por Carlos Esteban Cana

Antonio Aguado Charneco: LuzAzul es una novela relativamente corta. No sé como hablar de ella sin ser anticlimático porque no quiero dar a conocer la clave, el secreto de la trama. Estamos acostumbrados a novelas heterosexuales, muchísimas. De un tiempo para acá se han realizado novelas que tocan la problemática del prejuicio, de la homofobia, de los talantes diferentes, de los amores sáficos, lésbicos y homosexuales, pero muy pocas tratan de la bisexualidad. Y en torno a eso es que gira la novela.
Cuando uno construye un personaje, como escritor uno aspira y procura que de las páginas salga esa mano que agarre el corazón del lector. Es como decir que Enrique Laguerre nunca picó caña, ¿verdad? y, sin embargo, escribió acerca del obrero de la caña como nadie. Lo que hace falta es ser observador. Atreverse a hacer preguntas. Porque algunas de las amigas y conocidas que admiten ser bisexuales, que luego prefieren no ponerse ninguna etiqueta pero que aún así admiten ser bisexuales, yo les pregunto, ¿y cómo llegan al orgasmo? Entonces ellas me explican las diversas formas en que lo logran. Muchas experiencias en la novela no son mías, sino que son vicarias. Y por otro lado, ese tanteo que uno hace hacia esas personas se hace sin prejuicio alguno pero siempre curioseando, y muchas veces te encuentras que no se molestan, son muy pocas las que se incomodan cuando se les aborda sobre esa temática tan tabú, que cada vez lo es menos gracias a Yocahú. Entre una cosa y otra contestan tus preguntas y tú vas estructurando. Pero aquí sigue dándose ese fenómeno de la literatura en el que las cosas siguen por su propio cauce. Tú intentas enviarlo por otros márgenes pero ese personaje se rehúsa a seguir las pautas que el autor le dicta. Como que va por su propia ruta, y a fin de cuentas uno dice ¡Ah, pal carajo, pues sigue por ahí! En los cuentos eso ocurre en menor grado por la brevedad del género.
También, entre medio de las dos orejas hay un archivo propio en el que, ocasionalmente, tú escribes algo como un trazo, como un boceto, por el cual crees que te vas a dejar llevar y no siempre ocurre así. A veces tú planificas un personaje como personaje protagonista y acaba siendo antagonista. Tú planificas un mero actante, un personaje de segunda, y él solo se impulsa a primer plano. ¡Pues, jódanse, repártanse como quieran, coño, yo no me voy a poner pulsear con eso!
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Antonio Aguado Charneco nació en Arecibo, tierras del Cacique Jamaica Aracibo, señor de las márgenes de Abacoa. Es narrador efectivo en la traslación del lector al mundo primordial, manejador del vocablo taíno y guerrero experimentado en las lides de construir episodios del mundo original de nuestros antepasados, como les llamaba Corretjer. Sobresalen en su obra con fuerza y realismo mágico las novelas Bajarí Baracutey: el taíno de la cueva (1993), mención honorífica en el certamen del Ateneo; Anacahuita: Florespinas (2006, EDUPR), primer premio en los Juegos Florales de San Germán. Así como Ouroboros: seis cuentos galardonados (1985), premiado por la UNESCO y Sendero umbrío –cuentos- (1997). Entre sus obras inéditas destacan las novelas Guarocuya (3ra de la saga indigenista); Mediomundo (en torno a unos inmigrantes de Islas Canarias); LuzAzul (de temática erótica) y las colecciones de cuentos: Narcocuentos; Al sur del ombligo; Flores de muerte (relatos de Méjico); Cuentos con Zeta; Hálitos del Averno (antología) y Soseiva Sotaler en los Umbrales Umbríos. También tiene varios libros de ensayos.
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