Por Angelo Negrón
El museo abrió sus puertas. Presentaba las obras de un famoso pintor cuyo país de origen había sido cuna de grandes artistas del pincel y el óleo. Por su genialidad pictórica y la forma de trazar o combinar colores había merecido por sobrenombre "El mago”. Las personas que asistieron fueron conducidas por el guía del museo a lo largo de un pasillo que terminó en un salón espacioso. En las paredes estaban expuestos más de veinte cuadros enmarcados. El guía, alzando la voz, dijo:
El museo abrió sus puertas. Presentaba las obras de un famoso pintor cuyo país de origen había sido cuna de grandes artistas del pincel y el óleo. Por su genialidad pictórica y la forma de trazar o combinar colores había merecido por sobrenombre "El mago”. Las personas que asistieron fueron conducidas por el guía del museo a lo largo de un pasillo que terminó en un salón espacioso. En las paredes estaban expuestos más de veinte cuadros enmarcados. El guía, alzando la voz, dijo:
—La sala Salvador Dalí del Museo Nacional se complace en presentar las obras del pintor Frederick Halston que pronto estará con nosotros. Este gran acontecimiento será transmitido a todo el país a través del canal cincuenta y ocho.
Palabras de elogio, brotaban del público, referentes a las pinturas, mientras el guía se esmeraba en ofrecer datos de la obra y vida del autor. Contempladas todas las obras expuestas los presentes pasaron al salón de conferencias. Cuatro críticos de arte esperaban para develar, según explicó el guía, la más reciente creación “Halstoniana” y dictar juicio sobre la misma. En una pequeña tarima el guía presentó a los cuatro críticos. Recibieron el aplauso del público. Sobrevino el silencio, y dijo muy ansioso el guía:
—El Señor Halston ha tenido un percance. LLegará en un rato. Me ha pedido que, de todos modos, prosigamos con la actividad. Damas y Caballeros; el momento de oro llegó. Veamos la nueva obra de este célebre pintor surrealista— dijo el guia mientras hacia señas a otro empleado del museo. El telón rojo que cubría la pared a sus espaldas subió, dejando ver una pintura a la que le habían puesto debajo del cuadro, en letras doradas, el titulo que le diera el pintor: “Belleza distraída”.
Hubo varios segundos de expectación hasta que los cuatro críticos comenzaron a aplaudir desmesuradamente. El público copió su acción, pero aún trataban de entender lo que contemplaban. Con pedantesca voz, el primero de los críticos se preocupó por ensalzar los colores.
—He aquí la mejor combinación de colores que ilustra lo que es la belleza-y señaló, de arriba hacia abajo, con su mano derecha el cuadro- el arco iris se hace presente en esta parte, sobre una alta montaña. Esto es la belleza, y aquí los valores personales que imprime Halston, llegan, comparándola con otros, a su máxima culminación. En medio de aplausos, concluyó.
El siguiente critico, despertó algunas risas en el Auditorio -tal vez- por su vestimenta o por su larga y extraña barba. Este aceptó la importancia de la montaña y el arco iris, pero apuntó que la verdadera concepción de la belleza estaba en las manos que se extendían por encima de esos dos elementos:
—Vemos como el autor desea resaltar al Supremo Creador. En esta obra, el equilibrio de la naturaleza es muestra clave del espectáculo maravilloso que Federick nos brinda.
Volvieron a suceder los aplausos. El tercero de los críticos, huraño a ser captado por las cámaras del canal de televisión, ofreció una breve ponencia. Enumeró todos los elementos que sus colegas habían mencionado, pero -casi gritando- manifestó en lo que difería:
— Lo que a plasmado el señor Halston, más que equilibrio es concordancia. Eso explica la presencia de estos ojos observando los elementos naturales y sobrenaturales que mis colegas han mencionado. Con los que, definitivamente, estoy de acuerdo. La humanidad se hace evidente como algo más que un simple espectador. Gracias, ¿alguna pregunta?
Nadie hizo preguntas. Sonriendo regresó a su lugar correspondiente. Nacieron los aplausos. Esta vez fueron más fuertes. El último de los especialistas, un anciano, tomó la palabra. Como si impartiera cátedra comenzó a hablar sobre el surrealismo. Los antecedentes, su desarrollo y sus máximos exponentes: Miró, Dalí, Ernst, Chirico y Tanguy. Dijo que a esa impresionante lista había que añadirle el nombre del mejor de sus estudiantes: Frederick Halston y mencionó las virtudes del pintor. Sobre la obra, apuntó:
—Sí. Como dijeron mis colegas. Frederick ha querido resaltar esa serie de elementos. ¡Sorprendente! Aquí hay un detalle que no se puede distinguir a simple vista. Es un caballo, al parecer muerto. Conociendo desde la niñez al pintor recuerdo que tuvo un potro al que quiso mucho. Murió en un rió crecido por las lluvias torrenciales de una tormenta. Por eso, estoy seguro, deseó dejar grabado ese suceso de su vida en la pintura que hoy admiramos. Sentimentalismo y diversidad de elementos hacen y conforman el pensamiento de un genio.
