por Carlos Esteban Cana
Comentaba recientemente Javier Darío Restrepo, Director del Consultorio
Ético de la Fundación para un Nuevo Periodismo
Iberoamericano, ante un auditorio de comunicadores en Puerto Rico, que el
periodista continúa siendo irremplazable, particularmente, por la calidad de su
trabajo. En tiempos en los que los medios se sirven de avances tecnológicos, incluso
para transformar roles tradicionales en la cadena de información, aquel periodista
que haga entender lo que pasa, que ofrezca antecedentes y ponga en contexto los
hechos, es siempre necesario, apuntaba el veterano periodista, experto en ética.
Y es que el buen periodista, ese que renueva constantemente su compromiso de
hacer pensar, explicar lo que sucede e interpretar la voz de las comunidades,
se diferencia de inmediato con respecto a otros seudo-comunicadores que habitan
los medios. Quizás ese perfil que destaca al verdadero periodista se debe a una
ética personal y propia que desemboca en eso de ser persona. Bien lo ejemplificó Kapuscinski cuando título Los cínicos no sirven para este oficio
al libro que se ocupaba sobre el buen uso del periodismo.
A lo largo de mi experiencia como escritor y periodista cultural he
reflexionado sobre los puntos de contacto entre la literatura y el periodismo.
También he consultado las valiosas reflexiones del Dr. Eugenio García Cuevas (Periodismo crítico, cultura y literatura), Jorge B. Rivera (El periodismo cultural), y Susana Rotker (La invención de la crónica). Por lo anterior, no tengo dudas acerca
de los beneficios que esa relación simbiótica deja en quien aspira a crear
mediante la palabra. Hablo, por
supuesto, de los que asumen su vocación literaria como un modo de vida. No de
aquellos que pretenden hacer del oficio del escritor algo cercano a la
farándula, con todo lo que eso implica. Pero dejemos que otras voces compartan
algunas impresiones sobre los contactos entre literatura y periodismo. En este
espacio escucharán las voces -porque leer es una forma de escuchar- de Rosa
Montero, Laura Restrepo y Elena Poniatowska, tres reconocidas escritoras del
orbe iberoamericano que se han desempeñado como periodistas. Estas impresiones se
desprenden de diversos conversatorios en los que estas autoras han compartido
con el público lector boricua.
Rosa Montero: Para mí el
periodismo es un género literario. Aunque en mi caso yo lo asumo como una
profesión pero, sin duda, el periodismo escrito es un género literario. Si eres
un director de periódico no, pero ser lo que yo soy que es reportera, hacer
entrevistas, hacer crónicas, hacer reportajes, hacer artículos, pues eso es un
género literario. Y puede ser tan grande literariamente como cualquiera de los
otros: como la poesía, como el drama, como el ensayo y como la ficción. ¿No?
Por ejemplo, A sangre fría de Truman
Capote que es un pedazo de libro enorme, pues es un reportaje, puro y duro es
un reportaje. O sea, que desde ese punto
de vista la cuestión es hacer bien el género. Claro, hay periodistas
espléndidos y periodistas malísimos, como hay novelistas espléndidos y
novelistas malísimos, y luego medianos, más medianos, menos… de todo. Incluso
yo creo que hay periodistas que no son novelistas y que hacen periodismo
literario, o sea, que eso es un género en sí. Es muy raro, además, el escritor
que cultiva un solo género. Normalmente pues son, yo que sé, ensayistas y
poetas, como Octavio Paz. Yo me considero una escritora que cultiva el ensayo,
la ficción y el periodismo. Lo que pasa es que luego, dentro de lo que cultivas,
cada uno tiene puesto el corazón en un lado. Y realmente donde está mi pasión
es en la ficción, y el periodismo es mi trabajo y pertenece a mi ser social.
Pero me estoy acordando ahora, por citar solamente un ejemplo clásico, de Larra
que es nuestro escritor romántico español más importante y sólo hizo
periodismo. No hizo nada más que periodismo. Un escritor que realmente lo
sigues leyendo 150 años después y es delicioso y maravilloso.
