por Carlos Esteban Cana
Este semestre se perfila interesante en la literatura puertorriqueña con las nuevas publicaciones de los escritores Gilberto Hernández y Stefan Antonmattei. Ambos autores se han caracterizado por su disciplinada constancia en el oficio. No han tenido prisa alguna por publicar estos títulos. Lo que, a mi modo de ver, muestra conciencia plena de lo medular e inherente a esta vocación. Con ninguna estridencia, sin prisa pero sin pausa, Hernández y Antonmattei se han labrado, con el transcurso de los años, un lugar propio en el panorama; desde esa artesanía constante de crear y recrear lo escrito.
Escribir es una forma de mirar desde otras perspectivas la vida. A veces, en un sistema donde todo se cuantifica desde dólares y centavos, el Time is Money, parece a contra corriente con la escritura como modo de vida. Pero quien va contra lo que le dicta su alma se gana un boleto a la infelicidad perpetua.
¿Y qué se necesita para obtener formación en el oficio? Sin duda un acervo cultural, río caudaloso de formación personal y cívica, mediante la lectura de libros. Libros de todas clases, según el gusto particular. Las alternativas son infinitas: desde la narrativa de ficción, hasta lectura de temas especializados en psicología, sociología, historia, humanidades. Tampoco olvidemos la poesía y los clásicos. En fin, cualquier tema que a usted se le ocurra formular.
Pero acompañando ese acervo, que lentamente hace un total en la personalidad del autor, está la propia vida. Para poder describir, expresar con precisión un diálogo interesante, para transmitir matices de una situación climática en el párrafo de turno, hay que vivir con intensidad. En otras palabras, con los cinco sentidos en su máxima capacidad. No de otra forma se logra escribir.
A veces ocurre que los escritores trabajan en silencio. Las historias para manifestarse, en ocasiones, parecen tomar una ruta semejante a los ríos subterráneos. Están ahí, en la propia piel del escritor, pero para emerger tienen su momento particular, su kairós para nombrar un término filosófico. Y cuando salen y fluyen las palabras todo lo que parecía latente, casi detenido en algún espacio neuronal o fisura del alma, adquiere relieve, nitidez y las letras se dibujan en el papel o en la pantalla.
Por eso, la presencia de dos libros de Gilberto Hernández (titulados La vigilia de Tannhaüser, y Estaciones sin memoria) y uno de Stefan Antonmattei (con el sugerente título de Erótica – con dos partes, la primera contiene 100 poesías, la segunda 60 páginas de cuentos contundentes), en medio del panorama literario boricua, colocan en primer plano lo que es tener verdadera vocación en el oficio. Mis respetos a ambos escritores por tal logro. En buena hora.
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