domingo, junio 09, 2024

En las letras, desde Puerto Rico: Apuntes para una posible lectura de Poemas de estación de Imayrín Padua Sotomayor

por Carlos Esteban Cana

 

Aquí comparto con usted, estimado lector, unas impresiones sobre Poemas de estación, segundo libro de la escritora puertorriqueña Imayrín Padua Sotomayor publicado por la editorial Los Libros de la Iguana en el 2021. Sírvase de leer estos apuntes como prefiera: antes de su acercamiento a las páginas de este poemario o después que haya concluido su lectura. Iremos pieza por pieza, estación por estación, en un ejercicio que nos permita puntualizar algunos aspectos del libro. Yo estaré sentado cerca de las ventanas de este tren que se mueve impávido a su destino. También tengo a la mano un pequeño radio que prenderé a ratos como enlace melódico al contenido del libro. 

Imayrín Padua Sotomayor








La primera estación

De entrada, en la parte inicial la primera poesía, Poema de estación, ofrece al perfil de exilio y nostalgia cierto aire de ironía: Y por más guirnaldas/ que cuelgues, quien se guinda eres tú. / Atrapado en un jingle, / cuando juraste por el burrito sabanero, / que no irías camino de Belén. / Puerto Rico en la distancia/ se convierte en quimera, en paraíso, en utopía. En una voz lírica que además de ir trazando la textura de la atmósfera se sabe a sí misma como emisora. Y por eso la razón del verso final: Seguiremos transmitiendo. Lo que abre la puerta del lector a una probable continuidad entre las piezas que conforman este poemario, como un “log” o bitácora de programación. La siguiente pieza, Promesa, tiene impregnada un aire de impromptu temático al que se podría regresar durante el proceso de lectura, como para ir palpando los entendidos que privilegia la Poeta: Seremos lo que somos, mientras/ brille el Sol, mientras sonría la luna, / mientras el amor se asome. / Seremos entonces los últimos locos, / los que nunca claudicaron, / los que siempre volverán. Aun teniendo ese himno con potencia en los versos de Promesa, la siguiente poesía, El miedo de crecer, suma otro exilio, el de hacerse adulto, el de crecer: Mejor les valdría/ seguir siendo niños, / disfrutando de las cosas pequeñas, / (para mí las más grandes). / Yo no quería, pero es irremediable crecer. Y con esa inevitable sentencia confiesa lo que a fin de cuentas quería evitar: que la cotidianidad monótona/ no acaparase mi vida de adulta..., teniendo en el verso final un lamento por la imposibilidad de su deseo como respuesta: ¡Oh, cuánto lo pedí!

Imayrín Padua Sotomayor junto a su hija Camila y su padre el escritor Reynaldo Marcos Padua.

Semilla abre un apartado en esta Primera Estación para trazar perfiles de personas amadas por la Poeta. Los sencillos versos dedicados a su hijo más pequeño bien podrían cantarse como nana: Echa raíces dentro y fuera de mí. / Crece libre, fuera de ti. / ... Se siempre honesto, como el nombre/ que te di, Ernesto.  La siguiente pieza va en esa misma dirección, esta vez versando sobre el impacto que ha tenido su primogénita Camila (nombre que da título a la poesía) en su vida: Cuando naciste, Camila, / no fue que terminaron mis problemas:/ nació mi voluntad de resolverlos. / ... Gracias, hija hermosa por darme a luz, / el día que naciste.

Antonio Cabán Vale, El Topo
 En los versos de La isla bonita, que cierra la primera parte, las imágenes se presentan fragmentadas como remembranzas que van dando idea al lector de un paisaje boricua en una típica postal que suma referencia a la cadencia final que destila esa emblemática canción que casi todos los boricuas cantamos de memoria: Verde luz de Antonio Cabán Vale, El Topo. Lo que nuevamente arroja claridad al concepto de Estación no tan solo como un espacio de llegada o salida, sino como un sistema de aparatos e instalaciones que sirven para emitir un mensaje, sea un medio de comunicación o una computadora; recursos tecnológicos que le quitan pesadez y le dan cierta liviandad a la experiencia de quien tiene que viajar fuera de su país.


