Todos esos magos exhibían con orgullo sus asombrosas habilidades. Mi abuelo, estoy seguro, los dejaba a todos sorprendidos. Cada año, según me dijo mi padre, que ese día estaba a mi lado, lograba dejar a todos boquiabiertos. Era como si ellos se transformaran en simples espectadores a quienes mi abuelo hipnotizaba con su prestidigitación. Mis trucos preferidos, aunque no eran los más sorprendentes eran, uno en el que hacía desaparecer una paloma y la traía de vuelta convertida en una gallina con polluelos y otro, en el que parecía desvanecer a mi madre en un gabinete cercano a él para, casi al instante, hacerla reaparecer dentro de un baúl.
Luego de la función me llevó consigo tras bastidores. Después de un abrazo que casi me rompe las costillas y hacer esperar a los reporteros pues, según le dijo a su representante, estaba en una reunión más importante en ese instante, me preguntó si había disfrutado del espectáculo. Esa fue una de las miles de veces en que me acomodaba a su lado para escuchar sus sabios consejos sobre la vida, el ilusionismo y la magia. Yo era, me dijo en más de una ocasión, lo que mi padre nunca quiso ser: un mago.
A lo largo de muchos años me explicó todos sus secretos. Hice mis primeros intentos en la marquesina de mi casa, cuando apenas tenía mis ocho. Los vecinos, asombrados, no cesaban de aplaudir. ¡Yo estaba tan orgulloso de lograr imitar al abuelo! Con el tiempo agudicé mis sentidos y mis logros en la magia me hicieron ingresar de lleno al mundo del espectáculo. Invité a mi abuelo a la actividad en donde, por vez primera, yo sería la atracción principal. Llevé todos los trucos que él me enseñó y en adición varios nuevos que había desarrollado yo mismo para impresionar a mi abuelo.
Esa noche estaba todo listo. Lograría por fin agradecerle sus enseñanzas en público. El local estaba repleto. Me asomé por una pequeña abertura del telón para buscar la mirada de mi abuelo. Su butaca estaba vacía. Atrasé lo más que pude el comienzo. Logré que el grupo de apertura del espectáculo, unos payasos muy cómicos, accediera a estar más tiempo deleitando al público. Pero, no pude esperar más; ofrecí mi espectáculo. Obvie los trucos destinados a mi abuelo para presentárselos en otra ocasión.
Esa fecha nunca llegó. Mi abuelo murió esa noche. Desapareció y aún espero que haga el otro truco que tantas veces me enseñó; el truco de reaparecer.
Dedicado a mi abuelo Pablo Negrón quien murió el 26 de agosto de 1997. En realidad no era un mago, de hecho yo tampoco lo soy, pero la magia de su amor me acompañará hasta que yo desaparezca y reaparezca a su lado.
Muy interesante como siempre. Somos muchos los que quisieramos ver ese truco en nuestros seres queridos de forma fisica, pero sabemos que en forma espiritual estan a nuestro lado. Te amo
ResponderBorrar¡Así es cielo! Habitan ese lugar del Corazón que tiene memoria y nos acompañan a todas partes. Siguen dándonos consejos o cuidándonos de la mejor manera con sus enseñanzas plasmadas hasta en el subconsciente…
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