Abrí el mapa de mi vida queriendo descubrir algún indicio de que tomé el camino adecuado y que mis próximos pasos no serian en vano. Tropecé con los puntos cardinales. Cada uno de ellos me habló de ti. Descubrí que no importa si durante años no tuve tu presencia física conmigo pues estuviste siempre a mi lado; en sueños que, como algarabías rondaban mi cerebro con el entusiasmo de encontrarte cuando menos me esperaba y que busqué en otros brazos cuando sólo debía hallarlos en ti.
Perdí mi alma, te la entregué cuando te encontré frente al mar y lingotes de cariño macizos me hundieron en la profundidad de tus ojos, en el embeleso de ver mi esencia en tu mirada cuando fuimos uno. Estrujé mis ojos ante el atlas de mis días. Comencé a verme y a verte...
Miré hacia el Este de mis vivencias. Te encontré justo al amanecer, cuando soñaba con la llegada de mi alma gemela. Aún era un muchacho, pero la soledad me había hecho soñar despierto y hasta imaginar como eras en realidad. Ahora me doy cuenta que cada canción que me apasionó me hablaba de ti. Cada poema inédito en mi cabeza seria escrito por tus labios sobre los míos.
Ahora mismo descubro que no importa cuantos labios besé antes pues no los recuerdo; los tuyos han borrado todo vestigio de ellos. Sólo me queda el carmín de tus labios como huella indeleble en mi corazón. Tu lengua inquieta en mi boca construyó apasionamientos, destruyó cobardías, elevó ímpetus y multiplicó placeres. Como parte trascendental cambiaron mi vida entera...
La cordillera central captó mi atención. Decidí dejar el Este y mudarme por un tiempo al meridiano de tu cuerpo. Poseí montañas y laderas. Convertí en vertientes tus deleites. Quedé asombrado cuando desde allí observé tu Sur...
Me posé en el ombligo y disfruté las dudas de sí podría salir del encanto que suponía se encontraba en tu Sur; justo en tu entrepierna. Tomé la decisión de que vivir en tan húmedo lugar seria fantástico y encontré el trópico de tu alma en plena tormenta de sensaciones. Ante los oleajes fuertes de la agresión de mi lengua percibiste el constante zambullido y las caricias acompañando la superficie de tu piel, desde los dedos de los pies hasta los degustados senos... Disfruté la esperanza de que fuera para siempre y sólo mío el promontorio que con mis dedos acariciaba. Mismo que mi lengua remojaba entre el ondulado rebullir de tu cuerpo. Lo acompañaste por gemidos fulgurantes que exigían repetidas embestidas que te transportaran al universo astral del completado éxtasis, del renovado amor. Tus órdenes se cumplieron. Acoplé mi pecho contra el tuyo. Nuestros cuerpos se unieron y nuestras almas fueron indivisibles. Llegamos juntos al Oeste de un día lluvioso y hermoso; lleno de recuerdos y placeres en el apareamiento de dos sexos, en la unidad de nuestros universos carnales y terrenales, todo mezclados y en la superficie de sabanas estrujadas y mojadas por el sudor de nuestra piel que se negaba a dejar de ser una.
Y en el Oeste descubrimos el atardecer. El sol se ocultó. La luna apareció impasible y sin disimular sus celos. Luego de tantos poemas, dedicados a ella, descubrió que a nosotros nos correspondía que el universo se pusiera de acuerdo para el verdadero eclipse de nuestras vidas; ese en el que tú eres yo y yo soy tú. La luna enfurecida nos recordó que debías marcharte pues Morfeo, el dios de los sueños, reclamaba tu presencia para hacerte soñar con futuros inciertos en los que yo no estuviera presente para él disfrutar de la espiritualidad de tu ser. Partiste en un cerrar de ojos. La almohada fue testigo de tu escapada en los brazos de otro. Morfeo me miraba y se burlaba pues te custodiaba y yo no lograba dormir y soñarte en algún jardín o playa en la que te dijera mil palabras de amor, mismas que aún falta puedas escuchar de mis labios. Te miré y entonces fui yo quien me burlé de Morfeo. Lo embromé porque soy tu dueño en cuerpo y alma y puedo soñarte despierto. Así en mis noches de insomnio soy el guardián de tu alma cuando decide salir a pasear. Al llegar el día, justo en el momento en que vuelvo a habitar el Este, me convierto en el vigilante de tus puntos cardinales olvidando los míos propios pues te los encomiendo con la confianza de que serán tuyos de forma completa...
Ahora cerraré el mapa pues conozco los puntos cardinales de tu cuerpo y los de mi vida. Lo guardaré en lo profundo de mi corazón y en la cercanía del recuerdo. En el bolsillo de tu alma dejaré una brújula que estará dispuesta a ser usada, si alguna vez resuelves perderte, para que regreses a mis brazos sin detenerte ya que sólo yo soy tú otra parte...
¿Me preguntas por el Norte? ¡No creas que me olvidé! ¿Cómo olvidarlo? En el sobrevivo a cada instante. A partir de allí es que admiro el Este, el meridiano, el Sur, el Oeste y continúo bajo la influencia del verdadero amor que me dicta que tú eres mi Norte; el camino a seguir, la guía máxima. Mi ángel de alas sedosas y escote pronunciado que con su alma evoluciona logrando que me desenvuelva sobre y debajo de su cuerpo haciéndolo mío; disfrutando de caricias y besos, de humedad y sensaciones a veces explicitas y por momentos secretas...
Norte...