La segunda estación

Lady Madonna-The Inner Light (1968), The Beatles
Nostalgia que tiene ecos con el Lady Madonna de Los Beatles de 1968, solo que la voz lírica aquí se nombra poeta tanto al inicio como al final: Es difícil ser poeta,/ pretender que te inspira el paisaje urbano/ donde las bocinas sustituyen el canto/ de los pájaros, y en las tardes te deleitas/ entre los automóviles/ compartiendo un interminable tapón/ que te recuerda día a día/ que no llevas la vida que habías planeado para ti. 

Bonita for Success plantea la encrucijada que se le presenta a la mujer del siglo XXI en ciertos entornos laborales: Solo tenías que mostrar/ la cara bonita en ropa apretada, / como si aquí no ocurriera nada, sonreída. Aunque un giro de tuerca final en los versos muestra cómo prevalece el respeto propio: Y allí estuve yo/ en mi reality check, / entregando mi carta de renuncia/ a fin de, cuanto menos, salvar mi dignidad. En Hechizo, la voz lírica sí se nombra mujer que, como Julia de Burgos en varios de sus poemas, reflexiona con cierto aire de desaliento ante el destino que le ha tocado vivir: No soy quien parezco ser. 

Imayrín Padua Sotomayor
Por otro lado, la próxima pieza Tijeras está construida en tres partes y adquiere su relieve sonoro en sus versos cortos, de seis a siete sílabas, pues le suma cierto ritmo a la lectura. Aquí, sobre todo, es la segunda estrofa la que se distancia de las poesías anteriores y concretiza la esperanza: Y entonces... / verás el paraíso, / oirás la voz de Dios; / sonreirás a los pájaros, / beberás agua eterna. Mientras que la última estrofa clarifica lo que hizo posible esa visión: Porque yo.../ no pude estar sola, / no quise seguir ciega, / ...adolecía de amaneceres, / prescindía de ilusiones, / requería más poesía/ y necesitaba un para qué. En la poesía Aquello la Poeta sigue transmitiendo un tono de liviandad, a modo de leitmotiv que sintoniza con lo que había establecido en el poema Promesa de la primera parte: Seremos todo aquello/ que dejemos atrás: La inocencia de la infancia. / La rebeldía de la adolescencia. / La locura de la juventud. / La madurez en las horas bajas. / ... Seremos todo, seremos uno. / Seremos lo que somos, una y otra vez.

En La vida se parece la repetición de la cláusula “la vida es” sirve como especie de mantra para que la voz lírica establezca (y se convenza a sí misma) de que más allá de los contrastes, incluso extremos, es inherente a la existencia cierto sentido que le da valor, que hace que merezca la pena: La vida es un balón que no logramos patear. / La vida es una canción trillada. / La vida es preguntar ¿para qué?.

Concluye esta segunda parte la pieza La rabia una pieza que sube el volumen a lo transmitido. En estos versos encontramos vitalidad similar a la poesía Loca de Amarilis Tavárez Vales y el tono irreverente de algunos poemas de Alberto Martínez Márquez. Así expresa su fuerza esta última pieza: La rabia te impulsa, te guía, te mueve, / Lo sé; no me deja hacer yoga, / me ha roto rosarios/ y ha apagado velas delicadas. // La rabia me abraza y no me suelta. / Se cuelga y me roza la espalda/ mientras me guiña un ojo, traviesa. // ... La Rabia, mi rabia, esta cabrona rabia/ es todo lo que tengo/ (son mis signos vitales, pip) // ... Arde, arde que me quema. // ... ¡Maldita rabia! / puta rabia, / rabia cierta, / de no ser por la razón/ sería tu sierva.
 

