miércoles, abril 01, 2020

En las letras, desde Puerto Rico: Sencillo homenaje a Carlos Ramón Cana Solís, escritor autodidacta del pueblo de Cataño

por Carlos Esteban Cana 

En esta edición de En las letras, desde Puerto Rico le traemos un interesante cuento de un escritor oriundo del litoral costero de Cataño. ¿Su nombre? Carlos Ramón Cana Solís, mi tío. Carlos Ramón sigue la tradición de los buenos narradores que han salido del pueblo más pequeño del área metropolitana, entre ellos podemos destacar a los escritores Pedro Juan Soto, Salvador M. de Jesús, Angelo Negrón Falcón y Yolanda Arroyo Pizarro. Como cuentista Carlos Ramón emergió en el panorama de las letras boricuas de la mano de la revista Taller Literario. Esta publicación, que con el tiempo se transformó también en colectivo, representó una apertura para creadores que estaban más allá de los tradicionales linderos literarios. Fue de esa manera que escritores que no eran académicos pudieron ver sus cuentos publicados en el panorama de las letras boricuas; autores que no eran profesores ni estudiantes, como Carlos Ramón, lograron tener su espacio en un medio cultural. Escritores que para ganarse el peso eran enfermeras, guardias de seguridad o carpinteros comenzaron a recibir trato igual en las páginas de Taller ya que solo se publicaba el texto y el nombre del autor, partiendo de la premisa que el texto se defendía solo. Se pretendía no cargar la lectura con detalles de la vida, obra y milagros del autor. Y fue así que un escritor autodidacta como Carlos Ramón Cana Solís, que para sobrevivir el día a día se especializó en la ebanistería, pudo publicar sus narraciones y llamar la atención de los lectores. Algunos de sus cuentos como El ruiseñor y el almendro, Juan Albañil o Sin retorno, se caracterizan por su estilo coloquial, el uso de la personificación, minimalista a la hora de utilizar adjetivos, y siempre teniendo como materia prima de sus narraciones los datos y acontecimientos que han ocurrido en el devenir histórico del pueblo que se negó a morir. Por todo lo anterior, esta edición de “En las letras, desde Puerto Rico” que hoy reproduce Confesiones, aspira además a rendir un sencillo homenaje a este buen escritor autodidacta que también me inspiró el amor a las humanidades. El cuento de Carlos Ramón Cana Solís que traemos a su consideración, estimado lector, lleva por título El legado de doña Lila, narración incluida en el octavo volumen de la revista Taller Literario. Que lo disfrute. 


El legado de doña Lila
Carlos Ramón Cana Solís


¡Mira muchacho, no la toques! No. Esa mano de madera es muy valiosa para mí. Sí, un legado que recibí de mi abuela, o sea tu bisabuela Lila. Yo no te había hablado antes de ella… ¿verdad? Parece mentira que no lo haya hecho antes pues le debemos mucho a ella. Pero como dicen por ahí: nunca es tarde cuando la dicha es buena.

Doña Lila fue una de las pioneras que rellenó estos solares. En ese tiempo la Calle Amparo era un lugar de profundas aguas. Y ella con otros vecinos hicieron de este lugar uno apto para vivir.

Según fue pasando el tiempo, doña Lila se fue haciendo famosa por ser una persona muy instruida en el campo del espiritismo científico. Tenía la facultad de poder comunicarse con espíritus. Frecuentemente, por las noches, se reunía con un grupo de personas que también tenían esa capacidad. Esas ceremonias se efectuaban en diferentes casas, y era doña Lila la médium más utilizada por las entidades que querían manifestarse.

Yo, siendo niño, fui testigo de todo eso. Me acuerdo, como si ahora mismo estuviera en alguna de las sesiones que se efectuaban los viernes. Recuerdo que los asistentes se congregaban en torno a una mesa larga en la que se había colocado un mantel blanco y una fuente de agua. Presidía la sesión un señor llamado don Pancho Sánchez, y luego que recitaba unas oraciones iniciaba la ceremonia. Ese era el momento en que mi abuela leía el Evangelio según el Espiritismo,  y lo increíble era que ella no sabía leer pero en esas sesiones –no me preguntes cómo- sí podía hacerlo. Hoy cualquiera te puede decir que esas cosas son fenómenos  paranormales. Pero sigamos con la historia.

