Si me dices que te
defina lo que es el arca de la memoria de seguro te diré que es un baúl o
contenedor donde guardar un guante de pelota, algunas canicas, revistas
pornográficas, certificados de merito, fotos de viejos amores con dedicatorias
cursis o alguna prenda sexi sin lavar, regalo de una jovencita, aquella vez en
un cinco letras o motel, pa’que me entiendas. Comenzaré a hablar en plural para
disimular que me estoy describiendo a mi mismo: Ese baúl estará sellado con un
gran candado que nos hará sentir seguros de miradas indiscretas. Recurriremos a
él cada cierto tiempo para ver las fotos de esos amores ya pasados que nos
hicieron vanagloriarnos y que consideramos fuimos nosotros con nuestro guille
de macharanes los que las hicimos sufrir resignadamente o claudicar porque así
lo quisimos. (Aunque en realidad nada más lejos de la verdad, ese viejo
contenedor ha sido testigo de múltiples lágrimas y desesperos. Los recuerdos
allí serán trofeos que perpetuaran mis altas y bajas de forma tangente).
Entonces me dirás que al decir arca de la memoria te refieres a algo que está
más allá del plano físico y material; algo activado por las conexiones
sinápticas repetitivas entre las neuronas. Y asombrado te preguntaré: ¿No es
eso de lo que he estado hablando?

El dolor no se va,
pero apacigua. En donde nos encontramos las bocinas sueltan a Adele con su Set
Fire to the Rain y entono el coro que es lo único que me sé, mientras la
palabra matriarcal no se me escapa ni pensando en el cuento Raíces de Enrique
A. Laguerre. En ese cuento el protagonista decide dejarlo todo por volver a la
vida en el campo y su familia tras recordar la vida junto a los suyos.
Reconozco que he resumido demasiado el relato de Laguerre, pero debo decir que
la palabra patriarcal está presente literalmente y de manera simbólica en ese
magnífico escrito. Me doy cuenta que no debía aceptar esta reunión a darnos un
trago esta noche. Justo hoy terminé de leer esa novela que me obsequiaste en mi
cumpleaños y que me ha causado malestar. Recordar las letras de Dinorah
Cortés en lo que ella misma explica "se las da de fabuladora de su propia vida,
de artífice de sus sueños, fantasías y recuerdos, de Pandora de su memoria del
trópico, en una biomitografia de ella, de su madre, de sus abuelas y de todas
las mujeres de su familia" ha logrado que una leve depresión asome y hasta
tengo ganas de añadirle alcohol a mi bebida. Llega el plato que hemos pedido
para “picar”. Me observas de reojo mientras saboreas un mozarella stick bañado
en salsa marinara. Sé que volverás a preguntar si leí la novela y busco que
decirte, pero me conoces demasiado. Terminaré por exponer la verdad en cuanto
utilices ese tono hipnótico con el que sueles hablarme. Hurto una alita de
pollo y la embadurno de una salsa blanca de la que no sé su nombre, pero que
siempre me ha gustado. Mastico de a poquito, retrasando cualquier conversación.
Sonrió cuando vuelves a preguntar. Me conoces y te conozco, no eres de las que
te quedas con la duda o de las que permite que te cambien el tema si no es eso
lo que precisas.
— ¿Qué te pareció la
novela? — dices mientras limpias con tu dedo índice algo de salsa cerca de mi
barbilla.
— Es magnífica, muy
buena — digo sin demostrar mucho.
— ¡Vamos! — Me
disparas — Sonaste a comentario de blog o de facebook. Dime más de la novela.
— ¡Eso no fue lo que te pedí! Ya lo leí, ¿recuerdas? ¿Ahora que me dirás? ¿Que la
narradora nos brinda la novela bajo el sello de Isla Negra Editores en su
colección La montaña de Papel y que va por su segunda edición? — me
espetas con sarcasmo.