Alberto Martínez Márquez                                                                                            Amarilis Tavárez-Vales

La tercera estación

 Esta estación nos sintoniza, en primer lugar, con un poema de amor: Compás de espera. Es una composición que remite en sus versos a dos direcciones. La posibilidad y el futuro por un lado, y a la espera y el momentáneo silencio por el otro: Tú eres la promesa oculta/ de todo lo que temo, / de cuanto amo en silencio/ y en secreto. Esto remitido a un receptor al que sin reservas se interpela: Si quisieras, tendrías la luna/ en mí [...]// Tendrías de mí la eterna sonrisa. Un recurso que destaca de Compás de espera es la adjetivación para precisar qué obtendría ese sujeto del deseo de la voz lírica: ... la luna/ ... pequeña, precisa y concisa. // ... la eterna sonrisa, perfecta Monalisa.

 La próxima poesía es Fénix. Ya desde el inicio a través del título el lector es dirigido a la trascendencia. La primera sección del poema es una descripción del suplicio vivido: Raspé tan profundamente mis heridas/ que de mis venas corrió fuego. / Mi corazón estalló en mil pedazos/ quedando lo que de mí restaba. Luego la voz lírica apalabra un proceso de transformación: Me volví aire, vapor, una etérea entidad ambulando... Hasta que se nombra fénix y todo lo que implica ese culmen que tiene, sin embargo, cierta gradación en la textura emocional de “ser sobreviviente”. Es una poesía confesional que presenta contraposiciones porque mientras el yo lírico se va irguiendo y recomponiendo a la misma vez admite que por tal razón está condenada a respirar fuego/ todos y cada de mis días. Y en esa dirección continúa la última parte de la pieza quizás nombrando metafóricamente el ejercicio de voluntad cotidiana necesario para continuar después de haber tocado fondo. 

Imayrín Padua Sotomayor


En Hojitas amarillas la pincelada artística del título da cierto giro circular a la estructura del poema porque al final se hace referencia al otoño. Hay un Tú que es instalado en los versos por un Yo que sostiene una hipotética conversación: Yo te digo, la vida en colores sería, / en realidad, en blanco, negro y mil tonos de gris. / Tú dirías, no, que la vida es una amalgama de colores innumerables. Es decir, se establece una dualidad entre una visión monocromática que remite a lo sobrio repetitivo antepuesta a lo vivaz y diverso. Y ese Yo, en su soliloquio, se hace sentir mediante la decepción en un rito a modo de despedida: Te despido, con el frío que trae la indiferencia/ de un otoño vivido a pulmón.

Imayrín Padua Sotomayor, foto por Angel Matos.
 Sigue el poema Por ti que exhibe erotismo en sus versos; el proceder de la amada con el amado
sintetizada en una poderosa estrofa. De ahí pasamos a la penúltima poesía de esta tercera estación que es un homenaje de Imayrín Padua Sotomayor a su madre Pilar. En estos versos la poeta juega con el nombre de su progenitora y el título gracias a esa metáfora central de fortaleza a la que remite: Columna. Culmina esta sección la pieza Neón que se instala dentro de la tradición de poesías que nombra en detalle el proceso en el que todo se degrada, solo que aquí esas ruinas son urbanas. Aunque hay que puntualizar que el lector recibe claras señales de que la cartografía descriptiva es también acerca de los sujetos que bajo la luz de neón transitan la ciudad, a quienes la Poeta dirige una advertencia final: Pero ¡cuidado!, que todo es ilusión. / En cualquier apagón nos roban los ojos ficticios/ y al mirar por la ventana, todo se volverá penumbra, / hedor, miedo y colecta frenética de vicios. Valdría preguntarse el valor que tiene en Neón el concepto “modernidad” como brújula hacia una dimensión más allá de sí misma que es la que permitiría a fin de cuentas contemplar, analizar o palpar bajo esa luz artificial la crisis de la propia modernidad. Lo que haría de esta poesía un oxímoron perfecto ya que a partir de la tradición el lector estaría llegando a los límites de la propuesta mediante el crisol de la posmodernidad.


La cuarta estación

 La última estación del poemario inicia con Cuarto menguante que destaca no tan solo por ser una misiva de la amada al amado, esto teniendo como premisa los dos puntos al final del verso inicial (Si tuvieras otros sueños:); también por la fluidez del lenguaje en la enumeración que prevalece en toda la pieza. Y tampoco pasa desapercibido la impronta de ese título ambiguamente sugerente que nombra esa fase lunar.

