viernes, noviembre 25, 2011

Después de LuzAzul

Por: Angelo Negrón ©




     Amo los cuentos y rara vez me aventuro a leer novelas. Esto tal vez se deba a que cuando leo soy, como la mayoría de ustedes,  una especie de emigrante en la trama. Llego a ella sin permiso y la convierto en propia, por lo que se me hace más fácil, en el cuento que en la novela, abandonar un personaje cuando llega el punto final y, aunque existen los finales abiertos, al tomar el próximo cuento logro la catarsis necesaria para abandonar el apego. Por eso: Cuando leo una novela es porque la recomendación de algún colega ha sido ese tipo de convite que no puedes, y no quieres, rechazar. Tal  invitación llega acompañada de aventura y un despertar sublime de curiosidad. Entonces, en la librería, abro el libro y leo la primera pagina y si me captura lo que me dice el escritor, el libro pasa a ser de mi propiedad y lo que lea en él deja de ser palabra del autor para convertirse en sucesos que transcurren justo a mi lado. O sea: Me convierto en testigo, en personaje o hasta en protagonista, del junte de palabras.

     En la novela el exorcismo tarda algo más y por ello es que nunca me he aventurado a escribir una. Cuando llega el final del cuento, que es como empieza esta aventura de escribir, me desvivo por darle forma y cuerpo a ese final y al creerme vencedor me despido de forma elocuente para darle paso a la próxima hoja en blanco que necesita ser manchada de letras y sucesos. Luego, al pasar de los días, vuelvo a leer y a releer lo escrito y me convenzo de que está casi listo cuando me pregunto si fui yo, o algún desconocido quien tecleó esas palabras en mi computador. Digo “casi listo” porque es  algo incierto y eterna esta tarea de revisar y corregir. Y es que, cada vez, encuentras nuevas palabras o algunas que sobran. En los cuentos que suelo escribir abundan los giros en la trama y busco siempre sorprender. Obviamente no siempre logro este cometido, pero es ahí donde pienso en la esperanza de que los lectores sean como yo al leer: participes de lo que leen.

     Ayer, aprovechando el día feriado, he tomado la novela LuzAzul de Antonio Aguado Charneco e inclinando la butaca he continuado la lectura que comencé, leyendo esa primera página, tal como hice referencia antes, la noche en que compré el libro. Esa noche estábamos en la Biblioteca del Centro para Puerto Rico en la presentación que Carlos Estaban Cana, como maestro de ceremonias, nos presentó, junto a dos grandiosos poetas: Erick Ladrón y Mario Antonio Rosa, al editor de Isla Negra: Carlos Roberto Gómez, a Tony Aguado Charneco y un público excelente en una velada donde la curiosidad por leer la novela aumentó en cada minuto gracias a las palabras de estos presentadores.

     Cabe decir que he leído a Tony antes. Sus dos novelas indígenas, parte de una trilogía que me muero por completar,  me encantaron y de hecho lograron que visitara por primera vez lugares como La Cueva del Indio en Arecibo y la piedra escrita en Jayuya. Los libros de cuentos de Tony consiguieron que le diera el sitial en mi mente que escritores como Yolanda Arroyo, Ana María Fuster, Emilio del Carril, Hugo Rios Coldero, Pedro Juan Soto, Juan Bosh y Horacio Quiroga tenían en mis preferencias a la hora de estar convencido de que si quería leer un buen cuento debía buscar algo de ellos.  

    Tony nació para escribir. En esta novela logró lo que en sus cuentos: Mantenerme atento y engañarme de la tal forma que no me lo creía. ¿Cómo lo explico? Las sospechas que nacen de cómo va la trama en cuanto a la identidad y preferencia de un personaje se acercaron y se fueron  con igual intensidad según fui leyendo. Sólo para descubrir que no estaba lejos, tampoco tan cerca, en mi primera sospecha y que no debí alejarme tanto, o creo que me equivoco, definitivamente eso buscaba Tony: Que me apartara de esa primera sospecha para dar el Jaque mate con el acertijo que logró al unir las palabras tal como me gusta, con giros y cambios en la trama que te llevan de sorpresa a asombro para luego quedar flotando en estupefacción.    

     Estoy convencido de que leer LuzAzul ha sido un  regalo. Si bien he participado en la trama como un fisgón que ama, al escribir y al leer, las debilidades y fortalezas humanas, (sin saber necesariamente cuál es cuál) he divisado en esta novela, por no decir he vivido (que así es), un toque de erotismo que llega a ser un cantico de sinceridad humana. Esta novela está en dialogo constante con el sexo. Los rumbos eróticos que le rodean hablan del amor como lo que es, el gusto por el placer, el compartirse y el complementarse.

     Como dije antes, me convierto en espectador o en personaje. En este caso la novela ha despertado en mí las ganas de visitar el cañón de San Cristóbal en Barranquitas, lugar donde suceden partes trascendentales de esta aventura. También  estuve soñando tener el temple del protagonista cuando llegue a su edad y creo que los encuentros de los personajes en la hamaca son dignos de filmarse.

     Ciertamente al leer LuzAzul he luchado contra la teoría de que para hablar de sexo en un escrito puede uno usar palabras que adornen y disfracen. Como una vez nos explicara Amílcar Cintrón; el escritor y conductor de El Barco de Tinta China en una de las tertulias de Taller Literario en casa de Tony en Jayuya.  Nos dio en esa ocasión el ejemplo de que al consumirse el acto sexual podría uno describir crudamente las peripecias de una pareja en el vaivén de su asunto o simplemente describir una hoguera que se consume hasta convertirse en cenizas, pero cuyo calor sigue existiendo aún después del goce. Tony ha escrito esta novela como bien lo menciona al final, en su Epilogo para un recomienzo “En un lenguaje que desconoce el pudor y la farsa moralidad”  y es que en estas doscientas doce páginas, y a buena hora, Aguado Charneco le llama al pan: pan y al vino: vino.

     De hecho: Tony; como buen amante del jugo fermentado de uvas habla del licor, tal vez en demasía para mi gusto, que en ese tema soy de los que prefiere, según él, le invada por dentro el moho cuando en alguna tertulia me ofrece vino y le digo que prefiero beber agua.

Sólo me resta decir que cuatro cosas sucederán en adelante, gracias e esta lectura:

1. Compraré una hamaca...

2. Visitaré el Cañón de San Cristóbal en Barranquitas…

3. He decidido incursionar en el género de la novela por lo que hoy mismo comenzaré. Ya les contaré si logro escribirla…

4. Cuando me encuentre con Tony la próxima vez: Tendrá que chocar su copa con la mía que estará llena de algún vino, preferiblemente con hielo, y brindaremos por este éxito que es LuzAzul y por los que vendrán, pues sé que tiene aún mucho que ofrecer...  

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