza y sumisión.

— Siéntate en el sofá. Debemos hablar — la escuchó decir calmadamente esta vez.

Como un autómata cumplió la orden escuchada. Justo en el momento en que amoldaba su cuerpo al cómodo asiento la vio desmoronarse en llanto. Escuchó la confesión del gran amor que sentía por él y que, en esos pocos segundos, había desenmascarado su capacidad de perdonarlo. Explicó que al verlo llorar de arrepentimiento, por la infidelidad, descubrió que era un verdadero hombre capaz de afrontar sus errores. A pesar de todo había sentido admiración por ese hecho.

Si prometes no volver a los brazos de esa mujer puedes quedarte — dijo decidida mientras trataba de sonreír.

— Es que no has entendido — contestó con voz temblorosa él — no fue una mujer. Mi desliz fue con un hombre...

Notó como los orificios nasales comenzaron a expenderse y dilatarse rápidamente. También el color rojo que se concentraba veloz en el rostro. Descubrió, además; los ojos que desvariada y aparatosamente comenzaban a temblar justo como sus piernas lo estaban haciendo.

— ¡Ahora si te mato! ¡Eso sí que no!

Dejó abandonadas las bolsas llenas de ropa en el suelo. Salió corriendo al verla entrar en la cocina. En plena calle y a lo lejos, advirtió el cuchillo gigantesco con el que era perseguido de forma amenazante. Escuchaba los insultos que seguían alcanzándolo y demostrándole que debió quedarse callado y no confesar absolutamente nada.

— Eso, que no le dije que me gustó — pensó fatigado de tanto correr.

El arrepentimiento le taladraba el cerebro, sobre todo cuando deliberó que desfilaría en la peor soledad los últimos días de su vida. Nadie lo había amado como aquella temperamental mujer de la que ahora huía sin remedio y a la que también amaba sinceramente a pesar de aquel desacierto. Rememoró en segundos todas las vivencias de aquellos meses; desde el instante en que borracho y por curiosidad se entregó a un hombre, pasando por los siguientes encuentros y llegando a esa mañana cuando su amada lo encontró llorando en su cama después de la preocupada cita con un doctor y no pudo evitar volver a llorar. A pesar de que su agitado corazón ya parecía explotar no se detuvo pues aún la escuchaba gritando improperios y extenuado recapacitó:

— Peor me hubiese ido si le confieso la verdad sobre el virus del sida que ahora portamos los tres...

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