La siguiente poesía, Nicotina, establece una danza entre las disquisiciones de la voz lírica y el acto de fumar que es eje central y recurrente. Sirviéndose de la fuerza visual y el acto de observar incluso se ironiza sobre entendidos heredados del patriarcado: Observó con miedo que/ el cliché de mi vida, / no es tal príncipe azul/ de caballo blanco. La sincronía entre este ritual de despedida nombrada ya en esta parte del poema como “prolongada posdata” culmina con el acto de visualizar tras el humo “una oruga muerta” en la última colilla.

 

Horacio                        Garcilaso de la Vega                        Walt Whitman                    Rubén Darío              Juana de Ibarbourou

En Vitrina, el tercer poema en esta sección, tenemos un daguerrotipo de mujeres jóvenes y bellas que sirve a la voz lírica para versar y reflexionar sobre la huella que deja en esos hermosos rostros y cuerpos el paso del tiempo. Con esa materia prima en la estrofa se presentan de inmediato las referencias a la tradición: como raíces y tronco la locución latina Carpe diem (aprovecha el día) del poeta romano Horacio, y de ahí las muchas ramas de un frondoso árbol que se extiende en poesías y poetas como Soneto XXIII de Garcilaso de la Vega (En tanto que de rosa y azucena), Carpe Diem! de Whitman, Juventud, divino tesoro de Rubén Darío o La hora de Juana de Ibarbourou. En Vitrina Padua Sotomayor suma a ese tópico literario fragmentos de la música popular que transforma: Míralas que linda vienen. Míralas que linda van. / Ellas son las nenas lindas del pueblo, / la más bonita del salón. La hija de aquella señora, / qué tal vez fue mi mamá. / Se sabían hermosas, pagaron el precio [...]/ Envejecer, caducar, expirar como fruto/ ante quienes lo habrían de degustar. 

En el penúltimo poema titulado Moreno la poeta sigue la misma dirección que estableció en Vitrina. Aquí también se sirve de un género musical, en este caso la rumba, para apalabrar un homenaje a su esposo. Con eso como propósito la voz lírica manifiesta su dominio del ritmo mediante una serie de versos que terminan en palabras agudas mientras va hilvanando una oda a la afrodescendencia que incluso puede declamarse teniendo como telón de fondo instrumentos de percusión: En la rumba de nuestra existencia/ no hay paso para la improvisación. / Virgo es tu signo, el trabajo tu pasión. / Trajiste a mi vida tu esencia, cadencia y tesón. / Negras tus manos, rojo tu corazón. / Pepitas de café tus ojos, boquita de melón beberé. / [...] Gracias negrito mío por llevarme de la mano, / que no me olvide un te amo ni despierto ni dormido.

Juan Ramón Jiménez
 “La cuarta estación” cierra, y también el poemario, con el poema Volveré. En cierta parte esta pieza comparte el tono que destila El viaje definitivo de Juan Ramón Jiménez, aunque es importante puntualizar que los versos de Volveré no tienen como base la ausencia sino el regreso. Una poesía en la que el lector palpa una hermosa textura de himno. Un himno en el que no hay reproche sino agradecimiento y liviandad: A todos los sabores, en todos los momentos/ a eso volveré. / A la noche estrellada, a la cama tibia, / al rincón de tus zapatos, a esa esquina favorita, / al final, en todos los momentos, / A eso volveré.

 

Después... de volver a mirar de reojo el contenido

 

Tras la última página se detiene el tren y salgo afuera rememorando algo del libro. Poemas de estación se titula y leo en voz alta el nombre completo de la poeta: Imayrín Padua Sotomayor. Algunos transeúntes me miran de inmediato. Y yo vuelvo a colocarme los audífonos del pequeño radio transistor que prendí a ratos mientras leía este poemario durante el camino. Un poemario, este poemario que tengo ahora en mis manos, valioso como esos cuencos de cerámica reparados, fragmento a fragmento, con barniz de oro.

Poemas de estación (Los libros de la Iguana, 2021), de Imayrín Padua Sotomayor



 

 

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