Por:
Carlos Esteban Cana
Servicios de Prensa Cultural
Ahora que está a la
vuelta de la esquina la nueva edición del Festival Latinoamericano de Poesía
Ciudad de Nueva York, que esta ocasión se efectuará del 9 al 11 de octubre de
2013, viene a mi memoria la valiosa conferencia que ofreció durante la pasada edición
el Poeta, Profesor y Creador colombiano, Carlos Aguasaco.
Y traigo a la memoria su
ponencia, titulada ¿El poema es propiedad privada?, porque la misma reflexiona
sobre un tema que me apasiona, ese que gravita en cuánto pesan los “accidentes”
en la obra de un escritor, de un artista. Por lo anterior, y a modo de saludo
al Festival Latinoamericano de Poesía Ciudad de Nueva York, y a la gestión
cultural del también editor Carlos Aguasaco, compartimos con los lectores de
Servicios de Prensa Cultural, aquí en la bitácora del narrador Angelo Negrón,
tal conferencia. Espero que la disfruten.
***
¿El poema es propiedad privada?
POR: CARLOS AGUASACO
La lengua no es de nadie
exclusivamente. De hecho, la lengua pertenece a todos sus hablantes. En nuestro
caso, todos los matices, músicas, metáforas y tropos del Español son patrimonio
común de quienes a través del habla y la escritura lo mantenemos vivo. No
obstante, la noción de propiedad privada que en la época moderna se ha
sofisticado hasta la creación de los llamados “derechos de autor” es tan real e
histórica como la lengua misma. Un poema es una cosa, un objeto que se
construye con fonemas y palabras de una o varias lenguas. Los poemas no son
naturales pues no se dan en los árboles y no pueden extraerse del fondo de la
tierra. El poema es artificial como el arte. La lengua también es artificial y
se construye socialmente. En un principio, digo esto siguiendo a Emerson y a
George Lakoff, toda palabra emerge como una metáfora del mundo. La palabra
sustituye al objeto, o a la acción, en el universo artificial de la lengua. Sin
embargo los hablantes no tienen la obligación jurídica de pagar por el uso de
una palabra.
La noción de autor ha
cambiado con la historia. Desde la tradición homérica hasta el Cantar del Mio
Cid en el caso de la epopeya; desde la idea de un autor universal (Dios) hasta
los evangelios canónicos y apócrifos en la tradición judeocristiana; desde la
lírica popular y anónima de la llamada “alta edad media” (siglos V a X) hasta
la poesía trovadoresca de Guilhem de Peiteiu [1071 -1126] y Juefré Rudel
[1125-1148], entre otros (Riquer, 310); desde Petrarca hasta Garcilaso y
nuestros días. Escribir poemas es una labor, es decir, un trabajo que supone
una transformación de una realidad (en este caso el lenguaje). La materia prima
es transformada para crear un objeto que tiene, entre otras, capacidades
representativas y sugestivas. No obstante, una cosa es escribir un poema y otra
muy diferente es esperar recibir un pago por hacerlo.
Escribir poemas es un
trabajo pero no es necesariamente un empleo y mucho menos un negocio. Recibir
pago, o recompensa en especie, por la escritura de un poema requiere la
existencia previa de unos modos y relaciones de producción muy específicos. En
algunos casos el mecenazgo y en otros la economía de mercado. En un texto
anterior titulado “Escribir en Nueva York: una po-ética del sujeto en la crisis
de la modernidad” afirmé que en la época moderna el autor se interpone entre el
lector y el texto. Además dije que en la modernidad la noción de autor se une a
la idea de la propiedad privada en la que el sujeto histórico que escribe el
texto se asume como excepcional. El nombre con el que se firma el poema está
siempre presente alrededor del texto como una cerca o una señal que anuncia
“esto es mío”. ¿Qué espera el autor cuando firma un poema? Es obvio que espera,
entre otras cosas, que se reconozca su autoría y su propiedad. Aunque el autor
no reciba pago por el texto, ni tampoco por su publicación, exige
reconocimiento en la esfera pública por su autoría. El reconocimiento puede ser
manifestado en formas de admiración, desprecio u odio. De la misma manera en
que un vecino exhibe ante otro su automóvil nuevo, el autor puede despertar en
quienes no tienen acceso a ese tipo de propiedad sentimientos de envidia o
resentimiento.
