domingo, mayo 31, 2020

En las letras, desde Puerto Rico. Serie de los archivos: Apuntes de la escritora Magaly Quiñones sobre su trayectoria poética

por Carlos Esteban Cana

Puerto Rico aún celebra los 50 años de la publicación del primer libro de la Poeta Nacional Magaly Quiñones. Ese acontecimiento sucedió el 20 de agosto de 1969. “Entre mi Voz y el Tiempo” fue el título de ese primer poemario. Cinco décadas después y 17 libros publicados hasta la fecha, ya el sello distintivo de esta escritora boricua, nacida en 1945 en Ponce, es más que claro y reconocible. Poesías suyas como Pier 17 (Me quedo lela), Tengo un mal o Para mejor mirarnos, son solicitadas en cada recital que ofrece Quiñones. Poco a poco el lector está haciendo suya esa poesía que la escritora ha sembrado consecuentemente durante cinco décadas, fiel a su oficio. Lo que le ha permitido recibir valiosos reconocimientos como el Premio Mairena, el Premio Pen Club al mejor libro de Poesía, la Medalla del Instituto de Cultura y el Premio Alejandro Tapia y Rivera, entre otros. Y de igual manera, con el paso del tiempo, ha habido instituciones y personalidades de la cultura puertorriqueña que, en más de una ocasión, han manifestado su apoyo a la candidatura de Magaly Quiñones para el Premio Nobel de Literatura.

Hoy “En las letras, desde Puerto Rico” y como parte de la Serie de los archivos, compartimos desde Confesiones la ponencia que ofreció Magaly Quiñones acerca de su trayectoria durante el evento que marcó el 45to aniversario de la publicación de su primer poemario. Esto sucedió en el centro de actividades que se conoció como Plaza de la Cultura (en Hato Rey) el 20 de agosto de 2014. El recital llevó por tituló “La poesía necesaria de Magaly Quiñones” y en el mismo participaron las escritoras Elsa Tió, Beatriz Santiago Ibarra, Aurora Sonilú Pérez y la guitarrista Nélida Cortés. Ahora le cedemos la palabra a esta gran poeta boricua y caribeña, autora de importantes poemarios como Era que el mundo era, Nombrar, Sueños de Papel, o Pasión y libertad. Con ustedes, Magaly Quiñones.

Notas en torno 45to aniversario

Magaly Quiñones: “Comienzo por aclarar el título de la actividad. La he llamado POESIA NECESARIA por varias razones. Llevo más de la mitad de mi vida dedicada a la literatura ya que comencé a escribir a los 8 años. Los 3 poemas que leyeron las compañeras poetas son poemas repentistas, o sea, escritos de repente, provocados por alguna sacudida emocional. La muestra que leeré da fe de que mi poesía parte de vivencias, experiencias propias o ajenas. Otros poemas, inevitablemente, han sido creados por encargo para satisfacer una necesidad del peticionario. Este quehacer me ha llevado a leer mi poesía en diversos países de América y Europa y en lugares e instancias tan insospechadas como funerales, bodas, cumpleaños, centros de salud mental, hogares de envejecientes, plazas públicas, hospitales, escuelas, hoteles, cafeterías, barras, iglesias, etc. De ahí el que mi poesía fluya por dos vertientes: la poesía amorosa -natural en mí-, y la poesía social. Debo dar gracias porque me crié en un ambiente propicio, hogar de escasos recursos pero siempre abierto a las artes. Mis padres se ocuparon de guiarme y alentarme en el camino de la creación literaria. Y, como siempre digo a los niños cuando visito las escuelas: ‘Para llegar a ser un buen escritor o un buen pintor, primero hay que aprender a mirar, mirar con detenimiento para poder ver lo que los demás no ven, bien sea porque miran el todo sin apresar los detalles o porque van de prisa y obvian lo importante, lo verdaderamente esencial. Lo que solo se ve con los ojos del alma, como diría el Principito de Saint Exupery. Como me gustan todas las expresiones del arte he incursionado, en diversas etapas de mi vida, en la música (en mis años de Universidad, canté en un trío); luego tomé cursos de pintura y artes gráficas –de ahí el que haya podido ilustrar algunos de mis libros; también tomé cursos de periodismo; y aprendí a hacer tallas en madera. Y por ser hija de un obrero nacionalista, cobré conciencia de los males sociales, a muy temprana edad, y escribo poesía de protesta, poesía ecológica y educativa. El haber vivido en la diáspora, en tres estados de la nación americana, reforzó mi lucha porque miré de lejos y objetivé los problemas de la Isla”.

“Puedo decir que mi voz se ha levantado en muchas ocasiones para combatir el abuso contra la mujer, contra los niños o contra cualquier otra injusticia. No niego que, precisamente por ser mujer en un mundo dominado por los hombres, el proceso de hacer valer mi voz ha sido difícil. Pero, eso -poco a poco- ha ido cambiando. Si hoy hablamos de Neruda, Benedetti, Nervo, Lorca y Machado…, también podemos hablar de Julia, Clara, Gabriela, Alfonsina, Sor Juana y Teresa de Ávila. En el 1969, conocí a la gran poeta arecibeña Carmen Alicia Cadilla, ella leyó mis versos y me recomendó que los publicara de inmediato. Al principio sentí temor ante esta gran responsabilidad pero ella me alentó y dijo: ‘Yo te ayudo’. Así nació mi primer libro. El dibujo de portada lo hizo el gran pintor y amigo Toño Martorell; y los dibujos interiores los hizo otro arecibeño, Ernesto Álvarez. El prólogo lo escribió el destacado periodista -del ya desaparecido periódico El Mundo-, Don Pepe Romeu. El editor fue un español, José Nieto, amigo de Carmen Alicia, quien se llevó el manuscrito a la editorial Juan Ponce de León en Castilla y un mes después lo envió (ya encuadernado) por barco a San Juan.

