por Carlos Esteban Cana
Conversar con el poeta, músico, fotógrafo y académico Carlos Vicéns es sumar páginas a un libro futuro, como el que publicó Arcadio Díaz Quiñones a mediados de los años 70 sobre una conversación que sostuvo con el escritor José Luis González; con Vicéns la poesía sería la gran protagonista de esa soñada publicación. Y es que desde Octavio Paz no he visto tal grado de vinculación entre estética, lenguaje y contenido que suma al artefacto poético como en Carlos Vicéns. Y, sin duda alguna, la crítica especializada así lo confirma. Algunas de las voces más autorizadas han valorado, de una u otra forma, su impecable poesía: Francisco José Ramos, Luce López Baralt, Noel Luna, Marcelino Canino-Salgado, Andrés Bermúdez y podríamos seguir nombrando. Me atrevo a decir que con la presencia de Carlos Vicéns en el panorama literario boricua del siglo XXI hay un antes y un después. Con Raíz de la ausencia, escrito entre 2008 al 2013, ya en su cuarta edición (Editorial Distancias, 2021) y La dicha de lo inacabado, publicado en el 2020 y que circula actualmente en su segunda edición (El Taller Blanco Ediciones, 2022), Carlos Vicéns ha llevado la poesía a su máxima expresión. Por esto y más las puertas que propician y subvencionan la excelencia creativa, literaria y poética se abren, como es de esperarse, a su paso y a su favor. Más de tres décadas de rigurosa formación y disciplina contextualizan su ejercicio cabal como artista y creador. Carlos Vicéns nació en San Juan, Puerto Rico, en 1982 y desde este punto parto para continuar un diálogo que comenzó hace nueve años (en el 2015) cuando me concedió una entrevista para Diálogo, periódico digital de la Universidad de Puerto Rico. Agradezco al poeta esta segunda oportunidad.
Raíz de la ausencia es un libro que se ha transformado con el paso de los años… Como autor que eres de Raíz de la ausencia, ¿nos puedes hablar de la base del proceso creativo que lo hace posible?
Raíz de la ausencia, de Carlos Vicéns |
Doce años separan Raíz de la ausencia de su siguiente libro, La dicha de lo inacabado… ¿en qué se diferencian y qué, si algo, permanece en ambos?
La dicha de lo inacabado |
La dicha es un texto en el cual comencé a experimentar con
otro tipo de voz, con otros gestos, con otras formas… como poesía en prosa, por
ejemplo, que llevaba mucho tiempo contemplando la idea de ensayarla. Por eso
recalco lo transitorio de ese libro. Lo imagino como un puente que estoy
cruzando, un portal que me está llevando al próximo proyecto, una mano que me
está sacando de Raíz y me está situando sobre otro presente, este
presente.
Sabemos que también Carlos Vicéns es
músico… ¿Qué le ha dado la música a su poesía? Y, en esa misma dirección, ¿qué
le ha dado el Carlos Vicéns poeta al Carlos Vicéns músico?
– Cuando tenía catorce, tal vez quince años, me decidí por la poesía y la música. Comencé a tocar piano, a componer piezas de memoria sin saber de música, a escribir poemas sin saber de poesía. Al pasar del tiempo fui descubriendo de lo que se trataba. En 2010 obtuve dos bachilleratos de la Universidad de Puerto Rico: uno en Filosofía y lingüística de la significación poética en el área de Estudios individualizados del Departamento de Estudios Interdisciplinarios; y otro en Piano del Departamento de Música. Por otro lado, he sido muy discreto a la hora de poner a dialogar ambas disciplinas. Llevo practicando música y piano alrededor de veinticinco años. He pensado muchas veces en hacer algo más que impartir clases. Y ha sido durante estos últimos cuatro años que vengo a contemplar, más en serio, un proyecto musical. En cambio soy más impulsivo con la poesía. No sé por qué pero me veo más en la constante urgencia de materializar con palabras lo que me hace falta y necesito decir.
– Muy buena pregunta. Me
recuerda a un aforismo de Juan Ramón Jiménez que desconocía hasta que lo
escuché en una entrevista que le hicieron a José Ángel Valente, quien lo citó.
