viernes, julio 25, 2008

Viaje

Por Angelo Negrón

Vayamos, esta vez, al área sur. Durante el camino nos asombraremos del cielo ausente de nubes. Tal Intemperie es de un azul tan brillante que nos preguntaremos como ha podido el sol, al que no vemos por ninguna parte, ponerse de acuerdo con sus alrededores para regalarnos tal nirvana.

Iremos sin prisa. Nos tendremos el uno al otro. Yo conduciré, pero con una sola mano al volante. La otra estará perdida en tu cabello, en tu espalda y ¿por qué no? Donde lo permitas. Nos detendremos de vez en cuando para no desperdiciar algún beso.

Llegaremos primero al Santuario San Judas Tadeo. Allí haremos una oración juntos. Escucharé de tus labios el pedido de la tranquilidad de espíritu y del amor creciente. Escucharas de los míos que tú eres mi tranquilidad, intranquilidad; mi espíritu y forma, todo mi amor. La fe en que el patrón de los casos difíciles y desesperados se compadezca y ruegue por nosotros es perfecta a nuestras intenciones. Encenderemos una vela y aún dentro de ese lugar sagrado no podré evitar pensarte desnuda al ver el fuego consumiendo lo que toca. San Judas intercederá; lo nuestro también es sagrado; lo merecemos…

Luego: Visitaremos un centro comercial. ¿Para qué? Para tener la excusa de caminar tomados de la mano. Compraremos un helado coronado de fresas. Se derretirá el chocolate y la vainilla en tu boca y dejarás las fresas para después. Justo a la salida del área de los restaurantes descubriremos un tiovivo. El carrusel es el más grande que he visto; consta de dos pisos y decidimos dar un paseo sobre alguno de los petrificados caballos. En tal sube y baja imaginaré tu danza sobre mí. Las vueltas me recordaran al reloj y dictaminaré en ese instante que el tiempo se detenga y no así nosotros…

Piensas que estoy mareado por tanta vuelta. No es por eso, más bien es por el reciente beso que me has dejado posado no sólo en mis labios sino, en todo mí ser. Tu mano acaricia mi cuello mientras mi brazo rodea tu cintura…

Llegamos al paseo tablado de la Guancha. Quedo maravillado con el paisaje que armoniza con tu belleza. Compramos algo de carnada. Se la damos a los peces gigantescos que siempre están allí. Luego, para quitarte el olor a carnada de los dedos, yo mismo te lavo las manos. Voy estrujándote los dedos en agua y jabón hasta dejar tus suaves manos libres de todo residuo de carnada. Cuando nos damos cuenta ya voy enjabonándote hasta el hombro. Nos sonrojamos pues sin percatarnos por poco y nos bañamos allí. De pronto comprendemos que no nos importa, después de todo, estamos bañándonos de deseo. Aún así, insistes en marcharnos. A lo lejos está la Isla a la que llaman "Caja de Muerto". Te menciono que nunca la he visitado, que siempre he querido ir. Sugieres que algún día me llevarás. Yo sonrío y te pregunto: ¿por qué no ahora? Respondes con un “caminemos primero por la playa”. Nos quitamos los zapatos, pero no nos enrollamos los pantalones. Pretendemos que se mojen. Así descalzos llegamos hasta algún lugar donde los arrecifes le ganan a la orilla. Tratamos de observar el fondo, pero lo espumoso del oleaje no lo permite. Me robas otro beso y acaricias mi cuello. Como señal de tu poderío sobre mí; me abrazas fuertemente mientras estrujas tu pecho contra el mío. A punto ya de alquilar algún botecito que nos lleve a la isla me convences de tendernos en la arena. Me dices que está bien ya de tanto paseo. Quieres que sea turista en tu cuerpo y lo explore hasta colonizarlo. Ruborizado miro hacia ambos lados. Tomas mi rostro entre tus manos y me tranquilizas con un beso.

Eso fue sólo el principio. Dejé de estar tranquilo después del tercer beso. Ya en el cuarto beso me aparto de tus labios. Voy besando tu cuerpo mientras lo desnudo de a poquito. Lo hago disimuladamente aunque me muero por llegar al rincón de tu placer. Quiero grabarme el sendero que conduce a el, no obstante sepa que lo olvidaré tantas veces como sea posible con la excusa de volver a recorrerlo. Tu mano acaricia fuertemente mi espalda y mi cabello. El sonido del mar se pierde con los sonidos entrecortados que depositas sin titubear en mis oídos y que sólo logran excitarme más…

Ya llegué a tus pechos. Los acaricio sin mesura como me ordenaste una vez. Mi lengua los recorre como si los conociera de siempre. El placer que te embarga me invade a mí cada vez más. Cambias mi táctica. Empujas mi rostro hacia abajo logrando que encuentre antes de lo planeado el tesoro que me propuse encontrar… Explorarte es divino. Mi lengua se pierde entre cada movimiento de tu cuerpo y con mis ganas dejo sellado el placer que te mereces...


Extasiado siento que convulsas. Entre la humedad de tu cuerpo y los sonidos que dejas escapar descubro que estas a punto de catapultarte a otra dimensión. Ese paisaje no puedo perdérmelo por nada. Me acerco a tu rostro para observarte. Mis dedos prosiguen con la placentera labor de que logres llegar a estertores de placer...

Llegamos. Así es, si tú llegas yo llego. Revoloteamos por el lugar. Tu rostro ha rejuvenecido más aún. Tus ojos permanecen cerrados por el éxtasis del momento. No ves los míos que deseosos de repetir este encuentro te observan tal cual eres: La dueña, La Diosa, Mi Alma Gemela…

Pasados algunos minutos donde abrazarnos ha sido nuestro modo de vida, decidimos saborear las fresas que habías guardado. Sabrosas, como tu sabor y tu presencia. Ya es hora de partir a algún otro lugar donde consumirnos de amor. Observas detenidamente el lugar y me pides que, al igual que tú, grabe en mi memoria el paisaje y el momento que acabamos de disfrutar. Me besas nuevamente. Aseguras que en nuestra próxima parada seré afortunado. Me brindarás la oportunidad de llegar al cielo sin derecho a retornar…
Mis ojos suplicantes te demuestran las ganas de no esperar. Te robo un beso. Delicadamente muerdo tus labios. Tú respondes igual, pero segura de que allí no será nuestro próximo encuentro. Percibo que algo tienes planeado. El tiempo sigue detenido. Juntos nos alejamos de la playa dejándola asombrada con nuestras caricias y reconociendo que es testigo del encuentro de dos almas gemelas…

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