domingo, agosto 20, 2006

El árbol

Por Angelo Negrón

Estacionó su auto y la observé caminar hacía mi. Su caminar danzarín y muy altivo enarboló mis sentidos. Parecía modelo de pasarela y mi admiración creció un poco más cuando me abrazó en uno de esos inmortales apretones. Me dio un beso que más bien fue un roce de labios y me tomó de la mano para que nos adentráramos al parque. Después de pasar el área de los columpios subimos varios escalones y allí estaba el verdadero entretenimiento del lugar; su bosque. En ese lugar se respiraba paz y sosiego. Transitamos por una vereda hasta que decidimos apostarnos a un lado de un viejo árbol. Nos sentamos en una banca y platicamos. Fue muy poco lo que teníamos que decirnos con palabras. Estábamos al tanto de a que veníamos. Deseábamos besarnos. Besarnos mucho. Que fuésemos uno en un lugar como ese; calmado, lleno de energía natural. Me besó y su beso no fue un tímido roce sino la tormenta que esperábamos. Nos levantamos de la banca y caminamos hacía el árbol. Saltamos algunas raíces hasta llegar al tronco. Allí la acorralé y me acorraló. Beso tras beso nuestros pensamientos fueron desertando este mundo y…

…el árbol comenzó a moverse. Ahogamos el grito de miedo al ver que el árbol se abrió dejando ver su corazón y la corteza que indicaba cuantos años compartidos entre humanos y él existían. Muchas imágenes llegaron en el brillo de sus anillos; capa tras capa la corteza se movía dejándonos ver a otros amantes…

…primero vimos a una mujer taina y a un mulato. Estaban llamándose por lo bajo con sus nombres. Ella lucía ropas de cacica y respondió al nombre de Yuisa. Él, Pedro Mejías, la rodeó con sus brazos y poco a poco la poseyó...

…después de esa imagen el tronco abierto nos dejó ver a un anciano cavando un hueco donde sembrar las cenizas de su amada…

…saltó a una pareja de recién casados tallando sus nombres a cuchillo en la corteza. Vimos sus nombres aún tallados allí a pesar de que las ropas que usaban denotaban que eso había sucedido hacía más de un siglo…

…dos adolescentes buscando sus bocas en la timidez de un calido beso…

Imagen tras imagen el árbol, nos ofreció una gama de episodios relacionados con visitantes a aquel lugar.

Al cerrarse el tronco todo pareció volver a la normalidad. Y digo “pareció” porque notamos que las aves cantaron más fuerte, el viento fue más placentero, la paz que se respiraba nos decía que si nos desnudábamos allí, podríamos amarnos sin ninguna intromisión humana. De pronto el árbol movió sus ramas y dejó caer miles de hojas verdes. Boquiabiertos observamos al árbol y luego nos miramos. Nos invitaba a utilizarlo de confidente. Sus hojas serian nuestro lecho y sin darnos cuenta nos abrazamos. Envueltos en nuestros brazos y sedientos de amor nos lanzamos al suelo. Nos desnudamos por completo. Desnudamos carne y espíritu. Comenzó a llover a cantaros y nos percatamos de que la lluvia no mojaba, acariciaba. La tierra pareció abrirse y engullirnos. Nos convertimos en raíces del árbol. Entrelazados, ella y yo, lo escuchamos latir.

— Un árbol con corazón — dije yo
— Un corazón con raíces — mencionó ella.

A pesar de estar enterrados y ser soportes del árbol nuestros cuerpos zigzagueaban amándose con vehemencia absoluta. Ella arqueó su espalda ante el desvestir cercano de la humedad sensible de su interior. Y se desnudó, no quedó gota que la vistiera…Yo por mi parte fui, literalmente, un volcán. Enterrados allí, en aquel paraíso, nuestros besos no cesaron, sino que se convirtieron en la caricia obligada y en el renacer de nuestras ansias…

Rato después de la lluvia; la luz que se colaba por las ramas nos despertó. El prodigioso árbol aún danzaba. Las raíces despedían brillantes destellos dejando una estela de armonía. Ambos miramos agradecidos al árbol y concordamos en que nosotros estaríamos en el desfile de eventos que mostraría a alguien más. Al unísono nos pusimos de rodillas y rendimos pleitesía, cual si fuera un dios, al milenario árbol en cuyas raíces dos almas gemelas acababan de ser parte misma de la naturaleza…

sábado, agosto 12, 2006

Lo Lamento...

