Por: Angelo Negrón ©
En la novela el exorcismo
tarda algo más y por ello es que nunca me he aventurado a escribir una. Cuando
llega el final del cuento, que es como empieza esta aventura de escribir, me
desvivo por darle forma y cuerpo a ese final y al creerme vencedor me despido
de forma elocuente para darle paso a la próxima hoja en blanco que necesita ser
manchada de letras y sucesos. Luego, al pasar de los días, vuelvo a leer y a releer
lo escrito y me convenzo de que está casi listo cuando me pregunto si fui yo, o
algún desconocido quien tecleó esas palabras en mi computador. Digo “casi listo”
porque es algo incierto y eterna esta
tarea de revisar y corregir. Y es que, cada vez, encuentras nuevas palabras o
algunas que sobran. En los cuentos que suelo escribir abundan los giros en la
trama y busco siempre sorprender. Obviamente no siempre logro este cometido,
pero es ahí donde pienso en la esperanza de que los lectores sean como yo al
leer: participes de lo que leen.
Ayer, aprovechando el día
feriado, he tomado la novela LuzAzul de Antonio Aguado Charneco e inclinando la
butaca he continuado la lectura que comencé, leyendo esa primera página, tal
como hice referencia antes, la noche en que compré el libro. Esa noche estábamos
en la Biblioteca del Centro para Puerto
Rico en la presentación que Carlos Estaban Cana, como maestro de
ceremonias, nos presentó, junto a dos grandiosos poetas: Erick Ladrón y Mario
Antonio Rosa, al editor de Isla Negra: Carlos Roberto Gómez, a Tony Aguado
Charneco y un público excelente en una velada donde la curiosidad por leer la
novela aumentó en cada minuto gracias a las palabras de estos presentadores.
Cabe decir que he leído a
Tony antes. Sus dos novelas indígenas, parte de una trilogía que me muero por
completar, me encantaron y de hecho
lograron que visitara por primera vez lugares como La Cueva del Indio en Arecibo
y la piedra escrita en Jayuya. Los libros de cuentos de Tony consiguieron que
le diera el sitial en mi mente que escritores como Yolanda Arroyo, Ana María
Fuster, Emilio del Carril, Hugo Rios Coldero, Pedro Juan Soto, Juan Bosh y
Horacio Quiroga tenían en mis preferencias a la hora de estar convencido de que
si quería leer un buen cuento debía buscar algo de ellos.
Tony nació para escribir. En
esta novela logró lo que en sus cuentos: Mantenerme atento y engañarme de la
tal forma que no me lo creía. ¿Cómo lo explico? Las sospechas que nacen de cómo
va la trama en cuanto a la identidad y preferencia de un personaje se acercaron
y se fueron con igual intensidad según
fui leyendo. Sólo para descubrir que no estaba lejos, tampoco tan cerca, en mi
primera sospecha y que no debí alejarme tanto, o creo que me equivoco, definitivamente
eso buscaba Tony: Que me apartara de esa primera sospecha para dar el Jaque
mate con el acertijo que logró al unir las palabras tal como me gusta, con
giros y cambios en la trama que te llevan de sorpresa a asombro para luego
quedar flotando en estupefacción.
Estoy convencido de que leer
LuzAzul ha sido un regalo. Si bien he
participado en la trama como un fisgón que ama, al escribir y al leer, las
debilidades y fortalezas humanas, (sin saber necesariamente cuál es cuál) he
divisado en esta novela, por no decir he vivido (que así es), un toque de
erotismo que llega a ser un cantico de sinceridad humana. Esta novela está en dialogo
constante con el sexo. Los rumbos eróticos que le rodean hablan del amor como
lo que es, el gusto por el placer, el compartirse y el complementarse.
Como dije antes, me convierto
en espectador o en personaje. En este caso la novela ha despertado en mí las
ganas de visitar el cañón de San Cristóbal en Barranquitas, lugar donde suceden
partes trascendentales de esta aventura. También estuve soñando tener el temple del
protagonista cuando llegue a su edad y creo que los encuentros de los personajes
en la hamaca son dignos de filmarse.
Ciertamente al leer LuzAzul he
luchado contra la teoría de que para hablar de sexo en un escrito puede uno
usar palabras que adornen y disfracen. Como una vez nos explicara Amílcar
Cintrón; el escritor y conductor de El Barco de Tinta China en una de las
tertulias de Taller Literario en casa de Tony en Jayuya. Nos dio en esa ocasión el ejemplo de que al
consumirse el acto sexual podría uno describir crudamente las peripecias de una
pareja en el vaivén de su asunto o simplemente describir una hoguera que se
consume hasta convertirse en cenizas, pero cuyo calor sigue existiendo aún después
del goce. Tony ha escrito esta novela como bien lo menciona al final, en su Epilogo para un recomienzo “En un lenguaje que desconoce el pudor y la farsa
moralidad” y es que en estas doscientas
doce páginas, y a buena hora, Aguado Charneco le llama al pan: pan y al vino: vino.
De hecho: Tony; como buen
amante del jugo fermentado de uvas habla del licor, tal vez en demasía para mi
gusto, que en ese tema soy de los que prefiere, según él, le invada por dentro
el moho cuando en alguna tertulia me ofrece vino y le digo que prefiero beber
agua.
Sólo me resta decir que cuatro cosas sucederán en adelante, gracias e
esta lectura:
1. Compraré una hamaca...
2. Visitaré el Cañón de San Cristóbal en Barranquitas…
3. He decidido incursionar en el género de la novela por lo que hoy
mismo comenzaré. Ya les contaré si logro escribirla…
4. Cuando me encuentre con Tony la próxima vez: Tendrá que chocar su
copa con la mía que estará llena de algún vino, preferiblemente con hielo, y
brindaremos por este éxito que es LuzAzul y por los que vendrán, pues sé que
tiene aún mucho que ofrecer...
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