El mundo literario está
lleno de rencillas, humillaciones, vendettas y odios. También se usa la
literatura para seducir y ascender socialmente. Todo esto es extraliterario,
pero afecta la circulación y la lectura de los poemas. Detrás de todo esto está
la falsa idea moderna del mérito. Me explico, en las sociedades de tipo feudal
los honores se reciben por gracia de la sangre. Algunos nacen príncipes y otros
lacayos. La movilidad social es vista como perjudicial para la sociedad. La
discriminación de género o raza tienen el mismo origen. En las sociedades
modernas (de tendencia animista según las define Juan Carlos Rodríguez) se
supone la igualdad natural de todos los sujetos y se pretende distribuir cargos
y responsabilidades con base en el esfuerzo personal y el trabajo de cada
individuo independientemente de su origen familiar, raza, religión, género,
etc. El continente latinoamericano no es completamente moderno ni feudal: es
feudoburgués. Es decir, es de base feudal y cubierta burguesa. Todos sabemos
que la mayor parte de las oportunidades se otorgan a las élites económicas y
políticas en cada país. Pocos, o casi nadie, reconocen los factores
extraliterarios que permiten la publicación o la difusión de una obra. Nadie
reconoce una relación sentimental con un miembro del jurado de un concurso, una
familiaridad con un funcionario público, un acceso privilegiado a convocatorias
y eventos internacionales por gracia de un puesto político, etc. Pocos, o
nadie, reconocen que se han feudalizado a medida que su carrera progresa.
En Latinoamérica la
poesía no genera dinero de la misma forma en que lo hacen la música y los
deportes. Probablemente menos de diez poetas latinoamericanos puedan vivir
dignamente y de forma exclusiva del pago de sus derechos de autor como poetas.
Menos serán los que habiendo nacido en la pobreza absoluta hayan logrado
ganarse la vida exclusivamente escribiendo poemas sin entrar en ningún tipo de
relación política o familiar con nadie que de una u otra forma los haya
beneficiado. Desde el punto de vista capitalista, no hay razones prácticas para
firmar los poemas salvo la lejana esperanza de algún día ser reivindicados y
recompensados por el trabajo de escribir poemas. Otros piensan en ser juzgados
y reivindicados por la historia, es decir que quieren que su obra literaria
sirva para hacer una relectura de sus vidas y explicar sus comportamientos como
individuos. Para ellos, el poema importa menos que el autor. Otros, posan de
sencillos y humildes pero saben que hay un beneficio social en el
reconocimiento público de la autoría de una obra: a falta de otros títulos o
méritos, bueno es llamarse poeta.
Todos aquellos que no
tienen pretensiones políticas, ni ego-centristas, deberían considerar la opción
de escribir poemas anónimos. En el poema anónimo no existe interferencia
positiva o negativa del sujeto histórico. El poema publicado como anónimo es
una renuncia a la idea de la propiedad privada en favor de mérito y el valor
exclusivo del texto. No se confunda el poema anónimo con los firmados con
pseudónimo (Pablo Neruda, Gabriela Mistral, etc.) pues allí el gesto mimético
es otra forma del excepcionalismo biográfico.
El siguiente caso ilustra
varios de los aspectos que he mencionado hasta ahora. Veamos, el 25 de julio
pasado un poeta dominicano publicó una nota en su muro de Facebook en la que
pide una explicación por el calificativo, que él llama despectivo, de ‘poeta
del ministerio’.
Yo no entiendo esta
vaina: trabajo en el ministerio de cultura desde agosto de 2004 hasta ahora y eso basta para que cierta gente
pretenda reducirme a lo que llaman, despectivamente, "poetas del
ministerio". Fui invitado a los festivales de poesía de Casa de la Poesía
en Buenos Aires (2001), de Medellín (2002) y de Malmo en Suecia (2004), pero si
me invitan a los festivales es porque soy un "poeta del ministerio".
