por Carlos Esteban Cana
Conocí al
escritor y profesor Juan Carlos Fret-Alvira en la Escuela de Comunicación Pública del Recinto de Río Piedras de la
Universidad de Puerto Rico, a inicios de los 90. En esa época, aún siendo
reservado por naturaleza, él nos abrió la puerta a aquellos que queríamos ser
sus amigos y de ahí nace su colaboración continua en Taller
Literario; no tuvo reparos en formar junto a Rodrigo López
Chávez, Joel Villanueva Reyes (QEPD) y este servidor el equipo de redacción de
la revista y desde entonces he tenido mucho que agradecerle. Fue de los
primeros escritores que leí que transitaba por el microcuento como si de un
aleph se tratara; en pocas líneas trazaba en sus historias una espiral de
sucesos y saberes que de inmediato, por el mero gusto de volver a
experimentarlo, volvías a la primera oración con fruición hasta el punto final.
Con el tiempo Juan Carlos Fret-Alvira se ha convertido en un escritor familiar
(y de culto) para aquellos que leemos publicaciones periódicas boricuas, aunque
él, como autor, ha mantenido, hasta la fecha, un bajo perfil público: todavía
no cede a presiones editoriales para reunir su obra en varios libros. .
El equipo de redacción de la revista Taller Literario - Joel Villanueva, Carlos Esteban Cana y Juan Carlos Fret-Alvira |
Juan Carlos Fret-Alvira ha publicado ensayos, cuentos y poesía en los periódicos Claridad y El Nuevo Día; en las revistas Taller Literario, Corpus Litterarum, 80 grados, Cruce, Le.Tra.S., Exégesis, El Achiote y Letras Salvajes; en las antologías Plomos (Atarraya Cartonera), Continuidad de las voces, Felina, Sandino, Orgullo de América, Suturas, Antología poética del IV Grito de Mujer, Narrativa Puertorriqueña: lugares imaginarios y Antología: 2do Certamen nacional de microcuentos José Luis González.
A continuación, “En las letras, desde Puerto Rico”, aquí en Confesiones, comparte una breve antología de este escritor boricua que ha sido premiado en certámenes literarios de la Universidad de Puerto Rico, la Universidad Politécnica y el colectivo Guajana. Con ustedes, estimados lectores, Juan Carlos Fret-Alvira.
¿A QUÉ HUELE LA SANGRE?
Poco a poco saldrá e
intentará llenar los vacíos,
a borbotones saldrá,
desesperada,
con prisa de llegar a
aquellos límites.
Su color crecerá en la
mirada
y su tacto será húmedo,
frío o caliente.
Puede ser que lleve mis
dedos a la boca
o mi lengua viaje hasta
ella y la trague, dulce o salada,
puede ser que me sacie la
sed, el hambre.
Escucharé su rumor de
salida, de fluir continuo,
de ola que arrasa.
¿A qué huele la sangre?
Juan Carlos Fret-Alvira |
APUESTO POR EL SALTO AL
VACÍO
Apuesto por el salto al vacío
cuando los demás te piden
que te quedes parado
y coloques el punto final.
Porque ese paisaje es
bonito,
pero el mismo por el resto
de la vida;
mientras este está lleno de
incertidumbre,
comas,
signos de pregunta,
puntos suspensivos…
y al chocar con rocas,
tierra o agua
y mis vísceras y cerebro
queden desparramados,
despertaré,
pasaré a otra vida,
habré dejado el ancla para
siempre.
Juan Carlos Fret-Alvira |
SACO LAS GARRAS OCULTAS EN MIS PATAS Y LAS DESPLIEGO
Saco las garras ocultas en
mis patas y las despliego,
el peligro me obliga, el
deseo me impulsa;
vuelta la mirada del que
llega y piensa atacar,
convertido este en pan para
el consumo,
las entierro en su piel,
que poco a poco sede hasta
el desgarre, hasta el hueso;
sus ojos ya no verán más
allá de mí,
su sangre toda será signo,
no será desperdiciada,
mi aullido lo confirma.
