Por Angelo Negrón ©
Que el mundo es un sinnúmero de
actividades mal olientes distribuidas de forma certera y un caos total a la
misma vez no es novedad para mí. Más bien me he dedicado a ser imitación
perfecta de todos aquellos que me rodean en una sociedad donde no se ha erradicado
aún la creencia en dioses paganos o en el verdadero Dios. Por lo menos, una rosa
sigue siendo el regalo de amor perfecto para un amor nuevo, o viejo, no importa
si el olvido ha sido la fuente de la dejadez o el anonimato de un gran secreto.
Ir de aquí hasta allá en esta vida que
supone nacimiento y muerte al mismo tiempo; con resúmenes de acontecimientos
convertidos en recuerdos activos o escondidos.
A veces recuerdo.
Ahora lo hago. Como siempre. Como antes.
Con igual intensidad. Lentamente iré buscando en el subconsciente de esta mente
mía. Sé que la encontraré y amarte de nuevo será la forma de no seguir siendo
una copia de esta odiosa sociedad.
Buscaré también en la espalda de mi
corazón. Lo sé, allí todavía viven latidos que, aunque languidecidos, siguen
siendo destinados a tu persona. Te amé tanto alguna vez, pero el orgullo ganó
la partida. El “qué dirán” le ganó a nuestro amor, a tus besos, tu cuerpo, tus gemidos
y a toda aquella admiración mía por tu mente paraíso. No debió ser así, fuiste
la única que logró hacerme sentir de verdad la pasión del amor verdadero y de
los placeres extremos de la carne. Nadie como tú, pero tuve que hacerlo; me
obligué a olvidarte. Me doy cuenta de que no debió importarme la maldita
gangrenada sociedad.
Si pudiese inventar la forma de que nos
acepten. Sobre todo mis hijos. Sería difícil hacerlos entender. Amo a otra
mujer les diría. Serían infelices al saber mi secreto. El secreto de… su madre.
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