Tus ojos despiden
fuego del bueno. Intuyo que ya es hora de decirte todo. Explicarte que leer
este libro me ha causado malestar emocional porque mientras más lo leía más me
parecía estar leyendo un diario escrito por mi familia, que vi allí a mi madre,
a mi padre, a mis abuelos. Incluso mi niñez volvió a mí, que si me preguntas
que es el arca de la memoria tendré que decirte que es cada momento vivido que
recordamos con ímpetu. Que es aquel primer beso que me dio Marilú debajo de la
casa de Waleska o aquella pelea que tuve con mi primo Carlos por robarme un
juguete. El temblequeo que todavía me da cuando pienso en la hermosura de Elizabeth o en la muerte de mis abuelos. En las metas realizadas o en un primer matrimonio fallido y el mortal accidente de mi
prima. La masturbación o las pesadillas sufridas, los exitos o los fracasos y las
piedras en el camino.
Me observas con
detenimiento. Asombrada ves como las lágrimas mojan mi rostro y tu carita se
vuelve cómplice de mis pensamientos. Pareces leerlos y colocas tu mano en mi
hombro.
—Ya los has dicho todo, lo leíste — me dices mientras las bocinas
tiran ahora a Fiel de la Vega con Encontrarte
es una Historia. El agua en mis ojos logra que te vea un tanto borrosa y
que las luces de la cantina parezcan rayos que adornan tu cabello.
— Así estuve gran parte del libro — digo
mientras me seco las lágrimas del rostro con una servilleta.
—
Me alegro en verdad — dices tranquila.
—
¿Ah? — Te miro sin entender esta vez.
—
Es que últimamente te desconocía — manifiestas — estabas como insensible ante todo. Parecía
que llegarías a ser un gran hijo de puta, ahora tengo la esperanza de que hayas
recordado quien eres en verdad. Dime ¿Desde cuándo no llorabas?
—
Desde hace mucho — confieso.
—
Perfecto, brindemos entonces — dices alzando el trago que acaban de servirte.
Me niego. Me miras
extrañada, pero pronto comprendes cuando me escuchas solicitarle al mesero que
me sirva un “Cuba libre” con más licor que Coca Cola.
—
¡Salud! — me dices provocativa. Y brindamos por el regalo de leer
a Dinorah y su biomitografia. Mientras saboreo el “Cuba Libre” te miro y me
pregunto: ¿Llevamos siendo amigos tiempo suficiente para tratar que pases a ser
en mi arca de la memoria un recuerdo de
amor o al menos erótico?
—
¡Cuidado con esa mirada! — Me
interrumpes el sueño despierto y tomas el libro buscando hasta encontrar una
página me lo entregas y ordenas que lo lea.
Te hago caso, se
trata de la página doscientos tres, esa que Dinorah Cortes tituló Coreografía y te pregunto entusiasmado: — ¿Qué hay con eso?
—
Me hubiese gustado grabar tu semblante. Tu mirada me llevó al momento en que
leí ese página, ya que estamos
confesándonos; cuando lo leí hace unos días pensé mucho en ti —
dices ruborizándote ante tu sinceridad.
Vuelvo a escuchar la
advertencia a lo lejos: — ¡Cuidado con
esa mirada! — entonces me doy cuenta que he imaginado nuestra conversación
referente a la página doscientos tres y le doy un buen sorbo a mi
trago. Vuelvo a elevar el vaso y busco brindar
esta vez por la esperanza y por lo que se está por vivir, después de
todo hay que seguir llenando el arca de la memoria en esa constante búsqueda de
ser feliz.
Sonríes de nuevo y
como si me leyeras la mente, una vez más, me dejas claro cuáles son tus intenciones
para conmigo al decir:
—
¡Brindo por nuestra sincera amistad!
—
¡Salud! — digo yo mientras abro el libro y en la solapa diviso la
foto de Dinorah, esta escritora puertorriqueña que ha logrado ser importantísima
en mi arca de la memoria...
***

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