Posiblemente voy a ser un intruso cuando pise la cercanía
de su arena. Su amapola mal escrita con estrellas caídas, su cal para milagros,
sus únicos dos puntos cardinales: Horizonte o eternidad. Confieso mi pequeñez,
confieso el diminutivo de una voz que entra, desde adentro, y se presenta
sencilla lejana de las gentes. Confieso tener pesadillas para piratas. También,
la poesía no me ayuda, por el contrario, avisa más placer para quedarme. Pero
un hombre como yo, se le haría muy difícil acercarme a un cuerpo celeste,
tibetano, esplendor, dotado en un idioma para ángeles perdidos. Recordaba a
Madame Blavatsky rompiendo los silencios para Isis, o luchando como una loca
para que Isis no probara la ceguera de los velos. Anoche me tomaba un té entre rituales palaciegos. Mientras, me
esfumaba en Shangri-La. La vi mujer, la vi como un amor con piel de salamandras
y tambores, o como el amor de ese chico adolescente que llevó a su amada hasta
Culebra para ver un amanecer. Con locura de música me deporto, insondable,
también inconcluso. Las costas tienen tibieza de senos, y de palabras para
besar los senos, y el cuerpo. Allí no existe la sombra de las vestiduras. No
hay vacío.
Primero llegas como niño, y el agua sonrosa llagas de tu
pasado, y las cicatriza. Después caminas lacerado con la luz de un sol entre
pájaros diestros en visiones, o diestros en marcar la piel para nunca retornar.
Los piélagos tienen estatuas de peces, colmenas hervidas en memorias para
elegidos. Y piensas cuántas veces pudo perderse un poema de sal que hablara
entre bautismos o salvaciones. A veces tiemblas como perdido, como despojado
del mundo. Es que no hay mundo. Debes saber, si te arrodillas en Shangri-La,
que el mundo que conoces, vives, maldices, deprimes, o sientes, no tiene cabida
en esta limpia antigravedad. Tú, eres el único, y el amor tu lengua y tu
comida. Te debes lealtad frente al umbral. Tu conciencia, ADN, raza en
residencia, organismos del tedio, genuflexiones para el odio, todo, todo, se
ama con la NADA. Próximo a ser tu propio pasajero, ardes, vital, sin regreso.
Ha sonado mi teléfono. Una realidad me trae desde la
fugaz ciudadanía del gozo.
Nadie se pierde, sólo transmigramos.
Marioantonio Rosa. 2012
Derechos Reservados.
Marioantonio Rosa nació en San Juan, Puerto Rico (1965)
Ha publicado Misivas para los tiempos de Paz (1997), Editorial Isla Negra,
Tristezas de la Erótica (Editorial Isla Negra 2004), Duelo a la Transparencia
(Editorial del Instituto de Cultura Puertorriqueña 2006). En preparación se
encuentran Kilómetro Sur, La Tierra de Mañana, y el libro de cuentos Disparando
al Perro Sideral. Ha sido publicado en diversas antologías de poesía siendo la
más reciente Poetas del Mundo, Voces para la Educación, del Sindicato de
Maestros del Estado de México junto a Ernesto Cardenal y Raúl Zurita (2007).
Graduado de Pedagogía en la Universidad de Puerto Rico y maestría en Literatura
Hispanoamericana en la Universidad de Guadalajara, Jalisco, México. Poeta,
crítico literario, periodista cultural. Sus artículos y poemas han sido
publicados en varias revistas en las que se destacan Luvina de la Universidad
de Guadalajara, Tierra Baldía, Universidad Nacional Autónoma de México,
Exégesis Universidad de Puerto Rico. Dirige el suplemento LIBROS, del semanario
puertorriqueño Claridad en donde es columnista desde el 2002.
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