sábado, febrero 16, 2013

Yo la he visto*

                                                                             
Por Carlos Esteban Cana


*A los poetas que han trabajado el espacio del circo en su poética. Sirva este ejercicio como homenaje al colombiano Ricardo León Peña-Villa, a la cubana María Elena Cruz Varela, al español Leopoldo María Panero, y a la chilena Patricia Pinchón Vera, escritores que se han instalado en esta larga tradición. 

 

¡Escribe!

¡Desata la magia de tus dedos!

¡Vuélvete loco!

¡Entra en el circo!
 

Mairym Cruz Bernal

 


En el pasado fungí en este circo como ring master. Era quien anunciaba cada una de las atracciones: la jirafa enana, el hombre bala, la oveja que habla, los trapecistas. Con el tiempo llegué a barajar la posibilidad de abandonarlo, quería irme a un circo que comenzaba nueva época en Las Vegas. Sin embargo, cuando la vi a ella todo cambió. ¿Han visto alguna vez un ángel indescriptible disfrazado de pájaro? La primera vez pensé que era trapecista. Se presentó, sin embargo, como una domadora de leones. Pero yo la vi en su dimensión total. ¡Qué mujer! Cualquier cosa que emprendía se quedaba con el auditorio. No importaba si se encontraba entre las feroces fauces del rey de la selva o si me acompañaba en la conducción del espectáculo, ella siempre salía airosa y decidida. Un día, como otro cualquiera, la bailarina se enfermó y, como podrán imaginar, ella tomó su lugar. Había que estar allí para apreciar, entre la bruma luminosa, cómo galopaba, mostrando centelleante el arco de su pubis. La cadera redonda. Lo erecto de sus pechos. Después de cumplir con mis tareas, luego de concluida la función, esperé hasta entrada la noche para invitarle a dar un paseo por el pueblo al día siguiente. Y tuve la fortuna de que, con una inmediata sonrisa, aceptara.  

Esa tarde nos sentamos en un parque que tenía un curioso jardín de tulipanes amarillos, cerca de una estatua a la que habían nombrado “Esperanza”, según leía una pequeña placa de bronce. A lo lejos era posible escuchar la melodía que entonaba un coro a capella. En ese ambiente diluimos nuestras preocupaciones en una charla amena hasta altas horas de la madrugada. Fue inevitable repetirlo otras noches. Entonces, poco a poco, ingresé a sus sueños, a su pasado amor, a sus miedos. Y llegó a ser tan habitual su compañía que vi aplacada la continua y silenciosa soledad que siempre me habita. Ya cuando establecimos la danza de caricias, las estrellas parecían brillar tanto que parecían ser parte del improvisado aposento.  

Su hálito fulminante de cánticos. Los senos celestes, boyantes de astros. El cabello castaño de hebras rubias, en cascada. Sus labios… todo en ella me hacia ingresar a universos translúcidos. Jamás había experimentado la ternura en tal grado de correspondencia y fusión.  

Con el tiempo, paulatinamente, aquella mujer me permitió descubrir más de sus fascinantes misterios. Una noche, ella, adornada sólo por su collar de jade, dormía profundamente, pero yo, en cambio, tenía dificultad para escapar del desvelo. Sin embargo, cuando el cansancio pudo vencer tuve un sueño extraño. No sé cuánto tiempo había pasado cuando desperté.  Algo angustiado busqué un lápiz y un papel; tenía una inmensa necesidad de anotar lo que recordaba. Esto fue lo que escribí, aún con el vértigo que me solía invadir cuando no estaba completamente despierto prevalecía: “Una mujer sin rostro, canta de pie sobre mi alma. Una mujer sin rostro, sobre mi alma, en el suelo. Mi alma, mi alma: y repito esa palabra. No sé si como un niño llamando a su madre a la luz, en llanto y confusos sonidos que no tienen sentido. Mi alma. Mi alma es como tierra dura que pisotean sin verla caballos, carrozas y pies; seres que no existen y de cuyos ojos mana mi sangre hoy, ayer, mañana. Seres sin cabeza que cantaban sobre mi tumba una canción incomprensible”. Y sobrecogido, a la luz de una vela, la desperté y le recité aquella experiencia.  

Y sucedió que en los días sucesivos, comencé a notarla algo esquiva, como si se hubiera instalado un temor inconfesable que no le permitía mostrarse como antes. En un instante recordé mi ansiedad ante el sueño y le pregunté si le había incomodado escucharlo. Anegada en lágrimas aclaró: “Soy yo. No tiene que ver contigo. Créeme que soy yo”. 

