Por Carlos Esteban Cana
*A los poetas que han trabajado el espacio del circo en
su poética. Sirva este ejercicio como homenaje al colombiano Ricardo León
Peña-Villa, a la cubana María Elena Cruz Varela, al español Leopoldo María
Panero, y a la chilena Patricia Pinchón Vera, escritores que se han instalado
en esta larga tradición.
¡Escribe!
¡Desata la magia de tus dedos!
¡Vuélvete loco!
¡Entra en el circo!
Mairym Cruz Bernal
En el pasado fungí en este circo como ring master. Era quien anunciaba cada
una de las atracciones: la jirafa enana, el hombre bala, la oveja que habla,
los trapecistas. Con el tiempo llegué a barajar la posibilidad de abandonarlo,
quería irme a un circo que comenzaba nueva época en Las Vegas. Sin embargo,
cuando la vi a ella todo cambió. ¿Han visto alguna vez un ángel indescriptible
disfrazado de pájaro? La primera vez pensé que era trapecista. Se presentó, sin
embargo, como una domadora de leones. Pero yo la vi en su dimensión total. ¡Qué
mujer! Cualquier cosa que emprendía se quedaba con el auditorio. No importaba
si se encontraba entre las feroces fauces del rey de la selva o si me
acompañaba en la conducción del espectáculo, ella siempre salía airosa y
decidida. Un día, como otro cualquiera, la bailarina se enfermó y, como podrán
imaginar, ella tomó su lugar. Había que estar allí para apreciar, entre la
bruma luminosa, cómo galopaba, mostrando centelleante el arco de su pubis. La
cadera redonda. Lo erecto de sus pechos. Después de cumplir con mis tareas,
luego de concluida la función, esperé hasta entrada la noche para invitarle a
dar un paseo por el pueblo al día siguiente. Y tuve la fortuna de que, con una
inmediata sonrisa, aceptara.
Esa tarde nos sentamos en un parque que tenía un curioso
jardín de tulipanes amarillos, cerca de una estatua a la que habían nombrado “Esperanza”,
según leía una pequeña placa de bronce. A lo lejos era posible escuchar la
melodía que entonaba un coro a capella. En ese ambiente diluimos nuestras
preocupaciones en una charla amena hasta altas horas de la madrugada. Fue
inevitable repetirlo otras noches. Entonces, poco a poco, ingresé a sus sueños,
a su pasado amor, a sus miedos. Y llegó a ser tan habitual su compañía que vi
aplacada la continua y silenciosa soledad que siempre me habita. Ya cuando
establecimos la danza de caricias, las estrellas parecían brillar tanto que
parecían ser parte del improvisado aposento.
Su hálito fulminante de cánticos. Los senos celestes,
boyantes de astros. El cabello castaño de hebras rubias, en cascada. Sus
labios… todo en ella me hacia ingresar a universos translúcidos. Jamás había
experimentado la ternura en tal grado de correspondencia y fusión.
Con el tiempo, paulatinamente, aquella mujer me permitió
descubrir más de sus fascinantes misterios. Una noche, ella, adornada sólo por
su collar de jade, dormía profundamente, pero yo, en cambio, tenía dificultad
para escapar del desvelo. Sin embargo, cuando el cansancio pudo vencer tuve un
sueño extraño. No sé cuánto tiempo había pasado cuando desperté. Algo angustiado busqué un lápiz y un papel;
tenía una inmensa necesidad de anotar lo que recordaba. Esto fue lo que
escribí, aún con el vértigo que me solía invadir cuando no estaba completamente
despierto prevalecía: “Una mujer sin
rostro, canta de pie sobre mi alma. Una mujer sin rostro, sobre mi alma, en el
suelo. Mi alma, mi alma: y repito esa palabra. No sé si como un niño llamando a
su madre a la luz, en llanto y confusos sonidos que no tienen sentido. Mi alma.
Mi alma es como tierra dura que pisotean sin verla caballos, carrozas y pies;
seres que no existen y de cuyos ojos mana mi sangre hoy, ayer, mañana. Seres
sin cabeza que cantaban sobre mi tumba una canción incomprensible”. Y
sobrecogido, a la luz de una vela, la desperté y le recité aquella experiencia.
Y sucedió que en los días sucesivos, comencé a notarla
algo esquiva, como si se hubiera instalado un temor inconfesable que no le
permitía mostrarse como antes. En un instante recordé mi ansiedad ante el sueño
y le pregunté si le había incomodado escucharlo. Anegada en lágrimas aclaró:
“Soy yo. No tiene que ver contigo. Créeme que soy yo”.
En esos momentos iba a comenzar la función, y tuve que
iniciar mi acostumbrado rol. Presenté a la jirafa enana, al hombre bala, a la
oveja que habla y a los trapecistas. Cuando me disponía a anunciarla el payaso
se acercó y me dio la noticia: ella había abandonado el circo. Y desde ese día
la busqué. Fui a provincias cercanas, a pueblos lejanos. Me esmeraba en ofrecer
detalladamente su mirada, con minuciosidad describía sus gestos, hablaba del
elegante porte de su cuerpo. Pero el resultado siempre era el mismo: nadie,
ningún ser de los abordados, la había visto.