Para cubrir los gastos de la publicación acudí a mis amigos universita-rios y a una profesora inolvidable que organizó charlas, rifas, recolectas, hasta que se completó el total. Me refiero a la educadora y promotora cultural, Maude Enid Routté. El recibimiento que se le dio a este libro en Puerto Rico por parte de escritores e intelectuales como Josemilio González, Wilfredo Braschi y Enrique Laguerre, entre otros, me motivó a seguir en el oficio que hoy, 45 años después, celebro con ustedes. Aparte de las incontables lecturas que he hecho a través de mis estudios, también he conocido personalmente muchos personajes o figuras públicas que han influenciado mi escritura. Algunos de los que recuerdo de forma destacada son: en mi infancia a Marilyn Monroe y, en mi temprana juventud, a Diana Ross, Salvador Dalí, Paolo Freire, Mario Benedetti, Isabel Allende y uno que conocí siendo estudiante universitaria y que cambió mi forma de pensar: el poeta nicaragüense, Ernesto Cardenal. Por eso he incluido en esta lectura la Carta Abierta –de mi epistolario- que hice llegar a sus manos días después de su despedida, por medio de un amigo. En el ámbito local, conocí de niña a Don Pedro Albizu Campos y, posteriormente, en mi juventud, a Juan Antonio Corretjer, Clemente Soto Vélez, Graciany Miranda Archilla, Pedro Juan Soto y Abelardo Díaz Alfaro, entre otros. Con todos ellos estoy en deuda y tengo mucho que agradecerles”.

La Poesía es necesaria porque propicia y aumenta nuestra sensibilidad. La Poesía es necesaria porque edifica el espíritu además de fomentar y desarrollar valores. La Poesía es necesaria porque nos da voces de alerta ante los peligros cotidianos. La Poesía es necesaria porque nos alienta a buscar y perseguir la bondad y el asombro que nos provoca el enfrentarnos con la Belleza.


“Muchas gracias”.



viernes, mayo 29, 2020

Club de Lectores en línea- María Zamparelli conversa con Carlos Esteban Cana

Todos y todas están invitados a conectarse a este conversatorio que tendré con la escritora María Zamparelli. En principio hablaremos sobre mi primer libro, Universos, pero también habrá espacio para conversar sobre periodismo cultural y poesía. El evento será este sábado a las 2pm. y es auspiciado por El Post Antillano (EPA). Los detalles para conectarse están en el anuncio. Agradezco al director de EPA, Daniel Nina Estrella, la invitación.

domingo, mayo 24, 2020

En las letras, desde Puerto Rico. Serie de los Archivos: Tony Croatto más vigente que nunca

por Carlos Esteban Cana

El pasado 3 de abril se cumplieron 15 años de la trascendencia a la dimensión universal de uno de los artistas más valiosos y queridos que ha tenido Puerto Rico. Me refiero a Hermes Davide Fastino Croatto Martinis, mejor conocido como Tony Croatto, quien se estableció en el Archipiélago Boricua al final de la década de los 60. Desde entonces Croatto fue una personalidad destacada y continua en el panorama musical del País, primero como parte del dúo Nelly y Tony, después como integrante de Haciendo Punto en Otro Son y finalmente como solista. Con el tiempo también apadrinó a jóvenes artistas como el niño trovador Luis Daniel Colón y el joven cuatrista Quique Domenech que formaron parte de sus producciones discográficas. En cinco décadas de labor artística Tony Croatto, y sumando su participación en Los TNT a principios de la década del 60, grabó y participó en más de 60 discos que van desde el Pop y Rock & Roll, hasta la Nueva Trova y géneros de la música típica puertorriqueña como el Seis y la Décima. Croatto fue también una figura familiar en la televisión nacional con programas como “Tony Croatto y su pueblo” y “Desde mi pueblo”.

A continuación “En las letras, desde Puerto Rico” aquí en Confesiones, como parte de la Serie de los Archivos, publicamos el homenaje que dedicamos a Tony Croatto en las páginas de Revista Domingo, suplemento cultural del periódico El Nuevo Día. Este artículo que al día de hoy tiene más valor y vigencia, se titula Que nadie se sorprenda (el cantor, la caricia y su voz). El mismo fue publicado originalmente el domingo 19 de febrero de 2006.


QUE NADIE SE SORPRENDA
(el cantor, la caricia y su voz)
Lo que tu corazón siembre
eso habrá de cosechar
Tony Croatto
en Nacemos para servir


Mis gustos musicales son variados, tal como los de la mayoría de las personas. En mi audioteca puede estar la colección discográfica de los Beatles como grabaciones dedicadas a Vivaldi a Palestrina o a Tchaikovsky. El panorama es diverso, desde los trabajos de un Danny Rivera hasta lo más reciente del Orfeón San Juan Bautista. En una misma tarde puedo estar escuchando una canción de Bob Dylan o el Taller de Cantautores así como la crítica social del Tego o Vico C; el Dark Side Of The Moon de Pink Floyd, el Poema de Delirium o el American Idiot de Green Day.

Entre todo ese panorama diverso guardo un lugar especial para la discografía de Tony Croatto. Su música la aprendí amar cuando sábado tras sábado y, libre de asignaciones escolares, la escuchaba mientras colaboraba con mis padres en las diferentes tareas del hogar. No tardé mucho en aprenderme piezas como "Temporal", "María de la vida", "Los carreteros" o "Correr sabana", entre muchas otras.
Ya adolescente, su música nos sirvió para elaborar dinámicas de confraternización para el grupo de jóvenes católicos de Cataño pueblo. Gracias a la experiencia adquirida tras haber sido alumno del actor Armando Pardo (quien me sugirió que estudiara comunicaciones), montamos una pequeña compañía teatral. Y así utilizamos la música de Croatto para obras como “La carreta” de René Marqués y “La Resentida” de Enrique Laguerre. Tampoco faltaron sus interpretaciones durante nuestro espectáculo anual “Variedad en navidad”.

Más tarde, durante mis años universitarios, y para la misma época que escenificaban su “Concierto Original”, descubrí el legado que había dejado Haciendo Punto en Otro Son y toda esa amalgama de música poematizada o poemas musicalizados. "En la vida todo es ir" y el "Oubao Moin" de Corretjer, el "Masa" de Vallejo. Sus canciones también me llevaron a cuentos, es decir, a historias que se contaban -o cantaban- con un principio, desarrollo y final. Entre ellas podría señalar "Mujer de 26 años" o "Agüeybana". Y en todas ellas siempre destacaba la voz de Croatto.

