por Carlos Esteban Cana
Aquí comparto con usted, estimado lector, unas impresiones sobre Poemas de estación, segundo libro de la escritora puertorriqueña Imayrín Padua Sotomayor publicado por la editorial Los Libros de la Iguana en el 2021. Sírvase de leer estos apuntes como prefiera: antes de su acercamiento a las páginas de este poemario o después que haya concluido su lectura. Iremos pieza por pieza, estación por estación, en un ejercicio que nos permita puntualizar algunos aspectos del libro. Yo estaré sentado cerca de las ventanas de este tren que se mueve impávido a su destino. También tengo a la mano un pequeño radio que prenderé a ratos como enlace melódico al contenido del libro.
Imayrín Padua Sotomayor |
La primera estación
De entrada, en la parte inicial la primera poesía, Poema de estación, ofrece al
perfil de exilio y nostalgia cierto aire de ironía: Y por más guirnaldas/
que cuelgues, quien se guinda eres tú. / Atrapado en un jingle, / cuando
juraste por el burrito sabanero, / que no irías camino de Belén. / Puerto Rico
en la distancia/ se convierte en quimera, en paraíso, en utopía. En una voz
lírica que además de ir trazando la textura de la atmósfera se sabe a sí misma
como emisora. Y por eso la razón del verso final: Seguiremos transmitiendo.
Lo que abre la puerta del lector a una probable continuidad entre las piezas
que conforman este poemario, como un “log” o bitácora de programación. La
siguiente pieza, Promesa, tiene impregnada un aire de impromptu temático
al que se podría regresar durante el proceso de lectura, como para ir palpando
los entendidos que privilegia la Poeta: Seremos lo que somos, mientras/
brille el Sol, mientras sonría la luna, / mientras el amor se asome. / Seremos
entonces los últimos locos, / los que nunca claudicaron, / los que siempre
volverán. Aun teniendo ese himno con potencia en los versos de Promesa,
la siguiente poesía, El miedo de crecer, suma otro exilio, el de hacerse
adulto, el de crecer: Mejor les valdría/ seguir siendo niños, / disfrutando de
las cosas pequeñas, / (para mí las más grandes). / Yo no quería, pero es
irremediable crecer. Y con esa inevitable sentencia confiesa lo que a fin
de cuentas quería evitar: que la cotidianidad monótona/ no acaparase mi vida de
adulta..., teniendo en el verso final un lamento por la imposibilidad de su
deseo como respuesta: ¡Oh, cuánto lo pedí!
Imayrín Padua Sotomayor junto a su hija Camila y su padre el escritor Reynaldo Marcos Padua. |
Antonio Cabán Vale, El Topo |
La segunda estación
Lady Madonna-The Inner Light (1968), The Beatles |
Bonita for Success plantea la encrucijada que se le presenta a la mujer del siglo XXI en ciertos entornos laborales: Solo tenías que mostrar/ la cara bonita en ropa apretada, / como si aquí no ocurriera nada, sonreída. Aunque un giro de tuerca final en los versos muestra cómo prevalece el respeto propio: Y allí estuve yo/ en mi reality check, / entregando mi carta de renuncia/ a fin de, cuanto menos, salvar mi dignidad. En Hechizo, la voz lírica sí se nombra mujer que, como Julia de Burgos en varios de sus poemas, reflexiona con cierto aire de desaliento ante el destino que le ha tocado vivir: No soy quien parezco ser.
Imayrín Padua Sotomayor |
En La vida se parece la repetición de la cláusula “la vida es” sirve como especie de mantra para que la voz lírica establezca (y se convenza a sí misma) de que más allá de los contrastes, incluso extremos, es inherente a la existencia cierto sentido que le da valor, que hace que merezca la pena: La vida es un balón que no logramos patear. / La vida es una canción trillada. / La vida es preguntar ¿para qué?.
Concluye esta segunda parte la pieza La rabia una pieza que sube el volumen a lo transmitido. En estos versos encontramos vitalidad similar a la poesía Loca de Amarilis Tavárez Vales y el tono irreverente de algunos poemas de Alberto Martínez Márquez. Así expresa su fuerza esta última pieza: La rabia te impulsa, te guía, te mueve, / Lo sé; no me deja hacer yoga, / me ha roto rosarios/ y ha apagado velas delicadas. // La rabia me abraza y no me suelta. / Se cuelga y me roza la espalda/ mientras me guiña un ojo, traviesa. // ... La Rabia, mi rabia, esta cabrona rabia/ es todo lo que tengo/ (son mis signos vitales, pip) // ... Arde, arde que me quema. // ... ¡Maldita rabia! / puta rabia, / rabia cierta, / de no ser por la razón/ sería tu sierva.
Alberto Martínez Márquez Amarilis Tavárez-Vales |
La tercera estación
Imayrín Padua Sotomayor |
En Hojitas amarillas la pincelada
artística del título da cierto giro circular a la estructura del poema porque
al final se hace referencia al otoño. Hay un Tú que es instalado en los versos
por un Yo que sostiene una hipotética conversación: Yo te digo, la vida en
colores sería, / en realidad, en blanco, negro y mil tonos de gris. / Tú
dirías, no, que la vida es una amalgama de colores innumerables. Es decir,
se establece una dualidad entre una visión monocromática que remite a lo sobrio
repetitivo antepuesta a lo vivaz y diverso. Y ese Yo, en su soliloquio, se hace
sentir mediante la decepción en un rito a modo de despedida: Te despido, con el
frío que trae la indiferencia/ de un otoño vivido a pulmón.
