por Carlos Esteban Cana
La nueva novela del escritor puertorriqueño Manuel Martínez
Maldonado será presentada el próximo 11 de agosto en el Colegio de Abogados, a
las 7 p.m. La misma lleva por título Del color de la muerte, y su trama gira en
torno al Dr. Cornelius Rhoads, conocido por un nefasto episodio en la historia
del País, ocurrido en 1931. Una novela que para llegar a su versión final, tras
una rigurosa investigación que –propia del científico que es– le ha tomado más
de 15 años.
Los escritores Magali García Ramis y Jorge Rodríguez Beruff,
compartirán unas reflexiones acerca de esta novela, y el maestro de ceremonias
del evento lo será el crítico de cine Gilberto Concepción Suárez. El acto
contará además con la presencia de Ana Irma Rivera Lassen, Presidenta del
Colegio de Abogados.
Por lo anterior, En las letras, desde Puerto Rico trae a sus
lectores, una síntesis de algunas conversaciones que hemos tenido con Manuel
Martínez Maldonado. Con esta edición deseamos que ustedes puedan apreciar la
trayectoria y el proceso creativo del autor de El vuelo del Dragón. Manuel
Martínez Maldonado, en su propia voz.
*
Manuel Martínez Maldonado: Siempre he sido un lector
empedernido. Comencé a leer cuando tenía cuatro años y lo primero que recuerdo
haber leído es una serie de libros de cuentos de hadas (creo que venían de
España) y el Billiken (una extraordinaria revista Argentina para niños, que aún
circula). Los cuentos de hadas (letra grande; oraciones simples) eran
orientales, nórdicos, y germanos, y estaban ilustrados. Por motivo de esas
lecturas y porque en diciembre de 1941 comenzó la guerra mundial contra
Alemania y los japoneses, a los cinco años escribí un cuento de cuatro o cinco
oraciones (que desafortunadamente se me ha perdido en una de mis mudanzas)
sobre un vecino de Yauco en su primera misión como piloto. Era muy escueto y
decía (según recuerdo) exactamente lo que había sucedido. Algo así como:
Fulano, que vive a tantas casas de la mía y es el hermano de mi amiguita
fulana, se fue de piloto, y los alemanes (pueden haber sido los japoneses, ya
no recuerdo) tumbaron su P-39 (me aprendí los modelos de los aviones de la
guerra y los podía dibujar; hoy recuerdo sólo algunos) y murió. Recuerdo que a
sister María Caridad, mi maestra de primer grado, le pareció muy lúgubre.
Pero pasaron muchos años antes de que volviera a escribir
algo que no fuera para la escuela. Leía las asignaciones y aprendía poemas de
memoria (Rubén Darío, Llorens, Espronceda, Núñez de Arce) y cuando llegue a
sexto grado descubrí las Leyendas de Coll y Toste y otras cosas que me daban a
leer mi madre y mi abuela. Pero mi primera influencia, algo que hizo decirme
“voy a escribir algo así” fue La Llamarada. Ya estaba en octavo grado y leía
una lista ecléctica de material variado: La Sombra, Doc Savage, Perry Mason,
Ellery Queen, Agatha Christie, comics, novelas “pornográficas”, que eran
traídas de contrabando al vecindario por los chicos mayores de diecisiete,
tales como La Piel de Curzio Malaparte y La Coquito de Joaquín Belda. Éstas las
leía de prisa para llegar rápido a los pasajes salaces. Pero no tardó mucho en
que cayeran en mis manos Azorín, Pérez Galdós, Hemingway, Fitzgerald, John
O’Hara, que considero uno de los grandes cuentistas del pasado siglo, y,
especialmente, J.D. Salinger, que me condujo a comenzar a escribir Isla
Verde (El Chevy Azul), que al principio
se llamaba Anoche en San Juan, en 1961. Cada uno de estos autores influyó en mí
de forma distinta: Azorín por la belleza de sus descripciones, Galdós porque
fue mi primer encuentro con la mezcla de historia y ficción en la literatura
(no leí hasta después a Walter Scott y a Dumas), Hemingway por su precisión y
la ausencia de sentimentalismo en su escritura; Fitzgerald por su estilo y su
prosa conmovedora; y Salinger por su comicidad tan triste y real, y su
conocimiento de las perturbaciones emocionales de un adolescente. Después,
Cervantes, quien me alegro haber leído después de haber cumplido los treinta,
Borges, Graham Green, Vargas Llosa, García Márquez, Fuentes, DeLillo, William
Kennedy, y, recientemente, Aira, Piglia y Bolaño.