En esos momentos iba a comenzar la función, y tuve que iniciar mi acostumbrado rol. Presenté a la jirafa enana, al hombre bala, a la oveja que habla y a los trapecistas. Cuando me disponía a anunciarla el payaso se acercó y me dio la noticia: ella había abandonado el circo. Y desde ese día la busqué. Fui a provincias cercanas, a pueblos lejanos. Me esmeraba en ofrecer detalladamente su mirada, con minuciosidad describía sus gestos, hablaba del elegante porte de su cuerpo. Pero el resultado siempre era el mismo: nadie, ningún ser de los abordados, la había visto.  

Y comencé a padecer de ataques intensos de pánico. Sentía que continuamente me atragantaba, que en mi cabeza azotaba una tormenta y, paulatinamente, llegué a creer que perdía la razón. Fue inevitable ocultarlo. Los demás se dieron cuenta cuando me agredí frente al espejo gigante que distorsionaba formas. Y decidieron ingresarme en un reclusorio, de los que están repletos de gente lastimada y maltrecha. En esa mazmorra sólo recuerdo que desde mi celda gritaba con todas mis fuerzas un monólogo continuo, que aún conservo en la memoria:  

Mirad acá, que tengo una de sus plumas. ¡Yo la he visto! ¡Yo la he palpado! Si ahora veis un infinito hilo que se extiende plateado hacia la luna, yo confieso la verdad. Es ella y tan sólo ella es la responsable. ¿Alguien puede entender la verdad en mis palabras? ¡Yo la he visto, la he palpado! Desde algún lugar me mira. Ella es un fulminante hálito de cánticos. ¡Sus senos son celestes, boyantes de astros! Su cabello castaño tiene hebras rubias cayendo en cascada, y las manos, sus manos divinas son en realidad translúcidos universos. ¿Han visto alguna vez un ángel indescriptible disfrazada de pájaro? Dicen por ahí que quien llega a ver un ángel muere, pero yo estoy vivo. Y si alguien tiene dudas… ¡Mirad acá! ¡Yo tengo una de sus plumas!”.  

Después de interminables semanas, no sé cuántas, el personal no pudo soportar más. Y fueron ellos quienes hicieron lo posible para que pudiera escapar. Las puertas permanecían abiertas, incluso en los portones no había vigilancia. Yo me hacía el tonto y de reojo miraba todo eso. La duda me invadía. ¿Acaso estos “carceleros” estaban colocándome una trampa? Mi mente se perdía entre el temor de recibir senda tunda y la especulación. Hasta que no lo pensé y salí corriendo. 

Me tomó días enteros recorrer el camino. Cuando llegué al lugar donde estaba el circo vi la carpa caída. La compañía había quebrado. Sólo encontré, entre los escombros, unos crayones rojos, verdes, amarillos, negros. Y como si de un ritual se tratara, me pinté la cara. Fue así que, con el cielo gris, anuncié a viva voz fabulosos personajes. Lloviznaba cuando bailaba ante niños que jugaban en las cercanías. Mas, sin que se dieran cuenta, entre sus inocentes carcajadas, unas lágrimas fugitivas confesaron que la recordaba por última vez.  

© Carlos Esteban Cana, 2007

Universos de Carlos Esteban Cana disponible aqui: Isla Negra Editores



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Carlos Esteban Cana Escritor y comunicador puertorriqueño. Ha cultivado el cuento, el micro cuento, y la poesía. Actualmente, sin embargo,se ocupa de darle forma a sus dos primeras novelas y a un volumen de ensayos. Colaborador de varios publicaciones impresas y cibernéticas, en Puerto Rico y otros países. Bitácoras y publicaciones alrededor del planeta, como Confesiones, del narrador Angelo Negrón, reproducen su boletín "En las letras, desde Puerto Rico".





Para el periódico cibernético El Post Antillano también publica su columna "Breves en la cartografía cultural". En verano del 2012, Carlos Esteban publica Universos, libro de micro-cuentos bajo el sello de Isla Negra Editores. Otros dos libros aparecerán durante el presente semestre. El primero titulado "Catarsis de maletas: 12 cuentos y 20 años de historia", ofrece una vista panorámica de una pasión que el autor ha desarrollado, por cuatro lustros, en el género del cuento. "Testamento" es el segundo de los libros mencionados, poemario antológico que reúne lo más representativo de su poesía; género del que Cana manifiesta: "Fue la propia poesía que me seleccionó como medio, como interprete". Cana es conocido además por haber fundado la revista y colectivo TALLER LITERARIO, que marcó la literatura puertorriqueña en la última década del siglo XX en Puerto Rico.


 

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