Abrí los ojos. En la oscuridad del cuarto sentí frío. Aún soñoliento traté de encontrar la sabana que supuse había tirado al suelo. Sólo logré caerme. Aturdido aún, busqué el interruptor y al hacerse la luz estrujé mi rostro. Un buen vaso de leche tibia me ayudaría a dormir, pero en la nevera sólo quedaba agua y un poco de soda. Recogí la sabana y apagué la luz. Traté de dormir. Mas la sombra del recuerdo invadió los lugares más recónditos de mi mente y de manera extraña apareciste. Vestías de rojo. Yo invoqué a tu amistad. Te sentaste a mi lado y comenzó todo. Las escenas pasaban frente a nosotros. La forma en que nos conocimos, la playa y las fiestas. Te convertiste en amiga real; en mi confidente. Te hablé de mis amores pasados, tú me hablaste de los tuyos. No había problemas a los que juntos no encontrásemos solución. Muchos vieron en nuestro afecto algo más que una amistad y nosotros no llegamos a percibir el amor o tal vez no nos atrevimos a cruzar tan inmensa frontera. Te apartaste de mí. Desapareciste justo cuando deseé traspasar el límite de la realidad. Sentí soledad y en loco desvarío grité tu nombre. Sudando frió descubrí que todo había sido un sueño. Fui a la nevera y bebí agua. Calmado me dispuse a dormir.
Volviste a aparecer más radiante que nunca. Descubrí, esta vez, que a tu belleza interior le acompaña la hermosura física. Nuevamente te sentaste a mi lado. Pude ver de cerca tus ojos, tu nariz, tus labios y quedé perplejo. Sonreíste. Permanecí inmóvil. No sabía qué hacer ni qué decir. Deseé acariciar tu cabello y besarte. No me atreví. Varios minutos estuve observándote. Permanecías callada y sonriente. Mirándome como nunca antes. Esperando de mí el dilema que no parecía resolverse. Tu mirada endulzaba mi vida y pensé: “Si es sólo un sueño, ¿por qué no intentarlo?”
Y sucedió. Me acerqué a tus labios. Los besé sutilmente. Tu respuesta fue cálida. Mi cuerpo tembló de ternura y el tuyo respondió a mis intenciones. Nos abrazamos. Beso tras beso dejamos de ser amigos para convertirnos en amantes. Fui desvistiéndote. Cuando cayó tu traje al suelo logró teñir de rojo toda la habitación. Tu piel era como un manto tejido de flores suaves y tersas. Acariciar tu cuerpo desnudo despertó en mí sensaciones olvidadas en la tempestad del recuerdo. Noté mis manos húmedas y mi pecho agitado. Mi erección seguía palpitante. Tu rostro continuaba excitándome aún cuando la corriente máxima del placer ya había pasado, aún cuando fuimos dos aves que volando hacia la eternidad quedaron levitando en el cielo. El amor te aprisionó en mi corazón y te deseé mucho más.
Concluí que sería capaz de desnudarte miles de veces, aunque no pudiera acariciarte, con la sola excusa de recorrer tu cuerpo con la mirada. Reconocí que admirarte sería parte de mi futuro inmediato y de mi vida entera. Supuse que estos encuentros volverían a suceder aunque estuvieras lejos de mi cuerpo y no me diera cuenta que mis manos apretadas contra mi sexo eran las domadoras de tanta pasión. Un hilillo de luz a través de la ventana me hizo comprender que amanecía. Miré a mi lado. Tú ya no estabas. Te fuiste con la noche, te marchaste con mis sueños mojados. Fue divina esta aventura nocturna. Si, fue espectacular, sobre todo amiga mía, porque al soñarla yo estaba despierto.
Volviste a aparecer más radiante que nunca. Descubrí, esta vez, que a tu belleza interior le acompaña la hermosura física. Nuevamente te sentaste a mi lado. Pude ver de cerca tus ojos, tu nariz, tus labios y quedé perplejo. Sonreíste. Permanecí inmóvil. No sabía qué hacer ni qué decir. Deseé acariciar tu cabello y besarte. No me atreví. Varios minutos estuve observándote. Permanecías callada y sonriente. Mirándome como nunca antes. Esperando de mí el dilema que no parecía resolverse. Tu mirada endulzaba mi vida y pensé: “Si es sólo un sueño, ¿por qué no intentarlo?”
Y sucedió. Me acerqué a tus labios. Los besé sutilmente. Tu respuesta fue cálida. Mi cuerpo tembló de ternura y el tuyo respondió a mis intenciones. Nos abrazamos. Beso tras beso dejamos de ser amigos para convertirnos en amantes. Fui desvistiéndote. Cuando cayó tu traje al suelo logró teñir de rojo toda la habitación. Tu piel era como un manto tejido de flores suaves y tersas. Acariciar tu cuerpo desnudo despertó en mí sensaciones olvidadas en la tempestad del recuerdo. Noté mis manos húmedas y mi pecho agitado. Mi erección seguía palpitante. Tu rostro continuaba excitándome aún cuando la corriente máxima del placer ya había pasado, aún cuando fuimos dos aves que volando hacia la eternidad quedaron levitando en el cielo. El amor te aprisionó en mi corazón y te deseé mucho más.
Concluí que sería capaz de desnudarte miles de veces, aunque no pudiera acariciarte, con la sola excusa de recorrer tu cuerpo con la mirada. Reconocí que admirarte sería parte de mi futuro inmediato y de mi vida entera. Supuse que estos encuentros volverían a suceder aunque estuvieras lejos de mi cuerpo y no me diera cuenta que mis manos apretadas contra mi sexo eran las domadoras de tanta pasión. Un hilillo de luz a través de la ventana me hizo comprender que amanecía. Miré a mi lado. Tú ya no estabas. Te fuiste con la noche, te marchaste con mis sueños mojados. Fue divina esta aventura nocturna. Si, fue espectacular, sobre todo amiga mía, porque al soñarla yo estaba despierto.
Ahhh...soñar con los ojos abiertos, que delicia! Hermoso relato! Sigo leyendo. Abrazos desde el sur!
ResponderBorrarP.D. La libreta roja ya está lista para la bloguemia, jaja, gracias por mencionarla en la otra página.
Imagino que esa libreta roja esta repleta de sueños despiertos. Gracias por tu visita. ¡Nos vemos en la bloguemia!
ResponderBorrarAmigo, me encantaria tanto postear este escrito en mi portal.. Me das permiso????? Abrazos.
ResponderBorrarYolanda; sería un honor. ¡Muchas gracias!
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