Por: Angelo Negrón Falcón
— —¿Porqué me miras de
esa forma? — gritó malhumorada mientras la miraba con igual repudio.
La sonrisa burlona no se hizo esperar. El sarcasmo las
inundó a ambas. Empeñadas en ofenderse la sarta de palabras soeces inundó el
cuarto. Primero prometió vengarse de las ofensas recibidas, luego la acusó de
egoísta y desconsiderada.
— ¡Te traje una
sorpresa! — contestó a los insultos con más ímpetu y mientras empuñaba una
cuchilla.
—Ni a ti, ni a la
madre que te parió le tengo miedo — señaló con voz retadora.
Con el puñal en mano y harta de tantas palabras sin sentido
lo hundió en la barriga de su rival. Al ver que aún permanecía viva; decidió
hundírselo en el corazón. Una enfermera la encontró en plena discusión, pero no
llegó a tiempo para quitarle el cuchillo y salvarla. La fuerza y rapidez con
que enterró la navaja lograron lo que perseguía. La sangre salió a borbotones y
trató de aferrarse a algo. Únicamente consiguió manchar de rojo un espejo
empotrado en la pared. Escuchó en las últimas palabras de su enemiga la promesa
de volver del infierno para…
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