Por Angelo Negrón
 
El encuentro con una amiga a la que no veía hace tiempo no pudo esperar. De sólo pensarla sabía que me recriminaría el hecho de no haberle prestado atención durante largo tiempo. La miré y supe que estaba molesta. También reconocí que aún la dominaba la pasión por mí y que yo, gracias a su amor sincero, tenía el control todavía de sus días.
Me aprovecho de tal poder; comienzo por hablarle dulcemente, le doy cien excusas que sé, no me creerá, pero que aceptará. Le explico todas las veces que la he extrañado; en especial mientras voy en mi auto y al encender la radio están dando alguna canción romántica. Pasan dos minutos y mis manos se tensan; mis ojos se humedecen. Treinta segundos más y acabo de desnudar a esta amiga, (que por ser española tiene fama de “ardiente”). La tomo en mis brazos y busco con mis manos sacarle algún gemido que le dé placer a mis oídos y a mi ego.
Ella me deja tomar su curvilíneo ser entre mis brazos y hasta sentarla en mi falda. ¡Sus Curvas son perfectas! La acaricio con vehemencia antes de intentar dar el siguiente paso. Mis dedos rozan sus labios mientras ella se angustia al sólo poder decirme palabras malsonantes. La tristeza se convierte en furia y desgano. Parece que rememora la soledad que ha sufrido por mi culpa. La miro y me mira con tristeza. Le pido perdón. Después de todo, ella sólo dice lo que le he obligado a decir. Soy una especie de ventrílocuo y ella: la esclava de mis deseos. Angustiado; recojo su traje del suelo y vuelvo a vestirla con delicadeza mientras le pido me excuse.

La acaricio disimuladamente mientras subo la cremallera de su vestido. Ella se da cuenta, lo sé, pero no dice nada. Es un silencio muy sonoro para esta alma mía que llora por el amor de otra y desea a toda costa desbordarlo en su tersa piel. Desquitarme en ella los placeres que están ocultos para todos; excepto ella y yo. Debería conformarme con ella. Después de todo; tiene mil historias que puede contarme. A pesar del tiempo no logro aprender a expresarme con ella como merece. Me siento vil. No debería comportarme de la manera que aborrezco me hayan tratado a mi. Intenté de ser autodidacta y aprender a amarla, pero veo que tendré que estudiar mucho más, obtener otras experiencias; echar raíces en otra tierra.

Ella sabe que dejaré de verla por otro lapso de tiempo y a eso viene su mirada de reproche. Prometo por enésima vez comprar algún manual que me muestre como corresponder a su amor. Si, uno como aquel libro de John Gray titulado; Los hombres son de Marte, las mujeres son de Venus… Resignada: se recuesta a mi lado y sigo cargando mi culpa. Mi conciencia me fustiga y me dice: ¿Por qué le prometes tal cosa? ¿Por qué lo haces? Bien sabes que en aquel estante, en la tablilla número dos, ya existen tres libros a los que nunca les haces caso. Escritos por expertos en la materia que, según tú, se burlan de tu inconsistencia en el amor y la musa.

— Acéptalo — me dice — ya te rendiste. Compraste esos libros hace mucho, los ojeaste y después de varios intentos; te rendiste ante el reto de aprender a tocar Guitarra...

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…así fue; ¿mi excusa? Es más difícil aprender a tocar un instrumento de acordes que ningún otro. (Aunque no sé tocar ningún otro).

¿La verdad? Nunca saco el tiempo para practicar… Lo lamento amiga mía es que… los hombres son de Marte, las guitarras de quien las sepa tocar…

¿Las mujeres? Ese es otro tema. El Sr. Gray dice que son de Venus, yo creo que, la mayoría, son de quien ellas estén sinceramente enamoradas…

sábado, agosto 05, 2006

Puntos cardinales

Por Angelo Negrón


Abrí el mapa de mi vida queriendo descubrir algún indicio de que tomé el camino adecuado y que mis próximos pasos no serian en vano. Tropecé con los puntos cardinales. Cada uno de ellos me habló de ti. Descubrí que no importa si durante años no tuve tu presencia física conmigo pues estuviste siempre a mi lado; en sueños que, como algarabías rondaban mi cerebro con el entusiasmo de encontrarte cuando menos me esperaba y que busqué en otros brazos cuando sólo debía hallarlos en ti.
Perdí mi alma, te la entregué cuando te encontré frente al mar y lingotes de cariño macizos me hundieron en la profundidad de tus ojos, en el embelesó de ver mi esencia en tu mirada cuando fuimos uno. Estrujé mis ojos ante el atlas de mis días. Comencé a verme y a verte...

Miré hacia el Este de mis vivencias. Te encontré justo al amanecer, cuando soñaba con la llegada de mi alma gemela. Aún era un muchacho, pero la soledad me había hecho soñar despierto y hasta imaginar como eras en realidad. Ahora me doy cuenta que cada canción que me apasionó me hablaba de ti. Cada poema inédito en mi cabeza seria escrito por tus labios sobre los míos.

