jueves, agosto 11, 2005

Súplica…

Por Angelo Negrón

El sol se fue por hoy. Neruda me acompaña; nada en la pecera de bola y no deja de sorprenderme su afán de libertad. Una mariposa amarilla acaba de posarse en mis recuerdos al igual que un árbol bailarín cuyas hojas representan la vida. Ambos se mezclan con millones de latidos coexistidos en pasiones de piel y alma. Su sonrisa, la de mi amada, encabeza este desfile. El tono de su voz diciendo te amo es el rumbo que deciden tomar las neuronas de mi cerebro. Si supiera tocar guitarra le pondría tonada a mis pensamientos y ese sería el himno de amor del mundo entero; cobijo de soledades, regazo de historias donde como hombre me sentí niño y en la entrega del corazón volé sin tropezarme con las nubes. Esa vez, frente a la oscuridad y el frío nocturno le exigí a más de una estrella fugaz que me permitiera desnudarla con mis manos. Botón tras botón denotar que sus pechos están al descubierto, su humedad está presente y su piel, sinónimo de fogosidad, es digno recipiente de mi simiente.

Sus besos siguen siendo mi destino; maravilla fundada en las fantasías que otrora tuve y que ahora tengo. Es perfecta, está al corriente de eso y le complace saberlo. Tomo su cabello entre mis dedos, se da cuenta del placer que esto representa y lo pasea a través de todo mi cuerpo. Lo esparce calmadamente, el roce es intenso y logra que mis sentidos se vuelvan cómplices de sus requerimientos. Nos probamos mutuamente; somos catadores de amor y deseo. Es gigantesca esta sed por ella. Su boca comparte mis ganas. La magia de este repaso arde junto a flores, velas aromáticas, fresas y música suave. Sus ojos se abren para poder ver en ellos a mi alma. Me acerco a su cuello y lo hago victima de mis caricias. Logro que sonría y arquee su cuerpo en señal de agrado. Mis dedos y mi mirada se apoderan de sus pechos e incluyo en tales juegos el retardar placeres. Mi lengua juega con sus muslos antes de saborear más allá: en el centro de un suculento pecado creado por Dios para el deleite de este ser humano que la piensa en exceso. Su deleite es el mío. Percibir que vuela es lo que me falta y cuando lo logra está consumada mi repetitiva plegaria…

Mi pez betta sigue luchando por su libertad en su pecera de bola y… ¡Espera! Te lo suplico; te lo ruego: no beses mis ojos… por favor no… No quiero… no quiero que te vayas…

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