Juan Carlos Fret Alvira con los integrantes de Taller Literario |
ACERCA TU BOCA A LA MÍA
Acerca tu boca a la mía,
siente el sabor de mi
saliva,
mezclándose con la tuya,
dejaremos los
microorganismos de uno en el otro,
y quedará el vacío,
de lenguas movedizas,
de pulsaciones en
cre-ci-MIEN-TO,
de labios que apenas se
tocan y se se-pa-ran,
que se frotan,
mojados y secos,
saciados y sedientos,
de esa saliva,
de esos microorganismos,
de la presencia que luego
será ausencia,
de la ausencia que luego
será presencia.
Aléjala,
dame espacio.
Aproxímala,
no la dejes ir.
Más allá de las pieles,
en la espesura del cerebro,
yace, palpita, gira…
la verdad y la mentira de
todo esto.
Juan Ca |
RESPUESTAS
Larga
sombra mía que cae sobre mí.
Alto sol,
alta luna.
Menguante
sol, menguante luna.
Ido sol,
ida luna.
Nadie sale
ileso de ella, me decía un amigo...
¿Qué es?,
¿qué es?, ¿qué es?
¿Salimos
alguna vez de ella o seguimos siendo esa herida?
Nos marca
de por vida,
para bien,
para mal.
Si estamos
rodeados de amor en esos primeros años que algunos llaman infancia,
ese amor
será una condena.
Si estamos
rodeados de odio en esos primeros años que algunos llaman infancia,
ese odio
será una condena.
¿En qué
momento, a cuál edad, salimos de ella?
Algunos la
definen como la inocencia.
¿Cuándo la
perdí?
¿La perdí
del todo?
Depende de
ese amor, de ese odio.
¿Los años o
la mente la definen?
Ambos,
dicen algunos.
¿Es un
presente o una preparación para el futuro?
Ambos,
dicen algunos.
La luz y la
mañana y la primavera;
la sombra y
la tarde y el otoño.
Se borran
las memorias,
quedan las
cicatrices del amor y del odio,
hasta la
última limpieza de la carne,
hasta la
última limpieza del laberinto cerebral,
y solo
queden los huesos, el cráneo,
y solo
queden las palabras, las preguntas.
Juan Carlos Fret-Alvira y el escritor Esteban Valdéz |
GOTAR HAAVIKKO
El hombre,
sueco o noruego, no hablaba español, pero
entendía
muy bien de pasadizos. Cerró la puerta y reco-
rrió el
trayecto al revés: el pasillo, el vestíbulo, la escale-
ra, el
zaguán. Abrió la puerta que dio a la calle y salió.
Miro a
ambos lados del edificio que quedaba a sus es-
paldas. El
ocaso frío desolaba la ciudad: apenas unos
mendigos
desperdigados tratando de dormir, papeles y
hojas
llevadas por el viento, algún automóvil de paso.
No quería
volver al barco porque este lo llevaría a su
hogar. Los
retornos, hasta los cotidianos, están carga-
dos de
repetición; y la repetición de rutina; y la rutina
de
recuerdos. Por eso se quedó esa noche en aquel
bar. Había
bebido unas copas para olvidar – pero la
traición de
un ser amado no se borra por voluntad o
alcohol--,
sin mirar a nadie, más que al tabernero,
hasta que
entró una mujer medio tímida, que parecía
buscar algo
o a alguien, y que con la mirada lo esco-
gió. No era
desagradable a la vista y era joven. Ser-
viría.
Ella, para su propósito; él, para un poco de dine-
ro. Un
cuartucho en los altos de aquel lugar, el abrir y
cerrar de
la puerta en dos ocasiones, y era un hecho.
Luego del
recorriedo a pie hasta el puerto, se detuvo
frente a un
pedazo de madera que provisionalmente
une el
muelle con el navío, suspiró frente a éste y de-
cidió, al
fin, entrar. Era tarde, la noche había caído.
Cumplidas
las tareas marinas de rigor, puso sus bra-
zos en la
baranda y contempló la ciudad que se ale-
jaba.
Imaginó cuando llegara a casa. Observaría a su
esposa a
los ojos; la mirada de inquietud y angustia
de ella, lo
satisfaría. La venganza estaría consumada.
Juan Carlos Fret Alvira |
¿HAS VISTO
EL CRÁNEO DE CRISTO?
