lunes, enero 16, 2006

Epístola

Por Angelo Negrón

9 de Mayo de 1992

Hola,

¿Cómo has estado? Espero que bien. Te escribo estas cortas líneas a escondidas de mi amiga, a quien veo como mi futuro amor. Aun así, te extraño y no dudo que tú sientas igual. ¡Fue tanto lo que vivimos juntos! Créeme, aunque no he soñado contigo; aún, he pensado mucho en ti. Especialmente en tus ojos escapándose a mi mirada.

Sí, aquí estoy. Escribiéndote mientras mi compañera me observa sin siquiera saber que estoy dirigiendome a ti de manera tan sutil. Perdóname si por un momento asomó en ti la tristeza y la desconfianza al no recibir carta alguna de mi parte. Yo he sentido la necesidad de escuchar tu voz, en vez de oír a quien en estos momentos despierta conmigo en el amanecer y se duerme a mi lado cuando el cielo se llena de estrellas. No imaginas lo difícil que es pasar por esta situación; acabo de perderte y ya alguien me esta haciendo sufrir, sin embargo, tú me hacías tan feliz ¿qué sucedió? … explícame

Le he hablado de ti. ¿Sabes qué dice? Que no me preocupe más. Que ella es mi presenté y será mi futuro. Le pregunté si podías escribirme. Contestó que sí, que tus palabras escritas en un papel perfumado, con el carmín de tus labios como sello, sólo lograran recordarme que no pertenezco a ti sino a ella. Esto lo dijo de forma sarcástica, luego de sorprenderme oliendo y dándole un beso a la primera carta de amor que me escribiste.

Pareció leerme el pensamiento, cuando tus palabras, haciendo eco en mi cerebro, repetían una y otra vez: “O es todo, o es nada; quisiera estar contigo siempre”. Entonces, me enfatizó que sería ella y nadie más, quién se adueñaría de mi existencia.

Y deseé ser velero. Llevarte a pasear en los mares de la felicidad absoluta. Ahogarte en mis ansias y oírte suplicar, “Acompáñame por siempre”. Yo te amo, no como un niño a su juguete preferido, sino como un hombre a su primera compañera; a su primer confidente.

…Pero me refugié en ella, porque tú no estas, te has ido...

¡OH! Discúlpame. He hablado tanto de ella y no he dicho su nombre. Tú la conoces, no sé si tanto como yo, pero al menos sé que la has visto. ¿Su nombre? Soledad... Y habita no sólo mi casa sino mi ser desde que te fuiste...

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