Muchos años después tuve la oportunidad de conocerle personalmente. Ese privilegio se lo debo Dalia Nieves, vicepresidenta de la Feria Internacional del Libro. Durante el año 2001 la poeta me dio la oportunidad de ser director de prensa del evento. Calzar los zapatos del periodista Ariel Crespo, quien por años había asumido esa labor con excelencia, fue todo un reto. Y fue durante la celebración de la 5ta edición de la FIL, mientras coordinaba los eventos en tarima junto al poeta Eric Landrón, que tuve la ocasión de dirigirle unas palabras. En esa oportunidad, aproveché el instante para presentarle a mis padres; sabía que sería muy significativo para ellos, pues amaban su música. Y después de esa fecha hubo otros encuentros, que aunque breves fueron muy significativos.
Recuerdo uno frente a la cárcel federal, allí cantó por la Paz para Vieques y por los desobedientes civiles que tomaban la antorcha de Gandhi. También permanece fresca en mi memoria su presentación en el homenaje que la Asociación de Graduadas de la Universidad de Puerto Rico le rindió al poeta nacional Francisco Matos Paoli. Allí Croatto cantó unas series de nanas de don Paco y de doña Isabelita Freire que él había musicalizado. Aquellas hermosas piezas están contenidas en una grabación llamada “Nanas”.


Nuestro último encuentro personal fue uno casual. Era un jueves en la tarde y para la fecha yo me
desempeñaba como Coordinador Editorial para el Instituto de Cultura Puertorriqueña. Me encontraba en una de esas semanas en que las visitas a diferentes archivos era la orden del día. En esas estaba cuando me lo encontré en las escalinatas del Ateneo Puertorriqueño.

No creo que me equivoque si describo ese breve intercambio como uno reconfortante. De todos los temas que hablamos destaco uno. Mi esperanza de que algún proyecto suyo reuniera aquellas canciones de su catálogo, quizás menos conocidas por el público, que tocaban una fibra humana muy particular; aquellas que son compañía adecuada en momentos difíciles. Y así le hice mención de canciones como "Mi lucha", "Cuando se tiene un hijo", "Despedida", "El encuentro", "Madre mía", "Mismor", "Nacimos para servir", entre otras; piezas que serán atesoradas tanto como “Niño Jesús”, "Cucubano", "El Coquí" o "Son borinqueños". Como siempre, cerró aquel encuentro con su caracterizadora modestia, y añadió que mis palabras eran caricia para su corazón.

En dos ocasiones más tuve la oportunidad indirecta de estar en contacto con Croatto. La primera fue conversando con el vocalista de Fiel A la Vega. Lo había entrevistado para la revista CulturA y le informaba la fecha de publicación de la misma. Aproveché la oportunidad para decirle que había adquirido "La Prosperidad", el proyecto discográfico más reciente de los Fieles, y le hablé de las canciones que habían capturado mi atención de inmediato: "Encontrarte es una historia", "No tan atractiva verdad" y "Croatto". De la última, le pregunté y me contó que era un homenaje suyo al cantor. A las palabras de ánimo que en un momento particular y necesario Croatto le prodigó. De ese intercambio humano hizo alquimia Auger, y versos como estos salieron en su canción:

"Reparte sol,
que no se quede luna llena
sin reflexión,
que haya paciencia en tu luz,
pero memoria en tu adiós,
sigue... reparte sol,
cuando un día te voltees
en otra estación
habrán viejas calles sin luz...
con color..."…

La segunda y última vez que vi a Croatto fue recientemente durante su participación en un programa especial de Cultura Viva, dedicado a Tite Curet Alonso. Si me hubiera enterado con tiempo de que estaría ese día en TUTV, lugar en el que laboro actualmente, habría adelantado mi hora de llegada para saludarlo. Pero tuve que conformarme con retransmitir su participación durante la madrugada.

Un amigo se nos ha ido. Un ser que amó de manera intensa a Puerto Rico. Hemos sido receptores de su nobleza, de lo que aportó a nuestra música y a la cultura puertorriqueña. Sin duda alguna, su voz, que acarició tantas veces nuestros corazones, permanece entre nosotros y seguirá haciéndolo.
Durante esta última semana el corazón del pueblo ha latido por Croatto; de ahí ha emanado la belleza de su homenaje. Ciertamente el cantor fue testigo de ese amor manifiesto. Pero que nadie se sorprenda, lo ocurrido no era posible que sucediera de otra manera. Él había cumplido, desde hace mucho, con su “compromiso de hijo”, con su “juramento cabal”, y su canto siempre sirvió “para unir, no separar”. Y Tony recogió los frutos de su cosecha.


***

Carlos Esteban Cana comenzó su labor como periodista cultural a finales de los 80s en Senderos, revista del pueblo de Cataño dirigida por el escritor Angelo Negrón. En 1991 conoce al escritor Antonio Aguado Charneco en las Peñas literarias del Hotel El Convento, quien se convertiría en su mentor literario. En ese mismo año conoció a Amílcar Cintrón, Juan Carlos (Quiñones) Fret-Alvira, Rodrigo López Chávez y Joel Villanueva con quienes fundaría la revista y colectivo Taller Literario. A lo largo de la década y después en una segunda serie durante la primera década del nuevo siglo, Taller Literario se convirtió en un importante referente en las letras boricuas. Después y simultáneamente a la presencia y gestión cultural del colectivo, Carlos Esteban Cana se especializó como productor de contenido (mucho antes de que el término se acuñara) de ahí su labor como editor del boletín “En las letras, desde Puerto Rico”, reproducido en diferentes bitácoras como: Confesiones, de Angelo Negrón;  Boreales, de Yolanda Arroyo Pizarro; Bocetos de una ciudad silente (ahora Silencios de papel), de Ana María Fuster Lavín; y Buscando la luz al final del túnel, de Caronte Campos Eliseos, entre otros. En esa dirección y con el paso de los años Cana ha desarrollado columnas con un perfil muy específico, entre ellas “Breves en la cartografía cultural”, “Aquí, allá y en todas partes”, “Crónicas urbanas” (para Diálogo Digital de la Universidad de Puerto Rico) y “Servicios de Prensa Cultural”. Gracias a su trabajo para Global Voices (2014-2017), red mundial de periodismo ciudadano, su trabajo se ha traducido a más de 10 idiomas. Cana cuenta con estudios a nivel graduado de la Escuela de Comunicación de la Universidad de Puerto Rico, Recinto de Río Piedras. Ha trabajado durante 10 años en canales PBS (WMTJ Canal 40 –1994 al 1999- y WIPR canal 6 –2004 al 2009-). También se ha desempeñado como: coordinador de publicaciones para la Oficina de Comunidades Especiales (1999-2000); Director de Comunicaciones de la V Feria Internacional del Libro de Puerto Rico (2001); Coordinador Editorial y de Actividades de la Oficina de Revistas del Instituto de Cultura (2002-2004); Coordinador de Medios de El Sótano 00931 (2003-2008) por invitación del escritor y director de la revista Julio César Pol; Periodista cultural para El Post Antillano (2012-2015); Corrector y Redactor para El Visitante de Puerto Rico (2012-2016); Redactor especializado para Pro Arte Musical (2014-2015); y Crítico de libros para diversos programas de Radio Universidad de Puerto Rico (2011-2016). La obra creativa de Cana está dispersa en periódicos, revistas académicas y en diversas antologías como: De alisios y pamperos (Abrace, 2007); Estancias del sol, Selección de cuentos de Las Antillas Hispánicas (Sociedarte, 2007); Los rostros de la hidra (coedición Isla Negra Editores y Publicaciones Gaviota, 2008); Antología del Certamen Nacional de Poesía José Gautier Benítez (2006-2012); y Los nuevos caníbales vol. 3, Antología del Microcuento del Caribe Hispano (Isla Negra Editores, 2015). Carlos Esteban Cana tiene dos libros publicados: su 1ra colección de microcuentos, Universos (Isla Negra Editores, 2012); y una selección de sus 29 cuadernos de poesía titulada Testamento (Publicaciones Gaviota, 2013). Sus libros Catarsis de maletas (cuentos), Círculos concéntricos (microcuentos) y Ptolomeo (poesía) se publicarán en el curso del presente año. Desde el 2016 su audiolibro Un poeta en su propia voz está disponible en la plataforma de contenido en audio Ivoox. De igual manera diversos videos en los que el escritor  declama su propia poesía o es entrevistado por diversos medios están disponibles en YouTube. Actualmente Cana se desempeña como Community Manager en Redes Sociales y recién concluyó una Bibliografía a modo de Curriculum Vitae que comprende tres décadas de servicio cultural (1990-2020) que hasta la fecha se extiende por 86 páginas.




