domingo, noviembre 01, 2009

Ofrenda a una Diosa

Por Angelo Negrón



— La verdad es que tuve razones para separarlos. Odiaba la forma en que él la tocaba. Saber que también la hacia suya, cuando así lo deseaba, me obsesionó tanto que los celos me cegaron. Pensaba que al librarme de él, sería sólo mía y me equivoqué. Se marchó de mi lado aunque no de mi vida pues su recuerdo aún me persigue. La conocí una noche en que motivado por la curiosidad entré en Internet a “chatear”. Después de haber perdido mi tiempo por varias horas leyendo y escuchando tonterías, leí sus palabras dirigidas a mí. Juro desconocer que fue lo que le motivó a hablarme, tal vez el seudónimo que utilicé o la búsqueda de aventuras, pero de algo estoy seguro: esa noche la pasé divino.

Ella se expresaba como los Ángeles. Tenía tanto de qué platicar y yo quedé sorprendido de lo maravilloso que podía ser conocer a alguien oculto en la cuadrada forma de un monitor, en el sublime antifaz de la distancia. Luego, existieron cientos de noches de charlas divinas y miles de correos electrónicos donde fui conociéndola a tal grado de enamorarme de su alma sin importarme el físico que no conocía. Esperaba esos correos electrónicos que me hacían completamente feliz como se espera el alimento cuando más hambre se tiene.

Llegó el momento en que pude escuchar su melodiosa voz a través del teléfono y también el instante en que pude ver su físico en una foto que me envió por “e-mail”. Fue sensacional, era hermosa en verdad y me obsesioné doblemente. Por eso el día en que la conocí en persona mis ojos no hacían más que querer escaparse en su mirada. Entablamos una amistad más profunda. Cuando la besé tras ella pedírmelo me transporté a una boca deliciosa, a los labios más tentadores que me hayan besado jamás. El deseo transformado en lujuria, después de varias salidas, fue venciendo nuestra timidez. Conocimos nuestros cuerpos desnudos y eso fue celestial. La acaricié como sólo el amor puede hacerlo.

Siempre nos desnudábamos frenéticamente. Su vientre encendido fue mío. Sus pechos se acoplaron a mi boca. Pude palpar el deleite en toda la extensión de su cuerpo. Manosear toda la dimensión de su clítoris hinchado a la espera del embestir de mi lengua haciéndola transportarse al olvido de que existía alguien más que no fuese yo. En toda mi vida de creerme un consumado amante nunca había sentido sensaciones iguales, ni siquiera cuando en mi juventud temprana aquella mujer mayor me hizo esclavo de su ardiente sexo y pensé que me había enseñado el camino a la lujuria.

No fue así. Son tantos los senderos a la carnalidad y el deseo que te das cuenta que el perfecto equipaje para que dos cuerpos desnudos sean felices no es otro que el amor verdadero. Con esta conquista lo descubrí. Y es que la forma en que temblaba mi piel de sólo pensarla me inculcaba cada vez muy adentro la necesidad de poseerla. Mi erección era instantánea de tan sólo sentirla cerca pues parecía tener siglos de experiencia condensados en su boca y en su cuerpo que se movía sobre mí con el ritmo de la pasión creciente, con la calma de quién devora al amante soñador de lascivia.

Aún pienso con vehemencia en mis dedos perdiéndose en sus cabellos, en mi mano dejando de ser mía cuando estaba entretenida en sus pechos y en mi boca extraviada en el promontorio placentero de su bajo vientre. Añoro su espalda curvilínea a la hora de probar la rígida erección de mi ser. ¿No se te hace la boca agua? ¡Piénsalo! Piensa en sus dulces labios llevándote a olvidar todo lo que no sea placer, lujuria y sobretodo amor.

Definitivamente ella es el amor que busqué escondido en años de noches solitarias y amaneceres incompletos. El deseo más oculto de sentir el placer más divino y la innumerable sensación de estar en el cielo constantemente. Por ella se originó la parte más inolvidable de lo que me ha tocado vivir. La felicidad se desborda en todo mi ser.

¡No me mires así! Ya sé que también compartía sus atributos con alguien más. Nunca mintió. Jamás ocultó el hecho de que era casada. Al principio no me importó. ¿Qué podía hacer? Llegué tarde a su vida y no era su culpa. Los celos me consumían cuando no podía estar con ella como deseaba. El tiempo en que lográbamos compartir se limitaba a la sombra de otro y eso me desquiciaba por completo. Así que decidí eliminarlo de nuestro camino. El plan tenía que ser perfecto.

Me dediqué a seguir la rutina en que mi contendiente vivía. No fue fácil. Tropecé con la obligación de verlos caminando tomados de la mano o besándose apasionadamente demasiadas veces y como si yo no existiera. Mi amor por ella me hacía perdonarla, pero a él lo odié como nunca pensé podía llegar a odiar.

En mi persecución pude notar que mi rival tenía una vida perfecta, pero lo que en realidad le envidié a mi antagonista fue el hecho de que cada mañana cuando abría los ojos se encontraba el cuerpo desnudo de mi amada y que cada noche podía hacerle el amor a su antojo. Bajo estos pensamientos que me volvían loco concebí todo y fue más fácil de lo que yo creía.