¿Has visto
el cráneo de Cristo? Nadie dice nada. Dicen
todo, que
es nada. Se dice de su tumba abierta y de su
cuerpo
aparecido con vida y palabra ante algunos pocos
de sus
seguidores y familiares. Luego se habla de su as-
censión a
los cielos, de los que no ha bajado. Lo que no
saben es
que yo lo tengo. En la oscuridad de la noche,
unas
monedas compran el silencio y la mirada de los
guardianes
romanos de su sepulcro. Unos cuantos tras-
ladamos el
cuerpo inerte a una casa apartada, donde nos
esperaban
para corroborar la identificación: Juan, María y
otros que
no supe quienes eran, pero que estaban relacio-
nados con
la cúpula del grupo. Una vez satisfechos nos
pagaron lo
acordado y nos dijeron que dispusiéramos del
cuerpo, que
jamás debía ser encontrado. Pero el mercado
de las
reliquias es lucrativo, así que, en lugar de enterrarlo
en un lugar
desconocido o tirarlo al mar, le quitamos la ropa,
cortamos
sus cabellos y uñas, y la carne la fuimos despegan-
dola de los
huesos con cuchillos afilados y nuestras manos.
Los huesos,
la piel, sus ropas, el pelo, los dientes y las uñas
los
vendimos en el mercado negro a los mejores postores y
bajo
estricta confidencialidad. Sin embargo, el cráneo quise
conservarlo
yo. En un futuro valdría más de lo que consegui-
ría ahora y
podría ser un seguro de vida para mi familia. Po-
dría
incluso alquilarlo para procesiones o hasta rituales de
convocación
de sufridas almas penitentes. Debajo de mi cama,
hay un
falso piso donde lo guardo. Lo saco algunas noches
cuando
todos duermen y nadie mira, para pasarle la mano por
la
superficie, bordear sus cuencas y fosas nasales, y tocar su
mandíbula.
A veces lo observo y hasta le hablo. De lo que digo
y el silencio con que me responde, no comentaré.
Juan Carlos Fret-Alvira. 'Siendo perseguido por los laberintos de la postguerra junto a Orson Welles y el Tercer Hombre'. |
DEANNA
Hola,
amiga, he venido así de improviso, como el viajante que
pide alojo
a la caridad del residente que quiere o termina por
ayudar. El
camino mío es largo, no sé si algún día o noche ter-
minaré de
recorrerlo, si llegaré a alcanzar el descanso deseado
desde que
lo emprendí, pero es mía la tarea y el camino, y esta
oportunidad
entre otras muchas que vinieron antes y otras que
vendrán
después, para conocerte entre tantos y tantas. Gracias
por abrirme
la puerta e invitarme a pasar. Ya que estoy adentro
y que te
sientes en confianza ante mi presencia y has bajado tus
defensas,
entendibles siempre, y más en estos tiempos, pienso,
mientras te
miro sinceramente a los ojos, en que no he entrado
por
alojamiento o comida en esta noche fría y desprovista de
alimento,
mucho menos por dinero –es muy escaso lo que ne-
cesito—
tampoco por amor, sexo o cercanía del calor humano.
En esta
ocasión, como en tantos momentos aciagos, tal vez lo
comprendas
en estos próximos segundos, he venido por tu alma.
Luis Rafael Sánchez y Juan Carlos Fret-Alvira |
UN DÍA
Jesucristo
volvería en toda su gloria, con fuego en una mano y
olivo en la
otra, repartiéndolos según el juicio esperado. Los jus-
tos
subirían con él a los cielos; los malvados descenderían con
el oculto a
los infiernos. Recompensas para unos, castigo para
otro. Con
esas imágenes en nuestras mentes, esperamos día y
noche, por
trescientos sesenta y cinco días y trescientas sesenta
y cinco
noches. Nuestro alimento eran productos enlatados que
acumulamos
durante dos años en espera de las fechas profetiza-
das.
Nuestro techo, una sencilla caseta que apenas nos acomo-
daba a los
cinco. Nada de eso era relevante ante el inevitable a-
contecimiento.
Cuando pasó la fecha estipulada, mi padre que
había
renunciado a su trabajo y vendido nuestras propiedades,
murió de un
ataque cardiaco y mi madre le siguió al poco tiempo.
Mis
hermanos y yo vagamos por las calles, a la merced de los que
por nuestro
lado pasaban. Unas monedas, un pedazo de pan: cual-
quier cosa
era apreciada. Entre golpes y azares fuimos envejecien-
do y
muriendo. Los detalles no importan. Eso fue hace tanto.
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