¡No, así no! Debo escribir NORTE. Sí ¡Desde luego! En letra mayúscula: ¡NORTE! Ya que en estos momentos de esa forma están mi corazón y mi erección por sólo pensarte sobre la hierba de un campo florecido, acostada desnuda, mientras tratas de señalar con manos y pies los puntos cardinales de nuestro universo y dejas a mi desdén encargarse del meridiano de tu cuerpo. Sobre todo del horizonte de tu boca y la verticalidad húmeda que me llevara a darte placer en todo tu existir...
Miré hacia el Este de mis vivencias. Te encontré justo al amanecer, cuando soñaba con la llegada de mi alma gemela. Aún era un muchacho, pero la soledad me había hecho soñar despierto y hasta imaginar como eras en realidad. Ahora me doy cuenta que cada canción que me apasionó me hablaba de ti. Cada poema inédito en mi cabeza seria escrito por tus labios sobre los míos.
Ahora mismo descubro que no importa cuantos labios besé antes pues no los recuerdo; los tuyos han borrado todo vestigio de ellos. Sólo me queda el carmín de tus labios como huella indeleble en mi corazón. Tu lengua inquieta en mi boca construyó apasionamientos, destruyó cobardías, elevó ímpetus y multiplicó placeres. Como parte trascendental cambiaron mi vida entera...
La cordillera central captó mi atención. Decidí dejar el Este y mudarme por un tiempo al meridiano de tu cuerpo. Poseí montañas y laderas. Convertí en vertientes tus deleites. Quedé asombrado cuando desde allí observé tu Sur...
Me posé en el ombligo y disfruté las dudas de sí podría salir del encanto que suponía se encontraba en tu Sur; justo en tu entrepierna. Tomé la decisión de que vivir en tan húmedo lugar seria fantástico y encontré el trópico de tu alma en plena tormenta de sensaciones. Ante los oleajes fuertes de la agresión de mi lengua percibiste el constante zambullido y las caricias acompañando la superficie de tu piel, desde los dedos de los pies hasta los degustados senos... Disfruté la esperanza de que fuera para siempre y sólo mío el promontorio que con mis dedos acariciaba. Mismo que mi lengua remojaba entre el ondulado rebullir de tu cuerpo. Lo acompañaste por gemidos fulgurantes que exigían repetidas embestidas que te transportaran al universo astral del completado éxtasis, del renovado amor. Tus órdenes se cumplieron. Acoplé mi pecho contra el tuyo. Nuestros cuerpos se unieron y nuestras almas fueron indivisibles. Llegamos juntos al Oeste de un día lluvioso y hermoso; lleno de recuerdos y placeres en el apareamiento de dos sexos, en la unidad de nuestros universos carnales y terrenales, todo mezclados y en la superficie de sabanas estrujadas y mojadas por el sudor de nuestra piel que se negaba a dejar de ser una.
Y en el Oeste descubrimos el atardecer. El sol se ocultó. La luna apareció impasible y sin disimular sus celos. Luego de tantos poemas, dedicados a ella, descubrió que a nosotros nos correspondía que el universo se pusiera de acuerdo para el verdadero eclipse de nuestras vidas; ese en el que tú eres yo y yo soy tú. La luna enfurecida nos recordó que debías marcharte pues Morfeo, el dios de los sueños, reclamaba tu presencia para hacerte soñar con futuros inciertos en los que yo no estuviera presente para él disfrutar de la espiritualidad de tu ser. Partiste en un cerrar de ojos. La almohada fue testigo de tu escapada en los brazos de otro. Morfeo me miraba y se burlaba pues te custodiaba y yo no lograba dormir y soñarte en algún jardín o playa en la que te dijera mil palabras de amor, mismas que aún falta puedas escuchar de mis labios. Te miré y entonces fui yo quien me burlé de Morfeo. Lo embromé porque soy tu dueño en cuerpo y alma y puedo soñarte despierto. Así en mis noches de insomnio soy el guardián de tu alma cuando decide salir a pasear. Al llegar el día, justo en el momento en que vuelvo a habitar el Este, me convierto en el vigilante de tus puntos cardinales olvidando los míos propios pues te los encomiendo con la confianza de que serán tuyos de forma completa...
Ahora cerraré el mapa pues conozco los puntos cardinales de tu cuerpo y los de mi vida. Lo guardaré en lo profundo de mi corazón y en la cercanía del recuerdo. En el bolsillo de tu alma dejaré una brújula que estará dispuesta a ser usada, si alguna vez resuelves perderte, para que regreses a mis brazos sin detenerte ya que sólo yo soy tú otra parte...
¿Me preguntas por el Norte? ¡No creas que me olvidé! ¿Cómo olvidarlo? En el sobrevivo a cada instante. A partir de allí es que admiro el Este, el meridiano, el Sur, el Oeste y continúo bajo la influencia del verdadero amor que me dicta que tú eres mi Norte; el camino a seguir, la guía máxima. Mi ángel de alas sedosas y escote pronunciado que con su alma evoluciona logrando que me desenvuelva sobre y debajo de su cuerpo haciéndolo mío; disfrutando de caricias y besos, de humedad y sensaciones a veces explicitas y por momentos secretas...
Norte...
¡No, así no! Debo escribir NORTE. Sí ¡Desde luego! En letra mayúscula: ¡NORTE! Ya que en estos momentos de esa forma están mi corazón y mi erección por sólo pensarte sobre la hierba de un campo florecido, acostada desnuda, mientras tratas de señalar con manos y pies los puntos cardinales de nuestro universo y dejas a mi desdén encargarse del meridiano de tu cuerpo. Sobre todo del horizonte de tu boca y la verticalidad húmeda que me llevara a darte placer en todo tu existir...
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