Me explico: en una de las salidas que tuvimos, mi amada y yo, nos fuimos de compras al centro comercial. Tomé sus llaves sin que se percatase. Me encargué de sacarles copia mientras ella estaba en el probador de damas midiéndose uno de esos trajes que tanto me gustaba quitarle. Y ese día, le arrebaté el que llevaba puesto. Después de hacer el amor hasta en el garaje del motel supe que mi plan funcionaría. Me confesó que al día siguiente estaría en un seminario del trabajo y su esposo la pasaría en casa solo. Ante la certeza de que, tras la desaparición de mi contrincante, no la vería por un tiempo me propuse poseerla ese día las veces necesarias para que me empalagara su sexo, pero no logré abastecerme de ella. Es que es increíblemente apetecible. Mírame, de sólo recordarlo nace en mi una erección.

Ja, ja, ja ¿qué te parece? Bueno... Esa mañana en la que consideré que me libraría de él, esperé a que ella se fuera para su seminario y con la copia de las llaves entré hasta su dormitorio donde lo encontré profundamente dormido. Tomé una de las almohadas y usándola para amortiguar el sonido de esta automática le disparé justo en la cabeza. Su sangre corriendo rápidamente por las sabanas blancas de su cama me hicieron sentir muy bien. Reconocí en ese instante que compraría otra cama donde pasar los próximos años que me quedaban de vida con la viuda de ese hombre al que se le ocurrió amar a la misma mujer que a mí. Sin dejar una sola huella me dediqué a revolcar el aposento y a sustraer todo lo que encontrara de valor para que se entendiera que había sido un robo. Me marché de allí a enterrar las joyas que encontré escondidas en el closet no sin antes forzar la puerta de entrada.

Le di varios días a mi amada para que pasara el duro golpe de perder al inútil de su marido. Me sorprendió sobre manera cuando la llamé varias veces al trabajo y no respondió mis llamados ni los mensajes que deje grabados en su “voice-mail”. Seguí investigando hasta que descubrí por medio de un familiar que ella se había ido de viaje para despejarse por la muerte de su esposo a manos de un asaltante. Conseguí la dirección donde ella se encontraba. Tomé un vuelo que me condujera a sus brazos. ¿Quién mejor que yo para consolarla? Al llegar se mostró claramente sorprendida. Comenzó a llorar cuando le recriminé por haberme dejado solo y no permitirme ayudarle en su momento de dolor. Ella me pidió perdón. Cuando le ofrecí mi pecho para recibir su abrazo se negó diciéndome que había recapacitado y no quería nada conmigo. Dijo que tras la muerte de su esposo se había dado cuenta que lo amaba en verdad y por mí no sentía nada. Que yo había sido sólo una aventura de la que se arrepentía pues la memoria del hombre que amó la perseguía y no volvería a amar a nadie más.

¿Puedes creerlo? Mis ojos estallaron en dolor. Por más que traté de hacerle ver todo el amor que ella sentía por mí, me rechazó en cada intento. Yo moría por dentro. La verdad, aún no sé si aprendí la lección. A veces me da con pensar que si no hubiese apartado a mi competidor, nosotros estuviéramos juntos y ya la hubiese convencido de mudarse conmigo a mi cama, donde la extraño demasiado. De hecho, cada vez que pensando en ella juego conmigo mismo logro la erección, pero nunca puedo terminar de darme satisfacción pues la necesidad de ella en mi lecho es genuina.

Ahora dime la verdad ¿Alguna vez te ha hablado de mí? No creo eso de que no te haya contado lo sensacional que soy en la cama. Ella misma me enseñó. Me mostró el camino del gozo inmenso y sin igual de eyacular basándome en el amor verdadero. ¡No mientas! Si he sido sincero contigo al contarte esta historia es porque lo menos que espero de ti es la respuesta que necesito escuchar. Ella prometió estar sola, que no volvería a enamorarse de nadie más. Disculpa si estoy llorando, ella me convierte en un ser débil. No la he matado porque debo convencerla de regresar conmigo, además, prefiero observarla de lejos que visitarla en el cementerio. ¿Me estas diciendo que sí?¿Qué te habló de mí?¿Qué? ¡Ya te advertí que no me mintieras!

¡Mientes! Estoy seguro. ¿Tienes miedo de que estropee tu cabello con una de estas balas? Escúchame. Así será. Como te dije hace un rato mientras te ataba en esa silla, nadie puede amarla como la amo. Por eso cuando la semana pasada la vi saliendo tan acaramelada contigo del cine me sentí morir. ¿Qué clase de patrañas le has dicho? ¿Cómo pudo olvidarse de que la estoy esperando? ¿Qué le vió a un pendejo como tú? ¡Que se joda! Ya no me importa. ¡Cállate! No supliques más. Nadie te escuchará. Sólo me resta decirte que si estas enamorado de ella lo entiendo. En verdad es una diosa. Pero no te preocupes, no tendrás que celarla como yo, pues ella: o es mía o de nadie...

Y en el aposento de aquella casa abandonada, que servía de altar para el sacrificio ofrecido por un loco enamorado, sonó el disparo que inundó todo. La detonación logró que otro corazón dejara de palpitar. Y sólo porque se atrevió a amar sin medida a una diosa cuando apenas era un simple mortal...

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