Publiqué libros en Argentina (Crónico, 2000) y Brasil (Prosa do que está...,
2003), pero si publico fuera es porque soy un "poeta del ministerio".
Fui antologado en 20 poetas al fin del siglo (USA, 1999), Miradas de Nueva York
(España, 2000), Los nuevos caníbales (Puerto Rico, 2003), Zur Dos (Argentina,
2004) y Jardim de camaloes (Brasil, 2004), pero si me antologan en otros países
es porque soy un "poeta del ministerio". Obtuve los premios Julia de
Burgos (por "Odio del poco amor", Nueva York, 1993), accésit Casa de
Teatro (por "Negro Eterno", 1996), accésit Casa de Teatro (por
"Vicio", 1999), Premio Casa de Teatro (por "Burdel
Nirvana", 2000), mención especial Diario de poesía/Vox (por "Torsos
Tórridos", 2000), pero si me premian es porque soy un "poeta del
ministerio".
¿Alguien me lo puede explicar, por favor? ¿Qué busca el autor de
esta queja? ¿Qué reacción espera de aquellos que la leyeron? ¿Acaso este autor
espera que quienes se refieren a él de forma despectiva cambien de opinión y lo
admiren? Leo varias cosas en lo que dice. Primero, es cierto que él ya era un
poeta antes de entrar a trabajar en el “ministerio”. Es posible, ignoro el
caso, que de hecho parte de su trayectoria como poeta haya sido de ayuda en su
contratación para trabajar en el ministerio. De los quince libros que tiene
publicados siete fueron escritos antes de trabajar en el ministerio y ocho
después. Los cinco primeros fueron publicados en Santo Domingo, luego viene uno
en Argentina y otro en Brasil. Cuando entra a trabajar en el ministerio, se
publica en Argentina, Santo Domingo, México, España y Colombia. El valor y el
mérito de esta obra no pueden atribuirse exclusivamente a su trabajo en el
ministerio. No obstante, tampoco puede decirse que trabajar allí no ha
contribuido de ninguna manera en la concepción de esos ocho libros. ¿Acaso se
considera el autor como un sujeto escindido que puede dejar de ser funcionario
y actuar estrictamente como poeta?
Del otro lado están los
que de manera ofensiva tratan de reducir su obra literaria a una consecuencia
de su posición laboral. ¿Qué esperan ellos? ¿Acaso quieren que los lectores
dejen de leer la obra de su compatriota? ¿Esperan que las editoriales
internacionales dejen de publicarlo? ¿Esperan que con esos ataques la sociedad
reaccione y comience a leerlos y a editarlos a ellos?
Desafortunadamente en
estas controversias lo que menos importa es el texto, el poema. Las partes
están tan aferradas a la necesidad de interponer al autor (sujeto histórico)
entre el lector y su obra que ni siquiera llegan al poema. El que critica al
poetafuncionario-público lo hace con arengas, epítomes y chismes. El que se
defiende hace una lista de títulos y honores.
Dentro de la lógica del
mercado, es decir el capitalismo, las dos partes tienen razón y derecho. Me
explico, el consumidor de un producto adquiere el derecho a criticarlo. Cuando
una persona paga por una obra de arte le otorga un valor y quien se la vende (en
forma de boleto de teatro, disco, pintura o libro de poemas) acepta que puede
ser criticada incluso injustamente por el consumidor. Cuando el autor se
interpone entre el lector y el texto acepta que el consumidor se fije más en su
nombre y su biografía que en sus poemas. Si el escritor no quiere que su
biografía eclipse su obra debe considerar la opción del libro anónimo. Pensemos
en Lazarillo de Tormes. Por otra parte, el propietario de una vasta obra
literaria tiene derecho a defender su valor frente a los consumidores.
También en el
capitalismo, el autor puede confundirse con su obra y pensar que el poeta y sus
poemas son la misma cosa. El autor de este ejemplo, ha jugado con las reglas de
la época en la vive y ha “triunfado”. No tiene motivos para apenarse y tampoco
tiene que atacar la estructura que le ha dado reconocimiento. ¿Acaso sus
contradictores esperan que no trabaje? ¿Acaso quieren que se dedique
exclusivamente a escribir aunque ello implique la ruina de su familia? El autor
tiene derecho a ganarse la vida como cualquier otro ciudadano.