Imayrín Padua Sotomayor, foto por Angel Matos. |
sintetizada en una poderosa estrofa. De ahí pasamos a la penúltima poesía de esta tercera estación que es un homenaje de Imayrín Padua Sotomayor a su madre Pilar. En estos versos la poeta juega con el nombre de su progenitora y el título gracias a esa metáfora central de fortaleza a la que remite: Columna. Culmina esta sección la pieza Neón que se instala dentro de la tradición de poesías que nombra en detalle el proceso en el que todo se degrada, solo que aquí esas ruinas son urbanas. Aunque hay que puntualizar que el lector recibe claras señales de que la cartografía descriptiva es también acerca de los sujetos que bajo la luz de neón transitan la ciudad, a quienes la Poeta dirige una advertencia final: Pero ¡cuidado!, que todo es ilusión. / En cualquier apagón nos roban los ojos ficticios/ y al mirar por la ventana, todo se volverá penumbra, / hedor, miedo y colecta frenética de vicios. Valdría preguntarse el valor que tiene en Neón el concepto “modernidad” como brújula hacia una dimensión más allá de sí misma que es la que permitiría a fin de cuentas contemplar, analizar o palpar bajo esa luz artificial la crisis de la propia modernidad. Lo que haría de esta poesía un oxímoron perfecto ya que a partir de la tradición el lector estaría llegando a los límites de la propuesta mediante el crisol de la posmodernidad.
La cuarta estación
La siguiente poesía, Nicotina, establece una danza entre las disquisiciones de la voz lírica y el acto de fumar que es eje central y recurrente. Sirviéndose de la fuerza visual y el acto de observar incluso se ironiza sobre entendidos heredados del patriarcado: Observó con miedo que/ el cliché de mi vida, / no es tal príncipe azul/ de caballo blanco. La sincronía entre este ritual de despedida nombrada ya en esta parte del poema como “prolongada posdata” culmina con el acto de visualizar tras el humo “una oruga muerta” en la última colilla.
Horacio Garcilaso de la Vega Walt Whitman Rubén Darío Juana de Ibarbourou |
En Vitrina, el tercer poema en esta sección, tenemos un daguerrotipo de mujeres jóvenes y bellas que sirve a la voz lírica para versar y reflexionar sobre la huella que deja en esos hermosos rostros y cuerpos el paso del tiempo. Con esa materia prima en la estrofa se presentan de inmediato las referencias a la tradición: como raíces y tronco la locución latina Carpe diem (aprovecha el día) del poeta romano Horacio, y de ahí las muchas ramas de un frondoso árbol que se extiende en poesías y poetas como Soneto XXIII de Garcilaso de la Vega (En tanto que de rosa y azucena), Carpe Diem! de Whitman, Juventud, divino tesoro de Rubén Darío o La hora de Juana de Ibarbourou. En Vitrina Padua Sotomayor suma a ese tópico literario fragmentos de la música popular que transforma: Míralas que linda vienen. Míralas que linda van. / Ellas son las nenas lindas del pueblo, / la más bonita del salón. La hija de aquella señora, / qué tal vez fue mi mamá. / Se sabían hermosas, pagaron el precio [...]/ Envejecer, caducar, expirar como fruto/ ante quienes lo habrían de degustar.
En el penúltimo poema titulado Moreno
la poeta sigue la misma dirección que estableció en Vitrina. Aquí
también se sirve de un género musical, en este caso la rumba, para apalabrar un
homenaje a su esposo. Con eso como propósito la voz lírica manifiesta su
dominio del ritmo mediante una serie de versos que terminan en palabras agudas
mientras va hilvanando una oda a la afrodescendencia que incluso puede
declamarse teniendo como telón de fondo instrumentos de percusión: En la
rumba de nuestra existencia/ no hay paso para la improvisación. / Virgo es tu
signo, el trabajo tu pasión. / Trajiste a mi vida tu esencia, cadencia y tesón.
/ Negras tus manos, rojo tu corazón. / Pepitas de café tus ojos, boquita de
melón beberé. / [...] Gracias negrito mío por llevarme de la mano, / que no me
olvide un te amo ni despierto ni dormido.
Juan Ramón Jiménez |
Después... de volver a
mirar de reojo el contenido
Tras la última página se detiene el tren y
salgo afuera rememorando algo del libro. Poemas de estación se titula y
leo en voz alta el nombre completo de la poeta: Imayrín Padua Sotomayor.
Algunos transeúntes me miran de inmediato. Y yo vuelvo a colocarme los
audífonos del pequeño radio transistor que prendí a ratos mientras leía este
poemario durante el camino. Un poemario, este poemario que tengo ahora en mis
manos, valioso como esos cuencos de cerámica reparados, fragmento a fragmento,
con barniz de oro.
Poemas de estación (Los libros de la Iguana, 2021), de Imayrín Padua Sotomayor |
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