Laura
Restrepo: Hoy en día pues ya llevo diez años escribiendo novelas de ficción pero
en ese momento, cuando escribí La isla de
la pasión, mi único oficio era el de periodista (un oficio además
interrumpido porque yo había tenido que salir al exilio, estaba en México) y tenía
que basarme en reportajes, tal como mi oficio me lo indicaba y por eso la
novela está basada en hechos reales. Es una novela, si se quiere, histórica. Ahora,
¿dónde termina la realidad y donde
empieza la ficción? Y viceversa. Como periodista, cuando tú investigas, la
realidad te da una serie de pautas, te da una serie de datos, pero tú te vas haciendo
una composición del lugar que no necesariamente te la verifica o te la
corrobora la propia investigación. Comienzas a buscar la pieza que te falta del
rompecabezas y, sin embargo, tú tienes la certeza (trastornada, asunto de
lógica) la idea de cómo debió ser. Como quien dice hay una pieza que falta pero
el contorno de las piezas vecinas te dicen cómo es esa pieza. En el periodismo
es contra la ética poner esa pieza ahí. Porque tú no tienes como respaldarla
con los datos de la investigación. La ficción, en cambio, te permite hacer eso.
Imaginar cómo pudo ser. Te da la licencia para completar.
Elena
Poniatowska: Yo he escrito a lo largo de la vida libros de
testimonios, que no son precisamente novelas. La noche de Tlatelolco es un libro de testimonio. Son las voces
entretejidas de toda la gente que vivió o que fue testigo de la masacre de 300
personas en una plaza que se llama la Plaza de las Tres Culturas porque están
ahí la cultura pre-hispánica, los restos de pirámides, la iglesia de Santiago
Tlatelolco, colonial y los edificios muy modernos. Entonces es un libro de
voces entretejidas, de gritos, de dolor, de gente que incluso huía de la plaza (que
fue como una ratonera) y fueron balaceados
por detrás. Porque llegaron a los anfiteatros y también a los hospitales gente
que tenía heridas de balas en la espalda, en los glúteos, en las piernas, y que
fue herida mientras iban corriendo, es decir, a mansalva, a traición, por
detrás. Eso fue en el 68 y en ese año se celebraron las olimpiadas en mi país,
entonces recuerdo mucho a una edecán, una niña de 23 años, preciosa, con
apellidos alemanes, se llamaba Regina. Y esa niña, que la fue a recoger su
padre en el anfiteatro, a la morgue, tenía a lo largo de toda la columna
vertebral seis balazos, quiere decir que le dispararon seis veces, y tenía todo
el pecho destrozado por balas expansivas que nunca se debieron utilizar.
Entonces este crimen no es una novela, es un verdadero crimen sobre el cual
quise hacer un testimonio. Pero los otros libros son de historia oral, como el
del terremoto de 1985 que fue atroz pero que también da mucha esperanza por la
fortaleza de la gente. Y otros como Fuerte
es el silencio, también sobre como los paracaidistas
toman las tierras en mi país, los desaparecidos políticos, los ángeles de la
ciudad, aquellos que vienen a la cuidad durante una época y son pordioseros. Y,
por otro lado, están estas novelas que ya son novelas más de ficción, como
podrían ser Paseo de la reforma, Tínisima, aunque Tínisima está basada en la vida de una fotógrafa mexicana, y los
cuentos del libro De noche vienes.
Pero siempre, como soy periodista, hay una base de realidad, hay una base de
verdad, porque yo creo que ningún escritor escribe en ficción pura. Siempre hay
un personaje que lo marca a uno, que recuerda a uno lo que dice. Yo creo que
uno siempre escribe ficción a partir de la realidad.
Lo comparto, Angelo!! Un abrazo.
ResponderBorrarGracias, hermanito. Es un privilegio que difundas en Confesiones mi periodismo cultural.
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