por L.E. Quirorges
Qué más se puede decir del narrador Antonio Aguado Charneco sino sumar lo que dicen de él quienes le conocieron, sus amigos. Tony, “El Gran León”, marcó a parte de la generación de narradores boricuas que emergió durante los noventa en torno a la revista y colectivo Taller Literario. Y también marcó a quienes lo leyeron después. Sus libros de cuentos Ouroboros: seis cuentos galardonados, otros tantos que no lo fueron y varios colibrís (1985) y Sendero umbrío: Nocturnario de Félix Carpo Izquierdo (1997) son lectura imprescindible para quienes quieran conocer lo mejor de la narrativa boricua de fin de siglo. De igual manera podemos hablar de sus novelas publicadas: Bajarí Baracutey: el taíno de la cueva (1993); Anacahuita/Florespinas (2006); luzAzul (2011); y Aryanation (2012). Y también de los manuscritos que ya son leyendas (por lo mucho que se habló de ellos durante su creación) y que aún esperan por ser publicadas: Medio mundo; The Bulls of Twilight; Las docenas del hornero, serie de cinco colecciones de cuentos: Narcocuentos, Mejicuentos, Pasiocuentos, Ludicuentos y Cuentos con Z; y Guarocuya: bejuco de luz, novela que cierra su trilogía indigenista-taínista. También hay otros manuscritos valiosos de los que se tienen noticia: uno sobre el refranero popular boricua, una colección de ensayos sobre la Ciudad Universitaria, de Río Piedras; y Sitroselegna, continuación de la novela luzAzul. También, tres días antes de “mudarse al otro mundo” (16 de noviembre de 2016) como diría el mismo Charneco, dejó preparada una antología personal de cuentos bajo el título de Soseiva Sotaler, con… sus relatos aviesos.
Esta serie la abrió el
gestor de este blog, el narrador Angelo Negrón; hoy le toca el turno al editor
de este boletín que, frecuentemente, se reproduce aquí. Para conversar lo
hicimos como en los viejos tiempos cuando frecuentábamos el balcón de Tony en
Santa Rita, espacio amable y generoso (gracias al propio Ni-Yamoká en su rol de
anfitrión) que habíamos bautizado como la “Embajada de Taller Literario”. Hubo
casabe, quesos y cervecitas. Como el calor se dejaba sentir apremió también la
presencia imprescindible de un abanico muy cerca a toda velocidad. Y lo demás fue
hablar y rebobinar, corroborar datos, hacer anotaciones y fluir con ese
“constante entusiasmo (que ofrecía continuamente el intercambio, la tertulia);
por el consistente acicate y la búsqueda de nuevas fuentes de iluminación” que
nos regaló esta memoria desdoblada y compartida entre quien pregunta, quien
responde y quien sirve, a fin de cuentas, como idóneo interlocutor. Con ustedes
algo más del escritor boricua Antonio Aguado Charneco a través de Carlos
Esteban Cana y sus recuerdos.
¿Cómo conociste
a Antonio Aguado Charneco?
– Al gran
Tony lo conocí en el año 1991. Eran los tiempos en los que la gestora cultural
Crucie Morales era la animadora de unas peñas literarias en el Hotel El
Convento en el Viejo San Juan. Vi un anuncio en la prensa del evento y hasta
allí me encaminé. Sin temor a equivocarme, creo que ese fue el primer evento
literario cultural al que asistí. Y allí estaba el gran Tony, conversando con
los demás asistentes con su don de gente. Creo que fue esa buena onda que él
proyectaba la que me animó a acercarme… Y creo también que ya en ese primer
intercambio le mostré algunos de los cuentos que integrarían el primer volumen
de la revista Taller Literario que
saldría más adelante, y de eso habríamos hablado.
¿Cuándo piensas
en Tony, como le llamaban sus amigos, que viene a tu memoria?
– Su don de gente, como ya
mencione. Tony tenía la capacidad de hacer sentir bien a uno… y eso como que no
lo he sentido, que yo recuerde, con mucha gente, al menos a ese nivel.
¿Cuáles son los
libros y/o cuentos del “escritor residente” de Santa Rita que están entre tus
favoritos?
– Es difícil contestar
porque toda la obra de Tony tiene para mí un aura de algo grande y valioso… Los
cuentos, sus novelas, los ensayos… no hay nada que se me quede, al rebobinar la
memoria… Creo que por eso algunos escritores y escritoras –y yo entre ellas y
ellos– estamos a la expectativa de qué ocurrirá con ese gran legado narrativo y
creativo que Tony fue forjando durante años…
¿Recuerdas
algunos consejos sobre el ejercicio de escribir que te haya ofrecido el
Ni-Yamoká (término taíno que Tony utilizaba para nombrarse)?
– La mayoría de nuestras
tertulias, de un modo u otro, giraban en torno al proceso creativo… Fueron
tantos los consejos que en este momento lamento no ser como aquel personaje de Jorge
Luis Borges que todo lo recordaba, Funes
el memorioso… Pero sí puedo mencionar esa dicotomía entre el showing vs telling, entre el mostrar y
el contar que Antón Chejov sintetizaba con esta expresión: «No me digas que la
luna está brillando; muéstrame su destello sobre cristal roto».
¿Puedes
compartir alguna anécdota con nuestros lectores acerca de Aguado Charneco?