Ahora mismo descubro que no importa cuantos labios besé antes pues no los recuerdo; los tuyos han borrado todo vestigio de ellos. Sólo me queda el carmín de tus labios como huella indeleble en mi corazón. Tu lengua inquieta en mi boca construyó apasionamientos, destruyó cobardías, elevó ímpetus y multiplicó placeres. Como parte trascendental cambiaron mi vida entera...

La cordillera central captó mi atención. Decidí dejar el Este y mudarme por un tiempo al meridiano de tu cuerpo. Poseí montañas y laderas. Convertí en vertientes tus deleites. Quedé asombrado cuando desde allí observé tu Sur...

Me posé en el ombligo y disfruté las dudas de sí podría salir del encanto que suponía se encontraba en tu Sur; justo en tu entrepierna. Tomé la decisión de que vivir en tan húmedo lugar seria fantástico y encontré el trópico de tu alma en plena tormenta de sensaciones. Ante los oleajes fuertes de la agresión de mi lengua percibiste el constante zambullido y las caricias acompañando la superficie de tu piel, desde los dedos de los pies hasta los degustados senos... Disfruté la esperanza de que fuera para siempre y sólo mío el promontorio que con mis dedos acariciaba. Mismo que mi lengua remojaba entre el ondulado rebullir de tu cuerpo. Lo acompañaste por gemidos fulgurantes que exigían repetidas embestidas que te transportaran al universo astral del completado éxtasis, del renovado amor. Tus órdenes se cumplieron. Acoplé mi pecho contra el tuyo. Nuestros cuerpos se unieron y nuestras almas fueron indivisibles. Llegamos juntos al Oeste de un día lluvioso y hermoso; lleno de recuerdos y placeres en el apareamiento de dos sexos, en la unidad de nuestros universos carnales y terrenales, todo mezclados y en la superficie de sabanas estrujadas y mojadas por el sudor de nuestra piel que se negaba a dejar de ser una.


Y en el Oeste descubrimos el atardecer. El sol se ocultó. La luna apareció impasible y sin disimular sus celos. Luego de tantos poemas, dedicados a ella, descubrió que a nosotros nos correspondía que el universo se pusiera de acuerdo para el verdadero eclipse de nuestras vidas; ese en el que tú eres yo y yo soy tú. La luna enfurecida nos recordó que debías marcharte pues Morfeo, el dios de los sueños, reclamaba tu presencia para hacerte soñar con futuros inciertos en los que yo no estuviera presente para él disfrutar de la espiritualidad de tu ser. Partiste en un cerrar de ojos. La almohada fue testigo de tu escapada en los brazos de otro. Morfeo me miraba y se burlaba pues te custodiaba y yo no lograba dormir y soñarte en algún jardín o playa en la que te dijera mil palabras de amor, mismas que aún falta puedas escuchar de mis labios. Te miré y entonces fui yo quien me burlé de Morfeo. Lo embromé porque soy tu dueño en cuerpo y alma y puedo soñarte despierto. Así en mis noches de insomnio soy el guardián de tu alma cuando decide salir a pasear. Al llegar el día, justo en el momento en que vuelvo a habitar el Este, me convierto en el vigilante de tus puntos cardinales olvidando los míos propios pues te los encomiendo con la confianza de que serán tuyos de forma completa...

Ahora cerraré el mapa pues conozco los puntos cardinales de tu cuerpo y los de mi vida. Lo guardaré en lo profundo de mi corazón y en la cercanía del recuerdo. En el bolsillo de tu alma dejaré una brújula que estará dispuesta a ser usada, si alguna vez resuelves perderte, para que regreses a mis brazos sin detenerte ya que sólo yo soy tú otra parte...

¿Me preguntas por el Norte? ¡No creas que me olvidé! ¿Cómo olvidarlo? En el sobrevivo a cada instante. A partir de allí es que admiro el Este, el meridiano, el Sur, el Oste y continúo bajo la influencia del verdadero amor que me dicta que tú eres mi Norte; el camino a seguir, la guía máxima. Mi ángel de alas sedosas y escote pronunciado que con su alma evoluciona logrando que me desenvuelva sobre y debajo de su cuerpo haciéndolo mío; disfrutando de caricias y besos, de humedad y sensaciones a veces explicitas y por momentos secretas...

Norte...

¡No, así no! Debo escribir NORTE. Sí ¡Desde luego! En letra mayúscula: ¡NORTE! Ya que en estos momentos de esa forma están mi corazón y mi erección por sólo pensarte sobre la hierba de un campo florecido, acostada desnuda, mientras tratas de señalar con manos y pies los puntos cardinales de nuestro universo y dejas a mi desdén encargarse del meridiano de tu cuerpo. Sobre todo del horizonte de tu boca y la verticalidad húmeda que me llevara a darte placer en todo tu existir...