Yo, por mi parte, estaba como pez en el agua. Era como si todo aquello me resultara muy familiar; como si ese ambiente fuera algo natural para mí. Sí. Puedo decir que, sin lugar a dudas, era como si me hubiera reencontrado con algo. Para decirte más, una vez vino una señora de apellido Gaztambide, y doña Lila le cogió un espíritu que llevaba tiempo atormentándola por las noches. No la dejaba dormir, y sentía cómo invadía su cuerpo. Pero luego de esa sesión la atribulada señora se sintió mejor. Pero doña Lila insistió en que necesitaba de más sesiones para poder liberarla totalmente de lo que nombró como un “espíritu obsesivo”. La señora Gaztambide no le hizo mucho caso y se ausentó a la próxima sesión, sin embargo no pasó mucho tiempo cuando regresó toda desencajada rogando por una solución. Doña Lila accedió atenderla pero bajo sus condiciones que debían de ser cumplidas al pie de la letra. Fue de esa manera, que con diversas sesiones, doña Lila pudo “limpiarla”, es decir, librar a la señora Gaztambide de aquella misteriosa entidad.

Ahora que conoces algo sobre tu bisabuela te contaré cómo esa mano que tanto atesoro llegó a nuestra familia. Resulta que un hermano de la abuela estaba muy enfermo, tanto que hasta botaba sangre por la boca. Entonces una voz le comenzó a decir a la abuela que por siete días se internara a un manglar cercano y extrajera unas moneditas que allí encontraría. Y, así como te lo digo, ocurrió. Cada tarde, doña Lila se alzaba la falda hasta las rodillas y se internaba en la espesura del manglar. No pasaba mucho tiempo cuando regresaba con una pequeña moneda que guardaba en una pequeña bolsita de tela color violeta. Religiosamente fue efectuado el ritual hasta que en el séptimo día un vendedor de santos tocó a su puerta y le ofreció la misteriosa Mano Poderosa. 

Aquella imagen tallada en ausubo estaba pintada de un pálido color crema. En la parte superior de cada dedo estaba tallado, con minuciosos detalles, un santo. Y esa noche abuela Lila se arrodilló ante la mano; echó una oración en murmullos, y la amarró a la cama de su hermano. Al otro día, el muchacho se levantó como nuevo y no botaba nadita de sangre por la boca. Desde ese día doña Lila comenzó a utilizarla cuando lo creía necesario y pertinente. Aquella Mano Poderosa había llegado para quedarse en nuestra casa.

Y eso lo comprobé cuando vino el terrible huracán San Ciprián. Aquel monstruo tenía unos vientos de tal magnitud que pedazos de hierro eran levantados como hojas y la lluvia era tan fuerte que parecía granizo lo que golpeaba nuestro techo de zinc. El patio se comenzaba a inundar cuando decidimos salir todos -mi abuela, mi mamá, mi hermano y yo- corriendo de la casa. Nos refugiamos sin demora en un ranchón que teníamos en la calle próxima.

Cuando por fin aquel huracán dejó de azotarnos regresamos a nuestra casa. Mijito, puedes creer que no encontramos rastro de paredes, ni de planchas de zinc o muebles. Todo alrededor estaba absolutamente limpio como si aquello fuera un desierto. Sólo encontramos en la parte trasera de aquel solar una máquina de coser Singer que sabrá Dios de qué lugar habría llegado y sobre ella, la Mano Poderosa más brillante que nunca. Mi abuela tomó aquello como una señal divina e hizo que nos arrodilláramos mientras murmuraba una oración.

Desde ese día mi abuela aconsejó a mamá a ganarse la vida como costurera utilizando aquella máquina. Lo cierto es que cuando mamá tomó la decisión de hacer lo que la abuela le decía nuestra precaria situación económica mejoró. Y desde esos tiempos, conservamos en la familia, esa misteriosa Mano Poderosa que nos legó tu bisabuela doña Lila. Así que puedes mirarla, pero no la toques.


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