La escritura de mis novelas ha sido más premeditada. La
generación de notas ha sido más formal y estructurada. He construido bosquejos
de la trama, he escrito guías y descripciones de los personajes, he construido
árboles genealógicos y trascendencias familiares, y eso lo he ido enmarcando en
la época, en la historia, con la intención de que el lector llegue al punto que
comience a cuestionarse qué es verídico y qué es ficción. He querido dejar que
sean los personajes los que armonicen con sus acciones y sus pensamientos sus
creencias ideológicas y que le den ellos cuerpo a la trama.
(Acerca de El vuelo del Dragón) Como te imaginas, ha habido
mil correcciones y revisiones; muchos amigos han hecho sugerencias, lectores
profesionales (correctores de prueba) y lectores apiadados han probado el guiso
y han sugerido condimentos o encontrado ratas husmeando en algunas esquinas. Es
un texto extenso e intenso, y, difícil. No por el lenguaje en sí, que me parece
muy asequible, sino por sus complejidades narrativas y la ambigüedad ideológica
que afecta a algunos de los personajes. Ha sido un proceso arduo, pero
apasionante.
Trato de escribir todos los días, aunque sea una oración. Si
no me sale lo que de primera intención era mi meta, me mudo de la novela a un
poema, o viceversa. O me voy a algo ya escrito, y lo corrijo.
No creo en tendencias del momento ni en “movimientos”. Creo
en el deber del artista con su entorno y la sociedad, pero también creo que, a
menos que no tenga grandes talentos y sea muy valiente, se debe de concentrar
en expresar sus ideas a través de su arte. Mi “ars poética”, si así se puede
llamar, es que puedo ser tierno o devastador, y que digo lo que tengo que decir
y no me amedrento ante la opinión de muchos o de pocos. He decidido que
escribir es una catarsis emocionante y cautivante. Entiende, por favor, que
hago estos comentarios desde la perspectiva de un novelista que comienza su
carrera, que es cómo me veo. Pero escribir es lo que haré ahora hasta que me
muera.
***
Carlos Esteban Cana Escritor y comunicador puertorriqueño.
Ha cultivado el cuento, el micro cuento, y la poesía. Actualmente, sin embargo,
se ocupa de darle forma a sus dos primeras novelas y a un volumen de ensayos.
Colaborador de varias publicaciones impresas y cibernéticas, en Puerto Rico y
otros países. Bitácoras y publicaciones alrededor del planeta, como
Confesiones, del narrador Angelo Negrón, reproducen su boletín "En las
letras, desde Puerto Rico".
Para el periódico cibernético El Post Antillano también
publica su columna "Breves en la cartografía cultural". En verano del
2012, Carlos Esteban publica Universos, libro de micro-cuentos bajo el sello de
Isla Negra Editores. Para el 2013 publica su libro Testamento. Testamento es un
poemario antológico que reúne lo más representativo de su poesía; género del
que Cana manifiesta: "Fue la propia poesía que me seleccionó como medio,
como intérprete". Cana es conocido además por haber fundado la revista y
colectivo TALLER LITERARIO, que marcó la literatura puertorriqueña en la última
década del siglo XX en Puerto Rico.
Otro libro aparecerá durante el presente semestre: Titulado
"Catarsis de maletas: 12 cuentos y 20 años de historia", ofrece una
vista panorámica de una pasión que el autor ha desarrollado, por cuatro lustros,
en el género del cuento.
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