Dice: “Meter a un poeta en la academia es como meter a un árbol en el
Ministerio de Agricultura”. Mis años de bachillerato y maestría en la UPR
fueron gratos y hubo algo de intercambio entre mi trabajo artístico y lo que la
academia me estaba ofreciendo. Ahora, estos seis años acá en Stony Brook han
sido un verdadero ejercicio de integridad. He aprendido de sobra, pero bajo
presiones y dinámicas diferentes. Si me hubieras hecho esa pregunta antes del
doctorado, es probable que te contestase otra cosa. En estos momentos… no sé
hasta qué punto “el artista convive con
el académico”. Pienso que la persona que es artista y estudiante doctoral
(incluso doctor y profesor) más bien sobrevive
la academia… siempre y cuando no pierda de perspectiva el lugar donde se
encuentra y cómo operan estos circuitos institucionales, especialmente en
Estados Unidos. Claro está, estoy partiendo de mi experiencia. Tal vez eso no
sea así en otro contexto.
¿Qué opinión le merece los talleres de
escritura creativa? ¿Son útiles?
– Los talleres de
escritura creativa son interesantes. Creo que tienen el potencial de darle
forma a una comunidad. Muchas veces desembocan en una serie de intercambios que
son cruciales para gestionar proyectos y demás. Siempre se aprende algo de
ellos. No obstante, dudo que un taller funcione como una máquina para hacer
poetas. Para mí la poesía ha sido una huella que he ido concientizando en el
transcurso de mi vida. Es posible que un taller de escritura creativa sea útil
para concientizar esa huella, pero es menos probable que la cree.
¿Si alguien le pide que le recomiende
escritores para formarse como poeta a quiénes mencionaría?
– Eso depende mucho de la
sensibilidad de cada cual. Sugiero leer de todo hasta que se atine con textos
que sintonicen con su sensibilidad. Se irán entablando diálogos con esos
textos. Con el tiempo la sensibilidad seguirá transitando y en ese tránsito seguirán
llegando otros textos, otros diálogos. Se formarán constelaciones, patrones de
lecturas. Se cuestionarán l0s diálogos pasados. Se volverán a algunos de ellos.
Se trata del tránsito de la poética de cada cual. Yo comencé leyendo a Julia de
Burgos, Lorca, Bécquer, Storni, Baudelaire,
Vallejo. Entonces llegó la vanguardia dadaísta y surrealista, Angelamaría
Dávila, José María Lima, Paz, el grupo español del 27, Pizarnik, Dylan Thomas,
Pessoa. Luego apareció Che Melendes, Lispector, Juarroz, Césaire… Así
sucesivamente seguirán emergiendo otras lecturas y otras conversaciones.
Sugiero también leer un poco de filosofía y crítica literaria. No es una
necesidad, pero encuentro constructivo enterarme de esos otros puntos de vista.
Por ejemplo, para mí ha sido formativo leer a Gaston Bachelard, Walter
Benjamin, Francisco José Ramos, Frantz Fanon, Susan Sontag, Gayatri Spivak,
Jacques Derrida, Édouard Glissant, Giorgio Agamben…
– Bueno, aquí hay mucha
tela para cortar y advierto que no pretendo abarcarlo todo ni me limitaré nada
más a libros. Haré referencia a poetas y a obras que he leído y de momento
recuerdo. Si se me pasa algo, mis disculpas de antemano. A la obra de Julia de
Burgos es imprescindible volver. El ciclo de Filí-Melé de Palés Matos es otro
al que regresaría. Ahora, habiendo ya mencionado esas dos figuras, a mi
entender obvias, hay mucho más por conocer y apreciar en torno al repertorio
que nos ofrece la poesía puertorriqueña. La obra poética de Clara Lair, Juan
Antonio Corretjer, Francisco Matos Paoli, Hugo Margenat, Marina Arzola,
Clemente Soto Vélez, Graciany Miranda Archilla, Evaristo Ribera Chevremont,
Violeta López Suria, Nimia Vicéns: indispensables. Más libros como Animal
fiero y tierno (1977) y La querencia (póstumo, 2006) de Angelamaría
Dávila: imprescindibles. Fuera de trabajo (1977) de Esteban Valdés:
intachable. El pájaro loco (1972), Los poemas de Filí-Melé
(1976), El miedo del Pantócrata (1981) de Iván Silén: vitales. La obra
poética de Pedro Pietri, Tato Laviera y el movimiento Nuyorican:
irremplazables. La poesía de Edwin Reyes, Luis Antonio Rosario Quiles, Salvador
Villanueva, Roberto Alberty Torres el “Boquio” y Elizam Escobar: inolvidables.
