Por Angelo Negrón
Ella habita este mundo
y el otro, el terrenal y el astral. Su espalda está adornada por alas de terciopelo que logran que ambos nos elevemos. En su desnudez puedo apreciar el brillo de siglos de experiencia. Su cabello danza ante el embestir de mi cuerpo y ella misma propicia que el placer logre magnitudes siderales. El brillo de sus ojos me ciega y un collar de flores despide el olor de sueños furtivos. Su verticalidad me atrapa. Mis ojos, lengua, dedos, sexo; todo yo, me transmuto en amanecer de pasiones, en alborada de jadeos y ansias renovadas…
Ella habita este mundo
y el otro, el terrenal y el astral. Su espalda está adornada por alas de terciopelo que logran que ambos nos elevemos. En su desnudez puedo apreciar el brillo de siglos de experiencia. Su cabello danza ante el embestir de mi cuerpo y ella misma propicia que el placer logre magnitudes siderales. El brillo de sus ojos me ciega y un collar de flores despide el olor de sueños furtivos. Su verticalidad me atrapa. Mis ojos, lengua, dedos, sexo; todo yo, me transmuto en amanecer de pasiones, en alborada de jadeos y ansias renovadas…
Rodeo su cintura con mis brazos; busco aprisionarla en mí; convertirla en cómplice de mi lujuria; bautizarla enamorada de mí y no del destino. Música que acompaña lo que soy cuando penetro sus adentros y tropiezo con su mirada. La humedad en su interior es fresca y bebo con admiración de su sabor. Me voy de fiesta a sus pezones que erectos se bañan en agua de rosas y los muerdo delicadamente queriendo dejar marcas de mi paso y presencia en ellos. Mordisqueo su intimidad con la misma intención; ser el dueño. Patentizando mi propiedad y eliminando cualquier duda que quede flotando en el edén de donde ella es oriunda.
En su ser tiene el mío bellos instantes y… eternos paradigmas. La pasión con la que nos amamos se demuestra en besos para nada furtivos. Caricias subidas de tono y muy bien diseñadas en el fragor de la espontaneidad. La miro morderse los labios mientras sus ojos se cierran y sus manos se acarician a si misma en la justificación de nuestra existencia. La veo llena de placer mientras sus dedos se pierden en el abuso y consumo de esa única droga que nos gusta: el placer.
Seguimos sanando pasados y redescubriendo presente. Cada caricia se convierte en comienzo y el amor se amplifica a magnitudes que tal vez sólo ella comprende, pues yo me pierdo en gemidos y en desesperación. Deseo estallar en cuanto la descubro desnuda: ser precoz en su interior no hago más que tocarla y el deleite de esta sensación es tal que me descubro viviendo placeres que no tienen comparación con el mundo terrenal. Ella es un ser celeste, me lo dijo y le creí, me lo demuestra por instantes eternos.
Echo un vistazo de nuevo a su espalda; descubro que si no fuera por la forma de sus alas la describiría como un hada y no como un ángel. Sus alas; convertidas en su mirada: me rodean, me levitan. Distingo espasmos en su piel. Soy el eterno humano y ella el ángel: ambos inmortalizados por el amor; ambos enamorados de nuestros placeres y del aire que respiramos juntos. Somos cada uno la parte faltante del otro y en mi devoción busco cosechar flores que sigan adornando su cuello y embestidas que acaricien su interior demostrando que la carnalidad puede acompañarse de amor…
Levitamos juntos…es tan delicioso que apenas puedo abrir los ojos…sonrío…Lo hago mientras reconozco que a nosotros los mortales nos toca padecer por siempre si un espíritu celeste nos hace el amor…
En su ser tiene el mío bellos instantes y… eternos paradigmas. La pasión con la que nos amamos se demuestra en besos para nada furtivos. Caricias subidas de tono y muy bien diseñadas en el fragor de la espontaneidad. La miro morderse los labios mientras sus ojos se cierran y sus manos se acarician a si misma en la justificación de nuestra existencia. La veo llena de placer mientras sus dedos se pierden en el abuso y consumo de esa única droga que nos gusta: el placer.
Seguimos sanando pasados y redescubriendo presente. Cada caricia se convierte en comienzo y el amor se amplifica a magnitudes que tal vez sólo ella comprende, pues yo me pierdo en gemidos y en desesperación. Deseo estallar en cuanto la descubro desnuda: ser precoz en su interior no hago más que tocarla y el deleite de esta sensación es tal que me descubro viviendo placeres que no tienen comparación con el mundo terrenal. Ella es un ser celeste, me lo dijo y le creí, me lo demuestra por instantes eternos.
Echo un vistazo de nuevo a su espalda; descubro que si no fuera por la forma de sus alas la describiría como un hada y no como un ángel. Sus alas; convertidas en su mirada: me rodean, me levitan. Distingo espasmos en su piel. Soy el eterno humano y ella el ángel: ambos inmortalizados por el amor; ambos enamorados de nuestros placeres y del aire que respiramos juntos. Somos cada uno la parte faltante del otro y en mi devoción busco cosechar flores que sigan adornando su cuello y embestidas que acaricien su interior demostrando que la carnalidad puede acompañarse de amor…
Levitamos juntos…es tan delicioso que apenas puedo abrir los ojos…sonrío…Lo hago mientras reconozco que a nosotros los mortales nos toca padecer por siempre si un espíritu celeste nos hace el amor…
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