– Fueron 25 años de
amistad, “un cuarto de siglo” como diría él… A ver… cuál anécdota entre tantas…
Ahora mismo en este proceso de rebobinar la memoria lo que provoca es que
sonría. Ok, ya tengo una… Sin duda, tiene para mí un especial lugar en mi
memoria el viaje que hicimos Tony, el escritor Amílcar Cintrón y su familia, y
este servidor a Isla de Mona… Fue un viaje iniciático y sanador… Si no me
equivoco fue en el año 2000 y digo que fue sanador porque durante la
experiencia me sentí cuidado, protegido en esos momentos en los que,
vulnerable, lidiaba con una depre de turno; esa compañera cíclica (Noche oscura del
alma como la nombró San Juan de la Cruz) que, de vez en vez y de
cuando en cuando, se deja sentir. Y recuerdo bien cómo Tony, Amílcar y los
demás se esmeraron para que este servidor se sintiera más que bien… Eso es algo
que agradeceré toda la vida…
Tony era un apasionado a la historia y a la
arqueología, y lo que fue descubriendo lo llevó a escribir una serie de novelas
sobre nuestros ancestros taínos… ¿Puedes hablarnos de ese aspecto de Charneco?
– La arqueología y la historia
de nuestros ancestros (también la tauromaquia) eran temas que le apasionaban a
Tony. Por eso visitaba cuevas y yacimientos arqueológicos en Puerto Rico,
República Dominicana y otros países cuando su trabajo en la industria hotelera
se lo permitía. Y por eso a través de los años tales experiencias como
“arqueólogo aficionado” fueron habitando las páginas de sus relatos y novelas…
¿Entiendes que
la obra de Antonio Aguado Charneco ha sido valorada como se debe en el panorama
de las letras puertorriqueñas?
– En la historiografía de
la literatura puertorriqueña hay que revisitar todo debido a la cantidad de
material inédito de escritoras y escritores que se ha publicado en lo que va
del presente siglo… Y lo mismo ocurre con la obra inédita de Tony, que no es
poca y es excelente… Me parece que hay más manuscritos inéditos, 12 más o
menos, que lo que publicó en vida que fueron seis: dos colecciones de cuentos y
cuatro novelas. Así que quienes fuimos amigos de Tony tenemos cierto grado de
responsabilidad y compromiso con llevar a buen término ese material inédito;
debemos animar y apoyar a su familia en el proceso de publicar tales
manuscritos… Quizás esa sea la mejor manera de honrar al gran Ni-Yamoká. Y digo
todo esto porque hubo una época en la que Tony decidió distanciarse del
ambiente cultural para escribir todos los días durante años. Y lo hizo a tal
punto que, en un momento dado, nosotros, sus amigos, le sugerimos que fuera
publicando algunos de esos manuscritos que había terminado… Creo que de ahí
sacó su determinación para publicar luzAzul con Isla Negra Editores en el 2011 y Aryanation con Publicaciones Gaviota en el 2012 que
fueron sus dos últimas novelas publicadas. Así que, en lo que se refiere a
publicar lo que aún está inédito, queda trabajo por hacer…
Conocemos que Antonio Aguado Charneco era fanático del buen vino, la bohemia y, por supuesto, del refranero boricua… Recuerdas algún refrán que haya acuñado, que lo haya hecho suyo…
– Tony tenía sus
expresiones pintorescas… En los últimos años le daba por repetir eso de “Tú te
va’ a jodé”, lo que nos hacía reír de inmediato, o “¿Qué haces, hermano rata?” Cuando
hablaba de la muerte, creo que nombraba a esa dama como “La Parca”, y esto me
hace recordar lo mucho que admiraba la cultura mexicana y los rituales a la hora de
honrar a sus muertos… También todo esto me hace recordar lo mucho que Tony
admiraba La Alhambra en Granada, esa obra arquitectónica andalusí que se
construyó entre el siglo XII y XIII. Lugar que también me recuerda, por
supuesto, aquella hermosa composición en guitarra del Maestro Francisco
Tárrega, Recuerdos de la Alhambra.
Pero volviendo a Tony, ciertamente esos amores por la cultura mexicana y por
todo lo que tiene que ver con La Alhambra se filtraron en magníficos cuentos
que aún esperan su turno para llegar a los lectores.
A siete años de
que Antonio Aguado Charneco dejara este plano (ocurrió su deceso el 19 de
noviembre de 2016), y después de haber rebobinando la memoria y traer todos
estos recuerdos, qué permanece contigo de Tony y a qué le darías continuidad…
– Creo que le daría continuidad a este
tipo de ejercicio porque recordar a Tony Aguado Charneco me permite reconocer
el impacto que su obra sigue teniendo en mí; este aprendiz de escritor que
sigue aprendiendo de sus cuentos y novelas como me sucede cuando vuelvo a leer
a Quiroga, a Maupassant, a Cortázar, a Borges o a Philip K. Dick. Quienes le
conocimos a través de Taller Literario podemos seguir compartiendo
impresiones como estas con el fin de que las nuevas generaciones conozcan
también su obra.
Durante un cuarto de siglo tuve el privilegio de escuchar a Tony hablar sobre lo que implicaba entintarse las manos mientras se ejercía el oficio, y eso lo convirtió a través de los años en un verdadero mentor para este servidor. Dicho de otra manera, Taller Literario no hubiera sido lo que fue sin la presencia y continua generosidad de Antonio Aguado Charneco; algo por lo que estoy más que agradecido. Donde quiera que esté, un millón de gracias al Maestro.
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