Llegó a toda prisa el señor Halston. El guía advirtiendo su llegada, invitó al público a ponerse de pie para rendirle una calurosa ovación al artista surrealista más original del mundo, según dijo.
— Excúsenme. Vengo de Europa. Mi vuelo se atrasó y el tráfico es de locos. Ya estoy aquí, donde deseo estar; con ustedes. ¿Qué les ha parecido mi creación?
El público respondió con aplausos. El guía se acercó al pintor Halston y le susurró que los críticos, incluyendo a su maestro, ya habían emitido su juicio de aprobación y elogios sobre la obra de arte, por lo que Halston siguió conversando con el público, y luego se dirigió a los críticos:
— Estoy sinceramente complacido de ustedes, apreciados colegas. Gracias por compartir conmigo este logro. En cuanto a la pintura, me inspiré en mi madre. Para ser exacto, este es su retrato.
El público lo miraba extrañado. Se escucharon murmullos de todas partes. El pintor miró el cuadro; boquiabierto y azorado se dirigió al guía:
— ¡Que desfachatez, han puesto el cuadro mal!
—Vemos como el autor desea resaltar al Supremo Creador. En esta obra, el equilibrio de la naturaleza es muestra clave del espectáculo maravilloso que Federick nos brinda.
Volvieron a suceder los aplausos. El tercero de los críticos, huraño a ser captado por las cámaras del canal de televisión, ofreció una breve ponencia. Enumeró todos los elementos que sus colegas habían mencionado, pero -casi gritando- manifestó en lo que difería:
— Lo que a plasmado el señor Halston, más que equilibrio es concordancia. Eso explica la presencia de estos ojos observando los elementos naturales y sobrenaturales que mis colegas han mencionado. Con los que, definitivamente, estoy de acuerdo. La humanidad se hace evidente como algo más que un simple espectador. Gracias, ¿alguna pregunta?
Nadie hizo preguntas. Sonriendo regresó a su lugar correspondiente. Nacieron los aplausos. Esta vez fueron más fuertes. El último de los especialistas, un anciano, tomó la palabra. Como si impartiera cátedra comenzó a hablar sobre el surrealismo. Los antecedentes, su desarrollo y sus máximos exponentes: Miró, Dalí, Ernst, Chirico y Tanguy. Dijo que a esa impresionante lista había que añadirle el nombre del mejor de sus estudiantes: Frederick Halston y mencionó las virtudes del pintor. Sobre la obra, apuntó:
—Sí. Como dijeron mis colegas. Frederick ha querido resaltar esa serie de elementos. ¡Sorprendente! Aquí hay un detalle que no se puede distinguir a simple vista. Es un caballo, al parecer muerto. Conociendo desde la niñez al pintor recuerdo que tuvo un potro al que quiso mucho. Murió en un rió crecido por las lluvias torrenciales de una tormenta. Por eso, estoy seguro, deseó dejar grabado ese suceso de su vida en la pintura que hoy admiramos. Sentimentalismo y diversidad de elementos hacen y conforman el pensamiento de un genio.
Llegó a toda prisa el señor Halston. El guía advirtiendo su llegada, invitó al público a ponerse de pie para rendirle una calurosa ovación al artista surrealista más original del mundo, según dijo.
— Excúsenme. Vengo de Europa. Mi vuelo se atrasó y el tráfico es de locos. Ya estoy aquí, donde deseo estar; con ustedes. ¿Qué les ha parecido mi creación?
El público respondió con aplausos. El guía se acercó al pintor Halston y le susurró que los críticos, incluyendo a su maestro, ya habían emitido su juicio de aprobación y elogios sobre la obra de arte, por lo que Halston siguió conversando con el público, y luego se dirigió a los críticos:
— Estoy sinceramente complacido de ustedes, apreciados colegas. Gracias por compartir conmigo este logro. En cuanto a la pintura, me inspiré en mi madre. Para ser exacto, este es su retrato.
El público lo miraba extrañado. Se escucharon murmullos de todas partes. El pintor miró el cuadro; boquiabierto y azorado se dirigió al guía:
— ¡Que desfachatez, han puesto el cuadro mal!
El murmullo se convirtió en alboroto. El artista colocó con la ayuda del guía el cuadro de la forma correcta. Esta vez se podía ver una mujer al estilo surrealista. El supuesto arco iris era un collar. La montaña era la quijada. Manos, si había manos. No eran las de Dios, sino de la madre del pintor al igual que los ojos. El caballo muerto era un prendedor que lucía el traje de la dama.
Los críticos, que habían dado lo mejor de sus intelectos, estaban seriamente avergonzados. El guía por querer remediar la incómoda situación dijo:
— Este artista es grandioso. ¡Pintó dos obras en una sin darse cuenta!
— No se apuren mis amigos- dijo calmado Halston- me comprometo a realizar una copia exacta. Podrán exhibirla como ustedes la han analizado. Eso sí, no se llamará Belleza distraída. La bautizaremos como Interpretación distraída.
Al decirlo no pudo evitar tocarse la frente y lanzar una estridente carcajada. Casi al mismo tiempo y con una expresión de enojo en los rostros, los cuatro críticos de arte miraron a Halston, se pusieron de pie, no dijeron siquiera adiós y se marcharon.