domingo, mayo 17, 2020

En las letras, desde Puerto Rico. Serie Escritores internacionales: Encuentro con el escritor boliviano Benjamín Chávez (Primera parte).

por Carlos Esteban Cana


Conocí al escritor boliviano Benjamín Chávez cuando fue invitado a participar del XI Festival Internacional de Poesía en Puerto Rico (FIPPR) en marzo del 2019. Tuve la suerte de que me concediera una entrevista en el Hostal de los Poetas, lugar donde se hospedan los poetas internacionales que participan del FIPPR en las instalaciones del Recinto Metropolitano de la Universidad Interamericana.

Conversar con Benjamín Chávez fue una delicia porque como interlocutor no pierde la oportunidad de pensar bien su respuesta de turno, comunicar su mensaje con detalle y claridad, y formular el mismo de manera sosegada. Y lo describo como delicia porque eso, a la hora de transcribir, es una ventaja. Otra cualidad que salta a primer plano es su humildad. En ningún momento en la conversación mencionó importantes logros suyos que otros escritores destacarían de inmediato. Solo cuando me ocupo de hacer esta introducción me percato que Chávez, nacido en Santa Cruz de la Sierra (la ciudad más poblada de Bolivia) en 1971, ha publicado hasta la fecha 16 libros (de los cuales 13 son de poesía), es editor de la revista Piedra de agua, coeditor de la revista La Mariposa Mundial y editor del suplemento cultural El duende. Benjamín Chávez es además el director del Festival Internacional de Poesía de Bolivia y ha ganado importantes premios literarios, entre ellos el Premio Edmundo Camargo de Poesía 2012 y el Premio Mundial de Crónica Periodística de las Naciones Unidas por su reportaje Viaje al corazón de Bolivia.

A continuación, “En las letras, desde Puerto Rico”, aquí desde Confesiones, publica la primera parte de esa tertulia, en la que el poeta habla de sus inicios en el arte literario, puntualiza cuál fue el libro que detonó su vocación, y explica la razón que le mueve a privilegiar la poesía sobre los demás géneros literarios.

***

Carlos Esteban Cana: ¿Cómo comenzó todo? ¿Qué te hizo ser escritor? ¿Qué te hizo ser poeta? ¿Cómo empezó ese poeta a nutrirse?

Benjamín Chávez: Bueno, yo recuerdo que quizás desde niño tuve una cierta inclinación hacia el arte; un poco en abstracto o un poco en general, una inclinación un poco vaga; que no estaba muy bien definida. Pero… lo digo porque intenté un poco con la música cuando era niño; me gustaba mucho el ajedrez, cosa que era un poco raro con relación al resto de mis compañeros de colegio. Luego pues volví a la música, otros géneros cuando era adolescente. Y siempre había una inclinación hacia el arte. Me gustaba mucho ir al teatro, iba muy poco porque era niño y tenía que esperar a que mi madre me lleve y las pocas veces que he ido las he disfrutado mucho y todo tuvo que ver con la lectura. Un buen día cayó en mis manos un buen libro, lo leí por azar y eso me cambió la vida y aquí me tienes.

Carlos Esteban Cana: ¿Y qué libro era ese?

Benjamín Chávez: Ese libro era un libro de cuentos de Jorge Luis Borges que se llama El libro de arena. Yo tenía 17 años y había terminado mis vacaciones. Tenía que volver a mi casa. Y estaba esperando que salga el avión. Y el avión se retrasó una hora por mal tiempo. Y entonces un tío mío que me había llevado al aeropuerto El me despidió. Ya estaba saliéndose, cuando escuchó en los parlantes que el avión se retrasaría una hora. Entonces él dijo: “Ah, mi sobrino se va aburrir”. Me compró un periódico. Un diario del día. Y con un dependiente me hizo pasar el diario. El dependiente me pregunta: “¿Tú eres Benjamín Chávez?” –Sí. “Toma. Te han mandado este periódico”. Entonces, como tenía una hora, me puse a leer el diario. Era un domingo. Y leí todos los titulares, algunas notas que me interesaban. Y en la página dominical. En la última página, había un texto que hablaba sobre Jorge Luis Borges. Era la primera vez que yo escuchaba su nombre. No sabía quién era. Pero como leí el texto ahí decía que Borges debió haberse ganado el Premio Nobel, que lo tenía muy merecido, etc. Lo que ya sabemos. Y entonces yo dije: “Este debe ser muy buen escritor. Si esto es así pues valdría la pena leerlo”. Pero bueno, ahí se quedó todo. Y dos meses después. En una feria del libro callejera. Yo pasaba por la calle. Vi un poquito los libros, y encontré un libro de Jorge Luis Borges. Y dije: “Ah, este nombre me suena. Me suena”. ¿Qué era? ¿De dónde era? Y me acordé del diario. “Ah, es el del diario”. Y cómo costaba barato porque era un libro pequeñito, pues lo compré. Me lo metí al bolsillo y me olvidé de ٞél otra vez. Me fui a casa y en la noche me serví un café. Encendí la televisión desde la cocina, para ver un poco mientras me tomaba el café. Y al rato de sentarme a tomar el café siento en el bolsillo una cosa que no que… y digo: “¿Qué es esto?” “Ah, es un libro que me he comprado en la tarde”. Y ahí mismo abrí y empecé a leer. Leí el primer cuento que era de tres páginas, cuatro páginas. Y quedé absolutamente maravillado.