La obra de Che Melendes, incluyendo Poesiaoi: Antolojía de la sospecha
que editó y publicó en 1978: esencial. La poesía de Olga Nolla (ver De lo
familiar, 1973), Etnairis Rivera (ver Wydondequiera, 1974), Iris
Zavala (ver Que nadie muera sin amar el mar, 1983), Áurea María
Sotomayor (ver Operación funámbula, 2019), Ivonne Ochart (ver El
libro del agua, 1996), Marigloria Palma (ver La noche y otras flores
eléctricas, 1976), Vanessa Droz (ver La cicatriz a medias, 1982),
Lilliana Ramos Collado (ver Proemas para despabilar cándidos, 1981),
Magaly Quiñones (ver Razón de lucha, razón de amor, 1989), Giannina
Braschi (ver El imperio de los sueños, 1988): más que imprescindibles. La
sílaba en la piel (1982) de José María Lima: una obra maestra. La generosa
antología Papiros de Babel (1991) que el poeta Pedro López Adorno
elabora: un tesoro en contenido.
No puede faltar Invitación al polvo (1991) de Manuel Ramos Otero y que no se me pase la obra poética de Mayra Santos Febres (ver Poesía casi completa, 2021), Rafael Acevedo “Al Rafah” (ver Libro de islas, 1989), Juan Carlos Quintero Herencia (ver El hilo para el marisco, 2002), Eduardo Lalo (ver Necrópolis, 2014), Noel Luna (ver Hilo de voz, 2005), Ángel Darío Carrero (ver Perseguido por la luz, 2008) y Servando Echeandía Colón (ver Variaciones, 2011). Adentrándonos al repertorio más reciente, pienso en José Luis González “Gallego” (ver Residente del Lupus, 2006), Urayoán Noel (ver Boringkén, 2008), Mara Pastor (ver Poemas para fomentar el turismo, 2011), Eddie Ortiz-González (ver Estrategias de combate, 2018), Sylvia Figueroa (ver En este lugar se respira, 2020), Nicole Cecilia Delgado (ver Periodo especial, 2019), Irizelma Robles (ver El templo de Samye, 2020), Roque Salas Rivera (ver Antes que isla es volcán, 2022), Rubén Ramos Colón (ver La expansión de los cuerpos, 2019), Andrés Bermúdez (ver Umbría llama, 2023), Marta Jazmín García (ver El único refugio son los párpados, 2020), Margarita Pintado (ver Ficción de venado, 2012), Xavier Valcárcel (ver Fe de calendario, 2016), Yara Liceaga (ver El mundo no es otra cosa, 2014), Amanda Hernández (ver La distancia es un lugar, 2020), Cristina Pérez Díaz (ver From the Founding of the Country, 2022)… y no sigo para no recaer en lo exhaustivo. Eso sí, ahora mismo se está escribiendo y publicando en abundancia. Creo asimismo imprescindible esas otras lecturas, si es que se quiere realmente seguir conociendo nuestra poesía.
¿Qué le ocupa en estos momentos, a nivel
artístico?
– En estos momentos estoy
ocupado con varios proyectos y puedo mencionar tres de ellos. El primero es un
libro de poemas en el cual voy a integrar, a modo de experimentación, algo de
mi trabajo fotográfico. Es un texto en progreso que me entusiasma cada día más.
Otro de los proyectos en el tintero está relacionado con música y videografía.
Llevo cuatro años montando algunas piezas musicales con la expectativa de
publicar algo de ese material utilizando formatos alternos. El tercer proyecto
que ando contemplando es el de publicar mi tesis doctoral o, por lo menos,
parte de la misma.
¿Qué otra disciplina artística, si
alguna, le gustaría explorar?
– La fotografía y el
cine.
¿Le gustaría escribir poesía en otros
idiomas?
– Sabrás… muchos de mis
primeros poemas fueron en inglés. Recuerdo que en mi adolescencia también
intenté escribir, en ese idioma, una especie de libreto basado en una serie de
sueños que estaba teniendo en aquel momento. Eso cambió cuando empecé a leer más
poesía en español. Podría volver al intento de escribir poemas en inglés. Otra
posibilidad sería la autotraducción, que no es mala idea. Eso sí, por ahora
seguiré utilizando la lengua con la que aprendí a ensamblar, antes que poemas,
los primeros balbuceos de mi vida. Creo que hay algo interesante y bonito en
eso, especialmente si se trata de poesía.
Críticos comparten sus impresiones acerca de la poesía de Carlos Vicéns. |
No hay comentarios.:
Publicar un comentario