Por Angelo Negrón
¡Son tan parecidas! Las escucho hacerme el amor. Las miro por instantes; esos en que puedo abrir los ojos ante el disfrute de sentir. Su cabello me abriga y su piel es tan suave que me atropella los sentidos. De hecho; los intercambia, puedo escuchar su mirada y sentir sus palabras. ¡Y la música! La música me eleva casi tanto como sus calidos besos. Esta tormenta de cariño que envuelve mis pensamientos e invita a querer ver la noche llegar. Y en cada gesto denotar que una nueva estrella nace en la escapada que ha tenido el día y que me tienta a apretarla en el abrazo que no puedo y no quiero negarme a mi mismo.
Es delicioso; no tengo que suplicarle a su boca y aún así me encanta rogarle por el beso que guardado tiene para mí. Sueño con sus labios, esos dos elementos de su rostro que junto a sus ojos y su cabello se ponen de acuerdo para que no deje de notar que su rostro es el dictamen de la hermosura. Ella está de moda. Es la novedad constante y la luz que alumbra mis deseos carnales y espirituales. También es música y gusta depositarse en mi almohada para ayudarme a cerrar mis ojos y que mi descanso sea agitado solo cuando sueño que estoy a su lado. Tal espejismo es tan real que la fantasía de poseerla se desplaza por todo mi ser.
Y despierto. Cuando comienzo a sufrir por su ausencia descubro que esta ahí, justo donde la necesito; a mi lado. Acariciando mi cabello y depositando un beso en la comisura de mis labios: esclavos de su pasión y de toda su persona. Ese rostro melódico es irresistible. Mi inquietud se convierte en energía y eterna admiración por las palabras que dice justo cuando termina la canción con la que me ha hecho el amor en roces de piel, cabello y labios. Mi cómplice, eso es ella; coautora de las caricias que musicalizadas pueden llevarme a dimensiones de elevación y dicha. Todo aquello que deja ella dentro mío, sale convertido en gratitud y admiración… ella, es música, es amor; ella es... es todo...
¡Son tan parecidas! Las escucho hacerme el amor. Las miro por instantes; esos en que puedo abrir los ojos ante el disfrute de sentir. Su cabello me abriga y su piel es tan suave que me atropella los sentidos. De hecho; los intercambia, puedo escuchar su mirada y sentir sus palabras. ¡Y la música! La música me eleva casi tanto como sus calidos besos. Esta tormenta de cariño que envuelve mis pensamientos e invita a querer ver la noche llegar. Y en cada gesto denotar que una nueva estrella nace en la escapada que ha tenido el día y que me tienta a apretarla en el abrazo que no puedo y no quiero negarme a mi mismo.
Es delicioso; no tengo que suplicarle a su boca y aún así me encanta rogarle por el beso que guardado tiene para mí. Sueño con sus labios, esos dos elementos de su rostro que junto a sus ojos y su cabello se ponen de acuerdo para que no deje de notar que su rostro es el dictamen de la hermosura. Ella está de moda. Es la novedad constante y la luz que alumbra mis deseos carnales y espirituales. También es música y gusta depositarse en mi almohada para ayudarme a cerrar mis ojos y que mi descanso sea agitado solo cuando sueño que estoy a su lado. Tal espejismo es tan real que la fantasía de poseerla se desplaza por todo mi ser.
Y despierto. Cuando comienzo a sufrir por su ausencia descubro que esta ahí, justo donde la necesito; a mi lado. Acariciando mi cabello y depositando un beso en la comisura de mis labios: esclavos de su pasión y de toda su persona. Ese rostro melódico es irresistible. Mi inquietud se convierte en energía y eterna admiración por las palabras que dice justo cuando termina la canción con la que me ha hecho el amor en roces de piel, cabello y labios. Mi cómplice, eso es ella; coautora de las caricias que musicalizadas pueden llevarme a dimensiones de elevación y dicha. Todo aquello que deja ella dentro mío, sale convertido en gratitud y admiración… ella, es música, es amor; ella es... es todo...
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