Y comencé a padecer de ataques intensos de pánico. Sentía
que continuamente me atragantaba, que en mi cabeza azotaba una tormenta y,
paulatinamente, llegué a creer que perdía la razón. Fue inevitable ocultarlo.
Los demás se dieron cuenta cuando me agredí frente al espejo gigante que
distorsionaba formas. Y decidieron ingresarme en un reclusorio, de los que
están repletos de gente lastimada y maltrecha. En esa mazmorra sólo recuerdo
que desde mi celda gritaba con todas mis fuerzas un monólogo continuo, que aún
conservo en la memoria:
“Mirad acá, que
tengo una de sus plumas. ¡Yo la he visto! ¡Yo la he palpado! Si ahora veis un
infinito hilo que se extiende plateado hacia la luna, yo confieso la verdad. Es
ella y tan sólo ella es la responsable. ¿Alguien puede entender la verdad en
mis palabras? ¡Yo la he visto, la he palpado! Desde algún lugar me mira. Ella
es un fulminante hálito de cánticos. ¡Sus senos son celestes, boyantes de
astros! Su cabello castaño tiene hebras rubias cayendo en cascada, y las manos,
sus manos divinas son en realidad translúcidos universos. ¿Han visto alguna vez
un ángel indescriptible disfrazada de pájaro? Dicen por ahí que quien llega a
ver un ángel muere, pero yo estoy vivo. Y si alguien tiene dudas… ¡Mirad acá! ¡Yo
tengo una de sus plumas!”.
Después de interminables semanas, no sé cuántas, el personal no pudo soportar más. Y fueron ellos quienes hicieron lo posible para que pudiera escapar. Las puertas permanecían abiertas, incluso en los portones no había vigilancia. Yo me hacía el tonto y de reojo miraba todo eso. La duda me invadía. ¿Acaso estos “carceleros” estaban colocándome una trampa? Mi mente se perdía entre el temor de recibir senda tunda y la especulación. Hasta que no lo pensé y salí corriendo.
Después de interminables semanas, no sé cuántas, el personal no pudo soportar más. Y fueron ellos quienes hicieron lo posible para que pudiera escapar. Las puertas permanecían abiertas, incluso en los portones no había vigilancia. Yo me hacía el tonto y de reojo miraba todo eso. La duda me invadía. ¿Acaso estos “carceleros” estaban colocándome una trampa? Mi mente se perdía entre el temor de recibir senda tunda y la especulación. Hasta que no lo pensé y salí corriendo.
Me tomó días enteros recorrer el camino. Cuando llegué al
lugar donde estaba el circo vi la carpa caída. La compañía había quebrado. Sólo
encontré, entre los escombros, unos crayones rojos, verdes, amarillos, negros.
Y como si de un ritual se tratara, me pinté la cara. Fue así que, con el cielo
gris, anuncié a viva voz fabulosos personajes. Lloviznaba cuando bailaba ante niños
que jugaban en las cercanías. Mas, sin que se dieran cuenta, entre sus
inocentes carcajadas, unas lágrimas fugitivas confesaron que la recordaba por
última vez.
©
Carlos Esteban Cana, 2007
Universos de Carlos Esteban Cana disponible aqui: Isla Negra Editores
Universos de Carlos Esteban Cana disponible aqui: Isla Negra Editores
***
Carlos Esteban
Cana Escritor y comunicador puertorriqueño. Ha cultivado el
cuento, el micro cuento, y la poesía. Actualmente, sin embargo,se ocupa de darle
forma a sus dos primeras novelas y a un volumen de ensayos. Colaborador de
varios publicaciones impresas y cibernéticas, en Puerto Rico y otros países.
Bitácoras y publicaciones alrededor del planeta, como Confesiones, del narrador
Angelo Negrón, reproducen su boletín "En las letras, desde Puerto
Rico".
Para el periódico cibernético El Post Antillano también publica su
columna "Breves en la cartografía cultural". En verano del 2012, Carlos Esteban
publica Universos, libro de micro-cuentos bajo el sello de Isla Negra Editores.
Otros dos libros aparecerán durante el presente semestre. El primero titulado
"Catarsis de maletas: 12 cuentos y 20 años de historia", ofrece una vista
panorámica de una pasión que el autor ha desarrollado, por cuatro lustros, en el
género del cuento. "Testamento" es el segundo de los libros mencionados,
poemario antológico que reúne lo más representativo de su poesía; género del que
Cana manifiesta: "Fue la propia poesía que me seleccionó como medio, como
interprete". Cana es conocido además por haber fundado la revista y colectivo
TALLER LITERARIO, que marcó la literatura puertorriqueña en la última década del
siglo XX en Puerto Rico.
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