¿Y a quién le importa el
poema? Lamento decir que a casi nadie le importa el texto más que al sujeto
histórico que lo produjo y al lector que ocasionalmente se acerque a leerlo. La
poesía se ha convertido en un arte falsamente popular y abiertamente elitista.
La discusión anterior abandona al poema y al lector. Se trata de élites
ilustradas enfrascadas en discusiones de propiedad y reconocimiento social, no
se habla de estética y poesía. Es muy probable que se trate de un problema
endémico en las sociedades de lo escrito de las que habla Paul Zumthor en su
análisis de la literatura medieval. Las sociedades de lo oral privilegian el
acuerdo constante y renuevan el sentido en cada contexto. Las sociedades de lo
escrito, y de lo impreso, posponen el debate y se hacen litigantes. ¿Por qué
ninguna de las personas envueltas en estas polémicas decide pensar en el poema?
¿Por qué nadie trae el poema al centro del debate por sus calidades literarias?
Existen prácticas culturales de transmisión oral que tienen ciertos
paralelismos con la escritura y publicación de poemas: una de ellas es contar
chistes (hacer cuentos como dirían en la República Dominicana). Cuando alguien
cuenta un chiste no menciona al autor y las personas lo valoran por su
capacidad sugestiva. Les gusta o no. Otra práctica cultural que pone el texto
en el centro del proceso es hacer coplas o décimas. Cada persona las modifica y
acomoda a la ocasión.
Para terminar, propongo
que se inicie un debate sobre el valor de la publicación anónima. Propongo que
el poema se desprenda del autor y deje de existir a su sombra. Invito a los
poetas a reflexionar sobre sus valores y su compromiso con la escritura más
allá de temas extraliterarios.
Invito además a leer este
texto de Manuel Machado sobre el que se inspira la referencia a la copla.
LA COPLA
Hasta que el pueblo las
canta,
las coplas, coplas no
son,
y cuando las canta el
pueblo,
ya nadie sabe el autor.
Tal es la gloria,
Guillén,
de los que escriben cantares:
oír decir a la gente
que no los ha escrito
nadie.
Procura tú que tus coplas
vayan al pueblo a parar,
aunque dejen de ser tuyas
para ser de los demás.
Que, al fundir el corazón
en el alma popular,
lo que se pierde de
nombre
se gana de eternidad.
Obras citadas
Lakoff, George, and Mark Johnson. Metaphors we
live by. Chicago: University of Chicago Press, 2003.
Riquer, Martín de, and
José María Valverde. Historia de la literatura universal: con textos
antológicos y resúmenes argumentales. Vol 2. Literaturas medievales de transmisión
oral. Barcelona, España: Planeta, 1984.
Rodríguez, Juan Carlos. Theory and history of ideological
production: the first bourgeois literatures (the 16th century). Trans. Malcolm
K Read. Monash Romance studies. 1st American ed. Newark [Del.]: University
of Delaware Press, 2002.
Zumthor, Paul. La letra y
la voz de la literatura medieval. Madrid: Cátedra, 1989.
Blogs:
CARLOS AGUASACO Profesor
asistente de estudios culturales latinoamericanos y españoles en el
Departamento de Estudios Interdisciplinarios en The City College of New York
CUNY. Doctor en lenguas hispanas y literatura (Stony Brook University), Master
en literatura (The City College of New York CUNY), Profesional en estudios
literarios (Universidad Nacional de Colombia). En marzo de 2010 recibió el
premio India Catalina en la modalidad de video arte dentro del Festival
Internacional de cine de Cartagena de Indias. Es coeditor de tres antologías:
Ensayos sin frontera (Estudios sobre narrativa hispanoamericana) (2005);
Narraciones sin frontera 27 cuentistas hispanoamericanos (2004) y 10 poetas
latinoamericanos en USA. (2003).
Caguasaco@ccny.cuny.edu