Por: Angelo Negrón ©
Le dedico este escrito a mi pequeña Isamar que cumple hoy sus cinco.
Comenzó a observar el principio de su muerte; agitaba su cuerpo tratando de escapar, pero algo que no comprendía la empujaba al final del túnel. Hacia una luz extraña que parecía decir su nombre a gritos. El grado de confusión era tal que la lucha contra el hipnótico llamado no le sirvió de mucho.
— ¡La luz al final del camino es cierta después de todo! — pensaba mientras combatía contra el llanto y la desorientación. Se percató de que conocía otro idioma y sus sollozos eran un dialecto hasta ahora ignorado para ella. Pensó en las miles de veces que había escuchado todo lo concerniente al poder del Espíritu Santo sobre las almas y de cómo ayudaba a hablar en lenguas; algo que nunca había practicado, pero que sabía existía y sonrió. Después de todo, si tal energía estaba con ella ¿qué más podía pedir?
Nadaba en un liquido espeso que la asfixiaba por momentos y que la hizo comprender que el único camino prudente era hacia la luz. Estaba atontada. Imaginó a San Pedro y sus llaves, al Paraíso y lo hermoso del lugar. Al encontrarse ante lo desconocido sintió terror. Ese que siempre se padece ante el cambio. El que a veces nos hace tomar decisiones incorrectas. En un ademán de defensa trató de estirar sus manos, pero la prisión del túnel era tal que no pudo hacer nada, sólo volver a llorar en sus adentros. Escuchaba a lo lejos el latir apresurado de una especie de tambor y especuló que era su propio corazón que lo llamaba. En un último intento agitó sus piernas para tratar de volver a su pasada vida, pero estaba escrito que ese día moriría.
Así fue: Murió. No entendía aún porqué y menos para qué, pero ya no tenia el poder de decidir a donde quería ir. Sólo existía un camino: Un túnel que terminaba en una gran luz y que no le parecía tan apacible como le habían contado. Sintió un jalón y, como si el túnel le ayudara a llegar a la luz, su cuerpo fue moviéndose en contra de su voluntad. No le quedaba mucho aire así que tuvo que rendirse al llamado. Exhausta se dejó atraer y cuando traspasó el fulgor, descubrió que sus ojos obligadamente se cerraban ante tanta luminosidad, sintió un dolor en el pecho que la obligó a hablar más fuerte aquella jeringonza que no entendía y que percibió tendría que aprender pronto para su bienestar.
Cuando logró abrir sus ojos, ya estaba recostada y buscó entre tanta luz reconocer las imágenes algo confusas de personas que le hablaban en aquel extraño idioma que ella no comprendía. Se fueron aclarando las imágenes y descubrió que su corazón padecía de un amor gigantesco hacia aquellos seres. Observó hacia su espalda, ya las alas no estaban presentes y al voltear otra vez y mirar hacia arriba en busca de su aureola, sus ojitos descubrieron a una mujer que lloraba de alegría. Lo comprendió todo y sonrió: estaba viendo a la dueña del túnel, la verdadera luz que la había hecho mudarse del paraíso y morir a su investidura de ángel, únicamente para brindarle el amor de madre; comparable exclusivamente al de Dios...
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En la foto: Isamar Negrón a los tres segundos de morir - nacer. |
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