Carlos Esteban Cana: Un buen libro de Borges, de su obra tardía… ¿El congreso, es el primer cuento?

Benjamín Chávez: No. El primer cuento es El otro

Carlos Esteban Cana: Oh, sí… El cuento donde el Borges viejo se encuentra con el Borges joven en Cambridge…

Benjamín Chávez: Y bueno. No pude leer más ese día. Quedé conmocionado. Y leía un cuento por noche. No podía más. La energía me duraba todo el día.

Carlos Esteban Cana: ¿Tú tienes libros de narrativa?

Benjamín Chávez: Sí, yo he publicado una novele en el año 2015. Y también un pequeño libro que es una recolección de columnas periodísticas que yo escribí para un suplemento literario. Son entre periodísticas y literarias. O sea, son columnas para periódicos pero con temas literarios.

Carlos Esteban Cana: En estos momentos… ¿Tienes algún género literario predilecto con el que tesientes más cómodo a la hora de crear? O igual trabajas indistintamente los géneros…

Benjamín Chávez: La poesía siempre ha sido el lugar en el que me he sentido más cómodo, como tú
dices. Es decir, el ámbito en la literatura en el que creo que se juegan las cosas más importantes. Siempre he considerado la poesía como el lugar donde el lenguaje se tensa mucho. Y hay mucha tensión y todo lo interesante me parece que pasa en la poesía. La narrativa es otra cosa, que tiene su valor, por supuesto. Tienes otras posibilidades, otras potencialidades. Otro modo de entender la realidad. Es otro modo de ver el mundo. Pero yo apuesto mucho por la poesía.


Carlos Esteban Cana: ¿Y tu yo narrador y periodista le ha prestado al poeta? ¿O es a la inversa: el poeta le ha prestado al narrador?

Benjamín Chávez: Yo creo que el poeta le ha prestado a los otros. Sí, sí, sí. Es decir, en la forma de concebir la escritura, digamos desde cosas un poco obvias como el cuidado de cada frase que está muy relacionado con, digamos, la administración de recursos poéticos, dentro del poema. Donde no puede caber una palabra por demás. Todo tiene que ser muy exactamente medido. Y un poquito de eso también ha pasado a la prosa. Un cuidado por no redundar, por no divagar, por ser preciso. Eso creo que puede venir de la poesía. La concisión. Puede que sea así. Y el hecho de, en la narrativa, por ejemplo, en la novela y en algunos cuentos que he escrito, el hecho de plagarlo de imágenes. Y de hacer una estructura un poquito que permita un juego de metáforas sin que llegue a ser prosa poética, también es un préstamo de la poesía.

El escritor Benjamín Chávez (en el medio) en una lectura de poesía Bayamón, Puerto Rico, junto a Agamenón Castrillón, a la derecha (Uruguay) y Joan Bernal, a la izquierda (Costa Rica).



viernes, mayo 08, 2020

En las letras, desde Puerto Rico: Un cuento de Luis Ángel Pérez

por Carlos Esteban Cana



Luis Ángel Pérez era un contador nato. En cada encuentro con él, era alta la posibilidad de escuchar en su propia voz una nueva historia, narrada en detalles, con el suspenso necesario y la intriga suficiente para capturar la atención del oyente. Las historias y anécdotas que le escuché en el transcurso de los años dan para varios libros. Habrá que explorar sus archivos, los cuentos que publicó en varias bitácoras cibernéticas, incluso el crudo de entrevistas concedidas por él y grabaciones en su propia voz que formaron parte del teatro que, con entusiasmo sostenido, coordinó y dirigió. Y ese ejercicio de recopilar lo que dejó Luis en el camino, da no tan solo para publicar libros suyos o sobre él, también es posible que con lo que se encuentre se pueda producir algún tipo de audio libro para niños y jóvenes, esos grupos a los que siempre sirvió. Y algunos se preguntarán: “¿Cuál es la importancia que tiene Luis Ángel Pérez tiene para nuestra cultura boricua?” La respuesta es simple, y la da el inicio de este preámbulo (que le otorga una estructura circular a este párrafo): porque Luis Ángel Pérez era y es un contador nato. Y digo es porque cuando leemos un cuento o una historia de Luis, su voz, en primera persona, por lo general, se inserta desde un tiempo presente. Y esto lo logra aún después del pasado 8 de enero, cuando este cuentero y humanista boricua trascendió esta dimensión. En ese momento tenía 48 años, y yo tuve la suerte de conocerle desde una infancia compartida en el pueblo de Cataño. Hoy que se cumplen 4 meses de su partida engalanamos nuestro boletín, aquí en Confesiones, con el cuento que publicó en la segunda serie de la revista Taller Literario, a mediados de la pasada década. La narración lleva por título Mientras continúa durmiendo o la anécdota de unos jóvenes visionarios. No digo más. Que la disfruten.

***

Mientras continúa durmiendo o la anécdota de unos jóvenes visionarios


por Luis Ángel Pérez Rivera

Dedicado a todos los que se ofendan con la historia...

Esta historia es diferente a otras escritas antes.  Es una historia difícil; aunque habla del amor, no trata de éste; aunque habla de la creatividad no es muy creativa, realmente podría ser una anécdota. Quizás debería comenzar con… “Erase una vez un pequeño grupo” (Esto sería perfecto para que no me descalifiquen de los certámenes), pero bueno, eso no viene al tema. Lo que pasó en esa fecha y otras posteriores es increíble, tanto así que he escrito este revolú de baba tratando de organizarme para poder contar la historia.

Comencemos. Esta historia se desarrolla en un barrio pobre donde un grupo de jóvenes visionarios deseaba dar una nueva imagen a la navidad puertorriqueña, la cual, ellos entendían, se encontraba en peligro de extinción. Pretendieron ser sacerdotes de sueños, querían arreglar el mundo y a alguien se le ocurrió la magnífica idea de hacer un nuevo personaje navideño: “Un Santa Cló Criollo” para “El Carnaval Navideño”, la actividad anual del barrio.

La idea al principio parecía absurda, muchos se rieron y dijeron que eso era totalmente estúpido. Pero nuestros jóvenes visionarios no podían darse por vencidos de manera tan fácil, así que emprendieron la tarea de darle forma a este personaje y lo primero fue darle un nombre: “Don Pablo” propusieron unos, otros “Carmelo”, algunos entendieron que se debía llamar o “Don Carlos” o “Luis”, “Esteban” o “Julio”, “José”, “Abraham”, “Jesús” etcétera, etcétera, etcétera... Nuevamente, nuestros jóvenes visionarios no se ponían de acuerdo.

Uno de los jóvenes (para efectos nuestros, lo denominaremos como el primer cuentero) hizo un cuento, en el que nuestro personaje salía del barrio, estudiaba, iba a la universidad. Se convertía en un profesional y luego todas las navidades -ocultando su identidad- se transformaba en el jíbaro boricua que regalaba juguetes a los niños y… ¡Tan tan! Colorín colorado este cuento se ha... (para cumplir nuevamente con las especificaciones de los reguladores de la profesión).

Este cuento no gustó mucho por lo que decidieron reformarlo; había que transformar al personaje en un verdadero héroe boricua; tenía que ser más grande que Super Moncho o Carlitos Colón (nuestro campeón universal por más de... ¿25 años?). Pero hablemos claro. ¿Quién iba a creer que una persona mientras estudiaba en la universidad -y saliendo de un barrio pobre- habría de conseguir un trabajo lo suficientemente decente como para regalarle juguetes a toda la comunidad? ¡Cuando hay que ir a “Island Finance” o a “Avco” para regalarle sólo a la familia! Todos sabían que los últimos egresados de las más prestigiosas universidades de nuestro País eran ejecutivos de cuello y corbata de $5.15 la hora. Y que sólo aquellos “visionarios” que lograron pasquinar en la última elección con el triunfador, eran quienes gozaban del privilegio de poseer los mejores trabajos remunerados y con aumentos periódicos que su amigo “El Senador” firmaba con plumas “Mont Blanc”  pagadas por todos nosotros con las contribuciones...  Pero, de nuevo, me salgo del tema. Ese es otro cuento.

El hecho es que nadie creería lo del milagro del excelente trabajo, que daría suficiente plata como para repartir regalos a medio mundo en el barrio… Así que le encomendaron a otro de los excelsos jóvenes (que para efectos nuestros llamaremos segundo cuentero), la creación de otra historia… Y ¡por fin! Este cuento sí que era bueno.

Empezaba con el “había una vez”... y to’. Tenía encanto, frescura, y ya nuestro jíbaro no tenía que estudiar y vivía en una casucha en el interior del campo; lo habíamos sacado del barrio de mala muerte donde vivíamos. ¡Imagínense un tipo que vive en un barrio de mala muerte y le regala a to’el mundo en navidad!  Ujúm… ¡De seguro es un tirador de drogas o algo así!

Había que darle “puertorriqueñidad”, así que nuestro jíbaro tenía que vivir  de forma cónsona a cómo  lo experimentaron una gran parte de ellos cuando enfrentaron extremas circunstancias económicas. Ya Abelardo en Terrazo nos había advertido de eso. Y en el caso de nuestro jíbaro, no podía tener zapatos; la camisa que pudiera estar luciendo tenía que estar raída y amarrada a la cintura; debía además tener una junta de bueyes que  parquearía al lado de la casa. Y a todo eso tenemos que añadir que ese jíbaro tenía algo muy valioso, para ti, para mí y para todos: tiempo. Él tenía el tiempo necesario y suficiente para contar las más maravillosas historias a los niños del barrio, esto después de ocuparse de cortar caña y arar la tierra. Y, precisamente eso, su capacidad para contar esos relatos inolvidables se convertiría en el mejor presente que tenía para ofrecer a su pueblo.

Entonces algo inesperado sucedió un día. Del cielo bajó un coquí dorado sobre una hoja de guineo que le encomendó a nuestro jíbaro además repartir juguetes cada 24 de diciembre a todos los niños de Puerto Rico. Y eso comenzaría en las calles del barrio. ¡Imagínense al pobre jíbaro bajando por la piquiña entre Ponce y Utuado; los bueyes de la carreta esbocaos como alma que lleva errr diablo, y el hombre dando golpes entre juguetes y dulces típicos! Porque ¡ahhh!, se me olvidaba mencionar que ahora este jíbaro también llevaría dulces típicos por encomienda del coquí dorado.

El cuento, después de todo, tenía que ser revisado por el excelso grupo. Ya trabajaban en las ilustraciones cuando nuestro escritor (es decir, el segundo cuentero), no permitió cambios a la historia. La misma tenía que permanecer intacta, como él la concibió. Y esto a pesar de que existían razones de peso para hacer aquellas correcciones, ya que de no haber transformado aquellos pasajes se correría el riesgo de que no se entendiera el cuento en su totalidad. Acá entre nos, lo que no dijo aquel “genio” que reclamaba su cuento intacto en ese instante. Lo que no dijo y que se revelaba desde el saque en la caótica sintaxis de aquel borrador suyo, era que aquella versión de la historia fue concebida en medio de una borrachera legendaria, a lo Hemingway si queremos hablar en términos literarios; en medio de una borrachera mientras bajaba entre las Calles San Sebastián y la del Cristo. Allí consiguió un volante que promocionaba el Happy Hour de un “pub” cercano y garabateó lo que ahora deseaba inalterado. ¡Vaya ego! Sin embargo, nuestra experta en redacción, graduada en periodismo y no sé en qué otros saberes más de la Universidad Nacional, se dio a la tarea de explicarle, entre otras cosas, que no podía ser “un día en la noche”.  Aquel borrador era también ambiguo ubicaba en tiempo y espacio. Tenía redundancias como que “el viejo contaba cuentos”.  Lo cierto es que nuestro “Cervantes” (ese segundo cuentero) se molestó tanto con el excelso grupo de jóvenes visionarios (arregladores también del mundo, no se equivoquen) que agarró todos los papeles con garabatos y se llevó el cuento. Y para añadir más sazón a la historia el primer cuentero gritó iracundo que él, y no otro, era quien había escrito la verdadera primera versión del cuento (no sé si a estas alturas del juego se acuerdan de ese primer cuentero.). Gritaba que le habían robado el cuento. Delirante y delirando repetía: “¡Plagio! ¡Esto es un plagio! ¡Ese jíbaro es mío! ¡Me lo inventé yo solito”.

Justo antes de todo ese revolú se había hablado con la gente del Instituto de Cultura que habían reaccionado muy emocionados a la idea del “Santa Claus” boricua que salía de aquel barrio (como si Abelardo no lo hubiera hecho antes). En la egregia institución se le ocurrió además a su egregio director la idea de adaptar la historia a un pequeño cómic… Y ya preguntaba el personal de la Oficina de Publicaciones por los duendes mágicos que ayudarían al jíbaro a construir los juguetes. Al fin y al cabo, los jóvenes visionarios explicaron al personal del Instituto que eso no sería posible… Que… “no podíamos tener a esos verdes amiguitos en este cuento…”  Que… “nuestra filosofía de vida cristiana nos prohíbe mezclar en la trama antigua magia celta pagana y todo lo que tuviera que ver con ella…”  Y que “los cuentos de Cenicienta, Blanca Nieves o Pinocho, así como el de Gasparín, el fantasmita amistoso, eran casos aislados que nuestra espiritualidad sacra santa y romana permitía.


Pese a lo anterior, y antes de que interviniera el primer cuentero, los jóvenes visionarios estaban más que dispuestos para llevar a feliz término la tarea junto a la egregia institución cultural. Pero todo cambió cuando aquel iracundo joven (no podemos llamarle de otra manera) además de gritar: “¡Plagio!” informó que cometerían un delito mayor si osaban utilizar su historia en aquel cómic. Entonces todo se detuvo, al punto de que también gritó el director de aquella magna institución cultural: “¡Nada de nada, hasta que no se solucionara el asunto!”


Entonces, para efectos nuestros, tenemos un grupo de jóvenes visionarios sin cuento, sin cómic, con una demanda a cuestas, y, por otro lado, tenemos a ese mismo grupo de jóvenes visionarios con muchas ganas de hacer algo por su comunidad en la navidad. Sin embargo, ellos no se dejaron vencer. Cada uno respondió a su manera: “El Carnaval Navideño va, sea como sea”. Y se dieron a la tarea de reescribir nuevamente al requetetrabajado cuento de aquel jíbaro boricua, contra viento y marea.

Entonces aquel grupo de jóvenes visionarios se reunió en la casa de uno de ellos (el más tonto, pienso) y estuvieron hasta las dos de la madrugada mientras aquel primer cuentero que había gritado plagio y que también era su líder (por si no lo habíamos comentado), dormía cómodamente entre sábanas de seda en su apartamento en Isla Verde.

En esta ocasión la historia comenzaba en el presente, en una casa de nuestro barrio. Allí un niño de cinco años que vivía con su abuela desea montar él mismo el pesebre. Y cuando va sacando de una cajita a los diferentes personajes se encuentra con una figurita que le pareció fuera de lugar. Se trataba de un jibarito. Entonces cuando su abuela vio al niño con una expresión de sorpresa le explicó que aquel jibarito estaba buscando también al niño Dios hasta que lo encontró.

En este nuevo intento, aquellos jóvenes visionarios determinaron que el jibarito era viudo, que vivía en un campo de Puerto Rico y que se dedicaba a la artesanía; tallaba santos. Y también dedicaba sus tardes a relatar cuentos a los niños. Como si aquello fuera poco, en cada navidad, aquel jibarito regalaba carritos y muñecas que hacía con sus propias manos. Y trabajaba en tales obsequios mientras un pitirre, al cual había bautizado con el nombre taíno de Guatíbiri, le acompañaba desde la ventana de su casa. Este jíbaro sencillo, según las características que le incorporaron, andaba descalzo, y sus manos eran callosas como la madera. Apenas había cursado hasta el tercer grado. Los jóvenes visionarios que creaban el perfil de este nuevo personaje estimaron que para la historia que visualizaban era perfecto.

Esa historia transcurriría durante la Nochebuena, cuando el jibarito aún no había terminado los juguetes que repartiría al otro día. Ya a esas horas cabeceaba por el sueño que lo dominaba, pero Guatíbiri lo despertó. Y es en ese momento, que su pequeño amigo alado lo conduce por un sendero en el que se encuentra con el nacimiento del Niño Dios. Entonces el jíbaro cae de rodillas y lo único que tiene para ofrecerle es una de las figuras que había tallado. Solo que esta vez no era un carrito ni una muñeca. Curiosamente era la imagen de un jibarito trabajando. Y  por este gesto el niñito Jesús lo premia con una carreta llena de juguetes y dulces, que repartiría cada 24 de diciembre. Qué alegría para el jíbaro… Tendría juguetes suficientes para repartir a todos los niños. Aquello era un premio a su bondad. Y ese, concluyeron los jóvenes visionarios, era el toque, el detalle final que necesitaba aquel cuento.

El cómic nunca se hizo. El cuento –ese último cuento que hicieron los jóvenes visionarios- se representó a través de una pequeña obra en la que el cartón sirvió como materia prima para la escenografía. La demanda legal nunca llegó. Los jóvenes, aquellos jóvenes visionarios, se siguen amaneciendo elaborando proyectos comunitarios y artísticos para los niños y vecinos del barrio, mientras aquel primer cuentero, su líder (ya lo habíamos comentado), continúa durmiendo entre sábanas de seda en su apartamento de Isla Verde.







domingo, mayo 03, 2020

En las letras, desde Puerto Rico: Una conversación inusitada en plena carretera con el poeta Gilberto Hernández Matos (Primera parte).

por Carlos Esteban Cana

Mi proceso como escritor fue llevándome a darle rienda suelta a la creatividad mediante la estructura. Ya fuera a través de la narrativa o el ensayo, así han nacido algunos de los escritos a los que guardo cierto cariño, digámoslo así. Entre mis cuentos puedo mencionar Frente, Abre los ojos y Ein-Sof, también uno titulado Duda, entre otros; en cuanto a reportajes recuerdo algunas que he publicado en medios impresos como Encuentro en el mar (para San Juan en Comunidad) Sagrados Corazones: el mismo carisma de amor en cualquier lugar y a través del tiempo (para El Visitante de Puerto Rico), y otras entrevistas que el narrador Angelo Negrón ha tenido la gentileza de publicar aquí en Confesiones: la que le hice a Stefan Antomattei en 15 tuits y la de Anuchka Ramos-Ruiz utilizando el Messenger en 60 minutos. No tan solo me deleita ese juego con la estructura durante el proceso de elaborar los párrafos hasta la versión final, también la fascinación se da por las maneras en que recojo la materia prima, sea escuchando a la persona de interés en una conferencia, conversando con algún colega a través de los medios o formulando yo mismo la entrevista. Lo importante, creo, es innovar. Trabajar de varias maneras la pieza de turno sin perder de vista a que medio y en cual formato está destinado. Por eso recuerdo con simpatía varias de esas experiencias vividas a la hora de hacer mi servicio cultural. Una de tales entrevistas fue la que me concedió el escritor Gilberto Hernández Matos el 17 de noviembre de 2016, por la manera inusitada de darse. Ese día el poeta contestaba mis preguntas mientras conducía su auto por la carretera 52 de camino a la Universidad de Puerto Rico, recinto de Ponce (donde este servidor participaría en el conversatorio Conoce a los autores serie de eventos literarios que coordina la directora de la biblioteca Wanda Cortés para esa institución educativa).


A continuación, “En las letras, desde Puerto Rico” comparte la primera parte de esta curiosa y El libro de los viernes, De los nombres del poeta, Razón de Walt Whitman y El expolio de Tanhaüsser. singular conversación con Gilberto Hernández, fundador de la editorial Último Arcano y autor de los poemarios

Carlos Esteban Cana: Gilberto, en primer lugar, hablemos de los poemas tuyos incluidos en la antología Este juego de látigos sonrientes, antología compilada por Edgardo Nieves Mieles.

Gilberto Hernández Matos: La selección se hizo de poemas que aparecen en el Libro de los viernes, aunque (el editor) tenía poemas de otras publicaciones mías como El explolio de Tanhaüser y Razón de Walt Whitman. Esos poemas son monódicos, son completos en sí mismos. Posiblemente por eso los seleccionaron. Son poemas temáticos.

Carlos Esteban: Recuerdo que ese fue el eje estructural que tuvo el Libro de los viernes, esa estructura temática.

Gilberto: Sí, esa fue la apuesta en el libro. Las poesías fueron colocadas por temas, y cada uno de esos temas como unidad pudo haber constituido un pequeño libro; como los que publicaba el poeta trascendentalista Francisco Lluch Mora, poeta de Yauco, que hacía libros que no eran de gran extensión, aunque eran libros en sí mismos. Pero volviendo al Libro de los viernes, fui ensamblándolo con esas unidades temáticas.

Carlos Esteban: Hablemos más de ese libro… ¿Cuál fue su origen?

Gilberto: Yo estaba escribiendo un libro que aún no he publicado que es El libro del loco amor, y cuando me sentaba a revisar los poemas de ese libro los viernes no podía escribir sobre el loco amor, salían un tipo de poema distinto que se fueron colando, se fueron convirtiendo en ese libro que yo hacía los viernes, El libro de los viernes. De ahí el libro…

Carlos Esteban: Entonces para el poeta Gilberto Hernández Matos el viernes es un día especial…

Gilberto: Sí, además por la magia de ternura que ese día tiene para mí. Los viernes son un día terriblemente familiar, de lectura y creación. Por lo general, lo que la gente hace comúnmente los viernes es salir de su centro; es decir, para ellos es un día excéntrico. En mí se produce lo contrario, es concéntrico. Los viernes soy más yo que en otros días. Lo publiqué en el 2001, hace 15 años; el tiempo pasa rápido.

Carlos Esteban: Ya que rebobinas la memoria, haciendo alusión al año de publicación del Libro de los Viernes, sigamos entonces en esa dirección. ¿Qué me puedes decir acerca de tu primer libro, De los nombres del poeta? En qué se diferencian ambos libros…

Gilberto: El libro de los viernes lo escribe un poeta que se llama Gilberto Hernández. Ese poeta pues de alguna manera soy yo. Ese es el pseudónimo más cercano que tengo de mí mismo. De los nombres del poeta lo escriben un montón de poetas; es decir, yo me asumo desde el prólogo como Fray Luis de León, porque de hecho el prólogo está montado en el de Fray Luis de León. Luego vienen formas, vienen imitaciones… Pedro Salinas, Borges, Ariel Dorfman, distintas formas de escribir poesía, discursos; es decir, los grandes temas de la poesía: Eros, Tánatos; el sí, el no. En otras palabras De los nombres del poeta es una usurpación de la poesía en mí, así que yo no puedo reclamar una gran autoría, porque puedes leer un poema y preguntarte si eso lo escribió Blas de Otero, o leer un poema y decir esto lo escribió Pedro Salinas.

Carlos Esteban: Entonces estamos hablando de influjo…

Gilberto: No, porque el influjo puede ser inconsciente y puedes no dominarlo. No. Esto yo lo hice así porque quise, porque quise dominarlo así, porque quise decir: “Escribir es un acto consciente, asumido”. Hablo de un estilo que construye al poeta pero también el poeta construye al estilo. Es decir, el estilo no es autónomo, no se da en un vacío. Por eso ese libro pareció, pero no fue, un libro pedante. Hubo personas que decían: “Bueno, lo que tú quieres es demostrar un gran dominio de la poesía”. Lo que yo quería demostrar es que la poesía puede ser también una herramienta. Eso era todo.

Carlos Esteban: Comprendo… Tu ejercicio escritural en ese libro es similar al del cartógrafo que está trazando un mapa…

Gilberto: De alguna manera sí, porque hay una ocasión o dos en las que, por ejemplo, menciono a Razón de Walt Whitman. cuando yo trabajo con poesía de Neruda o cuando trabajo con poesía de Blas de Otero que son también hijos de Walt Whitman. Y más tarde Whitman para mí es uno de los poetas que trabajo con más asiduidad; tanto que publico más tarde Razón de Walt Whitman; Así que de alguna manera sí podía ser una cartografía. Pero De los nombres del poeta también es hijo de su momento, y para la época en Puerto Rico se estaba confinado a un tipo de poesía. Había que escribir una poesía con unos nombres talismánicos: Patria; Cordillera; Libertad. Y lo que yo decía es que la poesía es más que unos nombres talismánicos del momento y por eso el libro.

Carlos Esteban: ¿En qué año publicaste De los nombres del poeta?

Gilberto: Me parece que fue en 1990.